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Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis (Catedral-Málaga)

Santa María de la Victoria en la Catedral de Málaga // S. FENOSA
Publicado: 08/09/2017: 2142

Homilía del Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la Misa del día de Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis, el 8 de septiembre de 2017, en la Catedral de Málaga.

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA,
PATRONA DE LA DIÓCESIS
(Catedral-Málaga, 8 septiembre 2017)

Lecturas: Ap 12,1-3.7-12ab.17; Sal 12,6; Rm 8,28-30; Mt 1,1-16.18-23.

María, icono del amor de Dios

1.- Celebramos hoy con gran alegría la fiesta de la Virgen de la Victoria, nuestra Madre y Patrona. Ella nos convoca un año más, porque quiere reunir a sus hijos entorno a sí, para expresarles su amor maternal.

Os invito, queridos fieles, a contemplar hoy a la Virgen como “icono del amor de Dios”. Ella es imagen hermosa y nítida del amor a Dios y al prójimo. El libro del Apocalipsis, que hemos escuchado, nos la presenta de modo maravilloso como un gran signo en el cielo: «Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). Es como un icono hermoso que refleja el amor de Dios.

¿Habéis visto alguna vez a una mujer “vestida del sol”? Las mujeres, por muy señoriales y ricas que sean, se visten y se adornan con materiales manufacturados por el hombre; pero nunca es el sol su vestido. Sin embargo, la Virgen María lleva en sus entrañas el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1,78), el Sol que nunca se pone, el Sol divino que ilumina el mundo (cf. Jn 8,12): Jesucristo. Por eso refleja su Luz y está nimbada de esplendor.

En uno de los himnos de Laudes de la presente fiesta rezamos: “Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo sol nace de ella”.

La Virgen, además, lleva la luna como escabel de sus pies. La luna, símbolo de la Iglesia según los santos Padres de la Iglesia, refleja la luz del sol, que es Cristo; María es como la Luna. Ella es Madre de la Iglesia, como la llamó el Concilio Vaticano II (cf. Pablo VI, Breve pontificio In Spiritu Sancto, 8.12.1965), y es el reflejo más nítido de esa Luz divina. La santísima Virgen María es el icono del amor de Dios.

2.- La Virgen de la Victoria experimentó de manera singular, como ninguna otra creatura humana, el amor de Dios; su vida quedó envuelta y arropada por el inmenso amor divino infinito. La Trinidad la mimó cuidadosamente: el Padre la eligió y la predestinó desde toda la eternidad para madre de su Hijo; Jesucristo la redimió en previsión de sus méritos, a la que sería su Madre amantísima; y el Espíritu Sano la adornó con gracias especiales y la hizo sin mancha de pecado; no hay otra creatura humana como la Virgen; Ella experimentó este amor trinitario de manera plana, confiada e incondicional. Ella se dejó amar, poniéndose en manos de la Trinidad.

Y Ella nos enseña a confiar en el amor de Dios y a experimentar su presencia en nuestra vida. Nos anima a vivir personalmente envueltos en el amor eterno de Dios, que también viene a nuestro encuentro. Cada una de las personas de la Santísima Trinidad, queridos hermanos, viene a nosotros para ofrecernos la vida divina; para invitarnos a participar del amor eterno; para darnos la felicidad plena y no la buscamos de manera subrepticia y a veces falsamente; para que podamos contemplar la Belleza suma, porque muchas veces vamos detrás de bellezas efímeras, que fenecen y se corrompen fácilmente; para que saboreemos la Verdad y no vayamos tras simples opiniones que sirven de muy poco; y para que descubramos la Luz y no nos alumbremos con las pequeñas luces de nuestra inteligencia.

Podemos decirle ahora a la Virgen, desde el fondo de nuestro corazón, esta plegaria. Repetid conmigo: ¡Virgen del Victoria / icono del amor de Dios / ruega por nosotros!

3.- La Virgen, amada por Dios y envuelta en su misterio, ama con amor maternal a todos sus hijos. Una buena madre ama a todos sus hijos, sin distinción. Ella «está encinta, y grita con dolores de parto» (Ap 12,2), porque con amor nos alumbra para vivir la fraternidad con su Hijo y para gozar de la vida eterna. Es una madre gestante con dolores de parto. Las mujeres, que habéis tenido esa experiencia, sabéis muy bien lo que significa.

El amor de Dios nos capacita para amar al prójimo. Nuestra sociedad tiene un grave problema. ¿Sabéis cuál es? Puedo preguntar a los políticos, porque tal vez no es lo que pensáis. El grave problema de nuestra sociedad es “la falta de amor”. Pongo un ejemplo de la vida familiar: Muchos padres no aman a sus hijos; más bien se centran egoístamente en sus propios deseos. Algunos hasta asesinan a sus hijos en el seno materno; eso no es amar al hijo; eso es odiar a su hijo, que es carne de su carne. Hay muchos niños sin hogar o viviendo en hogares rotos; y si una persona no se siente amada y no experimenta el amor, difícilmente, por no decir imposible, estará capacitada para amar. La Virgen María es capaz de amar a todos los hombres, porque se ha sentido muy amada por Dios y ha experimentado su Amor infinito. Necesitamos vivir la experiencia de ser amados desde el seno materno hasta el final natural de nuestra vida. ¡Cuánta gente no ha experimentado el amor y no ha sido acogida en un seno materno, en una familia, en una sociedad, en un ambiente acogedor!

Podríamos poner ejemplos de otros ámbitos de la vida y de la sociedad, donde sucede lo mismo. Si viviéramos más el amor funcionarían las cosas de otra manera.

Hemos de pedir, por tanto, a la Virgen de la Victoria por todas esas personas, que no experimentan el amor y necesitan ser amadas para crecer como personas. Y nosotros debemos ser instrumentos de ese amor.

El amor por Dios nos convierte en apasionados de la humanidad; nos impulsa a compartir con nuestros hermanos, los hombres, sus dolores y alegrías, sus fatigas y logros, sus incertidumbres y éxitos. Todo gesto de amor genuino y auténtico, también el más pequeño e insignificante, contiene en sí un destello del misterio infinito del amor de Dios.

El cuidado maternal de la Virgen por nosotros le resulta doloroso, como le resultó doloroso y sufriente el amor por su Hijo, al verlo morir en la cruz como un malhechor (cf. Jn 19,25).

El Apocalipsis insiste en la guerra que el diablo, simbolizado por el dragón, sostiene contra la mujer y contra su descendencia, es decir, contra «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17); se refiere a los cristianos. Existe una guerra a muerte entre el Mal, simbolizado por el dragón, y la descendencia de la Mujer: los cristianos. No es fácil vivir la fe.

La Virgen nos invita hoy a ser capaces de amar como Dios ama, saliendo al encuentro de los más necesitados y preferidos de Dios: los más débiles y desamparados, los que menos pueden, los que menos tienen, los que menos saben.

El predicador de la Novena de este año, el P. Jesús Benítez, agustino y malagueño, nos ha repetido en estos días que ser cristiano complica la vida; y no resulta nada fácil. Necesitamos el apoyo y la intercesión de la Virgen María y le pedimos a la Virgen de la Victoria, nuestra Patrona, que nos enseñe a mirar con atención a los hermanos, a hacernos cercanos, próximos, a compartir sus quietudes y proyectos, a sanar sus heridas, y acompañarles en su crecimiento personal.

Pidamos ahora a la Virgen, repitiendo conmigo esta oración: ¡Virgen de la Victoria / icono del amor al prójimo / enséñanos a amar!

4.- Queridos cofrades y devotos de Santa María de la Victoria, ¡dejaos amar por Dios; dejaos acariciar y envolver por Él! ¡Dejad que la Virgen María os acaricie el corazón! ¡Aprended de Ella a amar a Dios y al prójimo! ¡Confiad en Ella como madre nuestra! ¡Contemplad su belleza esplendorosa y radiante y escuchad su corazón, porque Ella entiende de amor! ¡Vivid como hijos de tan tierna Madre!

Le pedimos a la Virgen de la Victoria que interceda por nuestras familias, para que sean hogares donde se viva el amor; que interceda para que el Señor nos dé un corazón generoso y solidario; que interceda para que sepamos construir una sociedad más justa, donde se reconozca la dignidad de todas las personas y se respete la libertad de todos; que interceda para inspirar a los que tienen responsabilidad en la sociedad, para que trabajen con denuedo por el bien común y no solo por intereses partidistas; que interceda para que la fe siga viva y comprometida en nuestra Diócesis; que interceda para que sepamos vivir como buenos hijos de Dios y de su Madre Santísima.

Terminamos pidiéndole a la Virgen, repitiendo conmigo: ¡Virgen de la Victoria / Madre y abogada nuestra / ruega por nosotros! Amen.


 

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