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Visita pastoral a la parroquia de La Asunción (Málaga)

La visita pastoral se inicia en la parroquia de la Asunción
Publicado: 03/04/2016: 5011

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga en la visita pastoral a la parroquia de la Asunción, el 3 de abril de 2016.

VISITA PASTORAL
A LA PARROQUIA DE LA ASUNCIÓN
(Málaga, 3 abril 2016)


Lecturas: Hch 5, 12-16; Sal 117, 2-4.22-27; Ap 1, 9-13.17-19; Jn 20, 19-31. (Domingo de Pascua II-C)

1.- Crecía el número de los creyentes.
Hemos escuchado los textos del segundo domingo de Pascua en los que aparece la narración de cómo vivía la primitiva comunidad cristiana. El libro de los Hechos de los Apóstoles –que lo seguiremos leyendo en este tiempo pascual y que os animo a leer, porque nos da muchas pautas de cómo podríamos vivir nosotros como comunidad– dice que, por la acción evangelizadora de los Apóstoles, se realizaban signos y prodigios en medio del pueblo. Los Apóstoles curaban como hacía Jesús, con signos especiales.
Y mi pregunta es: ¿hoy hay también signos y prodigios en la comunidad cristiana? En la parroquia de la Asunción, ¿hay curaciones, hay signos positivos de conversión? Podríais decir que hoy ya no hay curaciones, que la enfermedad nos puede y que ya no es como cuando estaban el Señor en vida y los Apóstoles, que curaban ciegos, sordos, cojos, lisiados, paralíticos…
¿Qué es la enfermedad física? Una consecuencia del pecado. Muchas enfermedades, no todas, pero sí bastantes, provienen del mal del espíritu. Hay muchas situaciones nuestras de tensión interior, de depresiones, que provienen de que nuestro espíritu no está bien.
Por tanto, en la acción salvadora y benefactora de Cristo a través de los sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, unción de enfermos, Cristo sigue sanándonos. Pero no solamente en una dimensión física, nos sana integralmente, desde dentro; nos perdona los pecados. Y el pecado, después, lleva unas consecuencias, tiene frutos de malestar, de enfermedad. Si lo que se hace es atajar el mal interior, lo que produce el mal, estaríamos mucho más felices, mucho mejor.
No nos acabamos de fiar de lo que el Señor hace en nosotros. O también, no nos dejamos trabajar, moldear por el Espíritu. Dejemos que Él penetre, que su Palabra nos vaya cambiando, que su alimento –la Eucaristía– nos fortalezca, que su perdón y su misericordia nos lleguen y nos limpien por dentro de tanta suciedad y de tanto mal. Hay mucho mal en la sociedad que nos es provocado por la enfermedad física, sino por tensiones, manipulaciones, por deseos de ganar, de atesorar dinero. Eso hace muchísimo más daño.
Una primera lección. Vivamos como la primitiva comunidad cristiana, dejándonos trasformar, limpiar, transformar por el Señor. Hoy es el domingo de la Divina Misericordia, mejor día no podemos celebrar.
También dice el texto de los Hechos de los apóstoles: «crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor» (Hch 5, 14).
La comunidad parroquial de la Asunción está llamada a evangelizar, a proclamar la Buena Nueva de la resurrección del Señor. Con ello, crecerá el número de los creyentes en Cristo y se adherirán a la comunidad, a la Iglesia. Hoy mucha gente dice que cree en Dios, incluso que cree en Jesucristo, pero afirman no creer en la Iglesia.
¿Qué respondemos a esta gente? ¿Se puede creer en una persona cortándole la cabeza? ¿Puede estar uno enamorado de una persona sin la cabeza? ¿Se puede amar y aceptar a la Iglesia cortándole la cabeza? ¿Habéis oído alguna vez a alguien decir que sólo quiere a otra persona por su cabeza y que prescinde de su cuerpo? ¿Habéis escuchado alguna vez eso en una declaración de amor: “te quiero, pero solo la cabeza, el resto no me interesa”?
Esto es lo mismo que decir que se cree en Jesucristo, pero no se cree en su Iglesia. Cristo es la cabeza de la Iglesia, del cuerpo entero. O aceptas a Cristo entero y entero es todo, o no aceptas nada. Esto es la excusa para decir, en definitiva, que no crees.
Adherirse a la comunidad eclesial es adherirse a Jesucristo. Creer en Cristo, amar a Cristo, implica necesariamente amar a su Iglesia y a los miembros de la misma. No puede haber separación porque, entonces, decapitas, matas y dices mentira.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros paisanos para que puedan conocer a Cristo y a su Iglesia, y puedan adherirse a ella? Cada uno que piense: un testimonio, una palabra, un consejo, una clarificación, un diálogo, una sonrisa… Esto puede hacer que gente que está alejada o que no cree, al vernos, reconozca que somos creyentes y encuentre en nosotros algo que no encuentra en los demás: respeto, capacidad de diálogo, amabilidad, perdón, palabras aprendidas de la boca de Cristo…
¿Qué hace esta comunidad para que se adhieran más miembros que aún no están o no forman parte de ella? Éste es un interrogante en el día de la Visita Pastoral.
Voy a poner un ejemplo que a lo mejor nos choca. La Visita Pastoral es como la revisión de la ITV (Inspección Técnica del Vehículo). En esa Inspección los técnicos mecánicos nos dicen qué piezas del coche no funcionan o qué hay que cambiar. El coche sale de la revisión mejor de lo que entró y totalmente revisado.
Pues esto es una revisión de la comunidad. Aquí habrá piezas que habrá que recambiar. Y no me refiero a personas, sino a acciones, actividades, cosas, que habrá que retocar, que limpiar, que purificar, que habrá que renovar y poner nuevas. Una de las cuestiones que tiene esta comunidad, uno de los retos que tiene, es que se incorporen nuevas piezas jóvenes, sobre todo, para asumir tareas parroquiales: catequesis, visita a enfermos, grupo de estudio de la Palabra… La comunidad necesita renovarse con nuevos miembros.

2.- La paz del Resucitado y la alegría de los discípulos.
En el Evangelio de hoy, Juan nos narra el encuentro con el Resucitado. Siempre juegan los evangelistas con la expresión: “El primer día de la semana”. Comienza el texto de hoy diciendo: «El primer día de la semana estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”» (Jn 20, 19). Y después dirá: «A los ochos días» (Jn 20, 26).
Desde el primer día de la resurrección la comunidad cristiana celebra la Pascua del Señor. Y, ¿cuál es el primer día de la semana? El domingo. Para los judíos, el último día de la semana era el sábado, era fiesta. Y para nosotros, el día siguiente es el día del Señor, el día del Resucitado, el domingo. La palabra domingo viene del latín “dominus”: Día del Señor.
Fijaros si es importante el domingo y, a veces, no lo entendemos y dejamos de ir a la misa dominical. El primer día de la semana para los cristianos es el domingo, el día dedicado a la Pascua del Resucitado. Los discípulos se reúnen desde el día de la Resurrección para celebrar la Pascua de la resurrección del Señor. Desde el primer momento, de manera ininterrumpida en el mundo, desde el día en que Jesús resucitó, todos los domingos, es decir, el primer día y el octavo de la semana, hasta el día de hoy, todos los cristianos se han reunido para celebrar la Pascua del Señor. De ahí la importancia del domingo.
Hemos de valorar, promover y celebrar auténticamente la Pascua. Cada domingo es la Pascua del Señor, la Pascua de resurrección. Celebramos la fiesta grande de la Pascua durante una semana entera. Desde el domingo pasado hasta hoy, ocho días, es como un solo día celebrando la gran Pascua. Cada domingo, hoy es el segundo de Pascua, el próximo será el tercero y así sucesivamente hasta el año que viene, seguiremos celebrando la Pascua del Señor. Y es importante que nos reunamos para celebrar el memorial de la muerte y resurrección del Señor que es la Eucaristía.
En ese encuentro del primer día de la semana, domingo, el saludo de Jesús resucitado es: «Paz a vosotros» (Jn 20, 19b). Y, ¿cuál fue la reacción de los discípulos cuando vieron y recibieron el saludo de Jesús resucitado? «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20, 20b). Los fieles tenemos que llenarnos de esta alegría los domingos. No podemos venir con caras largas, es fiesta de Pascua, es fiesta de alegría, porque la presencia de Cristo llena de alegría. ¿Sabéis cuáles son los dos dones más simbólicos del Espíritu Santo? La alegría y la paz. Son los típicos dones pascuales. El Señor regala paz y alegría.
Esto tiene que ver con lo que he dicho antes sobre la salud. Quien vive con paz consigo mismo y con el Señor, quien recibe la paz de Cristo y su alegría, y el gozo del resucitado, tiene muchas curaciones hechas, vive más sano, más alegre, más sereno, más integrado. Tenemos una ventaja respecto a los que no creen, que se note.

3.- Envío de los discípulos y la donación del Espíritu Santo.
El evangelista Juan es un gran teólogo y va explicando todo un proceso de fe. Primero habla de que los discípulos estaban encerrados, con las puertas cerradas. Sin embargo, el Resucitado, que no tiene nuestras propias características, no necesita que las puertas estén abiertas, por eso se hace presente en cualquier sitio de manera simultánea. No necesita que se le abran puertas físicas, lo que hace falta es que le abramos las puertas del corazón y nada más. Su presencia es espiritual pero real, está presente.
Una vez que se hace presente entre los discípulos, les saluda y les dice: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). Sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22), que les capacitó para perdonar los pecados (cf. Jn 20, 23).
El Espíritu Santo es el actor del tiempo de la Iglesia. Jesús se va, ya no está con los Apóstoles y discípulos, y es el Padre el que envía al Espíritu Santo, que es el que actúa, el que lleva la Iglesia, el que sopla esa barca para que navegue y no zozobre. La Iglesia de Cristo no se hundirá nunca por muchos cañonazos y ataques que reciba del enemigo. Lleva 2.000 años intacta.
En el año 1937, más o menos, en España hubo una guerra y, concretamente, en Málaga hubo una persecución religiosa desde el año 1931, sin que tuviera que ver con la Guerra Civil. Muchos años antes empezó en España y en Málaga, en mayo del 31, la persecución contra la Iglesia, contra los cristianos: quemaron muchísimas iglesias, hicieron muchísimos destrozos, mataron a mucha gente sólo por ser cristianas. Se recoge en un libro de historia – del cual un sacerdote de Valencia, residente en Roma, ha estudiado la documentación– que un diplomático ruso, viviendo en España, envió una carta a sus jefes, en torno al año 37, cuando ya se habían destruido muchas cosas, y les decía: “Misión cumplida. En España hemos acabado con la Iglesia Católica”. A mí me gustaría que ese embajador estuviera hoy aquí y que viera cómo ha destruido esta Iglesia malagueña.
Queridos fieles, ¿está destruida la Iglesia de Málaga? (Respuesta de los feligreses: “¡No!”) Pues claro que no. No va a poder destruirla nadie porque no es cosa nuestra, es del Resucitado y es del Espíritu, que es quién nos transforma, nos cambia y nos salva. Así que mucha tranquilidad y alegría. Es cierto que podemos perder la vida, pero de una manera o de otra nos hemos de ir a la otra vida. ¡Pues qué más da de una manera o de otra!
Dejemos que el Espíritu Santo nos conduzca, que sople. Cristo sopló y les dio el Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu viene a nuestro espíritu y nos hace gritar y clamar ¡Abba!, ¡Padre!, porque somos hijos de Dios en Cristo Jesús. Esa es la gran riqueza que tenemos los cristianos.

4.- La incredulidad del apóstol Tomás.
Cuando Jesús se aparece resucitado a sus discípulos, el apóstol Tomás no estaba. Y los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).
A los ochos días, al domingo siguiente, Tomás sí estaba ya entre ellos y Jesús se volvió a aparecer, y dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). Entonces, Tomás hizo la profesión de fe más profunda que hay en toda la Biblia: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).
Antes de la muerte de Jesús, Tomás se dirigía a Él llamándolo por su nombre: “Yeshua”. Una vez que se encuentra con el Resucitado lo llama “Señor mío y Dios mío”. Es decir, tú, Jesús, eres Dios, eres mi Señor y mi Dios.
Esa es la confesión que Cristo espera de cada uno de nosotros, que le digamos: “Tú eres mi Señor y mi Dios, no tengo otros señores, no tengo otros dioses, no sirvo a otros diosecillos, ni siquiera a los que me invento. No quiero servir más a otros señores. Tú eres mi Señor, Tú eres mi Dios”.
Ahora, nos preguntamos cada uno a quién servimos, porque hay diosecillos que se meten en nuestra vida a quienes dedicamos tiempo, recursos, ilusiones, proyectos, para tener, para hacer, para poder.
Y Jesús nos dice que renunciemos a todos eso, porque la salvación no viene de eso, la salvación nos la trae el Señor, nos la ha regalado desde la cruz y desde la resurrección. No tengamos a otro Señor, ni a otro Dios más que al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, y a Él.

5.- Domingo de la Misericordia.
El papa san Juan Pablo II instituyó la fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua, a partir de las revelaciones privadas de santa Faustina Kowalska, monja polaca que él trato en su juventud.
Este mensaje de la misericordia divina es especialmente necesario para un mundo afligido por tantas tensiones, guerras, persecuciones, venganzas.
El papa Francisco ha tomado esta línea de la misericordia divina como lema de su pontificado, introduciéndonos este Año, especialmente, en el ámbito de la misericordia, que supera todos nuestros cálculos, pues se trata de un amor a la medida de Dios.
Dios es el que siempre, y sin torcer su palabra, se mantiene fiel a su alianza dada. Eso significa misericordia. Es fiel a sus promesas y a su alianza. Y, también, tiene entrañas de misericordia. Esas dos palabras son las que resumen la Misericordia: una alianza fiel que Dios siempre ha cumplido desde Israel hasta la Nueva Alianza en Jesucristo, derramando su sangre; y la expresión de tener “entrañas de misericordia”. Entrañas en el sentido más íntimo, físico y en sentido espiritual. Dios tiene una misericordia entrañable, dice el canto del Benedictus.
Que nosotros sepamos vivir esa misericordia, aceptarla y gozarla; que nos apropiemos de esa misericordia de Dios, de su perdón, de su amor, del olvido de sus pecados. El perdona y olvida. Sin embargo, nosotros decimos: “perdono y no olvido”. Pues eso no es perdonar. Dios perdona y olvida nuestros pecados, los borra como si no hubieran existido. Eso es amar. Por contra, nosotros nos guardamos las “jugadas” que nos han hecho. Y eso no es tener entrañas de misericordia, eso es otra cosa. Nos hemos de asemejar a Jesús en todo.
Espero que esta Visita pastoral también produzca frutos de misericordia, porque nos apropiemos de su Misericordia y porque seamos misericordiosos. Ya conocéis las catorce obras de misericordia –siete corporales y siete espirituales– que todos debemos promover, realizar y hacer de cara a nuestro prójimo.
Pedimos por este fruto de la Visita pastoral y, durante el día que continúa, ya nos iremos revistando en la “ITV”.
Que la Virgen nos acompañe durante este día, en este tiempo pascual y siempre. La Virgen de la Asunción, que aquí tenéis como titular, Ella que ya está gozando de Dios, nos coja de su mano y nos lleve con Ella. Que así sea.

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