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Funeral del Rvdo. Luis García Cerezo (Parroquia del Corazón de María, Cancelada-Estepona)

Publicado: 30/05/2013: 677

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Funeral del Rvdo. Luis García Cerezo (Parroquia del Corazón de María, Cancelada-Estepona) celebrado el 30 de mayo de 2013.

FUNERAL DEL RVDO. LUIS GARCÍA CEREZO

(Parroquia del Corazón de María – Cancelada-Estepona, 30 mayo 2013)

 

Lecturas: Eclo 42,15-26; Sal 32,2-9; Mc 10,46-52.

1.- Un saludo fraternal a mis hermanos sacerdotes, al arcipreste que ha hecho la semblanza de nuestro hermano Luis y a todos los demás que representáis a todo el presbiterio porque un hermano nuestro, hermano en el orden sacerdotal y sacramental, ha pasado ya a gozar de la vida eterna.

Un saludo también a la familia y a tantas personas que nos hemos encontrado en distintas ocasiones, cuando el padre Luis venía acompañado de todos vosotros y me contabais vuestras experiencias y vuestra alegría por poder tener la Adoración Eucarística.

Esta es una celebración de fe y de amor. Una celebración para dar gracias a Dios.

2.- El libro del Eclesiástico que acabamos de escuchar inicia la lectura que hemos proclamado con estas palabras: «Voy a recordar las obras del Señor, voy a contar lo que he visto» (Eclo 42,15). Y eso es lo que quiero que hagamos esta tarde: ¡que recordemos las maravillas de Dios!

El libro del Eclesiástico hace referencia sobre todo a la Creación: al Sol, a los astros, al abismo… a todas las maravillas de la Creación. Pero nosotros además de eso vamos a contar las maravillas que Dios ha hecho a partir de la venida de su Hijo al mundo.

Jesucristo encarnándose en el seno de María ofrece su vida por nuestra salvación, muere en la cruz y resucita; de ello es símbolo el Cirio Pascual que hemos encendido.

Maravilla de Dios es la Iglesia, sacramento, gran sacramento general, universal porque es voluntad de Dios que todos los hombres se salven; y pertenecer a la Iglesia es un don, es un regalo de Dios.

3.- Ayer el papa Francisco comenzó una nueva etapa de catequesis (en las catequesis de los miércoles) empezando a hablar de la Iglesia. Hacía la pregunta: “¿Amamos a la Iglesia? ¿Queremos a la Iglesia a la que pertenecemos?” Es más comprensible que los no creyentes, o los ateos, o los que van en contra, hablen mal de la Iglesia; pero propio de los cristianos es amarla, porque la Iglesia es santa, santa porque su cabeza Cristo es Dios y porque nos hace santos; aunque sus miembros, que estamos en este mundo, somos pecadores y necesitemos el perdón y la misericordia.

Gracias, pues, por la Iglesia a la que nuestro hermano Luis ha servido como hemos escuchado en la semblanza. Ha servido en muchos lugares. En el continente europeo y en África. Ha servido donde el Señor le ha llevado, donde el Espíritu le ha indicado, pero con un gran amor a la Iglesia. De ahí ese proceso en su vida, esa evolución; y al final, el Señor vuelve a llamarlo y lo devuelve a su tierra.

4.- Dentro de la Iglesia el sacramento por el que entramos y pertenecemos a ella es el bautismo. El bautismo a través del cual nos hemos incorporado a la muerte de Cristo. Así se incorporó el P. Luis, como los demás que estamos aquí bautizados.

Incorporados al bautismo para morir con Cristo al pecado y poder resucitar con él. Después tendremos un gesto de rociar los restos mortales de nuestro hermano con agua bendecida, símbolo de nuestro bautismo. Estamos recordando en su muerte la muerte de Cristo, a la que él se ha unido ya. A nosotros se nos pide que nos unamos a esa muerte muriendo día a día al pecado y al egoísmo. A él ya se la ha dado de un modo definitivo, se ha unido a la muerte de Jesucristo con la muerte temporal. Esa es una maravilla de Dios que hay que cantar.

5.- Hay que cantar el sacerdocio que el Señor le regaló y del que tanta gente ha podido gozar y disfrutar. Tantos de vosotros, por no decir todos, habéis podido disfrutar del ministerio sacerdotal de P. Luis. Hemos de cantar y recordar esa maravilla que es el ministerio sacerdotal.

Agradezco la presencia nutrida de este buen grupo de sacerdotes, por amistad y por fraternidad humana y sacramental, por participación en el mismo sacerdocio de Jesucristo, que nos une y nos ha unido a la vida de Luis.

Gracias al Padre por el ministerio, por el sacerdocio que ha querido compartir con él y que él, fiel a esa misión, ha derramado a raudales con su amor y su entrega. Muchos podríais dar testimonio ahora de la entrega total y generosa. Momentos antes de la misa varias personas me han contado vivencias cruciales de su vida, donde el P. Luis ha estado siempre atento, oportuno, cercano, con el corazón en la mano, amándoos.

Esto es lo que el Eclesiástico dice: «voy a contar lo que he visto» (Eclo 42,15). Eso lo habéis visto, contadlo.

6.- Vamos a contar también el sacramento de la Eucaristía, en la que el sacerdote puede convertir el pan normal en pan eucarístico, presencia real de Cristo que él ha distribuido durante estos largos años de ministerio sacerdotal. Él ha representado a Cristo ofreciéndose en el sacrifico de Cristo y realizando, y actualizando, el sacrificio y misterio pascual de Jesús, convirtiendo el pan ordinario en pan eucarístico, digno de ser comido como alimento espiritual y adorado.

Bien sabéis, su gran ilusión, sus energías, las que ha dedicado a la Adoración Eucarística, en la que os ha entusiasmado. Esto hay que contarlo. Recordamos estas maravillas. Cristo ha querido estar con nosotros, quedarse con nosotros y se ha quedado en el Eucaristía, donde podemos contemplarlo, adorarlo, alabarlo, pedirle perdón, arrodillarnos porque sólo nos arrodillamos ante Dios, ante nadie más, ante ningún humano, ni reyes, ni príncipes, ni emperadores. Sólo ante Dios hay que hincar nuestras rodillas.

Quiero agradecer ese interés y esa dedicación suya a la Adoración Eucarística, a Cristo sacramentado, presente en las especies de pan y del vino. Esto hay que recordarlo.

Y muchas más cosas recordaríamos, de su ministerio pastoral, de sus correrías apostólicas y misioneras…, de lo cada uno ha recibido del ministerio sacerdotal de otros sacerdotes y de él mismo.

Pues que sea esta Eucaristía una alabanza a Dios, un recordar las maravillas de Dios y un contar lo que él nos ha regalado.

7.- En el Evangelio hemos escuchado el texto en que el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estando inmóvil, parado, a la vera del camino, oye que pasa Jesús y lo que le pide inicialmente no es la vista: «Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”» (Mc 10,47).

Jesús, ten compasión de mí, ten compasión de nosotros. Creo que es un ejemplo de una auténtica oración. Señor, ten compasión de nosotros, somos pecadores, somos débiles, necesitamos de tu amor, necesitamos tu redención, necesitamos asimilar esa entrega oblativa que tú has hecho en la cruz. Ten compasión de nosotros. Este es el grito que hoy, ante los restos del P. Luis, con él, le pedimos al Señor: Ten compasión.

Y cuando Jesús pide a sus acompañantes que acerquen al ciego Bartimeo, le hace una pregunta: «¿Qué quieres que te haga?» (Mc 10,51). Y ahora sí le hace una petición concreta desde su situación de ceguera: «Rabbuni, que recobre la vista» (Mc 10,51b).

8.- Nosotros necesitamos decirle lo mismo al Señor: Maestro, que pueda ver. La fe es un don que nos permite ver con la luz de Cristo. Hay mucha ceguera en nuestro mundo. Estamos celebrando el Año de la Fe, hemos de pedir la fe en las cosas que no vemos, en lo sobrenatural, en la vida eterna, en la presencia de Cristo en la Eucaristía, en la Iglesia, en los sacramentos, en la Trinidad. Por eso, tenemos que pedir: Señor, que veamos, que podamos ver con la luz de la fe.

El P. Luis veía con la luz de la fe. Ahora ya no le es necesario. Esta misma petición hacemos por él: que él ahora pueda, no ya ver con fe, sino contemplar personalmente, realmente, el rostro de Dios, cara a cara, sin vendas, sin cegueras, sin titubeos.

Nuestra oración esta tarde es al Padre, a Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu; por tanto, es una oración a la Trinidad para que él ahora vea: Señor, que te vea, que te contemple cara a cara, que goce de tu rostro que tanto ha anhelado, que viva del amor pleno, del que ha participado en su vida y que lo ha expresado con la entrega de su vida. Señor, concédele que te pueda contemplar sin vendas.

Y esa misma oración pedimos también no sólo por él, sino también por nosotros, aquí en la tierra: Señor, que veamos con la luz de la fe. Que dejemos de ser “Bartimeos”, ciegos y que pasemos a contemplar las maravillas de Dios.

9.- Termino como hemos empezado: «Voy a recordar las obras del Señor, voy a contar lo que he visto» (Eclo 42,15). Contemos y cantemos las maravillas de Dios, y recordemos lo que hemos visto.

Que la Virgen Santísima ahora le acompañe de su mano, como siempre le ha acompañado en su vida sacerdotal, como le ha acompañado en estos últimos veintidós años en la parroquia que lleva el nombre de la Virgen, y que lo lleve a gozar de la presencia eterna de Dios. Que así sea.

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