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Fiesta de la Anunciación del Señor (Catedral-Málaga)

Publicado: 25/03/2011: 3422

Jornada por la vida

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 25 marzo 2011)

Lecturas: Is7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38.

María, modelo de todo cristiano

 

1. Celebramos con todo esplendor esta solemnidad de la Anunciación del Señor, advocación titular de nuestra Catedral malacitana. Como habéis podido apreciar, queridos fieles, estamos usando la lengua latina en esta celebración litúrgica. No se trata de volver a una moda pasada por motivos románticos, sino de fidelidad al rito latino, al que pertenecemos.

La posibilidad de celebrar en lengua vernácula ha sido una concesión, que no ha abolido el latín como lengua propia de nuestro rito. Pensamos, además, que es una riqueza mantener el latín en algunas celebraciones de la Catedral, como suele hacerse todos los domingos. Exhorto también a los párrocos y capellanes de comunidades religiosas a celebrar periódicamente la Eucaristía en lengua latina.

2. La Iglesia nos ofrece hoy la contemplación del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El profeta Isaías, en respuesta al rey Acaz, a quien Dios le dijo que pidiera una señal y éste no quiso solicitar, le anunció: «El Señor, por su cuenta, os dará un signo: Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14).

Contemplando el Misterio de la Encarnación del Verbo en el seno de María, vemos que Dios ha querido acercarse a los hombres por puro amor, por su propia liberalidad. Sin que el hombre se lo pidiera, Dios ha realizado la salvación “por su cuenta”, para rescatarlo de la cautividad en la que se encontraba postrado.

El Creador quiso libremente crear al ser humano y hacerlo a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). Tras la caída del pecado original, Dios siguió amando al hombre sobremanera. Como dice San Juan: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

Dios es quien toma siempre la iniciativa. Por eso, en el tiempo por él señalado, envió a su Hijo, nacido de mujer, como nos recuerda San Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 4-5).

3. La Virgen María, al recibir el anuncio del ángel, queda admirada, sorprendida y turbada de la buena nueva, que se le comunica. Así nos la presenta San Lucas: «Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo»  (Lc 1, 29). Tampoco acaba de comprender cómo se va a realizar tal prodigio; pero Dios sabe hacer muy bien las cosas.

La Virgen nazarena sólo tiene que aceptar el plan de Dios, para que todo llegue a buen término. Ella, consciente y libre, responde con amor a la llamada del Amor: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Pero se considera pequeña ante Dios y se contempla a sí misma como una pobre sierva, que acepta de buen grado la voluntad de su Señor: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38).

“El consentimiento total e incondicional de la ‘sierva del Señor’ (cf. Lc 1, 38) al designio de Dios fue, pues, una adhesión libre y consciente –nos dijo Juan Pablo II–. María consintió en convertirse en la Madre del Mesías, que vino «para salvar a su pueblo de sus pecados»(Mt 1, 21; cf. Lc 1, 31). No se trató de un simple consentimiento para el nacimiento de Jesús, sino de la aceptación responsable de participar en la obra de la salvación, que Él venía a realizar. Las palabras del ‘Magnificat’ ofrecen clara confirmación de esta conciencia lúcida: «Acogió a Israel, su siervo —dice María— acordándose de su misericordia. Según lo que había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre»(Lc 1, 54-55)” (Juan Pablo II, Homilía en la Casa de la Virgen, 3, Éfeso-Turquía, 30.XI.1979).

4. María es modelo de aceptación de la voluntad de Dios en nuestras vidas. Mientras todos quieren ser dueños de la propia vida, María pone la suya al servicio de su Señor y de la humanidad; mientras todos desean ser señores y dominadores de los demás, María se presenta como la esclava. ¡Cuánto tenemos que aprender de María, nuestra Madre y Maestra!

Ella es modelo del verdadero cristiano, que quiera responder con generosidad a la llamada de Dios y unirse a la actitud de María y de Jesús, su Hijo, el Verbo hecho carne, y atreverse a decir: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»(Hb 10, 9).

Hoy contemplamos a María como a nuestro modelo. La miramos para saber construir la Iglesia a ejemplo suyo. Ella vivió su fe intentando descubrir cada día la voluntad de Dios; y pasando por momentos difíciles, desde los primeros días de su maternidad (cf. Mt 1, 18-25), hasta ver a su Hijo clavado en la cruz (cf. Jn 19, 25); dificultades que superó gracias a la escucha atenta y obediente de la Palabra de Dios. También nosotros debemos esforzarnos en profundizar nuestra fe, escuchando, acogiendo, proclamando, venerando la Palabra de Dios, escudriñando a su luz los signos de los tiempos e interpretando y viviendo los acontecimientos de la historia, como dijo Pablo VI (cf. Marialis cultus, 17).

María es para nosotros ejemplo de fe, de esperanza y de caridad: “A ejemplo suyo, también nosotros debemos permanecer firmes en la esperanza aún cuando nubarrones tempestuosos se agolpen sobre la Iglesia, que avanza como nave entre las olas, no raramente hostiles, de las vicisitudes humanas; también nosotros debemos crecer en la caridad, cultivando la humildad, la pobreza, la disponibilidad, la capacidad de escucha y de condescendencia en adhesión a cuanto Ella nos ha enseñado con el testimonio de toda su vida” (Juan Pablo II, Homilía en la Casa de la Virgen, 5, Éfeso-Turquía, 30.XI.1979).

5. En España celebramos hoy, queridos hermanos, la Jornada por la Vida con el lema: “Siempre hay una razón para vivir”. En esta solemnidad de la Anunciación del Señor, en la que memoramos que el Verbo se hizo hombre, queremos proclamar a todo ser humano que hay razones para seguir viviendo, para amar, para esperar, para compartir, para alabar a Dios, para disfrutar de la naturaleza, de la familia y de los amigos, para gozar de las cosas bellas, que Dios nos ha regalado.

A la luz del Evangelio la vida humana no es manipulable ni negociable. Nadie tiene derecho a la propiedad de una vida, que no le pertenece; ni siquiera a la propia. El hijo no es propiedad de su madre, aunque viva en su seno. Los padres no tienen derecho a aniquilar a varios hijos suyos en estado embrionario, para obtener que uno de ellos esté exento de ciertas limitaciones congénitas. Esto, que se presentaba hace muy pocos días ante la sociedad española como un gran logro científico, es una crueldad.

El Estado tiene la obligación de proteger, con todos los medios a su alcance, la vida de un nuevo ser humano y no debe permitir que sea eliminado impunemente. Ningún legislador puede otorgar a otros el derecho a aniquilar a un ser humano; sería ir contra la propia dignidad humana. Los llamados “científicos” no tienen derecho a manipular vidas humanas y aniquilarlas bajo la excusa de avances tecnológicos. Los criterios morales están por encima de la leyes positivas, que deben tener sus límites.

Pero si los padres, los científicos y los gobiernos permiten la manipulación y el aniquilamiento de cualquier ser humano, sea cual sea su estado y condición, los cristianos tenemos la obligación moral de proclamar el evangelio de la vida y denunciar semejante atrocidad. Los cristianos, aunque les pese a algunos y no quieran entenderlo, seguiremos defendiendo la dignidad de la persona humana. Apoyaremos la vida de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural.

Como ha dicho el Papa Juan Pablo II, “el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia”(Juan Pablo II, Evangelium vitae, 73).

Damos gracias a Dios en esta solemne fiesta de la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María. Pedimos la protección de María, en la contemplación del misterio de la Anunciación, titular de nuestra Catedral, y rezamos por el respeto a toda vida humana, que el Hijo de Dios quiso asumir viniendo al mundo, para redimir a la humanidad.

Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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