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Curso de Liturgia para seminaristas de España (Seminario-Málaga)

Capilla del Seminario Diocesano de Málaga construido por el beato Manuel González
Publicado: 29/06/2018: 1487

Homilía pronunciada en la Eucaristía de clausura del Curso de Liturgia para seminaristas de España, celebrada en el Seminario de Málaga el 29 de junio de 2018.

CURSO DE LITURGIA

PARA SEMINARISTAS DE ESPAÑA

(Seminario-Málaga, 29 junio 2018)

Lecturas: Hch 12,1-11; Sal 33,2-9; 2 Tm 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19.

(San Pedro y San Pablo)

1.- Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia

La fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, que hoy celebramos, nos hace volver a los orígenes de la Iglesia. Es una nueva oportunidad para acercarnos a los orígenes de nuestra fe y volver a escuchar la palabra de aquellos que fueron testigos de la resurrección del Señor.

Pedro y Pablo proceden de orígenes distintos. Pedro es un pescador de Galilea; Pablo es un ciudadano de Tarso, el fariseo convertido en apóstol de los gentiles. El Señor los llama desde su ámbito cultural diverso.

El encuentro personal de cada uno de ellos con el Señor Jesús es también diverso: Pedro comió, escuchó y habló con Jesús de Nazaret, fue testigo de la muerte del Señor y después fue testigo de su resurrección.

Pablo no conoció a Jesús personalmente; pero tuvo un encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco; pero no se encontró con Jesús de Nazaret en su vida terrena.

Al contemplar a estas dos columnas apostólicas de la Iglesia, vemos que nosotros nos parecemos más a Pablo; nosotros tampoco hemos comido con el Señor, no hemos ido con él en barca, no le hemos tocado la mano. Hemos aceptado por la fe a Cristo, gracias al testimonio de los testigos oculares. Y ese encuentro con Él nos ha transformado. Así le ocurrió a Pablo, que es considerado “apóstol de los gentiles”, pero no formó parte del grupo de los “Doce”, que fueron testigos del Señor desde los inicios de su magisterio en Galilea; ésta era la condición para ser “apóstol” (cf. Hch 1,21-22). Pablo es considerado “apóstol” de la Iglesia no habiendo convivido con Jesús; pero habiendo tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado.

2.- Encuentro con el Resucitado

Queridos seminaristas, os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; para representar al Señor sacramentalmente (cf. Pastores dabo vobis, 15). Si no tenemos esta experiencia, no podemos ser testigos del Señor. Para ello es necesario haber tenido un encuentro que transforma la vida y que es para siempre. Es hermoso comparar la fe con el amor; cuando dos personas dicen que se aman, pero solo se “gustan”, su relación cae irremediablemente cuando dejan de “gustarse”. En cambio, cuando dos personas se aman, si es verdadero ese amor es para siempre, porque Dios es amor y es eterno (cf. 1 Jn 4,7-21).

Si la fe y la experiencia con el Señor resucitado se dan, es un encuentro que dura de por vida. Pidámosle al Señor que el encuentro que tenemos con Él en la Eucaristía, en su Palabra, en la oración, en el silencio, mantenga el encuentro inicial y fundante que se inició en el bautismo y que no acabe nunca en nuestra vida. Ni Pedro ni Pablo abandonaron al Señor; Pedro reconoció su pecado, pero no abandonó al Señor, sino que le siguió con fidelidad.

Estas dos grandes columnas de la Iglesia se unieron en Roma para dar testimonio con su sangre en poco tiempo de diferencia. Pedro fue crucificado en el circo de Nerón, la actual Plaza y Basílica de san Pedro; y Pablo murió decapitado en la actual Basílica de san Pablo, fuera de los muros de Roma. Les une el mismo testimonio de fe, los dos derramaron su sangre por el Señor; los dos rubrican su fe y su amor por Cristo, que les ha salvado.

Les pedimos a ambos que intercedan por nosotros, para que sepamos rubricar con nuestra vida la experiencia de fe y el encuentro que hemos tenido con el Señor. Aunque el Señor no nos pida un testimonio cruento con derramamiento de sangre, tal vez nos pide un testimonio incruento cada día. Pedimos a ambos santos que nos ayuden a saber dar testimonio en esta sociedad. Os va a tocar ejercer el ministerio sacerdotal en una sociedad bastante pagana; y tal vez se parezca más a la época romana, que a una sociedad de hace cincuenta o cien años.

3.- Adhesión al sucesor de Pedro

Hoy damos gracias a Dios porque Pedro y sus sucesores son, como dice el Concilio Vaticano II, “principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de la fe y de comunión” (Lumen gentium, 18). El Papa es el signo y el instrumento de la comunión eclesial; y eso debe ser vivido, amado, querido y aceptado por todos los fieles; y, de modo especial, por los sacerdotes.

No cabe el disenso ni la desafección respecto al Papa y a los pastores en la Iglesia; y menos aún por parte de un sacerdote o de un seminarista. A veces hay una desafección, una crítica fácil, un comentario nocivo. El papa Francisco arremete mucho contra los comentarios (chiacchiere) dañinos y venenosos.

Hemos de mantener una adhesión plena, total, confiada, profunda a los pastores de la Iglesia y a su magisterio. ¡Renovemos, pues, hoy nuestra adhesión al sucesor de Pedro, nuestra fidelidad a sus enseñanzas y nuestro afecto y veneración!

Con la oración de la Misa de la fiesta de los apóstoles le decimos al Señor: “haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquellos que fueron fundamento de nuestra fe cristiana”.

4.- La liturgia papal, como modelo

Hoy clausuráis el Curso de Liturgia, que la Comisión episcopal de Liturgia de la Conferencia episcopal ofrece en el verano para seminaristas.

Desearía deciros una palabra sobre la liturgia papal. Gracias a Dios, he tenido el regalo y el gozo de haber vivido en Roma varios años, colaborando con el papa san Juan Pablo II. Allí he participado en muchas liturgias de diversos ritos: latino-romano, bizantino, copto, caldeo, griego, malabar. Y he asistido a muchas liturgias presididas por el Papa. Precisamente hoy el papa Francisco celebraba en el Vaticano entregando el palio a los nuevos arzobispos y el birrete cardenalicio a los nuevos cardenales.

La liturgia papal es modélica. Y no se trata de “gustos” en la liturgia, sino de celebración bien hecha. En el curso que estáis terminando se os ha dicho que la liturgia tiene unas normas que son de la Iglesia; no son del celebrante que preside. El sacerdote no debe “inventar” la liturgia, sino “celebrarla” según la normativa eclesial. Esta es una máxima muy importante. Los signos, gestos y palabras de la liturgia están muy estudiados para expresar lo que la Iglesia desea. Y no se trata de celebrar “mi liturgia”, sino “la liturgia de la Iglesia”.

En este sentido os invito a que conozcáis y contempléis la liturgia papal, aunque sea por televisión. No podremos celebrar como el Papa; pero conviene que nos formemos contemplando la liturgia que él celebra.

5.- Persecución contra la Iglesia

En los inicios de la Iglesia primitiva el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos e hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan (cf. Hch 12,1-2).

Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro y presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua (cf. Hch 12,3-4), haciéndolo espectáculo para el mundo.

Pero el Señor lo liberó gracias a la oración de la Iglesia, que «oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Toda la Iglesia debemos rezar por el sucesor de Pedro, hoy Francisco. Un servidor reza todos los días por el Papa y no solo en la Misa, sino aparte de modo especial. El Papa necesita nuestra oración, como también lo necesita nuestro Obispo. Los pastores, cabezas de las iglesias particulares, necesitamos la oración del pueblo de Dios. Debemos incluir en nuestra oración cotidiana la oración por el Papa y por nuestro Obispo.

Los cristianos han sufrido persecuciones en todas las épocas de la historia. Quienes detentan el poder siempre han temido los cristianos, porque éstos pregonan la verdad, que hace libres (cf. Jn 8,32), por ser seguidores de la Verdad. Jesucristo mismo dijo: «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,6). Cuando alguien sigue a Cristo es veraz y va por buen camino. Pero esta conducta molesta a quienes no desean la verdad. A quienes caminan en tinieblas les molestan los que caminan en la luz. A quienes van por malos caminos y están en contra del ser humano, les molesta quienes caminan por sendas buenas y verdaderas.

Jesús, camino del calvario, se dirigió a las mujeres de Jerusalén, que lloraban al verle pasar, y les dijo: «Si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23,31).

Queridos seminaristas, no esperéis honores ni poder en este mundo por ser seminaristas o sacerdotes; más bien estad dispuestos a sufrir persecución por seguir a Jesucristo.

Termino animándoos a amar de veras a la Iglesia; amar a sus pastores y representantes; apreciar adecuadamente la liturgia y celebrarla como la Iglesia nos pide.

¡Que los santos apóstoles, Pedro y Pablo, intercedan por nosotros! También pedimos la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia. Amén.

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