DiócesisHomilías

Visita pastoral a la Parroquia del Sagrado Corazón (Melilla)

Publicado: 12/05/2010: 1018

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DEL SAGRADO CORAZÓN

(Melilla, 12 mayo 2010)

Lecturas: Hch 17, 15.22 - 18,1; Jn 16, 12-15.

1. Estamos celebrando esta Eucaristía en el marco de la Visita Pastoral del Obispo, en el marco más amplio litúrgico del tiempo Pascual. En este tiempo la Iglesia nos ofrece para la reflexión y meditación el texto de los Hechos de los Apóstoles, que exponer cómo vivía la primitiva comunidad cristiana. Siempre la primitiva comunidad cristiana es punto de referencia para cualquier cristiano de cualquier época y de cualquier latitud.

Hoy presenta el texto de los Hechos a Pablo de Tarso en una gran ciudad pagana, Atenas; una ciudad donde nunca habían oído hablar del cristianismo, de Jesucristo.

Pablo se acerca a un lugar especial dentro de esa gran ciudad, al Areópago, lugar donde se podían exponer distintas creencias, filosofías, pareceres; y Pablo, en medio de buscadores de la verdad, expone la suya.

Tiene un encuentro con los atenienses. Este encuentro puede ser modelo para nosotros; Pablo es un gran maestro, que va sintonizando con los oyentes.

Vamos a desgranar este discurso de Pablo en Atenas. Os lo ofrezco como modelo de cómo comportarse hoy un cristiano en Melilla.

2. En primer lugar, Pablo observa que en Atenas, por expresión de religiosidad popular, hay una serie de altares dedicados a diversos dioses, en los que ellos creen. Además, entre esos altares y dedicaciones hay uno que dice: “Al Dios desconocido”.

San Pablo, que es un gran observador, como lo que iba a predicar no encajaba con los dioses griegos, parte de la religiosidad popular y desde el raciocinio y la filosofía, les dice: “Atenienses veo que cultiváis la religiosidad y veo que habéis puesto un altar ‘al Dios desconocido’, de eso os vengo a hablar” (Hch 17, 22-23). Aprovecha la realidad que tiene para hablar de Jesucristo.

El nombre griego de “Zeus”, dios de los griegos, pasará a la lengua latina como el nombre de Dios.

En un segundo momento de ese discurso, Pablo ilumina ya desde la fe cristiana lo que quiere decir, el contenido de su predicación. Entonces, ¿de qué Dios se trata? De ese Dios, que no conocéis y del que vengo a hablaros. Y no describe las características de los dioses griegos, sino las del Dios de Jesucristo.

El Dios que Pablo predica es el creador del cielo y de la tierra, el que ha creado al hombre, el que le ha dado la naturaleza para que la domine y viva de ella. El que ha ido cuidando a la humanidad, el que acompaña al hombre, porque es un Dios que se preocupa del hombre (Cf. Hch. 17, 23b-26).

En esa historia al final, les habla de Jesucristo. El Dios de Jesucristo ha creado al hombre y se ha preocupado de él; ha enviado a su Hijo para salvarlo. El Hijo de Dios ha entregado su vida en la cruz y ha muerto por todos los hombres. Ese es Jesús de Nazaret, Dios-hombre, muerto en la cruz; Dios lo ha resucitado. Este es el kerigma que Pablo anuncia.

3. El núcleo el anuncio cristiano es: Dios Padre, que nos ama, envía a su hijo por amor, quien ofrece su vida, muere en la cruz y resucita.

Esta es la esencia del cristianismo; quien cree esto es cristiano. Por eso la señal del cristiano es la santa cruz; Cristo ha sido clavado en la cruz.

La cruz es un gesto de ignominia y de desprecio en la religión judía; pero llega a ser el signo del amor de Dios al hombre; el signo más expresivo del inmenso amor que Dios tiene a la humanidad.

Hoy la cruz se ha convertido en todo el mundo en el signo auténtico, en el signo verdadero del amor más profundo, el auténtico amor.

4. En el anuncio del evangelio, cuando Pablo ilumina la realidad desde Jesucristo descubre que los atenienses, además de exaltar al “Dios desconocido”, tenían muchas estatuillas de ídolos.

Entonces, les pone un interrogante: ¿Cómo es posible que vosotros adoréis a cosas, objetos, animales, cuando todo eso ha sido creado por Dios?

En definitiva, les viene a decir que en vez de adorar a esos ídolos, a esas imágenes fabricadas por el hombre, fruto de vuestra imaginación y de vuestra creación, ¿por qué no adoráis al Dios, que ha creado al hombre a imagen suya y le ha hecho hijo de Dios?  Les recuerda unos poetas suyos, citando a un filósofo-poeta, que dice que los atenienses son estirpe de Dios (cf. Hch. 17, 28b).

Pablo parte de la realidad, para hacer el anuncio evangélico; parte de una expresión religiosa para anunciar al “Dios desconocido”; parte de esa expresión del poeta, para decir que somos extirpe de Dios; parte de la experiencia de presencia de unos ídolos, para explicarles que no tiene sentido que unos hombres, hijos de Dios, adoren cosas que han inventado y creado manos humanas. Fijaos bien en el proceso que hace de Pablo de Tarso en Atenas.

5. Podíamos ahora trasladarlo a nuestra situación actual. Nosotros somos cristianos, profesamos la fe en Jesucristo, a quien confesamos nuestro Dios y Salvador, Hijo de Dios, que ha muerto en la cruz y ha resucitado, está vivo y es quien nos salva; no hay ningún otro Salvador.

Ahora podríamos hacer con nuestros paisanos melillenses, no creyentes en Jesucristo, el mismo proceso que hace Pablo con los atenienses. Es decir, podríamos partir de su realidad religiosa, de su experiencia humana, de lo que adoran. ¿Qué adoran nuestros paisanos? Les podríamos decir: ¿cómo adoráis cosas, si sois estirpe de Dios? ¿Cómo os rebajáis, poniendo como Dios cosas hechas, imágenes manufacturadas por mano de hombre? Eso no tiene sentido. ¿Por qué no proponer, como hace Pablo, a Cristo crucificado y resucitado como al Salvador?

Se trata de una propuesta, no de una imposición. No tengamos miedo de proponer con libertad. Se es testigo con la vida, con las acciones, con la palabra; pero en ocasiones tendremos también que hacer una oferta explícita del kerigma cristiano.

El papa Pablo VI, hombre de un finísimo espíritu, dijo que los hombres tienen derecho a escuchar que Cristo es el Salvador del mundo; y que nosotros no tenemos que tener vergüenza de proponer a Jesucristo, de ofrecerlo, porque ofrecemos lo mejor que nosotros tenemos, la fe.

6. Después de la vida biológica, que es el regalo que Dios nos ha dado a través de nuestros padres, ¿qué otro gran regalo tenéis en vuestras manos? ¿Una casa?, ¿un trabajo?, ¿unas posesiones?, ¿unos títulos? Todo eso se a queda en este mundo. Al final, ¿qué poseemos? Al final permanecerá el amor a Dios.

Al final permanecerá el encuentro, que hayamos tenido en esta vida con Jesucristo. Aquí  dejaremos todo aquello que creemos que son nuestras riquezas; en realidad, falsas riquezas o riquezas efímeras y pasajeras. Las disfrutaremos diez, veinte, ochenta años, pero se quedarán todas aquí.

7. Sin embargo, la filiación divina y el amor de Dios no lo perderemos nunca. La posibilidad de vivir resucitados con Cristo, que es el regalo de la fe y de la gracia de Dios que se nos regaló en el bautismo, no lo vamos a perder nunca; al menos si no renegamos de la fe.

El anuncio de Pablo a los atenienses no es sólo para los no creyentes,  para los paganos; trasladado no es solo para los melillenses no-creyentes, o para los paganos, es también un anuncio para cada uno de nosotros; es una Buena Noticia; es un Evangelio para cada uno de nosotros.

Creo que tenemos una tarea preciosa. El Señor nos ha regalado la fe y su amor; ese es nuestro gran tesoro; no lo perdamos, al menos por culpa nuestra. Y no sólo no lo perdamos, sino que seamos generosos y compartámoslo con otros, como Pablo lo compartió con los atenienses.

Al final del discurso de Pablo se convirtieron un tal Dionisio Areopagita y una mujer llamada Damaris, y algunos más (cf. Hch 17, 34). Puede que se convirtieran solo unos pocos; pero no importa el número.

Pablo compartió lo mejor que tenía y unos cuantos le escucharon y creyeron en este Jesucristo, Dios y Hombre, que salva la humanidad. Si nosotros consiguiéramos que alguien, como Dionisio o como Damaris, aceptara a Jesucristo, habríamos compartido el Evangelio con esas personas. Así que os invito a proponer con libertad y con respeto la Buena Noticia de Jesucristo. ¡Compartirla, no os la calléis! Es una misión que el Señor nos pide.

8. El Evangelio de Juan hace referencia al misterio de fe, que se nos ha regalado en el bautismo. Tenemos que ir conociéndola y penetrando en ella de una manera progresiva.

La fe y el amor de Dios no es algo que de golpe entendamos. Quien crea que conoce el cristianismo y conoce a Dios como la palma de su mano, probablemente no conoce a Dios; quien crea saber todo de Dios, seguramente no lo conoce.

Ponemos un ejemplo: En una relación de amor entre dos personas, van descubriendo y profundizando cada vez más el conocimiento mutuo y la entrega mutua. Cuando llevan muchos años juntos, aún pueden exclamar con sorpresa: “Estoy descubriendo al otro”.

Si eso ocurre entre dos personas, ¿qué no va a ocurrir en una relación de un hombre y Dios? Es una relación que necesita ser profundizada, ser rezada, ser querida. Poco a poco iremos descubriendo la inmensidad de Dios, como el mar. San Agustín decía que no se puede meter el agua del mar en un pequeño hoyo de la playa. La inmensidad de Dios no cabe en nuestra pequeña cabeza humana; nos sobrepasa infinitamente.

¿Qué dice el evangelista Juan? El Espíritu Santo os irá revelando la verdad de Dios, poco a poco, en la medida que os dejéis y aceptéis esa verdad (cf. Jn 16, 13). Jesucristo ha revelado al Padre. Pero esa verdad revelada es tan grande que nosotros no podemos abarcarla; necesitamos ir descubriéndola cada día. Tenemos que pedirle al Espíritu que nos ilumine, que nos penetre por dentro y que nos haga ir descubriendo día a día esa inmensidad de amor, de misericordia, de paternidad, de omnipotencia, de omnisciencia, que es Dios Padre y que es la Trinidad.

9. Nadie tenga por seguro que ya conoce a Dios. Vislumbramos a Dios; percibimos su luz, pero nos queda un gran trecho para conocerlo realmente.

Dejemos que el Espíritu nos vaya iluminando. Dejemos que el Espíritu nos vaya transformando por dentro. Será la única manera en que el Señor irá tomando posesión de nosotros mismos, vaciándonos de nosotros y llenándonos de él. Eso pido para cada uno de vosotros y para mí mismo.

Se lo pedimos a Dios por intersección de nuestra Patrona, la Virgen de la Victoria, la Virgen Santísima, bajo la advocación que cada uno tengáis devoción. Ella es la Madre del Señor; ella ha sabido ir interiorizando el amor de Dios en su vida, ir conociéndolo, dándose a Él. Ella es la gran maestra de fe.

Pues que Ella nos ayude, con su maternal intersección, a ir penetrando en ese rico e inmenso tesoro, que es la divinidad. Que así sea.

 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo