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Funeral del Rvdo.D. José Melgar Gómez (Parroquia de Nª Sª del Socorro-Ronda)

Publicado: 30/07/2010: 1295

FUNERAL DEL RVDO.D. JOSÉ MELGAR GÓMEZ

(Parroquia de Nª Sª del Socorro-Ronda, 30 julio 2010)

Lecturas: Jr 26, 1-9; Sal 68; Mt 13, 54-58.

1. Hemos escuchado en el libro de Jeremías que el Señor le pide que predique al pueblo de Israel las palabras que Él pone en su boca. Le dice: «Ponte en el atrio del templo y habla a todas las ciudades de Judá, que vienen a adorar al templo del Señor, todas las palabras que yo te he mandado hablarles, sin omitir ninguna» (Jr 26, 2). Y Jeremías obediente al Señor, predicaba, proclamaba las palabras del Señor a la gente que iba al templo.

A todos nosotros, cuando hemos recibido el bautismo, el Señor nos ha regalado su amor, nos ha regalado la fe, nos ha regalado la esperanza en la vida eterna; y también nos ha hecho misioneros, nos ha hecho pregoneros de su palabra. Todos tenemos la tarea de escuchar las palabras del Señor, asimilarlas, como el profeta hacía, como si se tragara un rollo con todas las palabras y después, una vez digeridas, una vez asimiladas por dentro, poder proclamarlas.

2. A nuestro hermano D. José, sacerdote, el Señor, además de la tarea de todo cristiano, le encomendó una tarea especial, como a Jeremías: que predicara en el templo las palabras del Señor. Nos ha dicho D. José Emilio, el párroco, en la semblanza de D. José que solía preparar bien lo que iba a decir en la homilía; que lo hacía de una manera muy sencilla, llegando a los corazones de los fieles y que sabía transmitir el mensaje que Dios le daba. Él fue cumpliendo, como Jeremías, esa tarea de ser vocero de Dios, pregonero de las palabras del Señor. El mismo Jeremías, en un texto un poco anterior decía: «Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran la alegría de mi corazón» (Jr 15, 16). Y eso es lo que hacía D. José, beber, asimilar esas palabras, devorarlas, comerlas para vivir y después ayudar a otros para que las entendieran, para que las meditaran.

Muchos de vosotros le habréis escuchado y habréis oído de sus labios, como profeta de Dios y como hombre de Dios, la explicación de las palabras del texto bíblico. Hemos de agradecerle al Señor ese ministerio que Él le confió y que lo hizo de una manera fiel, sencilla, calladamente.

3. También el profeta recibe una monición del Señor y le dice a Jeremías: «Si distingues lo precioso de la escoria, serás como mi boca» (Jr 15, 19). Fijaros la importancia de esta monición en este momento de nuestra sociedad, cuando parece que todo vale, que todo es posible y admisible; todo es aceptable. Pero no todo es aceptable, no todo tiene valor o el mismo valor. Hay unas cosas que son escorias, que son inútiles, que es vacío; y nuestra sociedad lo vive como si fuera una gran riqueza. Y hay cosas que son preciadas, que tienen un alto valor, que son las que dice el Señor; y nuestra sociedad las desprecia o no las quiere tener en cuenta.

4. ¿Cuál es la tarea del profeta? ¿Cuál es nuestra tarea como cristianos? ¿Cuál es la tarea como sacerdotes, que D. José realizó? Distinguir entre lo precioso, lo que vale, la “perla preciosa” de lo que no tiene valor.

Y distinguiéndolo poder alumbrar a los paisanos para decirles: ¡Atención, cuidado con esta costumbre, cuidado con esta norma, cuidado con esta ley, cuidado con esta moda, porque eso va en contra de la Palabra de Dios!

Se le pide, por tanto, al cristiano de hoy, al profeta y al sacerdote hacer un discernimiento. No todo vale, no todo tiene el mismo valor. La Palabra de Dios tiene un peso específico, mientras que las palabras de los hombres y las costumbres, las modas y las leyes de los hombres, a veces, no tienen valor, comparadas con el valor que tiene la Palabra de Dios. Y ahí estamos todos implicados en esta sociedad que, a veces, no distingue ni discierne. Jeremías nos ayuda a valorar esta capacidad de discernir, y también nos ayuda D. José con su ejemplo, los que lo escuchasteis pudisteis ver el discernimiento que hacía de la Palabra.

5. La predicación es para que se arrepientan y se conviertan. ¿Por qué el cristiano tiene que ser un testigo? El objetivo es para que los fieles escuchen y se conviertan. Se convierta cada cual de su mal camino, que regrese al Señor. Y le hace una advertencia el Señor a Jeremías, diciéndole: «No te conviertas tú a ellos; sino que ellos se conviertan a tí» (Jr 15, 19).

Hay una tentación en este momento de la historia y de la sociedad actual: que los cristianos estemos empujados a convertirnos a esas modas. Tenemos la tentación de vivir como los demás de forma pagana. El Señor que advirtió a Jeremías, hoy nos advierte también a nosotros con ocasión del funeral de nuestro hermano José. ¡Cuidado! ¡No os convirtáis a lo que vive la sociedad, que no tiene peso ni sentido! ¡Procurad que ellos se conviertan al Señor! ¡Que ellos, abandonando esas costumbres, acepten a Dios en su vida, vivan el amor de Dios, vivan la fe cristiana, vivan la esperanza que el Señor ha puesto en sus corazones!

Esta es tarea de todos, esta fue la tarea de D. José y esta es la tarea, queridos hermanos sacerdotes, que el Señor nos pide hoy. ¡Cuidado de no diluirnos en la sociedad! ¡Cuidado con perder la identidad! ¡Cuidado de no difuminarnos, de no esconder nuestra condición de cristiano o de sacerdotes! Tiene que haber un contraste; no podemos vivir camuflados. Es como la sal que ha perdido sabor y no sala, o la luz que ya no alumbra.

6. Siguiendo con el ejemplo y la vida de Jeremías, el Señor pone al profeta como muralla inexpugnable: «Te pondré para este pueblo por muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte - oráculo de Yahveh» (Jr 15, 20).

Es cierto que quien no quiere aceptar a Dios pelea contra los cristianos, contra la Iglesia o contra el Magisterio de la Iglesia; eso no nos debe extrañar. Imagino que D. José sufriría cuando, intentando predicar la Palabra de Dios, había personas que no la aceptaban. Ese es el sufrimiento de todo cristiano y de todo sacerdote; pero hemos de aceptarlo; es así. El Señor nos pone como una muralla de bronce inexpugnable.

7. No tengamos miedo a decir la verdad, a decir lo que Cristo quiere que digamos. ¡Seamos valientes! La gente escuchó las palabras de Jeremías, pero se volvió en contra y decidió matarle; sus opositores lo condenaron a muerte; se pusieron contra él y contra lo que él decía; le decían que era un agorero de malos anuncios, porque anunciaba malos agüeros.

Algo así es lo que dicen hoy de la Iglesia Católica, porque molesta lo que dice. Critican que la Iglesia predique cosas que ellos consideran que van en contra de su libertad y de sus deseos. La presencia de los cristianos es un escándalo para muchos. Eso dicen de nosotros, y ¡qué importa! El Señor nos ha puesto como muralla inexpugnable, como profetas que proclamen su palabra. Esa es nuestra tarea y esa es la tarea que llevó a cabo D. José.

8. Hay una oposición a la Palabra de Dios y a Dios. Pero con todos los que he hablado sobre la vida de D. José y también en la semblanza que nos acaban de hacer al inicio de la celebración, todos dicen que tenía una actitud de mansedumbre, de bondad, de sencillez, que era un hombre acogedor, que pasaba sin hacer ruido, un hombre que no quería figurar, amable.

Cuando la misión que nos pone Dios es difícil, porque los otros no quieren escuchar y les molesta lo que decimos, tal vez diciéndoselo con una forma y con unas actitudes de humildad, de sencillez, como todos decís que hizo D. José, es más fácil que el otro acoja esa palabra.

Pero, si nuestra actitud es de orgullo, de prepotencia, de imposición, los demás no van a acoger esa palabra. Ahí D. José nos ha dado un ejemplo de cómo hacerlo, el estilo del profeta, el estilo del testigo, del cristiano, del sacerdote.

9. Somos anunciadores de una palabra que no es nuestra y que no vamos creando oposición ni tensión, sino que vamos ofreciendo lo que hemos recibido. Lo que tengo, lo que vivo, lo que da sentido a mi vida, mi fe, el amor, la esperanza, eso te lo ofrezco. Si quieres vívelo y te darás cuenta del valor que tiene. Si no seguirás viviendo y comiendo escoria que no vale nada; te estarás alimentando de algo que no te alimenta y no te da vida. Esa debe ser la actitud nuestra.

Cuando la gente escuchó las palabras de Jeremías, como les molestaba, quería eliminarlo; pero contrastaría si nuestra actitud fuera más sencilla, más humilde, de mayor bondad y más acogedora.

10. En el evangelio vemos cómo a Jesús le ha pasado lo mismo: sus paisanos están contra él. Cuando Él va a su patria y enseña en la sinagoga, la gente se pregunta maravillada: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?» (Mt 13, 54b-55). Se preguntan unos a otros: “Este, ¿qué nos va a enseñar si es el hijo de José y de María, si es uno de nosotros?”

También nuestros paisanos nos pueden decir lo mismo. Si le han hecho a Jesucristo esto, ¿cómo no nos lo van a hacer a nosotros? Hemos estar en actitud de disponibilidad, para saber anunciar lo que el Señor nos pide.

11. Hoy queremos dar gracias al Señor por la vida de D. José, como regalo a su Iglesia, y por tanto, a cada uno de vosotros que lo habéis gozado y disfrutado en su ministerio sacerdotal.

Quiero dar gracias al Señor por su ministerio en nuestra querida diócesis de Málaga. Un sacerdote es un regalo del Señor. Amad a vuestros sacerdotes, estad a su lado, acompañadles.

Y agradeced al Señor el gran regalo de tener un sacerdote a vuestro lado, que os acoge, que os habla de Dios, que reza por vosotros, que os acompaña en las alegrías y en las penas, que os perdona los pecados. D. José ha sido un regalo para cada uno de vosotros. ¡Cómo no agradecerle eso a Dios en el día de su funeral!

La Eucaristía es una acción de gracias, damos gracias a Dios por el regalo que ha supuesto su vida y su ministerio para cada uno de nosotros.

Por supuesto, tenemos que pedirle también al Señor que lo acoja hora en su seno y que le conceda lo que más quería: contemplar su rostro, vivir en intimidad de amor con el Señor. Lo que toda la vida ha estado anhelando que ahora el Señor se lo conceda. Esa va a ser nuestra oración en esta Eucaristía.

12. Y no me resisto a leeros un texto de la carta que San Ignacio de Antioquía le escribe a otro Obispo, San Policarpo de Esmirna, y que hoy hemos leído en las lecturas de la Liturgia de las Horas, en la segunda lectura los que ya lo hayáis hecho, porque creo que refleja lo que ha trabajado en su ministerio D. José y lo que todos, de un modo especial los sacerdotes, estamos llamados a hacer.

Le dice San Ignacio a San Policarpo: “Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera, y a que exhortes a todos para que se salven. Desempeña el cargo que ocupas con toda diligencia corporal y espiritual. Preocúpate de que se conserve la concordia, que es lo mejor que puede existir. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como siempre lo haces. Dedícate continuamente a la oración. Pide mayor sabiduría de la que tienes. Mantén alerta tu espíritu, pues el espíritu desconoce el sueño. Háblales a todos al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia”.

Pueden ser palabras aplicadas a D. José. Y ojalá puedan ser palabras aplicadas a cada uno de nosotros, de un modo especial a los sacerdotes.

Le pedimos a la Virgen María, NªSª del Perpetuo Socorro, que le acompañe ahora de su mano y que le lleve junto al Padre. Que ahora le haga gozar de la luz eterna y de la paz definitiva que es el Señor. Que así sea.

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