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Anunciación del Señor (Catedral-Málaga)

Publicado: 26/03/2012: 3704

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la anunciación del Señor en la Catedral de Málaga el 26 de marzo de 2012.

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 26 marzo 2012)

Lecturas: Is 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38.

En la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo

1. Hoy celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor. Nuestra Catedral malacitana se honra de tener como titular este misterio de amor de Dios a los hombres: la Encarnación del Hijo de Dios en las purísimas entrañas de María Virgen.

El profeta Isaías, como hemos escuchado en la primera lectura, anuncia proféticamente, siete siglos antes de que suceda, el nacimiento del Hijo de Dios: «El Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14), que significa “Dios-con-nosotros”.

                Dios ha querido entrar en la historia y hacerse hombre, viviendo como nosotros, como reza el himno cristológico de la carta a los Filipenses: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre» (Flp 2, 6-7).

                Este acontecimiento singular ha cambiado la historia de la humanidad. Dios ha esperado el momento oportuno (kairós), para redimir al hombre del pecado.

2. San Pablo describe certeramente este evento salvífico: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 4-5).

                Este texto, propio del tiempo navideño, resuena ahora en nuestros corazones, para gozar del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús (cf. Rm 8, 39).

                La idea del “envío” del Hijo está en paralelo y en relación con el envío del Espíritu, que aparece a continuación en el mismo texto (cf. Gal 4, 6); también recuerda el envío de la Sabiduría desde el cielo sobre el mundo por parte de Dios (cf. Sab 9, 10.17).

                El apóstol Pablo y el evangelista Juan recorren dos caminos diversos para abordar el mismo tema: “Se trata de dos ‘vías’ o recorridos distintos, en el descubrimiento de quién es Jesucristo: uno, el de Pablo, parte de la humanidad para llegar a la divinidad, de la carne para llegar al Espíritu, de la historia de Cristo, para llegar a la preexistencia de Cristo; el otro, el de Juan, sigue el camino inverso: parte de la divinidad del Verbo para llegar a su existencia en el tiempo; una pone como bisagra entre las dos fases la resurrección de Cristo, y la otra ve el paso de un estado al otro en la encarnación” (cf. R. Cantalamessa, ofm.cap., Cuando llegó la plenitud de los tiempos dios envió a su hijo nacido de una mujer, 1. Vaticano, 19.12.2008).

                Posteriormente, ambas vías se consolidan dando lugar a dos modelos y a dos escuelas cristológicas diversas: la escuela de Antioquía, que se refiere preferentemente a Pablo; y la escuela de Alejandría, que se refiere con preferencia a Juan. Es un hecho que las dos influencias persisten visibles y distinguibles, como dos ríos que, aun confluyendo juntos, siguen distinguiéndose. La diferencia estriba en la perspectiva de fondo, que se adopta, para ilustrar el misterio de Cristo (cf. P. Raniero Cantalamessa, ofm.Cap., Cuando llegó la plenitud de los tiempos dios envió a su hijo nacido de una mujer, 1. Vaticano, 19.12.2008).

3. Sea desde una perspectiva o de otra, la realidad es que el Hijo de Dios se encarna en el seno de una mujer. En la solemnidad de la Encarnación del Verbo se ha restablecido la antigua denominación “Anunciación del Señor”; la fiesta es conjunta de Cristo y de la Virgen: el Verbo se hace “Hijo de María” (Mc 6, 3), y la Virgen se convierte en Madre de Dios.

Por una parte, el Verbo encarnado entrando en el mundo dice: «He aquí que vengo (...) para cumplir, oh Dios, tu voluntad» (Hb 10, 7; cf. Sal 39, 8-9), expresando así el principio de la redención y de la unión indisoluble y esponsal de la naturaleza divina con la humana, en la única persona del Verbo.

Por otra parte, María, la nueva Eva y virgen fiel y obediente, con su “fiat” (cf. Lc 1, 38) se convirtió, por obra del Espíritu, en Madre de Dios y también en Madre de todos los hombres. Del mismo modo, como dijo el papa Pablo VI: “Se convirtió también, al acoger en su seno al único Mediador (cf. 1Tim 2, 5), en verdadera Arca de la Alianza y verdadero Templo de Dios; como memoria de un momento culminante del diálogo de salvación entre Dios y el hombre, y conmemoración del libre consentimiento de la Virgen y de su concurso al plan de la redención” (Pablo VI, El culto mariano, 6. Vaticano, 2.02.1974).

4. María, la Virgen de Nazaret, es saludada por el ángel Gabriel como llena de gracia: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). Dios, en atención a los méritos de su Hijo, la preservó del pecado, haciéndola inmaculada.

                La santidad y el gozo profundo de María no le impiden conturbarse ante el saludo del ángel, preocupada por el modo en que iba a suceder tal anuncio (cf. Lc 1, 29).

                Es normal y humano que también nosotros nos turbemos muchas veces al aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas. Nos resulta difícil entender al modo humano el modo de hacer divino. Sus caminos, los de Dios, no son nuestros caminos, como dice el profeta Isaías: «Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes» (Is 55, 9).

                El Señor tiene sus planes, que nos propone para que los aceptemos con fidelidad y obediencia, como hizo la Virgen María. Como a ella nos dice “no temas” (cf. Lc 1, 30), porque va a ser él quien realice las maravillas en nosotros.

                Respondamos como María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38); y dejemos hacer al Espíritu Santo su obra en nosotros: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1, 35). Para Dios nada hay imposible (cf. Lc 1, 37).

5. Con motivo de la fiesta de la Anunciación celebramos en España la Jornada por la Vida, cuyo lema propuesto para este año es: “Amar y cuidar toda vida humana”.

                La Subcomisión episcopal para la familia y defensa de la vida, en su Nota para esta ocasión nos recuerda: “La encarnación de Jesucristo ha elevado al nivel más alto la dignidad de la vida humana. Cuando la vida terrena se entiende tal y como la ha revelado Dios -un paso hacia otra vida plena y definitiva-, entonces cada detalle de esta vida humana cobra un relieve y un colorido solo comparables a las infinitas riquezas a que está destinada. Por eso la fe cristiana descubre al hombre el incalculable valor de esta vida (cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22; Juan Pablo II, Veritatis splendor, 2). La grandeza y dignidad de la vida humana exigen su respeto y cuidado desde su inicio en la concepción hasta la muerte natural. De aquí, el rechazo absoluto a la eliminación directa y voluntaria de la vida humana en su inicio” (Nota con ocasión de la Jornada por la vida 2012).

                La familia humana y los cristianos, con mayor razón, tenemos el deber de amar y cuidar toda vida humana, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. En una sociedad que ha perdido la dimensión sagrada e intocable de la vida humana, queremos promover una cultura a favor de la familia y de la vida. Hay que evitar que la cultura de la muerte provoque agresiones contra la vida, presentándolas como si fueran manifestaciones de progreso, de humanitarismo, o de derechos humanos.

                Pedimos al Señor de la vida que nos haga fuertes en el respeto de este don, tan sagrado. ¡Que la Santísima Virgen María, tabernáculo de la vida divina, nos ayude a saber amar y cuidar toda vida humana! ¡Santa María de la Encarnación, ruega por nosotros! Amén.

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