DiócesisHomilías

Envío de una familia en misión del Camino Neocatecumenal (Parroquia de la Purísima, Málaga)

Publicado: 07/01/2016: 12088

Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el envío de una familia en misión del Camino Neocatecumenal, el 7 de enero de 2016, en la parroquia de la Purísima de Málaga.

ENVÍO DE UNA FAMILIA EN MISIÓN
DEL CAMINO NEOCATECUMENAL
(Parroquia de la Purísima – Málaga, 7 enero 2016)



Lecturas: 1 Jn 3, 22 – 4, 1-6; Sal 2, 7-8.10-12; Mt 4, 12-17.23-25.

1.- Estamos aún en el tiempo navideño que culminará el próximo domingo con la fiesta litúrgica del bautismo del Señor. En este tiempo, el misterio que la Iglesia nos presenta es la contemplación de la encarnación del Hijo de Dios: Dios se hace hombre.
Esto, que representamos en los nacimientos y en los belenes, es una maravilla histórica que no todos aceptan. En nuestra sociedad está ganando terreno celebrar en la Navidad y con motivo de la Navidad cristiana otras fiestas. Aparecen otros personajes como papá Noel o el abeto en las casas. Es una fiesta en la que algunos quieren celebrar el invierno o el solsticio de invierno, el cambio del último del día en que el Sol se acorta y el primer día se alarga. Hay muchas teorías de por qué se celebra la Navidad en este momento.

2.- El acontecimiento de la Encarnación, que celebramos, es una novedad radical. Ciertamente, hay otras fiestas paganas anteriores al cristianismo. El cristianismo data de hace más de dos mil años, por lo que hay muchas fiestas pre-cristianas, de religiones anteriores. El cristianismo ha ido consagrando algunas de ellas. Donde había una fiesta pagana le ha dado un sentido y el significado más cristiano. Pero hay una serie de fiestas que son típicamente cristianas y el nacimiento del Hijo de Dios es una de ellas. Es un acontecimiento histórico irrepetible, que sucedió una sola vez en la historia: el nacimiento del Hijo de Dios.
Pensemos que hay otras fiestas muy propias nuestras; pongo el ejemplo de los carnavales, cuyo término “carnaval” quiere decir: “carne-valen”; es decir, que hay que dejar de comer carne. Pero los carnavales se han convertido en una fiesta pagana, cuando es una fiesta típicamente cristiana que nace con el cristianismo, como la Navidad.

3.- La primera carta de Juan nos ha dicho que hay dos modos de situarse ante el acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios: uno, los que no creen en este acontecimiento; y, dos, los que creemos en este misterio de salvación.
En san Juan creer y amar son dos términos distintos en su origen griego, pero tienen el mismo significado para el apóstol. Creer implica amar y amar implica creer. Creer no es saber o aceptar cosas que no entiendo, creer es una actitud de confianza en alguien, es aceptar a alguien en mi vida, amarle. El que cree ama, el que no cree no ama; y el que ama cree.
Es decir, el que cree se fía de la persona amada. Los que no aman no se fían. En las historias matrimoniales, se podrían explicar muchas situaciones de este tipo. ¿Por qué se rompen tantos matrimonios? Estos días, leyendo unas estadísticas prospectivas decían que, dentro de unos diez años en España, un tercio de las familias serán monoparentales. No se valora, y no ya a la persona, no se valora el amor, no se valora la confianza, no se valora la fe.

4.- Sin embargo, hay siempre un “pequeño resto” en la historia de Israel y en la historia de la Iglesia, que continua con esta novedad que Cristo ofrece. Un grupo que sí cree en Dios, que sí ama. Ese es el grupo de los fieles de la Iglesia.
Juan nos ha dicho: «Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó» (1 Jn 3, 23). ¿Verdad que no parece que creer sea un mandamiento? Siempre hablamos de los diez mandamientos, pero no solemos decir que la fe es un mandamiento. Pues fijaros lo que dice san Juan: El mandamiento es que creamos en el nombre del Hijo de Dios. Creed, fiaos de Dios, amadle. Eso es lo que los cristianos estamos celebrando en estas fiestas de la Navidad.
Ahora se nos exige un poco más porque nuestra sociedad ya no es socialmente cristiana; por ello, se nos exige un mayor compromiso y una mayor identidad. No podemos diluirnos, no da todo igual. El cristiano tiene que, desde su fe y desde la luz del Evangelio, iluminar la realidad, sabiendo discernir las cosas.
Hay que conocer el Espíritu de Dios: «en esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios» (1 Jn 4, 2). Todo el que rechace al Hijo de Dios encarnado no es de Dios. Esto es un criterio de discernimiento: ¿quiénes son de Dios y quiénes no lo son? El que cree en Cristo el Hijo de Dios, ese es de Dios; el que no cree, no es de Dios. Acostumbrémonos a discernir. Y «todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo» (1 Jn 4, 3).

5.- Jesús nace en Belén, cerca de Jerusalén –imagino que muchos de vosotros habéis estado ya en Palestina, incluso varias veces–, bastante cerca de las montañas de Judea, en unas de las grutas de pastores; pero regresa a Nazaret donde creció y se crió, hasta que empieza su vida pública.
Cuando empieza Jesús su ministerio sale de la casa paterna, deja Nazaret y se va a la zona vecina de Genesaret, concretamente a Cafarnaúm. Ahí empieza su ministerio público, recorriendo la decápolis, las diez grandes ciudades en torno al lago. Y, ¿qué hace ahí? «Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4, 23). Jesús hace dos cosas: anuncia el Reino y cura. Estas dos cosas van unidas. La proclamación del Reino no queda neutral, sino que transforma la realidad. Cuando a un enfermo se le anuncia el Reino y la Buena Nueva del Evangelio, se le da una fuerza curativa, salvadora, porque la enfermedad es la consecuencia del pecado. Si el ser humano viene perdonado en su pecado, también vienen mitigadas las consecuencias de ese pecado. Jesús anuncia el Reino, enseña, proclama; esa es la gran actividad evangelizadora y, al mismo tiempo, cura.

6.- En otras ocasiones vosotros habéis expresado vuestras experiencias de sentiros salvados. Es propio de las comunidades compartir la historia de salvación. Todos hemos sido salvados, a todos nos ha rescatado el Señor de la miseria, de la tiniebla, del pecado, del egoísmo, de las experiencias negativas. Su anuncio ha sido restaurador, curativo.
No creo que haya aquí nadie, ni siquiera los pequeños, que no hayan tenido esa experiencia. Y perdonad, pero quién aún no la haya tenido es que no ha escuchado la Buena Nueva, porque el anuncio de Cristo es siempre Buena Nueva, salva, redime, cura “toda enfermedad y dolencia”, toda, no sólo alguna. Aunque no se le cure a uno el cáncer y muera de cáncer, sin embargo, Cristo te ha salvado y te ha dado fuerzas para afrontar el cáncer. Te ha perdonado el pecado que, en cierto sentido, produjo el cáncer.
Por tanto, las comunidades deben ser, uniéndome a Mateo, como Jesús cuando deja la casa paterna y se va a Cafarnaúm a recorrer la Galilea anunciando y curando. Esa es la tarea de todo cristiano y de toda comunidad neocatecumenal.
Vamos a pedir al Señor que, en este año 2016, nos ayude primero a vivir esa fe, porque si no creo no amo, si no me fío y no confío en el Señor no soy amado, no soy curado. Que nos dé la fe y el amor que, junto a la esperanza, son las tres virtudes teologales.
También le pedimos que nos convierta en comunidades vivas que, a pesar de que nuestra sociedad esté rechazando el misterio de Cristo, su nacimiento, su pasión y su resurrección, a nosotros, nos de la fuerza para vivirlo y comunicarlo.

7.- Y unas palabras a Flor, cuyo nombre completo es María de las Flores del Espíritu Santo. El nombre de Flor no dice nada; el nombre cristiano tiene que tener siempre un nombre de un santo o de la Virgen. En este caso es María de las Flores.
Voy a pedir esta tarde, y os pido que os unáis a esta oración, para que a Flor el Espíritu Santo la convierta de Flor, de María de las Flores, de flor hermosa y perfumada, en fruto. Las flores están llamadas a dar frutos. Los árboles no florecen y se caen las flores sin más. Las flores desarrollan el fruto en su interior. De la flor del azahar sale una hermosísima naranja. Y en esas flores tan preciosas de los almendros, que ahora florecerán en enero y febrero, saldrán después los frutos.
Vamos a pedir por ella, para que el Señor, el Espíritu Santo, la vaya transformando sin dejar de llamarse flor; pero haciéndola fruto del Espíritu Santo. Y los frutos del Espíritu Santo son siete, por decir un número: paz, paciencia, longanimidad, atención, respeto, libertad… Y todas ellas se condensan en el amor.
Pues que, en esa misión que el Señor te confía ahora en Irlanda, lleves el mensaje de Cristo, el apoyo de esta comunidad y que tu vida sea una proclamación, como Cristo, de un buen anuncio y de curación. Ese es el fruto que pedimos en tu nuevo ministerio, en tu nueva tarea, en tu nueva misión.
De esos frutos gozáis toda la comunidad, todas las comunidades, y gozamos también la diócesis de Málaga.
Pedimos a la Virgen, que nos dio el gran fruto de su vientre, Jesús, que nos acompañe en este nuevo año 2016 y en sintonía con lo que hizo Jesús por la decápolis: anunciar el Reino, predicar y curar. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo