DiócesisHomilías

Visita pastoral a la parroquia San Juan de Letrán (Arriate)

Publicado: 21/03/2013: 617

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la visita pastoral a la parroquia de San Juan de Letrán, en Arriate, el 21 de marzo de 2013.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE SAN JUAN DE LETRÁN

(Arriate, 21 marzo 2013)

 

Lecturas: Gn 17,3-9; Sal 104,4-9; Jn 8,51-59.

1.- Alianza de Dios con Abraham

Queridos feligreses de esta parroquia de San Juan de Letrán, Arriate. Son varios los motivos por los cuales el Señor nos ha convocado para celebrar la Eucaristía, para agradecerle, porque Eucaristía es Acción de Gracias, tantas cosas que Él nos ha regalado: la fe, la vida, una alianza, la posibilidad de conocerle como Dios y Señor nuestro, unas tradiciones del pueblo en el que vivís que os pasáis de una generación a otra. Y os felicito porque mantenéis lo bueno que tiene esas tradiciones de piedad popular, de raigambre propio de la cultura nuestra. Algo parecido ha vivido el pueblo de Israel.

Las lecturas de hoy, las que nos ofrece la liturgia de esta última semana de Cuaresma nos hablan de todo esto.

El libro del Génesis hace referencia a un pacto de amor, a una alianza. La alianza la realiza Dios con Abraham. Abraham ante Dios se siente creatura suya y cae rostro en tierra (cf. Gn 17,3), y Dios le dice: «Por mi parte he aquí mi alianza contigo» (Gn 17,4).

La primera parte de esa alianza que Dios quiere hacer con Abraham tiene como dos consecuencias o dos frutos.

2.- Las promesas de la Alianza

La primera de estas consecuencias o frutos: «Serás padre de una muchedumbre de pueblos» (Gn 17,4). Continúa el texto relatando el cambio de nombre de Abram por Abraham. Este cambio de nombre se debe a que va a tener una gran descendencia: «No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido» (Gn 17,5). La primera consecuencia positiva de esa alianza es que nombra a Abraham padre de una gran descendencia.

En otro momento dice el texto del Génesis: «multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa» (22, 17). Así será la descendencia de Abraham. Y recordemos que inicialmente solamente le da un hijo que le pide sacrificarlo, pero le promete una descendencia.

3.- Abraham y su descendencia debe cumplir la alianza

¿Cuál es la segunda promesa? La segunda promesa es una tierra que mana leche y miel: «Yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos» (Gn 17,8).

Esta alianza hecha por Dios con Abraham se ha perpetuado a través de los siglos en el antiguo pueblo de Israel. De este modo, se ha cumplido en Abraham y en el Pueblo de Israel un tiempo especial y oportuno, en el momento de la plenitud de los tiempos; es decir, en el tiempo en el que llegó Jesucristo.

La descendencia que le promete a Abraham se va perpetuando y termina con la genealogía del Cristo, Nazareno, en Cristo Jesús. Cristo es la plenitud de la promesa que Dios le da a Abraham.

Al final, esa alianza que hace Dios con Abraham nos llega hasta nosotros individuada con el Hijo de Dios hecho hombre. El gran linaje de David es Jesús de Nazaret.

4.- Triduo a la Virgen de los Dolores.

En esta historia de Jesús de Nazaret está implicada la Madre, la Virgen de los Dolores, la Virgen María. Estamos celebrando el Triduo a la Virgen, mañana es su fiesta, y hemos de contemplar a la Virgen como el gran regalo que Dios nos hace. Ella ha venido a unir la promesa de Abraham, a la alianza que hizo Dios con Abraham. Al final estamos disfrutando de una promesa antiquísima porque Dios siempre cumple sus promesas, cosa que nosotros no hacemos.

¿Cuántas veces le hemos dicho al Señor que seremos buenos, que nos comportaremos bien, que no le ofenderemos? Y, ¿cuántas veces le hemos fallado? Cada día. Necesitamos el perdón suyo, cada día. Necesitamos reconocer que somos pecadores y débiles; pero Él mantiene su palabra: “yo te daré un linaje en perpetuidad”. Más aún, nos ha hecho en ese linaje hijos suyos. Somos hijos de Dios. ¿Qué más regalo queremos? No sólo prometió a Abraham un linaje y una descendencia, sino que la ha cumplido, la ha perpetuado; y encima, nos ha unido a ese linaje, nos hecho hijos en el Hijo, y nos ha regalado a su Madre.

En la cruz Cristo, bien sabéis que dijo a Juan el Evangelista: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27) y a la madre le dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26). Aunque fue un trueque muy desigual porque la Virgen tenía a su hijo natural, a su hijo auténtico que era Hijo de Dios y le regala, nada menos, a un hijo de hombre, a un simple hombre. Y nos regala a nosotros. ¡Menudos hijos! En el cambio la Virgen ha salido perdiendo, pero nosotros hemos salido ganando.

Os decía en la Asamblea que hemos tenido esta tarde, que me ha encantado que celebréis a la Virgen de los Dolores y que la imagen de la Virgen que preside el altar esta tarde os acompañe y acompañe las dos procesiones de su Hijo, dejando aparte la “rivalidad” sana que creo que tiene Arriate de los “jesuístas” y de los “cristinos”; pues dejando aparte esa rivalidad, que espero que sea sana y nunca “lleguéis a las manos”, me alegra que la imagen de la Virgen de los Dolores comparta una procesión y otra porque es la Madre de todos.

Si es la Madre de todos, todos hemos de procurar ser buenos hijos suyos. Sí que tenemos asegurado un hermano mayor, Cristo, que es lo más santo que hay. Sí que tenemos asegurada una Madre que es la más santa de todas, impecable, sin mancha, llena de Gracia, y de ternura, y de misericordia, y de amor, y de piedad…, esa es la Virgen de los Dolores.

Nosotros no le aseguremos ser unos buenos hijos, pero al menos queremos intentarlo y vamos a intentarlos.

5.- Nuestro compromiso

Hemos hablado de una de las dos promesas que Dios promete a Abraham en esa alianza: la descendencia. Y bien que le ha cumplido que nos ha hecho hijos en el Hijo y en la Madre.

La otra parte de la promesa era una tierra prometida, una tierra que mana leche y miel, una tierra fecunda, una patria nueva. Y ésta también la ha prometido y la ha cumplido. El hombre desterrado de paraíso, el hombre esclavizado de Egipto, y esos somos nosotros, nos encontramos muchas veces en la esclavitud de Egipto en el sentido de que somos esclavos de nosotros mismos y de nuestro pecado, el Señor promete un país nuevo, una tierra nueva, fecunda, un vergel. El Señor quiere cambiar el desierto en jardín. Y el Señor al pueblo de Israel lo pasa del desierto a la tierra prometida a través del Jordán.

Y a cada uno de nosotros el Señor, también hoy, nos invita a que hagamos nuestro ese paso o esa pascua, la pascua de Cristo, es pasar de la muerte a la vida. Nuestra pascua es pasar del pecado al perdón, de la esclavitud a la libertad, de la tiniebla a la luz.

Esta promesa del Señor, si nosotros la aceptamos, será un regalo que Él va a cumplir. Él nos pide que en esta Semana Santa hagamos pascua con Jesús. Que pasemos de una tierra desierta, vacía, infecunda, a una vida de luz, de fecundidad, de agua, de alegría.

Eso podemos hacerlo gracias a los sacramentos: al bautismo, fundamentalmente que es paso de uno a otro; pero también después a la confesión del pecado a la gracia; y a la Eucaristía, al Pan vivo bajado del cielo.

Con lo cual, las dos promesas que la alianza de Dios con Abraham hace se han cumplido bien y se nos invita a hacerlas nuestras. Vivamos con alegría en esa descendencia de Cristo, ese ser descendientes de Dios e hijos de Dios. Vivamos con alegría ese regalo de tener como Madre a la Virgen, la Virgen de los Dolores. Y vivamos con alegría el pasar de una situación de infertilidad, o de infecundidad, a una vida llena de obras buenas, de frutos de amor, de libertad, de luz.

Os invito a que os sumerjáis en esta pascua de este año, que comenzaremos dentro de dos días, y a que sumidos e injertados en la muerte de Cristo pasemos a la libertad de los hijos de Dios, a la resurrección de Cristo. Que seamos después esa levadura nueva, que vivamos en esa tierra nueva que el Señor nos ha prometido.

Y, por tanto, ya en esta vida, aunque sigamos viviendo en esta vida temporal y terrena, que ya emprenda, una vida incoada, la vivamos ya aquí la vida eterna, la vida con Dios, la vida de amor, la vida de perdón y de misericordia.

6.- Visita pastoral a la parroquia

Queridos hijos de Arriate, en este Visita Pastoral hemos estado cerca de vosotros, hemos visitado enfermos en sus domicilios, estuvimos el jueves pasado en la Residencia de ancianos. Hemos estado esta tarde visitando diversos lugares: sedes de Hermandades, encuentros con niños, con los distintos grupos de la parroquia.

La Visita Pastoral quiere ser una cercanía con vosotros, un conocimiento más cercano, mutuo, un hacer familia, un buscar la comunión entre nosotros. A veces, oímos decir a algunos cristianos y hablar de la Iglesia como una cosa extraña a ellos, es sorprendente. Un miembro de una familia no dice: “¡es que la familia…!” Suele decir: “mi familia…”, porque se siente parte de la familia. Y, sin embargo, oímos decir más de una vez: “¡es que la Iglesia!” Y le podemos responder: “¿Pero acaso tú no eres miembro de la Iglesia? ¿Acaso la Iglesia no es tu familia?”. Y es que no tenemos la misma implicación.

Os invito a que os sintáis parte de la Iglesia, como miembros activos y corresponsables. Que os sintáis Iglesia porque sois Iglesia, primero como cristianos y después como asociados a diversas Hermandades o Asociaciones, como parroquianos de la parroquia, como fieles. Somos todos fieles de la misma Iglesia. Lo que pasa es que cada uno tenemos una tarea, una misión que el Señor nos ha encomendado; pero los hijos son lo mismo de la familia que los padres, no son más miembros los padres que los hijos, tienen otra misión, pero somos todos igual de miembros.

Por tanto, espero que de vuestra boca no salga un comentario como éste: “¡es que la Iglesia, es que los obispos, es que los curas…!” Todos formamos una única familia.

Y vamos a pedir por esa familia, por el papa Francisco que el Señor nos ha regalado, por la diócesis en la que vivimos, por todos los pastores de la Iglesia universal, por la parroquia que formamos todos y estemos dispuestos a vivir esa fe en comunidad, en comunión. Y a dar testimonio de la misma, en este Año de la Fe, de puertas a fuera.

Ya sé que es difícil, ya que sé que los tiempos no están para alegrarnos de cómo vive la sociedad respecto a la fe cristiana; pero nos toca vivir en este tiempo y no en otro, otros dieron la vida.

He visto esta mañana que aquí dos franciscanos murieron en vuestra tierra dando testimonio de la fe. El Señor, ahora de momento, no nos pide la vida, el sacrificio cruento de la vida. Nos pide la vida día a día, que seamos testigos día a día en la familia, en el trabajo, en la parroquia, en el pueblo, donde estemos. Eso sí que nos lo pide, que debemos testimonio de nuestra fe y de nuestro amor. Eso es lo que os pido para que desde la luz del evangelio vayamos transformando toda la sociedad.

La fe y el ser cristiano no es para estar dentro de las iglesias y de las sacristías o de las Hermandades. Es para salir a la calle y transformar toda la sociedad. Eso es lo que os pide el Señor hoy.

Vamos a pedirle a la Virgen, la Virgen que supo sufrir. María tampoco fue una mártir que le cortaron el cuello con una espada, tampoco murió crucificada, pero fue una auténtica mártir porque dio testimonio de la fe y de su hijo en el día a día.

¡Qué martirio más cruel es que una madre ve a morir a su hijo delante de sus ojos, de la muerte en que murió Cristo! ¿Hay mayor martirio que ese?

María acompañó a Jesucristo desde la concepción, por eso hay que respetar al ser humano desde el momento de la concepción, ahí está el ser humano, y Ella le acompañó hasta el último aliento de su vida. ¡Menudo testimonio! ¡Menudo martirio auténtico!

Pues, que Ella nos ayude a ser testigos de la fe. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo