DiócesisHomilías

Misa Crismal (Catedral-Málaga)

Misa Crismal celebrada en la Catedral de Málaga el 17 de abril de 2019 // S. FENOSA
Publicado: 17/04/2019: 2173

Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la Misa Crismal de 2019.

MISA CRISMAL

(Catedral-Málaga, 17 abril 2019)

Lecturas: Is 61,1-3.6-9; Sal 88; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21.

Pastores al frente de la Iglesia

1.- «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido» (Lc 4,18). El Espíritu del Señor es el principio de la consagración y de la misión del Mesías. “Este mismo «Espíritu del Señor» está «sobre» todo el pueblo de Dios, constituido como pueblo «consagrado» a Él y «enviado» por Él para anunciar el Evangelio que salva. Los miembros del pueblo de Dios son «embebidos» y «marcados» por el Espíritu (cf. 1 Co 12,13; 2 Co 1,21ss; Ef 1,13; 4,30), y llamados a la santidad” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 19).

El Señor Jesús nos ha llamado, queridos presbíteros y diáconos, nos ha consagrado con su Espíritu y nos envía a perpetuar su obra salvadora: dar la buena noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, anunciar la libertad a los prisioneros, proclamar un año de gracia del Señor y consolar a los afligidos (cf. Is 61,1-2). En esta Misa Crismal agradecemos al Señor que nos haya llamado para ejercer este sublime ministerio.

2.- El sacerdocio nace del inefable misterio de Dios Trino, es decir, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de la unidad del Espíritu Santo. Por ello, los sacerdotes, en comunión con la Trinidad, llamados por el Padre, configurados con Jesucristo y siendo instrumentos del Espíritu Santo, estamos al servicio de la Iglesia para la salvación del mundo (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 12).

El papa emérito Benedicto XVI, en su reciente escrito sobre la Iglesia, recuerda que “una sociedad sin Dios –una sociedad que no lo conoce y que lo trata como no existente– es una sociedad que pierde su medida. En nuestros días se acuñó la frase de la muerte de Dios. Cuando Dios muere en una sociedad, se nos dijo, ésta se hace libre. En realidad, la muerte de Dios en una sociedad también significa el fin de la libertad (…) y la humanidad se pierde cada vez más”.

Vivimos en esta sociedad alejada de Dios, queridos sacerdotes y fieles. Y es muy importante la relación con el Dios-Trino. No se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial, si no es desde el conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo e instrumento, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 1).

El papa Benedicto decía que una gran prioridad es “abrir al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)” (Verbum Domini, 2). La ausencia de Dios y el relativismo moral son las causas de los males de nuestra sociedad y de la Iglesia. Debemos quitar los obstáculos que impiden al hombre acercarse a Dios.

La referencia a la Iglesia es, pues, necesaria: Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, y existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 15).

3.- Las relaciones del sacerdote con la Trinidad marcan también su triple relación con la Iglesia. El sacerdote es servidor de Cristo, presente en la Iglesia misterio, comunión y misión.

Es servidor de la Iglesia misterio, porque realiza los signos eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo resucitado.

Es servidor de la Iglesia comunión, porque unido al Obispo y al presbiterio construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios.

Y es servidor de la Iglesia misión, porque hace a la comunidad anunciadora y testigo del Evangelio (cf. Sínodo de los Obispos VIII Asam. Gen. Ord., La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, «Instrumentum laboris», 16).

4.- El papa Juan Pablo II insistió en la dimensión eclesial del ministerio sacerdotal:

“El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia (…). Los apóstoles y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo, Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo, que también está al frente de la Iglesia y del mundo, como origen permanente y siempre nuevo de la salvación, Él, que es «el salvador del Cuerpo» (Ef 5, 23)” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16).

Estar al frente de la Iglesia significa, queridos hermanos, poner la propia autoridad al servicio, como Jesús enseñó a los discípulos: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,25-28.

El ministerio del presbítero está al servicio de la Iglesia particular y también para la Iglesia universal (cf. Presbyterorum ordinis, 10).

5.- El papa Francisco, con el estilo que le caracteriza, dice que el sacerdote debe vivir un amor apasionado por la Iglesia; y pone como referencia el texto de la carta a los Efesios: «Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Ef 5,25-27). Ésta es nuestra tarea, queridos sacerdotes.

“En virtud del Orden el ministro se entrega por entero a la propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en la propia comunidad, la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia” (Papa Francisco, Audiencia general, Vaticano, 26 marzo 2014).

Si amáramos a la Iglesia como Cristo lo hace, otros serían nuestros problemas, nuestras preocupaciones y hasta nuestras conversaciones. Un amor apasionado por la Iglesia implica una dedicación plena a la comunidad cristiana o la tarea ministerial que se me ha confiado, sin reservas para mi vida privada. El sacerdote no tiene una profesión a la que dedica unas horas. Un amor apasionado por la Iglesia implica también un amor sincero por el hermano sacerdote; una aceptación de todos los criterios diocesanos de funcionamiento, sean pastorales o económicos; una intensa oración de intercesión; un ambiente gozoso y fraterno en el presbiterio diocesano; y otras muchas cosas, que todos sabéis. Obras son amores; lo demás son palabras vacías. Se nos hace a veces la boca agua hablando de la “fraternidad sacerdotal”; pero después hay poco grano y mucha hojarasca.

6.- Vais a renovar, queridos presbíteros y diáconos, las promesas de vuestra ordenación. Damos gracias a Dios, porque nos eligió y nos confió este ministerio (cf. 1 Tim 1,12). Agradezco de corazón vuestra entrega, vuestra ilusión gozosa y vuestra fidelidad en el servicio a la Iglesia. No tengo palabras para expresar este agradecimiento. Si os he comentado ciertas cosas que hay que mejorar, es porque deseo que amemos aún más a la Iglesia; para que seamos mejores sacerdotes y mejores fieles cristianos.

Nos unimos a los sacerdotes enfermos, impedidos y mayores, que no pueden participar físicamente en esta celebración, pero están hoy unidos espiritualmente a nosotros. Este año también están los sacerdotes mayores celebrando la Misa en la Residencia de “El Buen Samaritano”, presididos por nuestro querido obispo emérito Mons. Ramón Buxarrais.

Queridos fieles, gracias por estar aquí en esta celebración; por rezar por vuestros curas, por amarlos, por apoyarlos. Necesitamos sacerdotes santos y hemos de pedirlo al Señor.

7.- Este año celebra la Diócesis de Córdoba un Año Jubilar con motivo del 450 aniversario de la muerte de San Juan de Ávila, el 125 aniversario de su beatificación y el 50 aniversario de su canonización. En la fiesta litúrgica de San Juan de Ávila tenemos prevista una peregrinación de los sacerdotes malagueños a Montilla (Córdoba). Allí queremos pedir la intercesión de este gran santo, Patrono del Clero español, quien considera el oficio del sacerdote más alto que el de los ángeles (cf. Juan de Ávila, Plática enviada al padre Francisco Gómez, S.I., para ser predicada en el Sínodo diocesano de Córdoba del año 1563).

Que María Santísima, Madre de los sacerdotes, nos acompañe siempre en nuestro ministerio y nos ayude a vivir mejor, cada día, en fidelidad a la misión que Dios nos ha confiado. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo