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Ordenación de diáconos (Catedral-Málaga)

Los nuevos diáconos y lectores - acólitos
Publicado: 27/10/2018: 2855

Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la ordenación de diáconos celebrada en la Catedral de Málaga el 27 de octubre de 2018

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS

(Catedral-Málaga, 27 octubre 2018)

 

Lecturas: Ef 4,7-16; Sal 121,1-5; Lc 13,1-9.

Evangelizadores intrépidos

1.- Llamados a evangelizar

Hoy vamos a conferir los ministerios laicales de Lector y Acólito a nuestros hermanos José-Antonio, Salvador y Jesús, candidatos al Diaconado permanente. Y otorgamos a los seminaristas Ernesto, Manuel-Jesús y Quique el ministerio diaconal, en vistas a la ordenación sacerdotal.

El Señor os ha llamado, queridos candidatos al diaconado, a servir a su Iglesia. Él os constituye hoy en heraldos de su Evangelio, profetas de su Palabra, evangelizadores de su Persona, anunciadores de la Buena Nueva: «A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo» (Ef 4,7). Es voluntad suya; no nuestra. Y nadie debe exigir este ministerio, sino aquel que sea llamado por Dios.

Jesucristo os confía hoy la misión de construir la Iglesia, de manera orgánica: «Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores» (Ef 4,11),

2.- Servidores del Cuerpo de Cristo

El Señor os llama a ser servidores de su Cuerpo, que es la Iglesia. La finalidad de esta elección y misión no es la realización y el enriquecimiento personal. Hace algunas décadas se hablaba mucho de la realización personal, incluso en el ejercicio del ministerio sacerdotal; menos mal que fue una moda pasajera. Vuestro ministerio es para la edificación de la Iglesia: «Para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4,12);

Jesucristo os pide que seáis servidores de su Cuerpo, que es la Iglesia. De ese modo, «todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor» (Ef 4,16).

Y el último objetivo de toda esta organicidad y estructura es llegar a la plenitud en Cristo: «Hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4,13).

3.- Faros en la tempestad

El Señor os invita a ser faros en la tempestad. Existen hoy en día muchas doctrinas, ideologías, modas, maneras de pensar; algunas de ellas son contrarias al Evangelio de Jesucristo.

El Señor os llama para que seáis guías en medio de tanta maraña doctrinal; que seáis faros en la tempestad, para que la gente pueda llegar a puerto seguro. Debéis ayudar a vuestros contemporáneos a discernir la verdad, en medio de tantas opiniones, que se erigen como verdaderas y salvadoras; debéis ayudarles a ser críticos ante tanta confusión; debéis ayudarles a ser libres ante tanta manipulación del ser humano; debéis ofrecerles un norte seguro para que no sean «sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error» (Ef 4,14).

Las opiniones, las modas, las ideologías, las falsas verdades y otras cosas por el estilo no salvan al hombre. Sólo salva Jesucristo, único Redentor y Salvador de la humanidad. Su persona y su obra debe ser el centro de vuestra predicación. Realizando la verdad en el amor, debéis hacer «crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo» (Ef 4,15). Solo Él es la cabeza de toda la humanidad, el guía y pontífice que lleva a la felicidad verdadera.

4.- Dar buen fruto

Jesús explicó en la parábola de la higuera que había que dar buen fruto: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró» (Lc 13,6).

El dueño del campo se cansa de cultivar sus árboles, si no dan fruto; y plantea al viñador arrancar el árbol que no da fruto: «Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?» (Lc 13,7).

El Señor espera de nosotros que demos fruto abundante y bueno. Para eso nos envía. Si no damos fruto, nos cortará y eliminará.

Estáis llamados, queridos candidatos al diaconado, a ser heraldos del Evangelio y a proclamar las Sagrada Escrituras. El Concilio Vaticano II recuerda a los sacerdotes y diáconos la necesidad de sumergirse en las Sagradas Escrituras para dar buen fruto: “Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina” (Dei Verbum, 25).

Leed y meditad la Sagrada Escritura para hacerla vida en vuestros corazones y poder anunciarla a los demás.

5.- Santidad de los ministros

Pedimos al Señor que os haga “evangelizadores intrépidos”, que tengan la valentía de anunciar a Jesucristo, único Salvador de la humanidad.

Es muy importante procurar la santidad. El papa Pablo VI, recientemente canonizado, recordaba: “Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad; el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible (cf. Heb. 11,27). El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (Evangelii nuntiandi, 76).

Como sabéis, hoy hemos celebrado el funeral de nuestro hermano sacerdote Francisco Molina Cabrillana. Ayer, estando él aún en pleno conocimiento le comunicaron que hoy iban a ser ordenados tres diáconos; y le preguntaron qué mensaje les diría; él con gran paz respondió: “Alegría”. Queridos candidatos, «estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10, 20); estad alegres porque habéis sido llamados a ejercer el ministerio de Diáconos; estad alegres porque el Señor os confía una hermosa tarea.

¡Que la Virgen Santísima os proteja y acompañe en vuestro nuevo ministerio! Amén.

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