DiócesisHomilías Maratón vocacional (Seminario Diocesano-Málaga) Publicado: 29/03/2009: 2834 MARATÓN VOCACIONAL (Seminario Diocesano-Málaga, 29 marzo 2009) Lecturas: Jr31, 31-34; Sal 50; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33. 1. Lleváis una larga noche de oración y vuestras fuerzas físicas se resienten por el cansancio. Vamos a culminar este “Maratón Vocacional” con la celebración de la Eucaristía. Queremos dar gracias a Dios por muchas cosas, sobretodo por las vocaciones a la vida de especial consagración. Hemos escuchado en la primera lectura, tomada del profeta Jeremías, la propuesta de una alianza nueva: «He aquí que días vienen -oráculo del Señor- en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva alianza» (Jr 31, 31). ¿Por qué nueva? Porque había alianzas viejas, que el Señor había hecho con su pueblo, pero éste no las había cumplido; hubo una alianza escrita en tablas de piedra, con Moisés, rota muchas veces. Los hombres rompemos fácilmente las alianzas escritas en papeles, en piedra, en madera; hacemos convenios o pactos de paz y los rompemos. El pueblo de Israel rompió muchas veces la Alianza con Dios. 2. El Señor quiere hacer una alianza nueva, con unas características especiales. ¿En qué consiste esa alianza nueva? No hace falta que esté firmada en papel, ni escrita en piedra. Tanto las personas de especial consagración como los casados, presentes aquí, hemos firmado una alianza con Dios, que no se puede romper. La alianza nueva que Dios quiere hacer es interior: «Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31, 33). Dios quiere otorgarnos su Espíritu, que penetra dentro de nosotros. Se trata de una alianza de Espíritu Santo a espíritu humano. Queda grabada a fuego, el fuego del Espíritu; no está grabada en tablas de piedra, ni en papel, sino en el corazón. Esa alianza no se puede romper, porque es indeleble; es definitiva; es eterna. La alianza nueva implica una historia de amor. Dios ha hecho una historia de amor con su pueblo; la ha hecho con Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés; con todo el pueblo de Israel. La ha hecho con cada uno de nosotros, a quienes nos ama; la acogemos, porque le amamos a Él y hemos creído en Él (cf. Ef 1, 13); cada creyente es una historia de amor. 3. Con Pablo de Tarso ha hecho Dios una historia preciosa. Pablo no hizo una alianza escrita con el Señor; más bien estuvo grabada en su corazón. Desde el día de su encuentro con el Señor Jesús cambió su vida. Saulo cambió en Pablo, viviendo con alegría la misión que el Señor le encomendaba: «Éste es para mí un instrumento de elección, que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hch 9, 15). El encuentro con Jesús produjo un cambio en su vida y aceptó los sufrimientos de su tarea evangelizadora: «Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre» (Hch 9, 16). A partir de entonces vivió una nueva historia de amor. Pablo conocía bien la Ley judía; la había leído en los rollos y la había estudiado de memoria. Era un impecable cumplidor de la Ley. Pero fue llamado por Dios y enviado: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1); fue apóstol por gracia divina. 4. Con cada uno de nosotros también quiere Dios hacer una hermosa historia de amor y una alianza nueva; quiere hacernos testigos entre los gentiles. La alianza ya la empezó Dios con nosotros. La llamada de Dios no es sólo para el que quiera ser sacerdote o religiosa; es para todo hombre. Sea cual sea nuestro estado y condición, el Señor ha hecho con nosotros una alianza nueva; es decir, una bella historia de amor. Pero hemos de saber grabarla a fuego en nuestro corazón; al fuego del Espíritu Santo. Llevamos en nuestra alma la marca o el sello de los seguidores de Jesús. En el bautismo y en la confirmación fuimos marcados con el sello del Espíritu; marcados a fuego con marca indeleble; por eso no hace falta escribir la alianza sobre papel, ni pergamino, ni piedra alguna. Debemos permitir que el Señor nos haga suyos para siempre. A pesar de nuestra infidelidad, de nuestras negaciones, de nuestras escapadas y correrías lejos de Él, su amor eterno no nos abandona y nos espera siempre, para renovar la historia de amor. Como antaño el pueblo de Israel y después todos los que han seguido a Jesús, también nosotros hoy queremos renovar nuestra historia de amor, la nueva alianza, que Dios ha hecho con cada uno. Todos somos llamados y enviados por gracia; nadie se arrogue este don. El Señor nos ha llamado; nuestra tarea es responderle con fidelidad, sin pretensiones. Nos envía como apóstoles, para ser testigos de su amor. 5. Ahora pasamos a considerar otro aspecto de la llamada, que es un poco más difícil de realizar. La historia de amor o alianza, que Dios hace con nosotros, tiene unas exigencias. No basta con decir: “Aquí estoy, Señor”, sino que hay que obedecer y realizar lo que Dios nos pide. Refiriéndose a Jesucristo, hemos escuchado en la carta a los Hebreos: «A pesar de ser Dios aprendió sufriendo a obedecer» (Hb 6, 8). Jesús obedeció sufriendo; y aprendió sufriendo a obedecer. Imitándole a Él, hemos de obedecer y decir: “Señor, aquí estoy; haz lo que quieras de mí”; ésta es la respuesta a la llamada de Dios. Sirve para todo cristiano, de cualquier estado y condición: religiosos, religiosas, sacerdotes, jóvenes, casados, niños, ancianos. El Señor hace una historia de amor con cada uno, y nos pide que le sigamos y le obedezcamos. 6. Me gustaría hablaros del término “obediencia”. Pregunto a los filólogos, ¿qué significa “obediencia”? Viene del latín, como palabra compuesta: “Ob-audire”. “Ob-audiencia” significa hacer caso de lo que escucho. Se trata de algo dinámico: ponerse a la escucha de Dios, reconocer lo que quiere de mí y ponerlo en práctica. ¡Escucha, pues, a Dios que te habla! ¡Agudiza el oído, para saber lo que quiere de ti! En el Salmo 40 el creyente agradece al Señor que le haya abierto el oído y haya podido cumplir su voluntad. Cada mañana el Señor me abre el oído y escucho su Palabra; estoy atento para conocer lo que desea de mí. Jesús aprendió a obedecer, escuchando fielmente y cumpliendo. Jesús pasaba noches de vigilia, como habéis hecho vosotros en esta noche, escuchando al Padre, para hacer al día siguiente lo que el Padre le había comunicado en el silencio de la oración. Aprendió sufriendo la obediencia. Vamos a obedecer a Jesús; vamos a escucharle y a poner en práctica lo que nos diga. 7. La alianza de amor, nueva y hermosa, que llena nuestra vida, no se puede cumplir sin obediencia y sin pasar por la cruz. Jesús nos recuerda: «Si el grano de trigo no muere, no da fruto» (Jn 12, 24). Para que produzca fruto, es necesario que se pudra y que desaparezca como tal. Supongo que habréis visto algunas semillas sembradas, que se pudren y se transforman; para pasar de grano de semilla a planta es necesaria una trasformación; el grano metido en tierra, si no se trasforma, no germina. ¿Sabéis que ha habido granos de trigo, tomados de las pirámides egipcias, que han estado dos o tres mil años sin transformarse?; pero una vez sembrados, han germinado, aunque parezca increíble. Esperemos que no os paséis vosotros dos o tres mil años sin germinar; no sea que os llame el Señor a la otra vida y le digáis: “Estaba aún esperando germinar, pero no veía el momento”. Si el grano de trigo no muere, no se trasforma y no produce fruto. 8. Resumimos. En este Año Paulino, en el que Pablo de Tarso es presentado como gran modelo de cristiano, el Señor nos invita a una alianza renovada; a escucharle y a poner en práctica lo que nos pida. Como Pablo también nosotros debemos decir: Señor, ¿qué quieres de mí? En primer lugar, damos gracias a Dios, porque ha querido y sigue queriendo hacer una historia de amor con cada uno de nosotros. Pero no os inventéis, queridos jóvenes, vuestra historia; dejad, más bien, que la escriba el Señor en vuestro corazón. No queráis ser vosotros solos los protagonistas de vuestra historia; la debéis hacer con Él. La historia de la salvación tiene siempre dos protagonistas: Dios y el hombre. Damos gracias a Dios, porque nos ha llamado y nos ha invitado a vivir una historia de amor. En segundo lugar, pedimos ayuda a Dios para ser obedientes. Tengamos en cuenta que, para obedecer, es necesario escuchar (“ob-audiencia”). Pedimos a la Virgen María, que fue fiel obediente de la voluntad de Dios, que nos ayude a responder a la llamada divina. Pedimos también la intercesión del Beato Manuel González, en cuya Capilla estamos. ¡Que él interceda ante el Señor, para que haya vocaciones a la vida de especial consagración y para que los consagrados vivamos en fidelidad al Señor! Que así sea. Autor: diocesismalaga.es Más artículos de: Homilías Fiesta de los Santos Ciriaco y Paula, Patronos de la ciudad de Málaga (Parroquia Santos Mártires – Málaga)Fiesta de la Anunciación del Señor (Catedral-Málaga) Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir