DiócesisHomilías

Dedicación del altar de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen (Torremolinos)

Publicado: 17/05/2013: 527

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la dedicación del altar de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen (Torremolinos) el 17 de mayo de 2013.

DEDICACIÓN DEL ALTAR

DE LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

(Torremolinos, 17 mayo 2013)

 

Lecturas: Hch 4, 8-12; Sal 102,1-2.11-12.19-20; 1 Pe 2,4-9; Jn 21,15-19.

1.- Testimonio de la resurrección de Jesucristo. Poder sanante.

En este tiempo pascual las lecturas del Libro de los Hechos de los Apóstoles, casi siempre, narran los discursos dando testimonio de la resurrección de Jesús. El hecho más importante ocurrido en la historia ha sido que Jesús, después de morir en la cruz, ha resucitado, y ésa es la verdad y la raíz de nuestra misma resurrección.

Hemos hecho al inicio de la misa el gesto de rociarnos con agua bendecida que simboliza nuestro bautismo; y el bautismo es incorporación a la muerte de Cristo que, a su vez, nos permite incorporarnos a su resurrección.

Pues bien, Pedro, –dice el texto de los Hechos– lleno del Espíritu Santo, dijo a los jefes y a los ancianos del pueblo que le habían preguntado con qué poder había curado a un enfermo: «Quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros» (Hch 4, 10).

Por Cristo resucitado podemos superar enfermedades y la muerte. Esta es nuestra fe, la fe que profesamos. Vivimos en una sociedad que no mira habitualmente la otra vida, que tiene otras perspectivas, que tiene otros pensamientos, que busca otros objetivos muy a ras de suelo, muy de aquí de la tierra, muy de lo terreno, y no quiere transcender sobre lo que hay más allá.

Los cristianos de hoy estamos llamados a dar un testimonio, no solamente de lo que significa aquí la vida eterna, sino de lo que significa más allá de la muerte.

Hoy vamos a dedicar, a consagrar el altar de la parroquia. Este altar tiene muchas significaciones, pero fundamentalmente el altar significa Cristo: Cristo que se ofreció en la cruz y ese ofrecimiento se perpetúa y se actualiza en el altar. Bien entendido, la misa no es un simple recuerdo de un acontecimiento, sino una actualización verdadera. Cristo sigue ofreciéndose en cada Eucaristía, y Cristo hace de altar y de víctima. Él se ofrece y, al mismo tiempo, es el Sacerdote Pontífice, la Víctima y el Altar. Todo eso significa lo que vamos a consagrar hoy al Señor.

2.- Cristo, piedra angular.

¿Quién es Él? Mirando el altar podemos comprender mejor: es una hermosa piedra, grande. ¿Quién es Cristo? Según los Hechos de los Apóstoles, en palabras de Pedro a las autoridades judías: «Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular» (Hch 4, 11). Cristo se ha convertido en la piedra angular, en el fundamento y todo se edifica sobre Él.

¡Ay de aquel que edifique fuera de Cristo, porque edifica en vano! Nosotros podemos hacer nuestros planes, nuestra vida, nuestros proyectos…, si los hacemos fuera de Cristo es como edificar –y aquí se entiende mejor, al lado de la playa–sobre arena. Construir sobre la arena de la playa, sin una base mínima, no tiene sentido.

Si queremos edificar nuestra vida tiene que ser sobre la piedra angular que es Cristo. No hay fuera de Él salvación (cf. Hch 4, 12), no hay fuera de Él felicidad verdadera; hay espejismos o hay aparente felicidad que, después, deja a uno más vacío todavía.

La carta de Pedro remarca la misma idea y dice: «Mira, pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa; quien cree en ella no queda defraudado» (1 Pe 2,6). Ante esa piedra, que es Cristo, hay dos actitudes: una, la de los que construyen su vida sobre la piedra-Cristo. Estos hacen un buen edificio, encuentran la verdad, son más libres y pueden encontrar, ya aquí, anticipada, lo que será la felicidad en la otra vida.

La otra actitud: aquellos para los que la piedra-Cristo es «piedra de choque y roca de estrellarse; y ellos chocan al despreciar la palabra» (1 Pe 2,8). Hay gente que se estrella, se estampa contra esta piedra; hay gente que combate a Cristo; hay gente que cree poder prescindir de Cristo; pues quien así piense se estrella, queda sin sentido su vida.

A mí me gusta poner el ejemplo del Sol: aunque haya un día que sea nublado, ¿deja por eso de existir el Sol? El Sol sigue brillando más allá de las nubes o de la tormenta, está más alto. Aunque, a veces, no veamos el Sol, no podemos decir por eso que no existe. Cuando hay personas que se tapan los ojos para no ver el Sol y lo niegan, se están estrellando, no encuentran sentido a su vida.

Queridos feligreses y devotos de la Virgen del Carmen, que habéis venido hoy a celebrar esta fiesta de la dedicación del altar, os invito a vivir la primera actitud: construyamos nuestra vida, nuestro proyecto, nuestras cosas sobre la roca firme que es Cristo, sobre su palabra, sobre su estilo, sobre su forma de vivir. Y que al final, como dice Pablo, no seamos nosotros, sino el mismo Cristo quien viva en nosotros (cf. Gal 2,20); y que, en nuestra forma de hablar, de actuar, de realizar las cosas, se trasparente la presencia de Jesucristo.

3.- Los cristianos, piedras vivas en la construcción del templo del Espíritu.

Como nos ha dicho la primera carta de Pedro, los cristianos somos piedras vivas del edificio construido sobre Cristo roca: «también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pe 2,5).

Si Cristo se ofreció en el ara de la cruz y sigue ofreciéndose en el altar de la eucaristía, ese ofrecimiento suyo nos está animando a que nos ofrezcamos nosotros. Y si Él es la piedra angular, nos está invitando a que seamos piedras vivas de la Iglesia. No importa el lugar que ocupemos. Aquí hay piedras más relucientes, de mármol, que ocupan el presbiterio, otras forman el suelo, otras forman las paredes, pero todas hacen falta.

En la comunidad cristiana y en la Iglesia, todos hacemos falta. Todos estamos llamados a dar testimonio, a educar en la fe a nuestras generaciones jóvenes, a vuestros hijos, a dar testimonio en la sociedad como Pedro lo dio ante las autoridades y ante el pueblo de Jerusalén.

Nuestra sociedad necesita a los cristianos hoy; los necesita, aunque los vitupere, aunque reniegue de ellos, aunque los persiga, porque nuestra presencia hace mejor a esta sociedad. La presencia del cristiano mejora la sociedad. Gracias a los cristianos hay un poco más de luz y calor en el hogar, un poco más de fraternidad, hay mayor libertad. ¿No os habéis planteado que sois necesarios y que vuestro testimonio y vuestra presencia están haciendo un gran bien a la sociedad, aunque no nos comprenda?

Queridos fieles, sed piedras vivas, dad testimonio de Jesucristo, de su amor, de su palabra, de su luz.

4.- El Buen Pastor confía sus ovejas a Pedro.

En el Evangelio de hoy, de San Juan, ha habido un diálogo entre Pedro y Jesús. Sabéis que Pedro le negó tres veces en una noche. No sabemos lo que le negó en otros días. Y, ¿cuántas veces le pregunta Jesús si le ama? (Respuesta de una feligresa: “tres también”). Digamos que para compensar las negaciones debe reafirmar su amor.

¿Hago la pregunta? ¿Cuántas veces le hemos negado nosotros? ¿Tres, como Pedro, o tres mil? ¿Cuántas veces tendríamos que decir: “Señor, te amo de veras; Señor, te quiero, eres mi vida, eres quien da sentido a lo que hago”?

Hoy es una invitación para decir: “Señor, tú sabes que te quiero, a pesar de que reniegue de ti a veces, a pesar de que me enfade, a pesar de que no te obedezca siempre, a pesar de que te olvide, tú sabes que te quiero, Señor”.

Hagamos ahora un acto de amor al Señor; cada uno que lo haga en su corazón: “Señor, tú sabes que te quiero, tú sabes que te amo. Quiero amarte a ti y a mis hermanos los hombres”.

Y nos ofrecemos con Él, en sacrificio en el altar que ahora dedicaremos. Cuando pongamos la ofrenda del pan y del vino, el signo por el que Jesús se ofrece, que en esas ofrendas vaya también nuestro corazón. Señor me ofrezco a ti; o mejor, me ofrezco contigo a Dios Padre.

Vamos a pedir a la Virgen del Carmen, que es la titular de la parroquia y que tanta devoción tiene en Torremolinos y en toda la costa de nuestra diócesis, por vosotros, que sois, en cierto modo, sus hijos predilectos de las hermandades propias de la Virgen, para que nos ayude a conocer cada día mejor a Cristo, a amarle más y a dar buen testimonio, como fieles cristianos, de esa fe en Dios. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo