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Medalla "Pro Ecclesia Malacitana" (Parroquia Corpus Christi-Málaga)

Publicado: 29/02/2016: 8137

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá en la concesión de la Medalla Pro Ecclesia Malacitana en la parroquia del Corpus Christi el 29 de febrero de 2016.

MEDALLA “PRO ECCLESIA MALACITANA”
(Parroquia Corpus Christi-Málaga, 29 febrero 2016)



Lecturas: 2 Re 5, 1-15; Sal 41, 2-3; 42, 3-4; Lc 4, 24-30.

1.- Reconocer el propio pecado
El segundo libro de los Reyes nos presenta en la lectura de hoy un gran personaje sirio, Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, hombre notable y estimado por ser un gran militar. Humanamente hablando, era un gran personaje; pero estaba estigmatizado por una enfermedad repugnante: la lepra (cf. 2 Re 5, 1).
    Pensemos que, bajo la capa de una gran personalidad humana, puede vislumbrarse una figura espiritualmente deformada por el pecado. En nuestro bautismo recibimos la impronta, la figura de Cristo en nuestra alma que la marcó a fuego el Espíritu Santo. Quedó tan marcada que es una figura indeleble, para siempre, que no se puede borrar. Pero nuestra actitud puede desfigurar esa figura de Cristo en nosotros. Nuestro pecado desfigura, deforma la imagen impresa en nuestro corazón.
Por tanto, nadie puede ufanarse de sus cualidades humanas, de sus logros, de sus riquezas. Naamán fue cargado con muchos bienes, como para comprar las almas.
El profeta Jeremías comenta el pensamiento del Señor: «Que el sabio no presuma de su saber, ni el fuerte de su fuerza, ni el rico de su riqueza» (Jr 9, 22). ¿Entonces, de qué tiene que presumir? «Quien presuma, presuma de esto: de tener entendimiento y conocerme, de saber que yo soy el Señor, que pone en práctica la lealtad, la justicia y el derecho en el país» (Jr 9, 22). Esto es lo que quiere el Señor.
San Pablo dice de sí mismo, poniendo en boca de Jesús: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo» (2 Co 12, 9).
Analicemos debajo de nuestras personalidades qué tipo de desfiguración hay en nuestra vida o cómo hemos desfigurado el rostro de Cristo en nosotros.
Estamos en el Año de la Misericordia y Cristo es el rostro de la misericordia del Padre. Nosotros también hemos de vivir esa vivencia de ser rostros de la misericordia de Cristo que es el reflejo del Padre.
Nos encontramos en Cuaresma y las lecturas que estamos proclamando son las que la liturgia nos ofrece. No hemos querido buscar lecturas especiales. En los tiempos fuertes la Palabra de Dios en sí ya es muy rica, sea la situación en la que nos encontremos. Apliquemos pues estas lecturas a nuestra vida.
En primer lugar, reconozcamos esa posible desfiguración, esa posible lepra para que el Señor en este tiempo cuaresmal la vaya transformando, la vaya puliendo y vaya restaurando el Espíritu la figura de Cristo en nosotros.

2.- Confiar en la fuerza de Dios
En segundo lugar, en el relato de Naamán aparece una muchacha israelita, creyente en el Dios de Israel, que aconsejó a la mujer de Naamán que fuera a ver al profeta de Samaría para ser curado de su lepra (cf. 2 Re 5, 3).
Aquí hay una intelección distinta. La israelita es religiosa y cree en el Dios de Israel que es poderoso para hacer obras grandes. Cree que existe un profeta que puede curar al general sirio. Pero el rey de Siria y su general no han captado esa dimensión espiritual y afrontan el mismo tema, el mismo objetivo que es la curación de la lepra desde otra perspectiva.
El rey de Siria envió a su general con mucha plata, oro y vestidos (cf. 2 Re 5, 5). Cuando llega a casa de Eliseo está buscando algo espectacular. Como va cargado con contraprestación cree que con esas fuentes de riqueza le compensaría para ser curado. Pero con eso no lo consigue y de ahí le viene el primer enfado.
Entonces, el profeta «Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras y mandó a que le dijeran: «¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel» (2 Re 5, 8). «Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo» (2 Re 5, 9). Y, ¿qué esperaba Naamán? Pues, en primer lugar, que con la compensación económica se le diera la curación y no se le da. Y después, esperaba un gesto espectacular. Se imaginaba que el profeta Eliseo saldría a su encuentro, le tocaría y milagrosamente le sanaría.
Pensad que, a veces, nos dirigimos a Dios con esas mismas actitudes. Hacemos ese pacto con Dios de: “si tú me… yo te…” Queridos párrocos, cuántas veces habéis verificado en la piedad popular-religiosa el “do ut des”, te doy para que tú hagas lo que yo te pido. Podemos caer también nosotros en eso. Y en la segunda actitud: lo espectacular.
Resulta que el profeta Eliseo en lugar de salir y hacer todo lo que esperaba Naamán, ni siquiera baja a la calle. Envía un mensajero a decirle: «Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio» (2 Re 5, 10).
Esto hizo que Naamán se pusiera furioso y se marchaba diciendo: «Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra» (2 Re 5, 11). Naamán no había entrado aún en la dimensión espiritual y religiosa, aún jugaba con una solución humana.
Cuando Naamán se va, sus servidores le dijeron: «Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!» (2 Re 5, 13).

3.- Curación de Naamán
No es hasta que Naamán entra en la dinámica que le propone el profeta Eliseo cuando sale sano, sale curado. Es decir, cuando entra en la dinámica de Dios, cuando ya no confía en las riquezas, cuando no confía en una intervención espectacular del profeta, cuando ya no tiene más remedio que aceptar lo que Dios le pide, entonces es cuando recibe la curación.
    Nahamán «se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio» (2 Re 5, 14).
Al final es curado y confiesa que no hay otro Dios que el Dios de Israel. Termina haciendo su confesión, termina siendo creyente; pero ha tenido que hacer todo un proceso, un camino.
    Nosotros que ya somos creyentes seguramente también tendremos que hacer el camino que hizo Naamán. Hemos de dejar de confiar en las potencialidades nuestras, en nuestras riquezas, en los procedimientos nuestros, en la espectacularidad y aceptar lo cotidiano, lo sencillo, lo humilde. Es el estilo de María la Virgen y así seremos sanados por el Señor.

4.- Compromiso bautismal
El Señor, a través del Espíritu, grabó su imagen en nosotros en el sacramento del bautismo. Esa imagen la hemos de cultivar, la hemos de mantener. El bautismo nos propone, además de regalarnos la fe, la esperanza y el amor cristiano, un compromiso: vivir al estilo de Cristo como siervos fieles, como servidores. Esta llamada es para todos los bautizados.
Hoy especialmente damos gracias a Dios porque a una feligresa, nuestra querida Charo Laza, de todos conocida, humanamente hablando le vamos a dar un reconocimiento por una labor realizada, por un trabajo, por una colaboración, por un estilo, por una dedicación. Quizás nuestros corazones necesitan ese reconocimiento humano, pero no haría falta; ni ella lo ha pedido. Pero queremos hacerlo para que humanamente nos ayude a todos a intentar vivir mejor esa misión que el Señor nos confió en el bautismo y que se concreta en cada uno de nosotros y de nuestras tareas pastoral-parroquiales.
En primer lugar, demos gracias a Dios porque nos permite vivir el estilo del Señor, porque nos concede entregarnos cada uno en su tarea. Y, en segundo lugar, agradecemos a todos, hoy en este caso a Charo, pero en ella a tantas personas que, de forma callada, sencilla, anónima, hacen que la Iglesia realice sus tareas y que las parroquias funcionen.
Quiero aprovechar esta celebración para animaros a todos a asumir ese compromiso bautismal y esa tarea que a cada uno se le asigna o descubre que Dios le pide. Eso es lo más importante: ser fieles a la misión que Dios me encomienda. Cada uno sabe cuál es o se la pueden decir quién tiene autoridad para ello, que es la cabeza de la comunidad o la cabeza de la Iglesia que invita y pide desarrollar una tarea concreta a cada uno.
Quizás alguno puede responder como hizo Moisés cuando Dios lo manda ir a Egipto a proclamar el mensaje de Dios a su pueblo, y pone como excusa que es tartamudo, que no sabe hablar, que no le van a entender. Y aun así Dios lo envía (cf. Ex 3, 1-15). No pongamos excusas poniendo por delante nuestras limitaciones o nuestra falta de tiempo. El tiempo lo tenemos porque Dios nos lo pone por delante, todo el tiempo nos lo ofrece Dios, veinticuatro horas al día, porque si mañana nos llama Dios se acabó nuestro tiempo. Se trata de prioridades. Prioricemos las cosas del Señor.
Le damos, pues, gracias al Señor. Quiero dar gracias en nombre de la comunidad, en nombre de la Iglesia particular, o sea todos vosotros que hacéis que en la iglesia siga pregonándose la Palabra, siga habiendo las actividades propias de las celebraciones, la catequesis, el canto, la liturgia, la caridad… todo. Os animo a que sigáis creciendo: seguid creciendo en el vivir y haced una comunidad fuerte que profesa la fe, que ama, que predica, que proclama el Evangelio, que ejerce la caridad.

5.- Buscar la vida futura en Cristo
Termino con un texto de una homilía de san Basilio que hoy hemos leído en la liturgia de las horas: “El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios” (San Basilio Magno, Homilía sobre la humildad 20,3).
Todo es don, sigamos viviendo en la gratuidad que Dios nos concede cada día.
Pedimos la intercesión de la Virgen que sí que supo vivir así. Que Ella nos lo enseñe y nos acompañe. Que así sea.

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