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Fiesta de los santos Ciriaco y Paula, patronos de Málaga (Parroquia Santos Mártires)

Procesión de los Santos Patronos Ciriaco y Paula, de Málaga
Publicado: 18/06/2018: 1691

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga en la Eucaristía celebrada en la fiesta de los santos Ciriaco y Paula, patronos de Málaga, en la parroquia de los Santos Mártires.

FIESTA DE LOS SANTOS CIRIACO Y PAULA,
PATRONOS DE MÁLAGA
(Parroquia Santos Mártires - Málaga, 18 junio 2018)

Lecturas: Sab 3,1-9; Sal 125,1-6; 1Ped 4,13-19; Lc 21,8-19.

El mártir, testigo de la confianza en el Señor

1.- Ponerse en manos de Dios

En la celebración de los santos Patronos de nuestra ciudad, Ciriaco y Paula, aprendemos de ellos a confiar en el Señor y a ponernos en las bondadosas y misericordiosas manos del Padre de los cielos.

El libro de la Sabiduría nos ha recordado que «la vida de los justos está en manos de Dios» (Sab 3,1). Suceda lo que suceda en la vida de sus fieles, Dios los protege y los cuida. Aunque les toque sufrir e incluso dar la vida por Dios, no temen a nada ni a nadie, porque tienen la fuerza del Señor.

La gente sin principios cristianos puede pensar que estos santos, al perder su vida temporal, lo pierden todo (cf. Sab 3,2); es lógico que la gente sin fe, que no cree en la otra vida, piense que la muerte física es el final de todo. Por eso considera la salida de este mundo «como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción» (Sab 3,2-3).

Sin embargo, el cristiano, que se pone confiadamente en manos de Dios, no teme perder su vida temporal, porque espera la inmortalidad (cf. Sab 3,4) y la vida eterna, a la que está llamado desde su bautismo.

Los santos Ciriaco y Paula nos enseñan a confiar en el Señor y a ponernos en sus manos. Tal vez nos cueste hacer este acto de confianza, porque ponemos nuestro corazón en otras cosas que son de este mundo y que, forzosamente, tendremos que abandonar al partir hacia la eternidad. La gran tentación que tenemos todos es aferrarnos a las cosas de este mundo; y nos cuesta ponernos en manos de Dios, como se pusieron nuestros Patronos.

2.- Sembrar con lágrimas y cosechar en alegría

El Salmo 125, que hemos cantado, narra que los santos siembran con lágrimas, pero cosechan entre cantares (cf. Sal 125,5). Cuando van a la siembra, van llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas (cf. Sal 125,6).

¿Qué implica la siembra, queridos hermanos? Sembrar implica desprenderse de la semilla, que puede ser alimento material; sembrar significa renunciar al grano que nos alimenta; en momentos de escasez duele perder la semilla. Se trata, por tanto, de un acto de renuncia a lo inmediato por un bien mayor a largo plazo. El labrador deposita en la tierra parte de sus bienes y espera con paciencia el fruto. Nuestra sociedad es reacia, en cambio, a renunciar a un bien inmediato y concreto. La búsqueda de placer inmediato y la falta de valores objetivos y eternos frenan al hombre a tener la elegancia y la generosidad de saber desprenderse de un bien actual por un mejor bien posterior. Nos cuesta renunciar a los bienes inmediatos.

Sembrar supone confiar a la tierra parte de nuestro sustento, a la espera que nos devuelva mayor fruto. Inicialmente es una acción de confianza en la bondad de Dios y en su providencia.

La cosecha entre cantares significa que, habiendo confiado en el Señor, se ha recogido mayor fruto del que sembramos, porque Dios nos gana en generosidad. La renuncia a bien material, caduco, puede proporcionarle un bien espiritual mucho mejor, eterno.

Los santos Ciriaco y Paula vivieron en un ambiente pagano y sus contemporáneos no entendieron el hermoso gesto que hacían de sembrar en la tierra su propia vida, para recuperarla transformada y resucitada en el Señor. Ellos no sembraron grano o semillas, sino sus propias vidas. Ellos fueron capaces de sembrarse a sí mismos, de morir a sí mismos, para recuperar su vida en el Señor.

Es probable que muchos de nuestros contemporáneos tampoco entiendan nuestra fe y nuestro modo de vivir, que nos capacita para renunciar a muchas cosas temporales y recibir después bienes espirituales y eternos. Existe una gran diferencia entre el ser humano y los demás seres; éstos no son capaces de renunciar a la comida que tienen delante, si tienen hambre.

Pedimos a nuestros Patronos que nos ayuden a saber sembrar con lágrimas para cosechar en alegría entre cantares.

3.- Dimensión pascual del martirio

El mártir, al igual que Cristo antes de sufrir su pasión, se pone totalmente en manos de Dios-Padre y acepta su voluntad, como Jesús en el Huerto de los Olivos: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42).

Todo martirio comporta pasar por el calvario, aceptar la cruz del sufrimiento, soportar la incomprensión de los demás. Pero el mártir entra en su noche oscura con plena confianza en Dios Padre, como hizo Jesucristo.

El mártir realiza la Pascua; pasa de la muerte a la vida, hace el tránsito de la temporalidad a la eternidad; se pudre en la tierra como el grano, para germinar en el cielo; muere aquí para revivir en la otra vida.

Esta es la dimensión pascual del martirio. La fe y la esperanza cristiana mantienen firmemente que, tras esa Pascua, Dios reivindicará a sus fieles con la resurrección, como hizo con su Hijo Jesucristo. La resurrección es la respuesta del Padre a la generosa entrega de su Hijo. Y esta misma respuesta la ofrece Dios-Padre a sus hijos. Por eso la muerte temporal no es la última palabra en la vida del ser humano. Si la muerte temporal fuera la última palabra, estábamos aquí todos de sobra; como dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,4).

Jesús promete en el evangelio a sus discípulos que, cuando sean perseguidos, tendrán «ocasión de dar testimonio» (Lc 21,13) de su Pascua. La perseverancia y la aceptación de la voluntad de Dios será la salvación de sus fieles elegidos (cf. Lc 21,19).

Hoy damos gracias a Dios por nuestros Patronos, Ciriaco y Paula, que nos enseñan a sembrar con lágrimas en el sufrimiento y en la renuncia, pero a cosechar con alegría en la resurrección. ¡No seamos tacaños al sembrar! Cuanto más generosos, más recogeremos después; ésta es la mejor inversión.

Pedimos que los Santos Patronos intercedan por nosotros y nos ayuden a ser testigos valientes del Evangelio, por el que ellos ofrecieron su vida y la recobraron en Cristo resucitado. Amén.

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