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Ordenación de presbíteros (Catedral-Málaga)

Daniel Martín, Fernando Luque y Francisco Ruiz en su ordenación como diáconos · Autor: M. ZAMORA
Publicado: 25/06/2016: 10081

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, el 25 junio, en la Catedral de Málaga, con motivo de la ordenación de presbíteros.

ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS

(Catedral-Málaga, 25 junio 2016)

Lecturas: 2 Co 5,14-20; Sal 115,12-13.17-18; Mt 8,5-17.

Transparentar la misericordia de Dios

1. El Sumo Sacerdote y pastor de nuestras almas, Jesucristo, nos regala hoy tres nuevos pastores, para que apacienten en su nombre la grey que les confía. Queridos diáconos, Fernando, Daniel y Francisco, habéis sido llamados al Orden del presbiterato. No habéis elegido vosotros esta misión; recordemos las palabras de Jesús a sus discípulos: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16).

El Señor Jesús elige a quien quiere, para que estar con Él; los envía a predicar y les da autoridad para sanar y expulsar a los demonios (cf. Mc 3,13); esto es lo que Él ha hecho con vosotros. Los llamados ejercen en la Iglesia el ministerio sacerdotal en nombre suyo y en favor de los hombres, para continuar su misión de maestro, sacerdote y pastor.

¡Damos gracias a Dios porque habéis sido elegidos; y por el regalo que hoy recibe la iglesia particular de Málaga!

2. San Pablo, el gran evangelizador de los gentiles, nos ha recordado el amor de Cristo a todos los hombres para que tengan vida en él: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5,15).

Estáis llamados, a imitación de Pablo de Tarso, a llevar adelante la nueva evangelización, a la que nos han invitado los últimos Papas. Debéis aportar a nuestra sociedad la Luz de Cristo desde vuestra experiencia de fe y de amor, desde vuestra sensibilidad espiritual, desde vuestras facultades y forma de ser, desde vuestra ilusión como jóvenes sacerdotes.

El papa Francisco nos exhorta a ser “discípulos misioneros” (cf. Evangelii gaudium, 120). El discípulo de Jesucristo, después de haber hecho experiencia de su presencia, ya no puede vivir como antes. Pablo nos decía en su carta a los Corintios: «Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17).

A vosotros, queridos candidatos, el Señor os invita a vivir desde hoy la novedad radical de su presencia en vuestro ministerio y el mandato de evangelizar. Cuando os han preguntado en los medios de comunicación en qué cambiaría vuestra a partir de hoy, habéis respondido que cambiaría mucho; pues considerad que aún va a cambiar mucho más de lo que pensáis. A la Virgen María y a los santos les cambió radicalmente su vida.

Vivimos un cambio de época, como ha dicho el papa Francisco (cf. Evangelii gaudium, 52), que ha generado enormes transformaciones sociales, políticas, culturales y religiosas. Este es el campo de batalla en el que os toca lidiar a vuestra generación. Es normal que tengáis ilusiones y que al mismo tiempo experimentéis miedo a no responder adecuadamente, a no ser fieles a lo que el Señor os pida, a no estar a la altura de la misión. ¡Pero, ánimo! ¡Tenéis el mismo Espíritu que dirige la Iglesia y que tuvieron los apóstoles y los santos de todas las épocas!

No estáis solos ni actuáis solos. Sois simples instrumentos, ojalá dóciles, del Espíritu; y formáis parte de la Iglesia de Cristo, de la que sois miembros y servidores.

3. Mediante la ordenación presbiteral seréis configurados en Cristo, sumo y eterno sacerdote, cabeza y pastor, para construir y edificar todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal (cf. Presbyterorum ordinis, 12). Debéis servir a todo el Cuerpo de Cristo y no dedicaros solo a una dimensión pastoral que me pudiera gustar; debéis realizar no solo una tarea, en la que me encuentro a gusto, sino todas las que abarca el ministerio. Servir a toda la Iglesia significa ocuparse de todos los destinatarios de la salvación, desde los niños-infantes hasta los más ancianos.

La caridad pastoral, tal como la describe Juan Pablo II: “constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote” (Pastores dabo vobis, 23); ella armonizará vuestra vida diaria en medio de tantas tareas, que pueden distraeros de lo esencial.

¡Queridos candidatos, no perdáis el norte y el fin principal de vuestra misión; no os distraigáis con actividades superfluas; no perdáis el tiempo con mil distracciones, que os apartan de vuestra tarea principal; aprended a delegar responsabilidades; ofreced a los fieles laicos y a los religiosos las tareas que les corresponden! ¡No caigáis en lo que el papa Francisco llama “acedia pastoral”, que impregna de cansancio y de insatisfacción el ministerio! (cf. Evangelii gaudium, 82).

La misión sacerdotal os reclama una entrega generosa, un plan de vida adecuado, un proyecto pastoral compartido, una ilusión sostenida, una espiritualidad firme y un realismo verificado.

Sería un error considerar vuestra tarea como algo personal; puesto que la obra es del Señor Jesús, quien es “el primero y el más grande evangelizador” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 9). “El primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu (…) Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero” (Francisco, Evangelii gaudium, 12).

4. El Señor os encarga, a partir de hoy, el ministerio de la reconciliación, como nos ha dicho san Pablo: «Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).

Vais a ser ordenados en el marco del Jubileo de la Misericordia. Debéis ser dóciles instrumentos de la misericordia de Dios; debéis ser transparencia de su misericordia. ¡No pongáis obstáculos ni barreras a los penitentes; acogedlos con amor como padres, como los acogería y acoge Jesucristo!

Dios quiere reconciliar «al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación» (2 Co 5,19). Por eso «nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros» (2 Co 5,20).

El papa Francisco os dice directamente: “Aquí quiero detenerme y pedirles por amor de Jesucristo, nunca se cansen de ser misericordiosos, ¡por favor! Tengan esa capacidad de perdón que ha tenido el Señor, que no vino a condenar, pero a perdonar” (…) El Buen Pastor entra por la puerta, y la puerta de la misericordia son las llagas del Señor, y si ustedes no entran en vuestro ministerio por las llagas del señor, no serán buenos pastores” (Papa Francisco, Homilía en la ordenación de sacerdotes, Roma, 11.05.2014).

Queridos candidatos al ministerio presbiteral, sed conscientes de haber sido elegidos por Dios «para ofrecer dones y sacrificios por los pecados» (Heb 5, 1), sabiendo que también vosotros estáis envueltos de debilidad. También los sacerdotes necesitamos el perdón de Dios y confesarnos, porque somos pecadores. Pido a los fieles que no os escandalicéis de que los sacerdotes tengamos pecados; estamos hechos todos de la misma “pasta” de creaturas pecadoras. Los sacerdotes no somos ángeles, ni santos. Nos hace santos a todos el Señor. ¡Sed comprensivos! ¡Os lo pido!

Como dice el Ritual de Ordenación: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Vais a celebrar y a presidir el misterio pascual de Jesucristo, configurándoos a Él; ésta es la misión que hoy, queridos candidatos, Dios os confía y vosotros asumís libremente.

5. El Evangelio de hoy nos narra el encuentro de Jesús con dos personajes muy diversos: el primero es un centurión romano, que le ruega curar a un criado suyo (cf. Mt 8,5-6), sin necesidad de acercarse al enfermo (cf. Mt 8,8). Jesús, al ver la fe que tenía el centurión, curó a su criado a distancia (cf. Mt 8,13).

El segundo personaje es la suegra de Simón Pedro, que estaba en cama con fiebre (cf. Mt 8,14). Jesús se acerca a ella y la toca con su mano, curándola (cf. Mt 8,15).

Queridos sacerdotes y ordenandos, en nuestro ministerio nos encontramos con muchos enfermos de alma y de cuerpo. A unos los curamos en nombre del Señor con nuestra oración, ofreciéndoles la misericordia de Dios. Pero a otros, debemos acercarnos a su lecho de dolor, o en su difícil situación personal, y tocarlos con nuestra mano para bendecirlos y darles consuelo. Como dice el papa Francisco, ellos son la “carne de Cristo”, quien «tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17).

Tened siempre ante vuestros ojos el ejemplo del Buen Pastor, que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28).

Pedimos a la Virgen de la Victoria, nuestra Patrona, que os ayude a realizar con gozo y buenos frutos el ministerio sacerdotal, que hoy vais a recibir. Amén.

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