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Dedicación del nuevo altar (Parroquia de Virgen Madre-Marbella)

Publicado: 30/10/2010: 1229

DEDICACIÓN DEL NUEVO ALTAR

(Parroquia Virgen Madre-Marbella, 30 octubre 2010)

Lecturas: Sb 11,22 – 12,2; Sal 144; 1 Pe 2, 4-10; Lc 19, 1-10.

1. Muy queridos hermanos: hoy es una fiesta gozosa para la parroquia de Virgen Madre, en Nueva Andalucía (Marbella). En pocas ocasiones se tiene la gracia de poder asistir a la consagración o dedicación de un altar; no ocurre todos los días. Como no ocurre la construcción de un nuevo Templo, por cierto, precioso; tenéis un Templo precioso. Ahora queda mejor ornamentado con un nuevo altar.

Vais a presenciar y a participar en una celebración que tiene un significado muy profundo y muy hermoso en nuestra fe. Si recordáis hemos hecho antes la aspersión con agua bendita que recordaba nuestro bautismo.

Y en el bautismo fuimos o asperjados o sumergidos en agua. Las aguas bautismales nos limpiaron y nos hicieron hijos de Dios y miembros de la Iglesia. También fuimos ungidos con el crisma en la cabeza y consagrados a Dios para siempre de una manera definitiva e indeleble; este sello es un signo que no se puede quitar. Y estamos marcados para la eternidad. Fuimos ungidos por el Espíritu, porque el don del Espíritu penetra en nuestro espíritu y nos trasforma.

2. Hoy vamos a ungir con óleo, con crisma, con el mismo óleo con el que fuimos bautizados, con el mismo tipo de óleo vamos a consagrar o dedicar el altar, vamos a ungirlo. Es un gesto muy bonito. Hay por tanto una relación entre nuestra consagración y la consagración del altar.

El bautizado después puede participar en la Eucaristía, en la Misa del altar. El bautizado se incorpora a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. El bautismo es una incorporación al misterio pascual de Jesús. Y el misterio pascual es muerte y resurrección, muerte y vida.

El bautizado como miembro de la Iglesia participa en todas las acciones litúrgicas propias que la Iglesia realiza en honor de la Trinidad y para la santificación de los fieles. Hay una sintonía entre la consagración de cada uno de vosotros en el bautismo y la consagración que vamos hacer del altar.

3. Hemos escuchado en la primera lectura de hoy, en la del libro de la Sabiduría, la grandeza de Dios y, al mismo tiempo, la pequeñez del hombre. Nos dice: «El mundo entero es ante ti como un gramo en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra» (Sb 11, 22).

Todo el mundo para Dios es como un grano de arena; es una forma de decir: ¡Qué inmenso, que grandioso y qué potente es el Dios creador! Y ¡qué pequeñez es la criatura! Si alguien tiene la tentación de erigirse en Dios - pues siempre hay alguien, en todas las sociedades, con la intención de erigirse en dios, de ponerse en lugar de Dios- no sabe lo que hace porque tiene que reconocerse lo que es: limitado en el tiempo y en el espacio, muy limitado. Si ni siquiera es capaz de alargar un día a su vida ¿cómo va a ponerse en el lugar de Dios?

Pero esa es la tentación del hombre moderno, del hombre actual, de querer autodefinirse, de querer autoerigirse, ser autónomo, independiente de Dios. Pero eso no es posible, ni siquiera para los que lo intentan porque sucumben a su propio egoísmo y a su propia egolatría, se auto-adoran a sí mismos en vez de adorar a Dios, al único Dios que existe. No caigamos en la tentación de la autonomía propia, de la auto-egolatría.

4. Erigimos este altar para dar gloria-latría, adoración a Dios, sólo a Dios, sólo Él merece ser adorado. Sólo Él merece ser obedecido. Sólo Él merece ser amado como corresponde a Dios. Es una gran lección. La sencillez, la humildad, que al mismo tiempo, es realidad y veracidad de nuestra condición humana de criaturas.

Que nadie se enorgullezca de ser hombre y que sepamos estar donde nos corresponde, como criaturas, como seres salidos de las manos de Dios, a quién le debemos todo, la vida proveniente de su Providencia.

Incluso en las cosas que pensamos que son propias de nuestro esfuerzo, tenemos derecho a pensar que son fruto de nuestro trabajo, que construimos bellísimos inmuebles como nuestra Iglesia, que hacemos nuestras casas, que disfrutamos de muchas cosas hermosas. Las disfrutamos por regalo de Dios, no lo olvidemos. Hasta las cosas que hace el hombre, que no las crea sino que las manufactura, es porque Dios nos la ha regalado.

5. Una cosa curiosa del tema de la Creación, del crear. El hombre piensa que crea las cosas. Hasta el presente el hombre sobre la Tierra sólo ha conseguido encontrar lo que Dios previamente había creado. Lo que llamamos inventos, un invento es una creación del hombre. La palabra invento, viene del latín “inventum” que es de “invenio”, encontrar, no es de crear, el hombre no crea nada. El hombre encuentra, descubre, analiza, lo que está delante de él, lo que Dios le ha regalado previamente.

Aún estamos descubriendo leyes físicas, cosas, cada vez con más aparatos y más técnicas, y más saberes matemáticos y logísticos. Pero al final estamos descubriendo lo que Dios nos ha regalado, lo que ha puesto delante en la creación. Y todo lo que hace es imitación de lo que encuentra el hombre en la creación. Imita, descubre la ley de la gravedad y vuela; pero descubre la ley de la gravedad que está puesta antes que el hombre exista o que existe antes que el mismo ser que la descubre.

Al dedicarle hoy este altar, queridos fieles, que sepamos ofrecernos a Él en el altar con Jesucristo, que se ofreció en el altar de la cruz.

6. Después, la carta de Pedro nos habla de que somos piedras vivas: «También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 Pe 2, 5).

Este templo está hecho de piedras y el altar también, de piedra preciosa de mármol. Somos piedras vivas en la construcción de la Iglesia. Y aquí nos da tres ideas la misma carta de Pedro. Nos dice en primer lugar: Jesús es la piedra fundamental del edificio. «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios» (1 Pe 2, 4). «Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido» (1 Pe 2, 6).

Jesús es la piedra angular, Jesús es el basamento y nadie debe construir algo fuera del cimiento de Jesús. No podemos construir nuestra vida, nuestras leyes y nuestras formas de vivir si no es sobre el fundamento de Cristo, porque construiríamos mal y se nos caería el edificio. Hay que construir sobre Cristo que es la piedra angular, es la base de todo, es la roca.

7. En segundo lugar: ser piedras vivas de ese edificio; por tanto, construidos sobre Cristo, cada uno debe ocupar su lugar y su tarea, cada uno tiene una misión en la Iglesia y en la vida. Cada uno tiene que descubrir cuál es esa misión.

El templo está formado de muchas piedras y cada uno realiza una función: una de basamento, otras de apoyo, otras están en ángulo, otras están en la parte superior, cada uno tiene una misión. Si se quita esa piedra el edificio corre el riesgo de desplomarse. Si nos quitamos de nuestra misión corremos el riesgo de que la comunidad cristiana a la que pertenecemos se desintegre.

Y cada uno de vosotros tiene una tarea en la parroquia. Tenerlo en la parroquia es tenerlo en la Iglesia. No rehuyamos la tarea que el Señor nos ha confiado a cada uno. El que evangeliza, el que forma en la fe como catequista, el que canta en el coro, el que visita enfermos, el que lee la Palabra. Todos tenemos una misión. Hemos de asumirla realmente.

8. Pasando al Evangelio de Zaqueo. En Zaqueo hay tres momentos: Zaqueo, que no puede ver a Jesús porque es pequeño de estatura, va en busca de un árbol para esperarlo por donde va a pasar. Y cuando Jesús se acerca, le mira. Hay una mirada de afecto y de cariño. «Zaqueo: baja» (cf. Lc 19, 5).

Ambos han querido encontrarse, pero ha sido la mirada afectuosa de Jesús quien le invita a bajar. Es la mirada de cariño de Jesús el Señor quien nos invita a participar en su Iglesia y en sus sacramentos.

La fe de cada uno no la hemos tenido nosotros porque hemos querido, ha sido un regalo del Señor que nos ha mirado con ternura. Zaqueo baja, primer encuentro de miradas. Pero es Jesús quien toma la iniciativa, le mira y le dice: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19, 5)

9. Segundo momento en casa de Zaqueo. Zaqueo le hospeda en su casa. “Baja porque quiero hospedarme en tu casa”. Jesús entra en casa de Zaqueo hospedado por este personaje. Esta tarde Jesús quiere hospedarse en cada uno de nosotros. No sólo nos ha invitado, quiere hospedarse en cada alma, en cada corazón. Quiere que le abramos de par en par nuestra vida y nuestro corazón, nuestra casa. Y ese es el encuentro que estamos realizando en esta Eucaristía. Jesús quiere estar en nosotros.

Como dice Pablo: Al final, el objetivo es que sea “Cristo quien viva en mí” (cf. Ga 2,20). Ya no soy yo quien piensa, ya no soy yo quien habla, ya no soy quien actúa, es Cristo quien actúa en mí, es Cristo quien piensa en mí, es Cristo quien habla a través de mis palabras.

Ojalá podamos decir nosotros eso como Pablo de Tarso, si somos capaces de hospedar a Jesucristo dentro de nosotros haciendo que nos trasforme.

10. Y el tercer momento. Una vez dentro de su casa Zaqueo se convierte, cambia de vida totalmente. “A partir de ahora -él había sido un ladrón, había robado dinero de los impuestos-, voy a devolver no sólo lo que marcaba la ley, voy a devolver cuatro veces más”. (cf. Lc 19, 8).

Hay una conversión total de Zaqueo. Si nosotros aceptamos la invitación de Jesús que nos mira con cariño, como a Zaqueo, y nos dice “quiero hospedarme en tu casa hoy, esta tarde”, y lo hospedamos de verdad podemos también llegar a convertirnos como Zaqueo.

11. Vamos a proseguir la celebración, que es hermosa, de la dedicación del altar y cuando hagamos los gestos que vamos a hacer recordemos nuestra vida, nuestra unción bautismal, nuestra ofrenda, nuestro ofrecimiento a Dios junto con Jesús en la cruz.

Le pedimos a la Virgen Madre de Dios, la Virgen María, la Madre del Señor, que nos acompañe en nuestro caminar y que nos ayude a vivir como el Señor Jesús quiere de nosotros. Que le abramos el corazón a su Hijo, como Ella le abrió el corazón, el alma y el seno; de esta manera fue muy fecunda. Que podamos ser también, como María, fecundos en buenas obras. Que así sea.

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