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Confirmaciones en la Parroquia del Carmen (Antequera)

Publicado: 14/05/2010: 1010

CONFIRMACIONES

EN LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

(Antequera, 14 mayo 2010)

Lecturas: Hch 1, 15-17.20-26;  Jn 15, 9-17.

1. Deseo expresar un saludo cordial a los sacerdotes que concelebran conmigo. Hoy es una gran celebración en la que participan distintas comunidades cristianas, grupos, colegios; también hay sacerdotes procedentes de distintas comunidades religiosas.

Además, lo hacemos en este marco precioso de la iglesia restaurada, rejuvenecida de El Carmen en Antequera.

En esta Eucaristía, que nos hermana, hay un nutrido grupo de confirmandos. Aprovecho para decir que no debe haber “ningún bautizado adulto sin confirmar”. Hemos de hacer todo lo posible para que todos los bautizados lleguen a recibir el don del Espíritu; de otro modo resulta incompleto el camino iniciado; hasta que uno no se confirma no ha terminado la iniciación cristiana. Por tanto, todos aquellos que crean no estar confirmados, deben ponerse en contacto con sus respectivos sacerdotes, para prepararse a la recepción del sacramento.

2. Hemos escuchado del texto de los Hechos de los Apóstoles la lectura del tiempo pascual. En la misma se habla de un personaje que no era del grupo de “los doce” apóstoles. Sabéis que el Señor tenía un grupo más cercano a Él, más íntimo, que lo llamaban así: “los doce”, que tenía unas características propias. Después había un grupo más amplio, o grupos de discípulos; también le acompañaban varones y mujeres. Le acompañaban en sus correrías, le escuchaban, comían con Él.

Cuando Judas Iscariote, después de traicionar a Jesús, se suicida, en vez de doce quedan once; y el número de doce tenía que quedar completado, porque era el número que el Señor había escogido. Pedro, el jefe del grupo, propone que alguien debe sustituir el puesto vacío que dejó Judas; pero pone unas condiciones, ¿qué condiciones son las que pone Pedro, para poder pertenecer al grupo de “los doce”?

Lo hemos escuchado en la lectura. Tenía que ser alguien que hubiera estado con Jesús; pero, ¿desde cuándo hasta cuándo?; ¿desde el nacimiento en Belén? A ver, ¡responded! (Respuesta de la asamblea) No. ¿Desde los doce años, cuando Jesús se perdió en el Templo? (Respuesta de la asamblea) No. ¿Desde el día del bautismo de Jesús en el Jordán? (Respuesta de la asamblea) No. ¿Desde el primer milagro de Jesús, en las bodas de Caná. (Respuesta de la asamblea) No. ¿Desde que empieza Jesús a hacer milagros? (Respuesta de la asamblea) No.

3. Entonces, ¿desde cuándo tenía que conocer personalmente a Jesús quien sustituyera a Judas Iscariote, para pertenecer al grupo de “los doce”? Desde el principio de la predicación de Jesús; desde que Juan Bautista bautizaba en el río Jordán. Juan mandó a sus discípulos a que le preguntaran a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados» (Mt 11, 3-5). Quiere esto decir que Jesús hacía obras de salvación y de curación antes de morir Juan.

Pedro dice exactamente la condición del nuevo apóstol: «Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección» (Hch 1, 21-22).

Juan es el último gran profeta del Antiguo Testamento. Jesús el único profeta del Nuevo Testamento. Juan cierra un capítulo. El testigo apóstol tenía que haber conocido el último capítulo de la Historia de salvación; tenía que haber conocido a Juan; tenía que conocer el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y ser testigo de lo que le había ocurrido a Juan y de lo que le había ocurrido a Jesús.

4. Por tanto, tenía que haber conocido a Jesús en toda su trayectoria pública. ¿Hasta qué momento podía ser discípulo uno que había estado con Jesús? ¿Hasta la última cena? ¿Hasta el juicio de Poncio Pilato? ¿Hasta la muerte de Jesús en la cruz? ¿Qué os parece? ¿Es suficiente que uno haya sido testigo ocular de la muerte en la cruz para ser apóstol? Entonces, ¿hasta cuándo? Hasta la resurrección del Señor.

¿Quién fue testigo de la resurrección? ¿Quién estaba presente cuando el Señor resucitó en la mañana del domingo? Nadie; no hubo ningún testigo. Pero el apóstol debía haber sido testigo ocular de Jesús hasta el día que éste subió al cielo y dejó este mundo. La razón es porque Jesús se aparece muchas veces a sus discípulos desde el día de la resurrección hasta el día de la Ascensión.

Es decir, Jesús se deja ver resucitado y nadie puede ser testigo de la resurrección, si Jesús no le permite verle resucitado. Tened en cuenta que el testigo de la resurrección no es el que ha visto por sí mismo, sino aquél a quién Jesús se le ha aparecido.

¿Recordáis los “discípulos de Emaús”? Salen el domingo de Jerusalén hacia Emaús y están charlando con el Señor durante un camino de varios kilómetros; escuchan sus palabras, pero no lo reconocen. Sólo cuando Jesús se deja reconocer y se deja ver, entonces ellos caen en la cuenta. El testigo debe haber conocido a Jesús en su vida terrena y haberle visto después resucitado. Para ser apóstol, pues, hay que haber conocido a Jesús desde el principio, desde el tiempo de Juan Bautista, hasta el día en que subió a los cielos.

5. Los demás cristianos, ¿podemos ser testigos de Jesús? ¿Vosotros habéis comido y bebido con Jesús? ¿Habéis caminado con Jesús? ¿Cómo se puede ser entonces testigo? ¿Qué diferencia hay, entonces, entre el testigo apóstol y el testigo, que no es apóstol? Los “doce apóstoles” son el fundamento de nuestra fe, de los que nos fiamos. ¿Dónde se basa la fe de la Iglesia? Sobre doce personas, verdaderos testigos oculares, que han con vivido con Jesús, lo han visto morir en la cruz; pero después lo han visto resucitado. Sobre ese fundamento basa la fe de la Iglesia.

Después vienen los sucesores de los apóstoles, los obispos, que asumen detrás de ellos esa tarea. Los obispos somos sucesores de los apóstoles; no somos apóstoles, porque no hemos visto a Jesús como ellos.

Podemos ser testigos, como lo ha sido San Pablo. Él tampoco convivió personalmente con el Señor; pero Jesús se le apareció y tuvo un encuentro personal con Él.

Nosotros también hemos tenido un encuentro personal con Él. Cada uno de vosotros ha comido con Jesús, pero “sacramentalmente”, en la Eucaristía. Ha dialogado con Jesús, pero a través de la oración. Ha escuchado su Palabra, pero a través de la Biblia.

¿Por qué podéis ser vosotros testigos de Jesús? Primero, porque lo han transmitido los apóstoles. Y en segundo lugar, porque la Iglesia ha asumido esa transmisión la fe apostólica; la ha hecho propia y ahora nos la regala.

6. Por tanto, queridos confirmandos, hoy el Señor os va a regalar su Espíritu, para que podáis ser testigos suyos; pero testigos al estilo de Pablo; no al estilo de Juan, Pedro, Matías o Mateo. Testigos por haber recibido una tradición de la Iglesia.

Gracias a eso, nosotros, las generaciones anteriores y los que vengan detrás podrán ser testigos de Jesús; la era apostólica terminó con los apóstoles, pero continúa la Iglesia en una etapa diversa.

¿Estáis dispuestos a ser discípulos y testigos de Jesús? Para ello hay  que tener experiencia del Señor; de lo contrario no se puede ser testigo.

7. La segunda lectura, que se ha proclamado, es del evangelio de san Juan y habla de la elección de san Matías. San Juan dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15, 16).

El que crea que hoy es creyente y cristiano, porque ha elegido a Jesús como amigo, está equivocado. No le habéis elegido a Él, sino que él os ha elegido a vosotros, a cada uno.

Os ha llamado por vuestro nombre, os ha regalado la fe bautismal, y ahora os quiere regalar el Espíritu de forma plena. Dios elige a sus amigos. Nosotros sólo tenemos que responderle: “sí”.

Cuando os han llamado habéis contestado: “Aquí estoy Señor”. Me has llamado tú antes, yo te correspondo diciendo que quiero seguirte, que quiero ser tu amigo; aquí estoy para lo que tú quieras.

Pero fijaos que se trata de una respuesta a una llamada previa. No es iniciativa nuestra; no podemos decir: “Jesús quiero ser tu amigo”. Nos llama Él; a nosotros sólo nos toca responder: “Aquí estoy Señor, quiero ser tu amigo, porque Tú me invitas a ser tu amigo; porque Tú previamente has dado la vida por mí; porque Tú me has amado antes de que yo te conociera”. Es todo un juego precioso de Juan.

8. ¿Cómo se demuestra que uno ama al otro? Fijaos que nuestra sociedad llama amor a algo que puede ser auténtico egoísmo, auténtico odio y auténtica manipulación. El auténtico significado del término “amor” no corresponde a lo que la sociedad llama “amor”. “Hacer el amor” puede ser expresión de burda manipulación del otro, de pleno egoísmo. El que ama da la vida por el otro; no estruja al otro para su propio placer.

Puede que estemos confundidos cuando hablamos. Si yo amo a otro, quiero su bien, me entrego a él, le doy lo que tengo y lo que soy; le entrego mi vida, mi afecto, mi amor; eso es amor. Quien más ha amado es Jesús en la cruz, que ha entregado su vida por amor a mí.

¿Cómo le corresponderé yo? ¿Cómo podré amarle? ¿Cómo podré ser amigo suyo? Devolviéndole amor: “Amor con amor se paga”. “Obras son amores que no buenas razones”, dice nuestro refrán.

Hay mucha palabrería en la jerga amorosa. La gente dice: “Te amaré hasta el final de mi vida”; y apenas llega la dificultad, al poco tiempo se separan y se dejan el uno al otro. ¿Cómo es posible eso? ¿Puede haber amor a tiempo limitado?

El amor, cuya fuente es Dios, es eterno. La alianza, que se entregan los esposos, tiene forma circular, porque expresa la eternidad del amor. Se le pone el anillo al esposo o a la esposa, porque se le quiere profesar amor  eterno; no es un amor para un tiempo limitado (unos meses, unos años). Es un amor mientras viva la persona.

Dios es eterno; el amor auténtico es eterno.

9. El Señor os pide en esta tarde amor eterno. San Juan dice que el amor a Dios se expresa cumpliendo sus mis mandamientos (cf. Jn 15, 10).

Si decimos que amamos a Dios y no cumplimos sus mandamientos, mentimos. Si decimos que amamos a Dios y no le dedicamos tiempo y vida, mentimos. Si decimos que amamos a Dios y odiamos a los hermanos, mentimos. Porque el amor es una única moneda con dos caras, el amor a Dios y al prójimo; son dos formas del único amor.

¿Estáis dispuestos a amar a Dios, cumpliendo sus mandamientos? ¿O pensáis que podéis amar a Dios sin cumplir los mandamientos?

Los mandamientos no son diez losas, que el Señor carga pesadamente sobre nuestras espaldas. Los diez mandamientos son diez palabras de vida. El que quiera vivir auténticamente, si cumple los mandamientos vivirá. El que cree que vive, sin cumplir los mandamientos, está muerto. Porque el que no respeta la vida del otro, el que no respeta sus bienes, el que no respeta la persona del otro, el que no respeta la fama del otro, el que no respeta la verdad,... está muerto, vive de la mentira y del odio.

El que quiera vivir, que viva las Palabras de vida, es decir, los diez mandamientos. No hay otra opción, queridos confirmandos. No penséis que se puede ser cristiano sin cumplir los mandamientos; o seguir a Jesucristo, haciendo lo que a uno le da la gana. Eso equivaldría a estar matándose a sí mismo; aunque uno no se diera cuenta. Si estáis dispuestos, el Señor os regalará su Espíritu, para vivir como cristianos.

10. Estamos en este marco precioso de la parroquia del Carmen. Voy a daros solo un “flash” sobre la Virgen del Carmen. Ella es Madre de Dios, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, a la que tenemos que profesar el mismo cariño que Jesús profesó a su Madre, porque es verdadera Madre.

El Carmelo, el Carmen, es en su origen etimológico un “jardín”. El Carmen es un jardín. Conocéis en varias ciudades andaluzas, entre ellas Córdoba, la existencia de jardines, que se llaman los “Cármenes”. La Virgen fue un jardín precioso, en el que habitó Jesús. Yo pido a cada uno de vosotros que seáis un jardín precioso, un oasis en el que habite Jesús; y en ese jardín que mantengáis un diálogo, un coloquio de amor, de amistad, de encuentro con Jesús.

La Virgen, Carmen, “Jardín”, propiciará y cuidará vuestro jardín; pero cultivad ese jardín como lugar de encuentro con Jesús y con María.

A todos vosotros, carmelitanos, alumnos de la Salle, salesianos, fieles de las parroquias, os pido: ¡Sed “cármenes”, sed jardines de presencia de Dios! De esta forma podréis ser testigos de Jesús. Que así sea.

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