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Visita pastoral a la parroquia de la Inmaculada Concepción (Parauta)

Publicado: 26/05/2013: 572

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Visita pastoral a la parroquia de la Inmaculada Concepción (Parauta) celebrada el 26 de mayo de 2013.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

(Parauta, 26 mayo 2013)

 

Lecturas: Pr 8,22-31; Sal 8,4-9; Rm 5,1-5; Jn 16,12-15.

(Santísima Trinidad). (Jornada “Pro Orantibus”).

1.- En esta solemnidad de la Santísima Trinidad la liturgia nos anima a unirnos a estas tres personas que tanto nos aman. Es el misterio más importante de nuestra fe. Y no es tan importante intentar entenderlo, cuanto intentar vivirlo.

Cuando tenemos un problema, ¿qué intentamos hacer? Resolverlo. Pero, ¿y cuándo el misterio nos envuelve?

Decía un filósofo francés, Gabriel Marcel, existencialista cristiano, que no es lo mismo un problema, que está delante de mí, pero que está fuera de mí, y lo puedo resolver, a un misterio que me envuelve. La vida me envuelve, la vida no es un problema. Un problema puede ser que tengo goteras en el techo, pero eso no está dentro de mí. Ante eso, yo intento poner solución.

Sin embargo, el amor nos envuelve; el amor entre personas no es un problema, es un misterio. La vida es un misterio. El dolor y el sufrimiento en el que estamos inmersos es un misterio. La muerte es un misterio.

2.- Respecto al misterio solo nos toca vivirlo, entrar en él. La Trinidad es un misterio, no es un problema que tengamos que resolver, sino una relación de amor que hay que vivir. Hay que dejarse amar por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo.

Cada una de las personas, siendo un solo Dios, tiene diversidad de función respecto a nosotros.

El Padre nos ama, nos ha creado, ha puesto la creación a nuestro servicio; ha dispuesto que el Hijo venga a encarnarse entre nosotros; Él y el Hijo nos han enviado el Espíritu.

Esta es la misión. Tenemos una relación filial respecto a Dios Padre.

Jesucristo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, ha venido a hacerse hombre, a asumir la humanidad, a perdonar nuestro pecado; ha querido entregar su vida en la cruz. Ha resucitado y, después de la resurrección, vuelve, otra vez, al Padre.

Y desde el cielo, con el Padre, nos envía su Espíritu. El tiempo del Espíritu es el tiempo de la Iglesia. Jesucristo instituye la Iglesia, pero es el Espíritu Santo quien la dirige, la lleva, la empuja. Es como si estuviéramos encima de una barca, que es la Iglesia, y esa barca es movida por un soplo, por un viento. No la movemos nosotros, la mueve el Espíritu, la lleva el Espíritu. Y si no se hunde es porque el Espíritu la sostiene. Y aunque desde fuera quieran hundirla, que muchas veces lo han intentado durante la historia, no la van a hundir jamás. ¡Cuántas persecuciones han sufrido los cristianos a lo largo de estos dos mil años! Cuando ha habido gente que ha intentado acabar con la Iglesia no ha podido, ni podrán; porque es la fuerza del Espíritu, no el conjunto de las fuerzas de los espíritus de los cristianos, en absoluto.

3.- La Trinidad, pues, es ese misterio insondable, inefable, que no podemos conocer; solo podemos vivirlo, vislumbrarlo un poco. En esta fiesta de la Trinidad, la liturgia nos invita a vivirlo, a dejarnos amar por el Padre, como hijos; a saborear que somos cristianos, que somos hijos del mismo Padre, todo el mundo; que somos hermanos en el Hijo, Jesús; que entre los hombres no debería haber rencillas, ni odios, ni guerras, ni rencores, pues todos formamos una única familia humana; y mientras que un ser humano esté necesitado, viva en la parte del globo terráqueo que viva, el resto de los cristianos tendríamos que apoyarle y darle lo que necesite. Esas son las consecuencias de aceptar el misterio de la Trinidad en nuestra vida.

Al Espíritu Santo no lo vemos; a Cristo lo vieron los apóstoles, pero tenemos una cierta idea de su figura, sobre todo en Oriente, donde lo pintaron con iconos. También contamos con la imagen que ha quedado plasmada en el lienzo, llamado de la Verónica, y, sobre todo, en la Sábana Santa, la cual coincide, muy exactamente, con esos iconos que en Oriente se hicieron, muy pronto, a partir del lienzo de la Verónica. Así se pudo comprobar en la Exposición de la Sábana Santa que hicimos el año pasado en la Catedral y en el Palacio Episcopal de Málaga.

4.- Por tanto, tenemos una certeza histórica, más o menos, de que la figura de Jesús está bastante delimitada. Pero eso no es lo más importante. Lo más importante es que su figura, en sentido de Hijo, ha sido plasmada en nuestro corazón a través del bautismo. El Espíritu Santo ha puesto el sello de la figura de Jesús y lo ha marcado con carácter indeleble en nuestra alma. Todos llevamos la imagen de Cristo grabada en el corazón. El pecado la emborrona, la desfigura, y la Penitencia y la Eucaristía la vuelven otra vez nítida y limpia.

Lo importante es que en el ser humano vive la Trinidad, habita la Trinidad. El Espíritu nos permite ser hijos del Padre y hermanos de Jesús, y hermanos entre nosotros. Nos ofrece la posibilidad de vivir la fe y de celebrarla, de actualizar el sacrificio de Cristo en la Eucaristía, de recibir el don del Espíritu, el don de ser hijo de Dios en el bautismo, de confirmar esa unción en la confirmación, o en la crismación, y de participar de los dones del Espíritu.

Ya que somos amados por el Padre que nos ha creado, ya que Jesús ha dado su vida por nosotros, dejemos ahora que el Espíritu Santo nos trasforme por dentro. Seamos dóciles como la Virgen. La Virgen María fue dócil a lo que el plan de Dios quiso sobre ella. Al saludo del Ángel dijo: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). “Haz lo que tú quieras con mi vida”, sería nuestra respuesta. “Estoy a tu servicio y disposición, haz de mí lo que quieras, porque lo que tú quieras no puede ser malo para mí”.

5.- A veces, tenemos miedo de decir: “hágase tu voluntad”, por si acaso nos pesca la palabra y, según nuestras categorías humanas, salimos perdiendo. ¡Pero es que no salimos perdiendo! Y si no, pensad vosotros que sois padres y madres: ¿daríais una cosa mala a vuestros hijos? ¿Haríais algo malo para dañarle?

Jesús dice: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc. 11,13). Por tanto, cuando recemos: “hágase tu voluntad”, no tengamos miedo. Lo que ocurra, aunque sea una enfermedad –que es un misterio–, puede hacernos más maduros, más pacientes, mejores personas, más acogedores de los demás y de la gracia. Todo lo que nos suceda, todo, todo absolutamente todo, está previsto en el plan de Dios.

Vamos a pedirle a la Virgen, la dócil, la oyente de la Palabra, la que renunció a sus planes por aceptar los planes de Dios, que nos ayude también a nosotros a aceptar los planes de Dios en nuestra vida; a dejar que el Espíritu nos santifique, nos dinamice y nos transforme por dentro. Que así sea.

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