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Visita a la parroquia de San Andrés (Torre del Mar)

Publicado: 08/02/2009: 3217

PARROQUIA DE SAN ANDRÉS DE TORRE DEL MAR

(Torre del Mar, 8 febrero 2009)

Lecturas: Jb7, 1-4.6-7; Sal 146; 1 Co 9, 16-19.22-23; Mc 1, 29-39.

Domingo Ordinario V- Ciclo B

 

1. Hemos escuchado, en las lecturas que la liturgia nos ha presentado en este quinto Domingo Ordinario, dos personajes: Job, del Antiguo Testamento; y Pablo del Nuevo.

En la lectura del Antiguo Testamento aparece Job, un hombre modelo de paciencia; un hombre que vive su relación personal con Dios con gran confianza. Según la mentalidad bíblica, un hombre era bendecido por Dios cuando tenías muchos bienes y muchos hijos. Job es presentado como ese personaje bíblico con hijos e hijas y muchos bienes: ganados, tierras; un hombre, en definitiva, bendecido del Señor; un hombre a quien Dios protege y generosamente le colma de bienes (cf. Jb 1, 1-3).

También es presentado como un hombre religioso. El diablo pide permiso a Dios para tentar a Job y se le concede (cf. Jb 1, 12). El diablo empieza a atacar a Job en sus bienes: poco a poco va perdiendo sus ganados, ovejas, vacas, camellos (cf. Jb 1, 14-17); y uno a uno van muriendo todos sus hijos (cf. Jb 1, 18-19).

En el diálogo entre Dios y el diablo cada interlocutor defiende su postura. El Señor Dios dice a Satán: «¿Te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra: es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal! Aún persevera en su entereza, y bien sin razón me has incitado contra él para perderle» (Jb 7, 3). Pero Satán contestó: «Extiende tu mano y toca sus huesos y su carne; ¡verás si no te maldice a la cara!» (Jb 7, 5). Y el Señor se lo permite, prohibiéndole que le toque la vida.

Satán salió de la presencia del Señor e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta  la coronilla de la cabeza (cf. Jb 7, 5). Pero Job mantuvo la confianza en Señor, a pesar de todo; no renegó de su Dios; siguió rezando y confiando en el Señor.

Job perdió también las amistades y se alejaron de él sus familiares; incluso su misma mujer le azuza contra Dios: «¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!» (Jb 2, 9).

Pero Job no reniega de Dios y mantiene su confianza en Él, a pesar de todo. Y al final, por ser fiel a Dios, el Señor le recompensa: recupera la salud, recibe muchos más bienes y llega a tener muchos hijos (cf. Jb 42, 10-13).

2. Éste es un buen ejemplo para nosotros, que la liturgia nos ha presentado hoy. Se nos invita a tener confianza en Dios, a pesar de que las cosas no salgan como nosotros deseamos. Pero, ¿qué hacemos nosotros muchas veces? Cuando fallan nuestros planes, cuando la enfermedad nos combate, cuando la muerte acecha a alguien de la propia familia, exigimos al Señor las razones y le preguntamos por qué nos toca a nosotros esa desgracia. Pero, ¿quiénes somos nosotros, para pedirle cuentas a Dios?

Job, creyendo que lo sabía todo, se dirige a Dios y le echa en cara todos los males que le suceden. Pero el Señor le invita a contemplar la naturaleza y la creación, haciéndole ver que todo eso no es obra de Job, sino de Dios (cf. Jb 38). Sólo entonces descubre Job su pequeñez de criatura ante la omnipotencia de Dios.

3. Aveces pensamos que estamos en igualdad de condiciones con Dios, como si Él fuera uno de nosotros y le pedimos cuenta de lo que hace. No es esa la actitud que el Señor espera de nosotros. Hemos de reconocer, como Job, que somos criaturas. Nuestra mejor sabiduría es conocer dónde estamos y qué somos. Y aunque nos arrecie la enfermad o nos aceche la muerte, no dejemos de confiar en el Señor. Él sabe, mejor que nosotros, lo que nos hace falta. Él nos ama a nosotros infinitamente más que nosotros. Y Él no puede olvidarse de sus hijos, como tampoco vosotras, queridas madres, os olvidáis del fruto de vuestras entrañas. Si alguien hiciera desaparecer de su seno a su hijo, no merecería el nombre de “madre”.

Si los padres no os olvidáis de vuestros hijos, ¡cómo va a olvidarse el Señor de nosotros, que somos sus hijos! Dios envió al mundo a su Hijo Jesús (cf. 1Jn 4, 9), quien aceptó la muerte en cruz por nosotros; ¡cómo va a olvidarse de nosotros! ¡No os preocupéis, suceda lo que suceda! Porque estamos en muy buenas manos: Estamos en manos de Dios, que es nuestro Padre.

4. En el Salmo hemos cantado que “Dios sana los corazones destrozados y venda sus heridas”. No os preocupéis, si tenéis heridas; y si tenéis el corazón desgarrado, no os inquietéis. El Señor sanará vuestras heridas y curará vuestro corazón roto; Él cicatrizará, con el bálsamo del aceite y la fuerza del Espíritu, todos nuestros males, todas nuestras llagas. Porque las llagas de la humanidad las ha puesto en sus manos y ha cargado sobre sus hombros todos nuestros pecados y nuestras flaquezas (cf. Mt 8, 17). Ha sido un intercambio maravilloso: Nuestros pecados, nuestras rebeldías, nuestras enfermedades, han sido cargado sobre los hombres de Jesús. Las ha llevado Él sobre sus espaldas y nos ha aligerado el peso y nos ha devuelto la confianza, el amor, la fuerza para afrontar todas las situaciones.

La oración de todo cristiano debería cambiar; en vez de decir: “Señor cúrame la enfermedad”; “Señor, no te lleves a la otra vida a mi ser querido”, debería ser: “Señor, hágase tu voluntad y dame tu gracia y tu fuerza para aceptarla”. Porque la voluntad de Dios es lo mejor para mí y para los míos, aunque nos cueste aceptar que sea así. Hoy Job nos da una gran lección en este sentido.

5. El Señor nos ha invitado, en el Salmo que hemos cantado, a tener confianza, como le dijo a Job. El Señor es infinitamente mucho más bueno que nosotros. Estamos celebrando la Eucaristía en una parroquia de playa. El Salmo decía: «El Señor cuenta el número de las estrellas y a cada una le da su nombre» (Sal 147, 4). El Señor es capaz no sólo de contar las estrellas y darles nombre, sino de contar la arena de las playas marinas.

En uno de los diálogos de Dios con Abraham, le dice: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas» (Gn 15, 5). ¿Seriáis vosotros capaces de contar las estrellas del cielo y darles nombre? ¡Imposible!

Y ¿os atreveríais a ir a la playa y contar los granitos de arena? Dios está por encima de todos nosotros. Nos ha creado y nos conoce; podemos  fiarnos del Señor. Igual que conoce las estrellas del cielo y contar la arena del mar, también conoce por nombre a cada uno de los seres humanos; nos conoce a cada uno de vosotros; nos conoce mejor que nosotros mismos; nos conoce mejor que cada uno conoce la palma de su mano. ¿Acaso no somos los seres humanos más que una estrella o que un simple granito de arena? ¡No os preocupéis; fiaos de Dios y saldréis ganando! Ésta es la enseñanza de Job.

6. La segunda lectura nos presenta a otro personaje del Nuevo Testamento, que se llama San Pablo. Estamos en el Año Paulino. El maestro Pablo nos ofrece también hoy, una lección preciosa, que debemos aprender de él.

Pablo trasforma su vida en el encuentro con Jesús; y de perseguidor de Jesucristo, de su Iglesia y de los cristianos, se convierte en un acérrimo defensor de Jesús y de su Iglesia y en un gran predicador del Evangelio, llegando en un momento a decir: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9, 16).

Supongo que os habéis encontrado personalmente con Jesús; y no una sino muchas veces. La Eucaristía es un encuentro con Jesús, Palabra de Dios encarnada. Si suponemos que nos hemos encontrado con Jesús, debemos suponer también que nuestro corazón ha quedado prendado de Él; y que estimamos su amistad y su amor más que las demás cosas.

Cuando uno ha conocido a Jesús, no puede menos que anunciar esa experiencia, que es enriquecedora, salvadora y redentora. Al igual que quien recibe una buena noticia no se la queda para sí, sino que la comparte, de la misma manera quien se ha encontrado con Jesús no se lo calla, sino que lo proclama, para que otros también puedan encontrarse con Él.

7. Vivimos en una sociedad que no es realmente cristiana, aunque aparentemente o sociológicamente lo sea. Nuestra sociedad es medio-pagana, medio-increyente; hay, como dice la Escritura, un “resto de Israel” (2 Cro 34, 21; Is 10, 20-22). En esta sociedad medio-pagana hemos de anunciar el Evangelio, como Pablo; pero lo anunciaremos sólo en la medida en que nos hayamos encontrado de veras con Jesús resucitado.

No hay que tener vergüenza en decir que somos cristianos y que aceptamos la doctrina de la Iglesia, porque es la doctrina de Jesucristo. Hemos de ser testigos de esta fe en la familia, en el trabajo, en la calle, en las relaciones sociales. A veces resulta difícil, porque los cristianos somos mal vistos, maltratados, insultados e incomprendidos. Pero Pablo vivió en una sociedad más pagana que la nuestra. Nosotros, al menos, vivimos en una sociedad que tiene raíces cristianas y aún conserva algo de ellas. ¡Y ojala sea por mucho tiempo!

8. Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a ser evangelizadores, como Pablo; a ser proclamadores de la Buena Noticia, que es Jesucristo; Él nos cambia la vida y nos enriquece.

Se lo pedimos a la Virgen María, que fue la gran creyente y se fió del Señor; por eso fue Madre del Hijo de Dios. Ella nos regaló al Hijo de sus entrañas. Le pedimos, pues, a la Virgen que nos ayude a fiarnos de Dios, diciéndole como Ella “hágase tu voluntad”, y a dar a conocer a Jesús a los que aún no lo conocen, o quienes conociéndolo, lo rechazan. ¡Que así sea!

Autor: diocesismalaga.es

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