DiócesisHomilías Nochebuena (Catedral-Málaga) Publicado: 24/12/2020: 7098 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía de Nochebuena, celebrada en la Catedral de Málaga el 24 de diciembre de 2020. NOCHEBUENA (Catedral-Málaga, 24 diciembre 2020) Lecturas: Is 9, 1-3.5-6; Sal 95, 1-3.11-13; Tt 2, 11-14; Lc 2, 1-14. Nochebuena, noche de alegría 1.- La Nochebuena es “noche de alegría”, porque Dios, el Eterno, el Infinito, se ha hecho Dios con nosotros; se acerca a nosotros en nuestra pequeñez para elevarnos hasta su divinidad. No debemos buscarlo en cielos estrellados, ni en órbitas celestes, ni en relatos míticos, ni en ideas místicas, ni en imágenes fantasiosas. Él se ha acercado a nosotros haciéndose hombre y asumiendo nuestra naturaleza; y quedará para siempre unido a nuestra humanidad, que ha hecho suya. Como nos dice el evangelista Lucas, el Hijo de Dios ha nacido en un portal. La Virgen Madre lo ha dado a luz, lo ha envuelto en pañales y lo ha recostado en un pesebre (cf. Lc 2, 7). El ángel del Señor anuncia a los pastores la gran noticia: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). La gente humilde y sencilla es capaz de reconocer al Hijo de Dios en un débil niño recién nacido. Nosotros podemos descubrir el rostro de Jesús en el sencillo, en el humilde, en el pobre y en el necesitado. 2.- El profeta Isaías proclama la alegría de la presencia de Dios: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia» (Is 9, 2). Se trata de una presencia de Dios salvadora y redentora: «Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián» (Is 9, 3). El Señor libera a su pueblo del poder del tirano, de la esclavitud humillante, del pesado yugo y de la carga insoportable, que son, en realidad, consecuencias del pecado. No busquemos una liberación terrenal, como esperaba el pueblo judío de ser liberado de la tiranía del imperio romano. El Señor nos ofrece una liberación mucho más profunda. El apóstol Pablo nos recuerda el misterio manifestado en esta noche santa: «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11). El Niño nacido en Belén es la presencia amorosa de “Dios-con-nosotros”; es el hermoso regalo que se nos ha dado y que revela el amor de Dios para con nosotros. 3.- Por eso el mundo entero entona un cántico de alegría: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra» (Sal 95, 1). La liturgia de la Navidad nos invita a cantar por esta gesta de Dios. La Iglesia canta esta noche la alegría de la presencia salvadora del Hijo de Dios, recién nacido. La cristiandad bendice su nombre y proclama su victoria (cf. Sal 95, 2), contando a todos los pueblos su gloria y las maravillas a todas las naciones (cf. Sal 95, 3). Y anima a todos los pueblos a alegrarse (cf. Sal 95, 11) ante el Señor, que llega para regir la tierra con justicia y fidelidad (cf. Sal 95, 13). 4.- La alegría de la Nochebuena es la que proviene de la presencia de Jesús entre nosotros. No es la alegría del mundo, sino el gozo en el Señor, que debe crecer cada día, mientras disminuye el gozo en el mundo (cf. San Agustín, Sermón 171,1-3.5). Se trata de una tarea que nos cuesta, porque a veces gozamos más de las cosas de este mundo que de la presencia del Señor; y debería ser al revés: disminuir el gozo en el mundo y aumentar el gozo en el Señor. La liturgia de hoy nos invita a estar alegres en el Señor; es decir, alegrarnos en el bien, no en la iniquidad; alegrarnos con la esperanza de la eternidad, no con lo caduco y vano; alegrarnos en toda situación y momento, porque el Señor está cerca y nos ama; alegrarnos de caminar en la luz, dejando las tinieblas; alegrarnos de conocer la verdad, desterrando la mentira; alegrarnos de vivir el amor, apartando el odio en nuestra vida; alegrarnos por la riqueza de ser hijos adoptivos de Dios y de poder participar en su divinidad. 5.- Dios es la fuente de la verdadera alegría. Todas las alegrías auténticas de la vida humana tienen su origen en Dios, porque Dios es comunión de amor eterno; es alegría infinita que se abre para compartirla y se difunde en aquellos que Dios ama y que le aman. Dios ha creado al hombre por amor a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26), para derramar su amor sobre nosotros y colmarnos de su presencia y de su gracia. Como dijo el papa Benedicto XVI: “Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista” (Benedicto XVI, Homilía en la XXVII Jornada Mundial de la Juventud, 2. Vaticano, 15 marzo 2012). La vida es un don de Dios y nos hemos de alegrar por la vida, por existir, por ser hijos de Dios; y alegrarnos también de la existencia de los demás, respetando al máximo la vida humana porque es “intocable”, aunque nuestra sociedad permita matar impunemente una persona, sea en el seno materno, sea en la ancianidad. En Navidad celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, que asumió la vida humana; por eso hemos de considerarla como un gran regalo. El amor infinito de Dios se ha manifestado de modo pleno en Jesucristo. Los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1,28). Y en el nacimiento de Jesús, como hemos escuchado esta noche, el ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). En esta Noche Santa de Navidad alegrémonos en el Señor que viene a nosotros para iluminar nuestra vida y hacernos partícipes de su gloria eterna. Junto con María, la Madre del Señor, damos profundas gracias a Dios por su inmenso amor hacia nosotros. Amén. 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