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Funeral del Rvdo. Lisardo Guede (Parroquia de San Lázaro)

Publicado: 02/04/2013: 520

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el funeral de D. Lisardo Guede, sacerdote diocesano, celebrado en la parroquia de San Lázaro el 2 de abril de 2013.

FUNERAL DEL RVDO. LISARDO GUEDE

(Parroquia de San Lázaro-Málaga, 2 abril 2013)

 

Lecturas: Hch 2,36-41; Sal 32,4-5.18-19.20.22; Jn 20,11-18.

1.- Querido párroco, D. Antonio, estimados sacerdotes, diácono, familiares de D. Lisardo, fieles todos.

Nos hemos reunido en este día de Pascua, día que se prolonga durante una semana en que la Iglesia nos permite celebrar la Pascua. Y nos hemos reunido para pedirle al Señor que acoja en su bondad a nuestro hermano Lisardo y que le conceda la Pascua eterna; la que aquí celebramos en el tiempo, a través de la liturgia, y la que allá él ya está celebrando cara a cara con el Señor.

La lectura de los Hechos nos ha presentado a Pedro, el mismo día de Pascua, dirigiendo una predicación, un discurso a los judíos. Los judíos entendían la figura del Mesías que estaban esperando. Y les dice de modo claro: «al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías» (Hch 2,36). Es un acto de fe, Pedro predica a Cristo, Cristo el Mesías: “A ese Jesús al que vosotros habéis crucificado lo tenemos como el Señor Dios y Mesías”.

Ese Mesías o Ungido es el que nos ha ungido a todos nosotros en el bautismo, la primera unción, y a los sacerdotes en otra unción, además de la confirmación, en una unción de misión. Esa misma unción es la que recibió nuestro hermano Lisardo para participar de la mesianidad de Jesús, el Ungido permite que seamos ungidos.

Hago referencia a la homilía que el papa Francisco hizo en la Misa Crismal a los sacerdotes hablando de la unción. Remarca precisamente que el sacerdote queda ungido para santificar al Pueblo de Dios. Y que esa unción que en el Antiguo Testamento empezaba por la cabeza de Aarón, y bajaba hasta sus vestidos, hasta sus ornamentos, se esparce por todo el cuerpo.

2.- D. Lisardo ha sido mediación, sacramento, signo, instrumento de esa unción del Espíritu. Ha participado de la unción de Cristo. Ha sido ungido y esa unción ha hecho que participaran otros de esa realeza de Jesucristo.

Algunos de los que estáis aquí seguramente habéis recibido de sus manos la Eucaristía, habéis recibido el perdón en nombre de Cristo; esos han sido algunos de los frutos de la unción suya sacerdotal que ha ejercido aquí durante tantos años y que hemos escuchado en la hermosa semblanza que D. Antonio nos ha hecho de D. Lisardo.

Un hombre ungido por el Espíritu, que se dejó ungir, se dejó penetrar por ese aroma sacerdotal de Jesucristo, vivió su sacerdocio interiormente y lo ofreció a los fieles, a la Iglesia, para que otros pudieran gozar también del Espíritu y de los frutos de esa unción.

Por todo esto, agradecemos a Dios su presencia entre nosotros, su ministerio desempeñado aquí, en esta diócesis, con esa buena acción y con esos buenos frutos ministeriales que se han desprendido de la unción sacerdotal.

3.- Cuando los judíos escuchan este mensaje, este kerigma tan claro y tan sencillo: “Jesús de Nazaret muerto por vosotros en la cruz, ha resucitado, es el Señor, el Mesías”, los oyentes preguntan: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» (Hch 2,37b). Entonces Pedro les responde: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías» (Hch 2,38). Las dos cosas: hay que convertir el corazón y hay que bautizarse.

Y, ¿qué significa bautizarse en este día de la de la Pascua en que estamos hoy, día prolongado, como nos ofrece la liturgia? Convertirse a Jesús, que es mi Señor y mi Dios. Convertirse, dejar otras cosas, mis proyectos, mis ideas, mis planes, mis deseos por seguir a Jesús, por convertirme a Él. Y eso es una tarea de cada día.

Y la segunda: me he de bautizar con el bautismo de Jesús. Es decir, he de celebrar la Pascua. Bautizarme es injertarme o inserirme en la muerte de Cristo para tener después la vida de Cristo. El bautismo es la Pascua, he de hacer Pascua y estamos en Pascua.

D. Lisardo hizo bautismo, hizo Pascua inicial en el bautismo, en su vida terrena y ahora acaba de hacer el último paso de esa larga Pascua. Ya se ha incorporado a la muerte temporal con Cristo. Ahora se une a un paso definitivo de la vida eterna.

A nosotros se nos pide también seguir los pasos de Jesús, a ser Pascua con Él, a bautizarnos con Él. Se nos pide ser hombres pascuales, que quiere decir, hombres que mueren a lo que hay que morir, al pecado, a lo que es negativo, a lo que nos es amor. Y que resucitemos con Él a la vida, a la luz, a la paz, a los dones del Espíritu.

Esta celebración nos está invitando a unirnos a la oración por D. Lisardo para que Él viva la Pascua definitiva; pero también por nosotros para que hagamos cada día y cada año nuestra Pascua. Hemos sido bautizados sacramentalmente, pero hemos de vivir la Pascua cada día, cada año.

4.- En el Evangelio, María encuentra a Jesús, pero no lo reconoce, porque para encontrarse con Jesús hace falta el don del Espíritu, hace falta la fe. Hace falta unos ojos especiales, los ojos terrenos no lo ven, no lo reconocen. Sólo cuando Jesús habla y se deja ver, nos permite que lo veamos, es cuando somos capaces de verlo; pero es verlo en la fe, verlo en el amor. No se puede ver en sentido temporal, o físico, o espacial, se ve desde la fe y desde el amor.

Ahora D. Lisardo ya no lo ve desde la fe, ahora lo ve sin vendas en los ojos, lo ve directamente, presencia plena del Señor. Eso es lo que le pedimos al Señor, que sea verdad esta fe que profesamos. Que Él lo vea cara a cara y que nosotros sigamos viéndolo, contemplándolo desde la fe y desde el amor.

Y Jesús le dice a María: «anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”» (Jn 20,17b). Es decir, le dice: “ve y anúncialo, predícalo, anuncia la Buena Nueva, proclama el kerigma”.

5.- Hemos puesto antes el libro de los Evangelios sobre sus restos mortales porque una de las tareas que se le encomendó cuando se le ordenó fue que anunciara el kerigma. Lo mismo que le dijo Jesús a María el día de Pascua, también se lo dijo a D. Lisardo: “Ve a mis hermanos y anuncia lo que tú crees y has visto”. Y nos lo dice, hoy, de nuevo a todos los sacerdotes presentes: “Id y anunciadlo a mis hermanos. Anunciad que Jesús es el Señor, que es nuestra Pascua, que es el Ungido”.

Y nos lo dice a todos los bautizado. Os lo dice también a vosotros, queridos fieles. El anunciado del Evangelio no es sólo cosa de los sacerdotes, es de todo bautizado. Todo ungido por el Espíritu en el bautismo tiene la tarea y la misión de anunciar esa Buena Nueva: Jesús, el que murió en la cruz, vive glorioso. Es Señor y Mesías.

Le pedimos a la Virgen María, que todo esto que vivimos en la liturgia tan lleno de contenido y tan hermoso –estamos viviendo el día más importante del año: el día de Pascua, la gran fiesta de la liturgia–, pedimos a la Virgen María que nuestra vida sea una continua Pascua.

Hoy bajando andando desde la Casa diocesana he entrado en el Santuario de Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, y arrodillado a sus pies le he pedido por esta celebración que íbamos a hacer. Le he pedido a la Virgen por D. Lisardo, que ahora le acompañe a la Pascua eterna. Y que a nosotros también nos ayude a continuar en el tiempo la misión que a cada uno nos ha encomendado. Que así sea.

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