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Ordenación de Diáconos (Catedral-Málaga)

Publicado: 23/10/2010: 1141

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS

(Catedral-Málaga, 23 octubre 2010)

Lecturas: Ef 4, 7-16; Sal 121; Lc 13, 1-9.

Diaconía: servicio para edificación de la Iglesia

1. Según hemos escuchado en la carta de san Pablo a los Efesios, Dios otorga sus dones a cada fiel: «A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo» (Ef 4, 7). Hay por tanto un modelo o un criterio.

Cristo es la cabeza y dirige todo el cuerpo; los cristianos somos miembros del cuerpo de Cristo. Pablo en la Carta a los Romanos nos recuerda: «Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros» (Rm 12, 4-5; 1 Co 12, 12).

Estamos, por gracia de Dios, formando parte del único cuerpo de Jesucristo. Cada miembro tiene su función, y si no la hace, esa función queda por hacer. No vale suplir unos a otros, vale la complementariedad, vale la corresponsabilidad; pero todos hemos de aportar lo que el Señor nos pide.

Hoy vamos a ordenar a un nuevo diácono. El Señor le va a encomendar una tarea amplia de servicio, de diaconía. Espero, querido Rafael, que estés en plena disponibilidad para desempeñar este ministerio que el Señor hoy te regala y que la Iglesia te confía.

2. Cristo no nos abandona. La cabeza rectora potencia, coordina, une en el Espíritu todo el cuerpo, cuida de todos y cada uno de los miembros. Pablo en su carta a los Efesios nos recuerda que «nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo» (Ef 5, 29-30).

Quiere decir que nos hemos de fiar del Señor, que hemos de poner nuestra confianza en Él. Y que la tarea que nos encomienda no es sólo para hacerla con nuestras fuerzas, porque no la haríamos, sino confiados en la gracia, en el don, en lo que Jesús nos da.

No podemos dejar de prescindir de este cuerpo y entre los miembros ha de haber una gran cohesión. El hombre, con sus pretensiones de autonomía, a veces no se deja cuidar. Nos hemos de sentir miembros del cuerpo de Cristo y dejarnos mimar por Él.

Cristo nos ha manifestado el amor de Dios; nos ha regalado su palabra; nos ha ofrecido como alimento su cuerpo y su sangre. No apropiarnos de esa palabra, de ese cuerpo y de su sangre, no alimentarnos con este don celestial sería rechazar lo que el Señor nos da, y no estaríamos en condiciones de llevar a cabo la tarea que el Señor nos pide. Todos los miembros del cuerpo, todos los bautizados, además de tener una misión, tenemos la obligación de vivir unidos a ese cuerpo y de alimentarnos con la sabia que recorre las ramas, las raíces, los troncos, las hojas de este hermoso árbol.

3. El Señor, mediante su Espíritu, distribuye los diversos ministerios: «Él mismo ‘dio’ a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros» (Ef 4, 11).

A ti, Rafael, te elige hoy para la “diaconía”, es decir, para el “servicio”. Es una tarea amplia, no se reduce a una tarea concreta, es más bien una actitud; te pide el Señor una actitud de servicio, te pide el Señor que estés disponible para servir al cuerpo místico de Jesús.

Tienes como Maestro al “Siervo de Yahveh”, como describen los cantos del profeta Isaías: varón de dolores, que carga con los pecados y las flaquezas de la humanidad (cf. Is 53, 4).

Quiere decir que tenemos un gran maestro, un gran ejemplo de servicio, que no sólo supo lavar los pies a los discípulos en la última cena; no solamente supo descubrir las necesidades de sus coetáneos, acercarse al pobre, a la viuda, al pequeño, a los niños, al enfermo, al tullido, al ciego, al leproso, al difunto y a todos les dio lo que necesitaba. Ese es nuestro gran ejemplo de servicio, el Maestro Jesús.

4. En tu proceso de maduración de la fe y de amor a Dios y a los demás, descubriste la presencia de los enfermos y necesitados, en parte, de la mano de los Hermanos de San Juan de Dios, dando comidas y atendiendo enfermos. Pero te diste cuenta de que el Señor te estaba pidiendo más.

También, como catequista universitario, viviste la experiencia de compartir la fe con otros jóvenes. Y como cofrade de la Hermandad de Jesús el Despojado, fuiste implicándote cada vez más en la Iglesia.

Ahora, tras los años de formación y las diversas experiencias vividas (en el Seminario, junto a otras personas de vida consagrada, en las parroquias, de modo especial en la Natividad en Málaga, a la que estabas vinculado últimamente) has comprendido mejor qué significa servir al Señor en el ministerio. El Espíritu te lo ha hecho ver. Parece ser que lo ves con claridad, pero el mismo ministerio, el mismo ejercicio del ministerio te lo hará comprender de forma clara. Uno puede vislumbrar lo que el Señor le pide. Uno puedo soñar aquello a lo que el Señor le llama, pero es en el día a día de la entrega lo que nos hace experimentar la verdad del ministerio.

Te lo podrían contar los ministros que están presentes hoy aquí en el altar que siguen ejerciendo el ministerio de servicio, la diaconía, esta vez, unos desde el orden diaconal, otros desde el ministerio presbiteral. Pero todos seguimos sirviendo al Señor en esta diaconía.

Ahora puedes entender mejor que “el contacto directo con la realidad, te hace ver lo que la gente espera y necesita de ti.

5. Pedimos al Señor para que llene tu cuerpo, tu alma, tu corazón, lo llene con sus dones, como ha dicho la carta a los Efesios, los dones a la medida de Cristo; los que tú necesites y los que necesite la Iglesia a través de tu ministerio, que hoy el Señor te llene de esos dones.

Esta distribución de los dones y ministerios tiene un objetivo: la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 12), «de quien todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, que llevan la nutrición, según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor» (Ef 4, 16).

No olvides nunca esto, la finalidad del ministerio es éste: la edificación de la Iglesia.

Recuerda siempre que tu tarea no va a ser alcanzar renombre, ni conseguir una carrera, ni obtener premios humanos, sino edificar el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Os lo digo también a vosotros, queridos seminaristas que os preparáis para recibir un día el mismo ministerio. Para eso os ha llamado el Señor. San Pablo nos amonesta a tener cuidado de construir sólo sobre el cimiento de Cristo: «¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo» (1 Co 3, 10-11).

6. En el Evangelio de hoy el Señor presenta la parábola de la higuera, que no daba fruto y el amo decidió arrancarla (cf. Lc 13, 6-7). Pero el labrador que la cultivaba, esperanzado, respondió al dueño: «Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas» (Lc 13, 8-9).

El Señor sigue esperando que demos fruto, si no lo damos, no sabemos cómo, pero nos cortará de su vida, nos separará de su alimento, nos alejará de su presencia, de su cercanía.

Pedimos al Señor que nuestra vida dé frutos de santidad y buenas obras. Pedimos al Señor que la vida de Rafael, dedicada desde hoy al ministerio eclesial, dé abundantes frutos.

7. Y esta diaconía, cuyo objetivo es reedificar la Iglesia, tiene unas notas características, unos criterios, que son la madurez, la medida, la plenitud de Cristo. Es Cristo quien da la nota, es Cristo el criterio único del ministerio. Pablo desglosa esta idea en tres aspectos:

a) Plenitud en Cristo. «Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13).

Este trabajo de edificar la Iglesia y de servicio de diaconía ha de tener como nota principal la altura de Cristo, la madurez de Cristo, la plenitud nuestra en Cristo.

b) Mantener el norte (Cristo). «Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error» (Ef 4, 14).

Cuidado en el ministerio y cuidado en la vida cristiana. No podemos quedar arrastrados por una corriente que va en contra de Cristo, por una mentalidad que va en contra del Evangelio, por unas modas que, aunque estén aprobadas por unas leyes, no tienen nada que ver con el seguimiento de Jesucristo.

No podemos quedar zarandeados por cualquier viento de doctrina, por cualquier ideología, por cualquier pensamiento que se aleja de Dios. Quien quiera seguir a Jesús, quien quiera servir en esta diaconía ha de tener siempre a Cristo como norte, como guía, como brújula, como criterio único, porque tampoco vale combinar criterios, y una vela a Dios y cinco al diablo. Criterio único, Jesucristo. Ni vientos de doctrinas, ni corrientes marinas, ni caminos que alejan del verdadero camino.

c) Crecimiento en el amor

«Antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo» (Ef 4, 15).

Se puede y se debe crecer en virtudes humanas, en facultades, en conocimiento, en experiencias, en ciencias humanas, pero el toque, igual que lo es Cristo, el toque lo es el amor. Como dice Juan de la Cruz: “Al atardecer seremos examinados de amor”. El examen no será de historia, ni de matemáticas, ni de teología, ni de sacramentos, ni de Biblia, seremos examinados en el amor.

8. La ordenación de un diácono en nuestra Iglesia malagueña nos hace plantear el tema de las vocaciones. En estos últimos días, con motivo de tu ordenación diaconal, Rafael, te han preguntado sobre tu vocación; la gente desea saber por qué has decidido hacerte sacerdote.

Tu respuesta ha sido: “Creo que vivimos en un mundo lleno de cosas que no nos llenan, y aunque el Señor sigue llamando, hay demasiadas interferencias y miedo al compromiso en general. Para mí la mejor campaña vocacional que uno puede hacer es que te vean feliz”.

Muchos jóvenes no están conformes con la vida que llevan; unos no encuentran sentido a su vida; otros buscan la felicidad donde no se encuentra. La vida feliz y alegre del cristiano seglar, del consagrado, del sacerdote, puede ayudar a muchos jóvenes a encontrar el acertado Camino, la auténtica Verdad y la verdadera Vida, que es Jesucristo (cf. Jn 14, 6).

9. Hoy pedimos de modo especial por el nuevo diácono para que su vida, su gozo en el ministerio, su alegría sea un ánimo, un estímulo para otros jóvenes que puedan plantearse qué les pide el Señor en sus vidas.

La Iglesia en general está necesitada de santos sacerdotes, nuestra Iglesia malacitana también, de sacerdotes, pero que además seamos santos.

Pedimos que el Señor nos siga regalando nuevas vocaciones a la vida consagrada, a la vida sacerdotal; vocaciones que lleguen a la plenitud en Cristo, que maduren y que sean después esa presencia sacramental de Jesús representación suya.

10. Hoy la Iglesia celebra la memoria litúrgica de san Juan de Capistrano, incansable apóstol de Europa, que vivió en el siglo XV. Él nos dejó escrita una advertencia: “Así como la luz no se ilumina a sí misma, sino que con sus rayos llena de resplandor todo lo que está a su alrededor, así también la vida luminosa de los clérigos virtuosos y justos ilumina y serena, con el fulgor de su santidad, a todos los que la observan”.

Ojalá que toda la vida de todo fiel laico, que la vida de todo consagrado, que la vida de todo sacerdote, ilumine a quien esté alrededor y le lleve a Cristo.

Hemos cantamos con alegría con el Salmo responsorial: “Vamos alegres a la casa del Señor” (cf. Sal 121). Hoy estamos alegres, la Iglesia malacitana está alegre, agradece a Dios el don de un nuevo diácono, futuro sacerdote si el Señor lo permite.

Seamos agradecidos al Señor por las vocaciones que nos va dando y por los sacerdotes que se mantienen en la fidelidad y en el servicio. Agradecidos, sigamos pidiendo que el Señor nos conceda nuevas vocaciones.

Pedimos a la Virgen, Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que acompañe a Rafael en esta nueva singladura de su vida que hoy comienza, en esta nueva diaconía que él va a aceptar ahora, que le acompañe, que le proteja y le haga ser un fiel siervo del Señor, como el Maestro. Que así sea.

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