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Santa María Madre de Dios (Catedral-Málaga)

Publicado: 01/01/2014: 7801

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
(Catedral-Málaga, 1 enero 2014)

Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

La paz y la bendición Dios

1. La liturgia de este primer día del año nos ofrece la contemplación de la maternidad de María, Madre de Dios, y la invocación de la bendición más antigua de la Biblia. El libro de Números trae la bendición con la que el Señor desea que los israelitas sean bendecidos. Dios pidió a Moisés que comunicara a Aarón y a sus hijos el modo de bendecir al pueblo. En la primera parte de esta bendición se dice: «El Señor te bendiga y te proteja» (Nm 6, 24). Aquí se invoca a Dios para que se nos muestre favorable, nos conceda su amor, nos proteja, nos guarde en nuestros caminos, nos acaricie con su mano, nos cobije y ampare, nos mire con benevolencia y misericordia, y permita que nuestros trabajos sean fructíferos. Pedimos a Dios que nos bendiga y no mire con benevolencia en este año nuevo que comenzamos. Dios ha sido propicio haciendo a María la “llena de gracia”, la bendita entre todas las mujeres, la creyente. Ella es la Madre de Jesús y por ende, la Madre de Dios, cuya solemnidad hoy celebramos. Ella supo acoger por fe la voluntad divina y convertirse en Madre del Verbo encarnado. ¡Que Dios nos bendiga a lo largo del nuevo año, que hoy empieza, y que nos haga capaces de reconocer su presencia y de vivir su amor!

2. La segunda parte de la bendición reza así: Dios «ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor» (Nm 6, 25). El hombre, que yacía en oscuridad y en sombras de muerte, ha sido iluminado por la luz celestial (cf. Is 9,1) y puede vislumbrar la salvación que le llega. La misión de alumbrar el mundo es la que Dios encomienda al Mesías: «Iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte» (Lc 1, 79). El Verbo eterno de Dios es la luz que ilumina y orienta a los hombres: «El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1, 9). Quienes fijan sus ojos en Él son iluminados por su luz; ver las cosas desde la mirada de Dios otorga una profundidad y una amplitud al hombre, que supera toda mirada humana; mirar con los ojos de la fe concede una sabiduría sobrenatural. Nosotros, queridos fieles, hemos de mirar el mundo, las cosas y al hombre con la inefable luz de Dios. Nuestro mundo necesita de esa luz, para que las cosas se aprecien en su verdadero sentido y realidad. Hay muchas cosas que nuestra sociedad mira con ojos emborronados por ideologías y turbios por intereses mezquinos. Hemos de contemplar con la luz de Dios: la vida humana no nacida, desde el primer instante de su concepción; hemos de mirar con la luz de Dios la familia, los enfermos, los ancianos y mayores, la formación de las nuevas generaciones, las cuestiones socio-políticas, la economía, el trabajo, la cultura; es decir, hemos de mirar con la luz de Dios toda dimensión humana.

3. En la tercera forma de bendición dice el texto bíblico: «El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 26). Mostrar el rostro a alguien es serle propicio y cercano. Pedimos hoy al Señor que nos mire con bondad; que dirija su rostro hacia nosotros para sabernos amados y perdonados; que nos acompañe en este nuevo año, que hoy comienza; que sintamos su presencia dentro de nosotros. El creyente, que confía en Dios, reza con los salmos, pidiendo que Dios ilumine su rostro: «¡Oh Dios, vuélvete a nosotros, ilumina tu rostro y nos salvaremos!» (Sal 80, 4.8.20). Cuando Dios esconde su rostro, el hombre queda sin aliento, como dice el Salmo: «¿Hasta cuándo, Señor, me esconderás tu rostro? ¡Dios mío, no me ocultes tu rostro!» (Sal 13, 2). Procuremos vivir siempre, queridos hermanos, contemplando el rostro de Dios, que Jesucristo nos ha manifestado.

4. Para la Jornada Mundial de la Paz de este año, que hoy celebra la Iglesia, el papa Francisco nos ha ofrecido un Mensaje cuyo lema es: La fraternidad, fundamento y camino para la paz. La fraternidad es una dimensión esencial del ser humano, que se desarrolla a través de la relación interpersonal y que es necesaria para construir una sociedad justa y pacífica. El pasado domingo celebrábamos la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia, contemplándola como modelo de toda relación humana y fuente de inspiración para todas las familias. Al reflexionar hoy sobre la paz es necesario recordar que la fraternidad se aprende en el seno de la familia; allí es donde se cultivan las relaciones fraternales, la convivencia en la diversidad, el perdón ofrecido y recibido, la renuncia al propio deseo a favor del otro, la eliminación de los rencores y el entrene para la paz.

5. Saliendo del círculo familiar las relaciones personales y las interdependencias se abren a otros ambientes más amplios, formados por pueblos y naciones, que se entrelazan en el ámbito mundial, formando una unidad y compartiendo un destino humano común. Cada vez más nuestra sociedad se caracteriza por una convivencia de diversas etnias, lenguas, religiones y culturas; aunque no siempre se vean respetados los derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. La desigualdad, la pobreza y la injusticia revelan una profunda falta de fraternidad y de solidaridad. El fenómeno de la globalización, como ha afirmado el papa emérito Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no siempre nos hace hermanos (cf. Caritas in veritate, 19). Para generar una verdadera fraternidad no es suficiente una simple ética o unos pocos valores compartidos; o un consenso mínimo sobre cuestiones fundamentales; es necesaria la referencia a un Padre común, como fundamento último de toda relación humana.

6. La verdadera fraternidad entre los hombres requiere una paternidad trascendente y una maternidad referida a la Virgen María. ¿Cómo vamos a sentirnos y a ser hermanos de todos los hombres si no tenemos un Padre común, el Padre del cielo? ¿Cómo vamos a comportarnos como hermanos, si no amamos a la Madre común, a la Madre de Jesús, a la Madre de Dios y madre nuestra? A partir del reconocimiento de esta paternidad de Dios y de la maternidad de la Virgen María, se consolida, se fragua, se genera la fraternidad entre los hombres. San Pablo, en su carta a los Gálatas, nos ha recordado hoy que «la prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Gal 4, 6). La fraternidad humana está enraizada en la paternidad de Dios, como dice el mismo Señor: «No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo» (Mt 23,8). Se trata de Padre que nos ama individualmente a cada uno de manera concreta y cuida personalmente de cada uno de nosotros: «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso» (Mt 6,31-32). Él nos lo procura cada día; él nos lo regala. Podemos comer, vestir, disfrutar de la vida y de los dones de Dios, porque nos lo regala cotidianamente.
Como dice el papa Francisco: “Una paternidad, por tanto, que genera eficazmente fraternidad, porque el amor de Dios, cuando es acogido, se convierte en el agente más asombroso de transformación de la existencia y de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 3).

Pedimos a la Virgen María, la Madre del Señor y madre nuestra, que nos ayude a vivir cada día la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, para llevar paz a todos los hombres. Jesucristo es la Paz del mundo; los cristianos estamos llamados a recibir su Paz y a ofrecerla a todos los hombres. Al inicio de este Año Nuevo 2014 pido a Dios que os bendiga, usando la fórmula más antigua de bendición, que aparece en la Biblia: El Señor os bendiga y os guarde; ilumine su rostro sobre vosotros y os sea propicio; El Señor os muestre su rostro y os conceda la paz (cf. Nm 6, 24-26).

Amén.
 

Autor: diocesismalaga.es

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