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Acción de gracias con motivo de la Beatificación de Madre María de la Purísima de las Hermanas de la Cruz (Parroquia de San Juan-Málaga)

Publicado: 12/11/2010: 1149

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA BEATIFICACIÓN

DE MADRE MARÍA DE LA PURÍSIMA DE LA CRUZ

(Parroquia de San Juan-Málaga, 12 noviembre 2010)

Lecturas: Is 61,1-3; Flp 2,6-11; Mt 5,1-12.

1. Querido párroco de San Juan, D. Isidro, estimados sacerdotes concelebrantes y ministros del altar, muy queridas hermanas de la Cruz, hermanos de las Cofradías que tienen la sede canónica en esta parroquia, miembros del consejo pastoral parroquial, feligreses todos y demás devotos y amigos de las Hermanas de la Cruz, que habéis querido uniros a esta celebración.

Tenía muchos deseos de celebrar en esta hermosísima parroquia ya restaurada; porque cuando llegué a Málaga estaba cerrada por las obras. ¡Qué mejor ocasión que celebrar por primera vez con motivo de dar gracias a Dios por la Beatificación de Madre María Purísima de la Cruz! Doy, pues, gracias al Señor que sea ésta la ocasión que me trae aquí para celebrar por primera vez en esta parroquia, acompañado de tan buenos cristianos, que manifiestan sus deseos de imitar la actitud cristiana y la vida de santidad de la Beata María, regalo de Dios, sobre todo en fidelidad a la vocación y a la misión que el Señor le encomendó.

2. Hemos escuchado el texto del profeta Isaías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados» (Is 61, 1).

Nos hemos reunido en el nombre del Señor para dar gracias a Dios por la Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz. Ella fue ungida en el bautismo a los pocos días de nacer, recibiendo así la gracia del Espíritu Santo y convirtiéndose en hija adoptiva de Dios.

Esta unción bautismal la llevó a realizar, durante toda su vida, la misión de proclamar la buena noticia a los que sufren y vendar los corazones desgarrados (cf. Is 61, 1).

Madre María de la Purísima vivía con profunda convicción su vocación de aliviar a los pobres y necesitados, siguiendo el espíritu de Santa Ángela de la Cruz; olvidándose de sí misma para entregarse a Dios y a los pobres y con un ferviente deseo de seguir a Cristo crucificado.

Podríamos decir que, siguiendo al Maestro Jesús de Nazaret, proclama la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad (cf. Is 61, 1). El esplendor de su vida ejemplar empujaba y sigue empujando a muchas jóvenes a consagrarse al Señor entre las Hermanas de la Cruz. ¿Acaso no es una verdadera liberación seguir de cerca al Señor y abandonar tantos ídolos, que atan y esclavizan a muchos jóvenes de hoy?

Estimados jóvenes, ¿a qué esperáis para ser liberados de las ataduras, que os tienen amarrados, y para volar hacia la cumbre de la santidad? ¿A qué esperáis para ofreceros en cuerpo y alma al Señor? Queridos todos, sacerdotes, cofrades, fieles, ¿a qué esperamos para seguir el camino de santidad, al que nos invita el Señor, y nos dio buen ejemplo la nueva Beata?

3. Madre María, en el siglo María-Isabel Salvat Romero, nació en Madrid, el 20 de febrero de 1926, en el seno de una familia acomodada, que le procuró una esmerada educación; madrileña de nacimiento, pero con raíces malagueñas por parte de padre.

Bautizada a los pocos días de nacer en la parroquia madrileña de la Concepción, hizo la primera comunión a los seis años; este dato es una llamada de atención para sacerdotes y catequistas sobre la edad adecuada del niño bautizado para participar en la Eucaristía; tema que trato en la carta pastoral sobre la renovación de la catequesis infantil.

Se consagró a la Virgen como hija suya a los diecisiete años; esta devoción le acompañará toda su vida y la inculcará en sus hermanas e hijas de congregación. Joven llena de Dios, elegante y atractiva, como se puede apreciar en sus fotografías, era sencilla y cautivaba por su mirada serena, bondadosa y simpática; era poco habladora y, por tanto, proclive a la interiorización, a la meditación y a la contemplación del misterio de Dios.

4. Renunciando a una vida llena de comodidad y bienestar, decidió ingresar en la Compañía de las Hermanas de la Cruz, en Sevilla, el día 8 de diciembre de 1944, a los dieciocho años de edad, donde  tomó el hábito al año siguiente. Hizo la profesión temporal en 1947 y emitió su profesión perpetua en 1952.

Hemos escuchado en la carta de san Pablo a los Filipenses que: «Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios» (Flp 2, 6). Madre María vivió un profundo espíritu de humildad. Imitó a Jesús, quien «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera» (Flp 2, 7). Ella, a pesar de haber nacido en una familia madrileña acomodada, de tener títulos académicos y de hablar varios idiomas, cosa no habitual en aquella época, renunció a todo y llevó el hábito de la humildad como su gloriosa insignia. Los testimonios de las Actas del proceso son muy abundantes a este respecto. Nacida rica, vivió con la austeridad y la pobreza, que exigía la Regla de la Congregación de la Compañía de las Hermanas de la Cruz. Aunque los demás no seamos Hermanas de la Cruz, nada nos impide que vivamos en pobreza y en humildad y que renunciemos a lo superfluo a favor de los más necesitados; a ello nos invita la Beata María.

5. En su tiempo de noviciado despuntaba por su espíritu de entrega, con un natural dulce, sonriente y sencillo, viviendo el espíritu de pobreza: “La Madre ha vivido por completo la bienaventuranza evangélica de la pobreza: ser pobres para ayudar a los pobres. Tenía bien asimilado el lema de Santa Ángela de la Cruz, la fundadora: “los pobres son nuestros señores” (Angelo Amato, Homilía en la Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz, 4).

Sirviendo al pobre se sirve a Dios y se ama a Dios. Como ella misma decía: “Hemos de tener en cuenta que el amor de Dios, cuando es verdadero se manifiesta en el amor al prójimo, pero un amor lleno de Dios. Luego, nuestro amor a Dios cuanto más fuerte es, más se conoce en nuestra manera de tratar a todos” Podemos preguntarnos cómo es nuestro amor a Dios? Puesto que amor a Dios y al prójimo van unidos, ¿es nuestro amor a Dios el anverso de la medalla del amor al prójimo?

El amor al prójimo debe ser a fondo perdido, sin esperar recompensa. En la carta de Adviento de 1980 escribe Madre María: “Si tuviéramos este amor, desaparecerían las críticas, quejas, censuras, desatenciones, incomprensiones, actitudes de tirantez, brusquedad o indiferencia y aumentaría la paz y unión”. Podría suceder todo esto entre nosotros: entre los hermanos de las cofradías, entre los feligreses de las parroquias, entre las hermanas de las comunidades religiosas y en todos los hogares.

6. Un testigo refiere la actitud de humildad de Madre María: “En la virtud de humildad la considero eximia, hasta el punto de que es la imagen más clara que me queda de su persona, su profunda humildad. Vivía todo como envuelta en el silencio y en la humildad; tenía como una tendencia a desaparecer. Todo con naturalidad. Era un no querer llamar la atención, un sumergirse en el anonimato, como en una discreta penumbra, como si ella no fuera nada o nadie” (Angelo Amato, Homilía en la Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz, 5). ¡Cuánto tenemos que aprender de Madre María!

A pesar de su espíritu de humildad, fue elegida para cargos de responsabilidad: con solo veintiún años asumió la dirección de uno de los colegios de enseñanza; después fue superiora en varias casas; maestra de novicias; consejera general. Aún desempeñando estas responsabilidades, acudía a los trabajos más humildes: hacer la comida, lavar la ropa, realizar los trabajos más duros y penosos.

Fue elegida Madre general de la Compañía de las Hermanas de la Cruz en 1977, cargo que ejerció durante varios mandatos hasta su muerte, acaecida en 1998 víctima de un cáncer, siendo enterrada en el mismo lugar que ocuparon durante cincuenta años los restos mortales de Santa Ángela de la Cruz.

7. Sorprende que el proceso sobre la vida, virtudes y fama de santidad de Madre María haya sido tan breve. Fue iniciado, en su fase diocesana, en febrero de 2004 y quedaba clausurado seis meses después. Cinco años más tarde, en enero de 2009, la Santa Sede aprobaba el Decreto sobre la heroicidad de sus virtudes, declarándola Venerable.

En 2006 se concluyó el proceso diocesano sobre el milagro atribuido a la Sierva de Dios: la curación de una niña con una cardiopatía congénita y varias complicaciones cardio-respiatorias. Y en marzo de 2010 el Papa Benedicto XVI aprobó el Decreto sobre el milagro de la curación y autorizó la promulgación del Decreto mediante el cual se fijaba la fecha de la Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz en la ciudad de Sevilla para el 18 de septiembre de 2010.

Madre María es una mujer de nuestro tiempo, que muchos de vosotros habéis conocido; sólo hace doce años que murió. Su vida deja una estela, que nos indica un camino de verdadera santidad.

8. Ella quiso que su Instituto se mantuviera fiel a las auténticas fuentes de la vida consagrada: fidelidad a la Regla y al espíritu de la Fundadora,  docilidad y obediencia a la Iglesia y a su Magisterio.

Su espiritualidad estuvo marcada por la devoción a la Virgen María, a la Eucaristía y al Sagrado Corazón de Jesús; como vemos, algo muy normal y esencial al cristianismo.

La Beata María de la Purísima vivió el espíritu de las bienaventuranzas con sencillez, con gozo y con actitud de misericordia. Hoy podemos decir con alegría referido a ella: «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7).

9. Damos gracias a Dios por esta sabia mujer, que supo escalar la cumbre de la santidad subiendo cada día los peldaños del amor, de la humildad, de la pobreza, de la sencillez, de la fidelidad a la voluntad de Dios y al carisma fundacional, de los consejos evangélicos, de la oración, de la mortificación, de las obras de misericordia, de la entrega diaria en los menesteres ordinarios. Queridos hermanos, nada del otro mundo; nada de espectacular, ni de visiones ni de apariciones, ni de milagros; más bien realizado todo con una gran naturalidad, sin ostentaciones ni rarezas; una vida cotidiana normal.

Como ella decía: “La santidad no está en lo que hacemos, sino en cómo lo hacemos”. “El día de los primeros votos religiosos, nuestra Beata regaló a su madre un recordatorio con este escrito: “Los santos han sido santos porque han sabido comenzar a serlo todos los días” (Angelo Amato, Homilía en la Beatificación de Madre María de la Purísima de la Cruz, 5). ¿Hemos empezado ya nosotros a serlo? Debemos hacerlo cada día con sencillez y naturalidad. Todos los fieles bautizados estamos llamados a realizar ese camino, que nos lleva hacia Dios. ¿A qué esperáis?

Pidamos al Señor que nos otorgue su gracia, para servirlo como Él desea ser servido: en el prójimo, en el pobre, en el enfermo, en el anciano, en el débil; y en las cosas de cada día.

Pidamos a la Virgen María, de la que Madre María era tan devota hija, que nos proteja con su maternal intercesión en el camino de la vida.

Pidamos la intercesión de la Beata María de la Purísima de la Cruz, para sostenga a las hijas de la congregación de las Hermanas de la Cruz; y para que todos nosotros sepamos servir con fidelidad, sencillez y humildad, como ella, en las tareas que el Señor nos encomienda cada día. Amén. 

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