DiócesisHomilías

Jornadas nacionales de Delegados/Vicarios diocesanos para el Clero (Madrid)

Publicado: 29/05/2013: 646

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en Jornadas nacionales para vicarios y delegados diocesanos del Clero (Madrid) celebradas el 29 de mayo de 2013.

JORNADAS NACIONALES DE DELEGADOS/VICARIOS

DIOCESANOS PARA EL CLERO

(Madrid, 29 mayo 2013)

 

Lecturas: Eclo 36,1-6.13-19; Sal 78,8-13; Mc 10,32-45.

1.- En el libro del Eclesiástico hemos escuchado el deseo de que Dios sea conocido entre todas las naciones. El autor hace como una petición para que todos reconozcan y acepten a Dios. Una gran oración en sentido positivo: pide a Dios que renueve los prodigios, que repita los portentos, que reúna las tribus, que tenga compasión de la ciudad santa de Sión, para que todos reconozcan que Dios es el único Dios, no hay otro.

El primer día de nuestras Jornadas hablábamos de nuestra tarea en un mundo de increencias. La oración de hoy podía ser un modelo de oración para nosotros. Pedirle al Señor que renueve los prodigios en su Iglesia, en el mundo, que todas las naciones puedan conocer que Él es el Dios verdadero, que proteja a su Iglesia atacada o vituperada en muchos ambientes. Todo esto en sentido positivo.

2.- También hay un deseo un tanto negativo. Al principio el texto dice: «infunde tu terror a todas las naciones; para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti» (cf. Eclo 36,1; 4). Esa es una tentación que podemos tener. Si bien tenemos un modelo de oración en modo positivo pidiéndole a Dios que se haga presente y que se manifieste como único Dios y que proteja a su Iglesia, también está la tentación de pedir al Señor que machaque a nuestros enemigos, que nos dejen en paz, que nos dejen respirar, que no nos fastidien tanto.

Ambos deseos pueden salir de nuestro corazón y el texto nos anima a pedirle al Señor en positivo: manifiéstate, haz prodigios a través de los pobres instrumentos que somos nosotros, a través de la Iglesia, instrumento de salvación único en el mundo y universal. Ese sería nuestro deseo más puro y la oración que en el día de hoy la liturgia nos anima: «escucha la súplica de tus siervos, por amor a tu pueblo, y reconozcan los confines del orbe que tú eres Dios eterno». (Eclo 36, 16-17). Que vean lo bueno que es Dios y lo portentosa que es su salvación.

3.- El texto del evangelio de Marcos lo hemos predicado muchas veces. Jesús anuncia su muerte: que va a pasarlo mal, que lo van han entregar, que los sumos sacerdotes lo condenarán, lo azotarán, lo matarán.

A continuación, aparecen los dos hermanos haciendo la petición de un puesto o un cargo que valga la pena en el Reino de Jesús. O no habían entendido a Jesús, o estaban tan obcecados en conseguir lo que querían que no hicieron caso de lo que acababa de decir Jesús; o no lo entendieron o prescindieron de lo que les decía. Ellos iban a lo suyo.

Pero lo más importante viene después. El Señor dice que el que quiera tener un buen cargo que sea el esclavo o servidor de todos: «Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45). Esa es la gran lección. En nuestra Iglesia y en el servicio ministerial el Señor nos pide el servicio, no los cargos o las dignidades, sino el servicio. Donde Él quiere que lo hagamos, mediatizado por las palabras del papa, del obispo o de compañeros sacerdotes. Aceptar la mediación y servir al Señor no donde a mí me gustaría, sino donde Él quiere que lo sirva.

4.- Otro tema que me gustaría comentaros a los delegados diocesanos para el clero es el de la «agenda oculta». El texto de hoy aparece cuando los hermanos Zebedeo, en medio del altercado, expresan su deseo de tener un puesto importante.

Todos tenemos unos deseos, unos proyectos, unos programas; y hay algunos sacerdotes que los tienen de manera pronunciada: quieren medrar, aunque no lo dicen, pero que van buscando subrepticiamente ser valorados; que les den un buen cargo; que sean valorados, porque han realizado unos estudios especiales o porque tienen, según ellos, unas dotes singulares. Son aquellos que van buscando el tener un cargo o el ser valorados, y a veces la diócesis, el obispo o el delegado para el clero no le dan más importancia a ese sacerdote, mientras que él está deseando ocupar un puesto.

Aquí es interesante que vosotros ayudéis a los obispos y al presbiterio a descubrir esas agendas ocultas, esos planes, esos proyectos. A veces escuchamos este comentario: “Éste quiere estudiar y nadie le ha dicho nada; éste otro ha venido de Roma y nadie le hace caso; éste desearía trabajar en los medios de comunicación social y resulta que está en un pueblo perdido en la montaña; éste otro tiene dotes musicales y desearía ser el chantre de la Catedral. Esto tiene una dimensión positiva.

5.- Hubo un sacerdote español que se ordenó en Latinoamérica en una diócesis muy pobre. Cuando regresó a España no encontraba su sitio adecuado; estaba siempre descontento e insatisfecho; fue párroco, pero no estaba bien; se le encomendó otros trabajos y en ninguno se sentía a gusto. Por fin su obispo acertó confiándole una misión que supo asumir; tenía dotes para hacerlo y nadie había pensado en ese campo para él. El Señor iluminó al obispo y se pudo encontrar el sitio adecuado.

Podemos ayudar a encontrar el sitio de cada uno. Si el Señor a cada uno nos da unas dotes y unas facultades para ejercer el ministerio, es mejor que desempeñemos la tarea para la que el Señor nos ha concedido unas facultades. Por ejemplo, si es un gran músico, que cante; si es un gran artista, que se encargue del arte.

6.- Pero, sobre todo, veamos las cosas en negativo. Ayudar a descubrir qué hay debajo, qué pretensiones tiene la gente. Conviene que, a través del diálogo sincero, podamos descubrir y discernir lo mejor para cada sacerdote. Quizás en ese diálogo, que no es fácil, podamos llegar al punto nodal.

También entre los apóstoles se produjo un altercado desagradable, porque unos querían una cosa y otros otra. Convirtamos esas situaciones humanas en un mejor servicio. No he venido para que me sirvan sino para servir, dice el Señor (cf. Mc 10, 45). Pero también es bueno que sirvamos donde el Señor quiere que sirvamos. Y ayudémonos unos a otros a descubrir cuál es el sitio de cada uno.

¡Que el Señor nos ilumine y nos ayude a ser mejores servidores de su Evangelio! Amén.

 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo