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Eucaristía con motivo del Día del Seminario (Catedral-Málaga)

Publicado: 21/03/2010: 1232

DÍA DEL SEMINARIO

(Catedral- Málaga, 21 marzo 2010)

Lecturas: Is 43, 16-21; Sal 125; Flp 3, 8-14; Jn 8, 1-11.

El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios

1. En este domingo quinto de Cuaresma la Iglesia nos invita a renovar nuestra adhesión y nuestro amor al Señor, quien transforma nuestra condición pecadora y la hace renacer. Dios nos apremia a volver de nuevo a su lado.

Por medio del profeta Isaías el Señor promete abrir un nuevo camino, para que su pueblo vuelva a su patria; el profeta anuncia al pueblo de Dios el retorno a su tierra; otra vez quiere liberar a su pueblo de la esclavitud; quiere darle una vida nueva, un futuro mejor.

El Dios de la Alianza recuerda a su pueblo las hazañas que realizó en su favor, sacándolo de Egipto con mano fuerte y brazo robusto (cf. Dt 4, 34), venciendo al faraón con sus carros y jinetes y haciendo obras prodigiosas (cf. Is 43, 16-17).

Ahora el Señor desea seguir rescatando a su pueblo, dándole vida nueva y apagando su sed (cf. Is 43, 19). Somos el nuevo pueblo de Israel, que necesitamos agua para vivir; el Señor desea darnos su agua vivificante, para que podamos seguir caminando en el desierto de nuestra vida.

Hemos cantado, como hijos de Dios, la alabanza en su nombre en el Salmo interleccional: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 126, 3). El Señor nos ha salvado y nos ha librado de la muerte. ¡Demos gracias a Dios por los dones que recibimos de Él!

2. En el Evangelio según san Juan los judíos presentan a Jesús una mujer pecadora y el Maestro la perdona y la libera del pecado, renovando de este modo su vida. A quienes la acusaban les dice con aplomo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8, 7). Para la mujer perdonada comienza una nueva vida; ella encuentra un camino de libertad auténtica.

Cada uno de nosotros, queridos hermanos, ha sido perdonado de sus pecados por la entrañable misericordia de nuestro Dios. También nosotros hemos encontrado el camino de la verdadera libertad.

3. Hoy celebramos en las diócesis de España el Día del Seminario. Este año se nos propone como lema de la Campaña del Seminario: “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”.

Dios es amor; un amor que se manifiesta en la misericordia y en el perdón, como hemos visto en el Evangelio. Dios ofrece su vida al pecador arrepentido. Como en la parábola del Buen Pastor, Dios busca la oveja perdida hasta que la encuentra y la carga sobre sus hombros (cf. Lc 15, 4-6). Dios busca al que está perdido, para devolverlo al calor del hogar paterno y restituirle la dignidad de hijo de Dios.

El amor de Dios, al encontrarse con nuestra miseria, revela su infinita misericordia. Todos hemos experimentado la gran misericordia divina, sobre todo en el sacramento de la penitencia, que nos devuelve la hermosura perdida por la fealdad del pecado.

Todo sacerdote es testigo de la entrañable misericordia de Dios; no sólo porque la ha experimentado en su propia carne pecadora, sino porque ha visto las maravillas, que el Señor realiza, en otros fieles, para quienes él es ministro de la reconciliación y del perdón.

4. Con motivo del 150 Aniversario de la muerte del Santo de Ars, san Juan María Vianney, el Papa Benedicto XVI ha querido convocar un Año Sacerdotal, para “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes”, con el objetivo de recordar que la fidelidad de Cristo ha de ser también la fidelidad del sacerdote.

La Iglesia nos propone un ejemplo de vida sacerdotal en el Santo Cura de Ars. Como decía este santo: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Es necesario que el pueblo de Dios reconozca la grandeza del sacerdocio y rece por los sacerdotes y con los sacerdotes.

En este Año Sacerdotal el santo Cura de Ars, que ejerció de modo heroico y fecundo el ministerio de la Reconciliación, nos exhorta a pregonar la misericordia de Dios, poniendo en boca de Jesús las siguientes palabras: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos; que mi misericordia es infinita”.

5. El Papa Benedicto XVI nos recordaba al respecto en su carta de este Año Santo: “Los sacerdotes no sólo podemos aprender del santo cura de Ars una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del ‘diálogo de la salvación’ que en él se debe entablar" (Carta convocación de un Año Sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del “dies natalis” del santo Cura de Ars, Vaticano, 16 de junio de 2009).

Y en otra ocasión se preguntaba por la razón de la fecundidad del ministerio sacerdotal del Cura de Ars: “¿Dónde hunden sus raíces la heroicidad y la fecundidad con las cuales san Juan María Vianney vivió su ministerio de confesor? Ante todo en una intensa dimensión penitencial personal. La conciencia de su propia limitación y la necesidad de recurrir a la misericordia divina para pedir perdón, para convertir el corazón y para ser sostenidos en el camino de santidad, son fundamentales en la vida del sacerdote: sólo quien ha experimentado personalmente su grandeza puede ser un anunciador y administrador convencido de la misericordia de Dios. Todo sacerdote se convierte en ministro de la penitencia por su configuración ontológica a Cristo, sumo y eterno Sacerdote, que reconcilia a la humanidad con el Padre; sin embargo, la fidelidad al administrar el sacramento de la reconciliación se confía a la responsabilidad del presbítero” (Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el curso sobre fuero interno organizado por la Penitenciaría Apostólica, Vaticano, 11 de marzo de 2010).

6. En este Día del Seminario deseo recordaros, queridos seminaristas, que la vocación sacerdotal es un don de Dios; Él llama a quien quiere y espera la respuesta del hombre, que sólo es posible desde la fe.

Estáis llamados, en un futuro próximo, a ser ministros de la misericordia de Dios; pero debéis empezar, ya desde ahora, a vivir personalmente esa misericordia y hacerla propia en vuestras almas, para poder ser después ministros auténticos de la reconciliación.

El Señor os invita a una vida nueva. Hemos escuchado a san Pablo en la lectura de la carta a los Filipenses: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura, para ganar a Cristo» (Flp 3, 8). Pablo lo pierde todo con tal de vivir con Cristo. Pablo tiene fijos sus ojos en llegar a la meta y recuerda su pasado, para reafirmarse en el nuevo camino emprendido; fija sus ojos en la meta hacia la cual corre decidido.

El Señor os ha llamado a vivir con Él y os quiere hacer partícipes de su sacerdocio. La vida del sacerdote es apasionante, viviendo en el misterio de la llamada, que se realiza en la debilidad. Todos los sacerdotes, queridos hijos, hemos experimentado la grandeza de la llamada de Dios al ministerio; y, al mimo tiempo, también experimentamos la debilidad y la fragilidad humanas, por causa de nuestro pecado, en el ejercicio de este ministerio.

7. Como dice el apóstol san Pablo: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro» (2 Co 4, 7). Nadie debe valorar el barro, sino el tesoro que está dentro. Dios es tan grande y tan bueno que se hace presente, incluso mediante el más pecador de los hombres.

Queridos fieles, no busquéis ningún sacerdote sin pecados; no existe. El único ser humano sin pecado es Cristo; y la Virgen María, su Madre, por privilegio especial. El resto de los hombres, sin excepción, somos todos pecadores. No os escandalicéis de nuestros pecados; también nosotros necesitamos la misericordia y el perdón de Dios.

Pero el Señor ha querido entregarnos el tesoro más precioso. El Día del Seminario se celebra en torno a la Fiesta de San José, Patrono de muchos Seminarios. Él cuidó de los dos tesoros más preciosos que Dios-Padre le había confiado: Jesús, el Hijo de Dios, y María, la Madre de Dios y esposa de José; él supo cuidar de estos dos tesoros con fidelidad, con dedicación, con amor desinteresado y renuncia de sí mismo. Hoy pedimos a San José que proteja nuestro Seminario y que cuide de nuestros seminaristas.

Quiero agradecer la labor que los Superiores del Seminario, aquí presentes, realizan; es una tarea difícil. En primer lugar, la del discernimiento: hay que descubrir a quién llama Dios para la vida sacerdotal; Dios no llama a todos los que se presentan para ser sacerdotes; y, probablemente llama a muchos más, que no lo manifiestan; hay que descubrir a quiénes llama Dios. El Señor sigue llamando a los jóvenes; pero muchos se hacen el sordo y no quieren oír; o han oído y no quieren responder.

El segundo trabajo, después del discernimiento, es el acompañamiento. Hay que acompañar y ayudar a madurar la vocación recibida.

8. Hemos escuchado al profeta Isaías que el Señor renueva las cosas (cf. Is 43, 19); que hace brotar algo nuevo. Acaba de empezar la primavera: están germinando las yemas; están rebrotando las plantas; pronto habrá flores y más tarde frutos.

También en nuestra iglesia particular hay retoños, que la renovarán. Como dice Isaías, el Señor está haciendo algo nuevo: ¿no lo notáis? ¿No sabéis que, entre vosotros, hay jóvenes que desean ser sacerdotes? Ahora invito a los seminaristas a ponerse de pie. (Una vez puestos en pie los seminaristas, el obispo prosigue). Ahora la asamblea puede contemplar estos “retoños”, que el Señor nos regala. Hemos de cuidarlos entre todos.

Quiero agradecer a las familias de los seminaristas su apoyo; y les pido que sigan cuidándoles y animándoles en el camino que han emprendido, llamados por el Señor.

Pido a toda la comunidad diocesana que recemos por ellos, por las nuevas vocaciones y por los sacerdotes. Y no sólo que recemos, sino que les ayudemos; que les ofrezcamos nuestro cariño y nuestro afecto.

¡Queridos seminaristas, gracias por vuestra inicial respuesta al Señor! ¡Que Él os bendiga y que la Virgen os acompañe en este camino, que habéis comenzado! (Podéis sentaros).

Ya desde el seminario, los candidatos al sacerdocio debéis ir convirtiéndoos en testigos de la misericordia divina.

9. Queridos jóvenes, estad atentos para escuchar la llamada del Señor; si os llama, respondedle con generosidad y alegría. No os sentiréis defraudados; más bien todo lo contrario: seréis inmensamente felices. Servir al Señor es el don más grande, que podemos recibir. ¡Arriesgaos, jóvenes, a seguir a Cristo en el sacerdocio!

A vosotros sacerdotes, consagrados y fieles laicos, os invito a proponer a los jóvenes la grandeza y hermosura de la vocación sacerdotal; hacedlo con la palabra; pero sobre todo, con el ejemplo de vuestras vidas.

Pedimos hoy al Señor de la mies que nos envíe numerosas y santas vocaciones, para el servicio sacerdotal en nuestra diócesis.

A la Virgen María, Madre de los sacerdotes y Reina de las vocaciones sacerdotales, pido que proteja nuestro Seminario y mantenga en la fidelidad a quienes hemos sido llamados a desempeñar tan noble misión.

Hoy tenemos en el presbiterio la imagen de la Virgen Inmaculada, que habitualmente preside la Capilla de nuestro Seminario. Ha sido traída expresamente como signo filial y como petición para que Ella acompañe estas vocaciones, estos “retoños” de primavera, que necesita nuestra Iglesia. ¡Que así sea!

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