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Encuentro en la parroquia de Ntra. Sra. de la Paz (Ronda)

Publicado: 31/01/2009: 1994

ENCUENTRO EN LA PARROQUIA DE NTRA. SRA. DE LA PAZ DE RONDA

(Ronda, 31 enero 2009)

Lecturas: Dt 18, 15-20; Sal 94, 1-9; 1Co 7, 32-35; Mc 1, 21-18.    

Domingo Ordinario IV-B

 

1. Moisés, mediador y profeta de Dios

1. Hemos escuchado un pasaje del libro del Deuteronomio, protagonizado por Moisés, legislador y gran profeta en el pueblo de Israel. Este pueblo no quería ver a Dios cara a cara, porque, según su mentalidad, temía morir (cf. Jc 13,22). El pueblo necesitaba, pues, un mediador, que en este caso era Moisés.

La misión de Moisés en medio de su pueblo era animarlo, acaudillarlo y guiarlo por donde el Señor quería que fuese pueblo; también le encomendó Dios hablar en nombre al pueblo en su nombre (cf. Dt 18,15). Las palabras que transmitía eras palabras de vida; si el pueblo obedecía las palabras que Moisés le decía en nombre de Dios, el pueblo vivía; pero si el Pueblo no hace caso, perecía. Moisés contemplaba a Dios cara a cara (cf. Ex 33,11; 34,10) y su rostro quedaba iluminado y trasformado (cf. Ex 34,29).

2. Jesús de Nazaret, el nuevo Profeta

2. Dios hace una promesa y dice que suscitará en el pueblo otro Moisés: «Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande» (Dt 18,18).

Según la carta a los Hebreos el nuevo Moisés es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Moisés profetizaba en nombre de Dios, Jesús de Nazaret es la gran profecía realizada en la plenitud de los tiempos. Moisés era un legislador, Jesús trae la gran y hermosa ley del amor. Moisés hablaba en nombre de Dios, Jesús es la misma Palabra de Dios hecha carne.

Estamos celebrando esta Eucaristía en un templo dedicado a la Encarnación del Hijo de Dios. Si el pueblo de Israel debía escuchar y obedecer a Dios, cuánto más nosotros debemos escucharle y obedecerle, porque tenemos con nosotros a la misma Palabra divina.

3. La palabra “obediencia” (ob-audiencia), en su sentido etimológico, significa aceptar aquello que se escucha. Primero es necesario escuchar (audiencia) la palabra, después dejar que penetre en el corazón, acogerla y llevarla a la práctica. “Obediencia” filial es la escucha atenta a Dios Padre.

Jesucristo fue obediente, porque escuchaba al Padre y realizaba su voluntad. Toda su vida consistió en aceptar la voluntad del Padre, aunque le costara. Los hijos deben escuchar a sus padres y llevar a la práctica lo que les dicen. Los cristianos también deberíamos escuchar atentamente al Hijo de Dios, que es la Palabra eterna de Dios.

En el bautismo de Jesús de Nazaret tuvo lugar una teofanía; en esa manifestación divina en el Jordán se reveló como el Hijo predilecto del Padre: «Este es mi Hijo amado, escuchadle» (Mt 17, 5). Este mandato de escucharle significa conocer y “obedecer” lo que Dios quiere a través de su Mediador.

4. No tenemos miedo, pues, como los israelitas de mirar cara a cara a Dios; no tenemos miedo, porque lo hacemos a través del mediador Jesús. Ninguno de nosotros resistiría la presencia viva y directa de Dios, tal conforme vivimos en el estado actual nuestro. No sería porque Dios nos fulminara, sino porque nuestro pecado, nuestra forma de vivir y de pensar, nos impiden contemplar la luz deslumbrante de Dios.

¿Quién de nosotros se enfrenta con nuestros limitados ojos a la plena luz del sol a medio día? Sería una pretensión vana y alto riego para la salud de nuestros ojos. No podemos ahora, en nuestra condición terrena, resistir la presencia directa del Omnipotente, de su Luz infinita, de su Amor eterno, porque no estamos preparados. Necesitamos pasar por el umbral de la muerte y quedar purificados, para poder gozar de su presencia.

Pero, queridos hermanos, tenemos como mediador a Jesucristo el Justo (cf. 1 Jn 2,1)), a Jesús el Redentor (cf. Rm 3,24), a Jesús la Palabra encarnada (cf. Jn 1,14), a Jesús manifestación de Dios (cf. 1 Jn 1,1-2); podemos contemplar su rostro y escucharle.

Escuchamos demasiadas voces sutiles, que nos tientan, provenientes de nuestro interior y de fuera, a las que hacemos caso y seguimos. Y, sin embargo, nos cuesta escuchar y obedecer la Voz de Dios.

3. Escuchar la voz del Señor

5. El Salmo, que hemos recitado esta tarde, nos está invitando a escuchar la voz del Señor: «Ojalá escuchéis hoy su voz» (Sal 95,7). ¡Ojalá escuchemos y obedezcamos hoy la voz del Señor!

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a distinguir entre las voces humanas y la Voz de Jesucristo, entre palabras y la Palabra, entre luces y la Luz. Necesitamos un discernimiento en este momento histórico y social, porque, sin darnos cuenta, nos asimilamos a este mundo, desoyendo la invitación del Apóstol: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12,2). Este mundo no suele presentarnos la palabra de Dios.

Pidamos al Señor que nos ayude a escuchar su voz, a distinguirla entre la algarabía de tantas voces que nos llegan, que nos estimulan, que llenan nuestros oídos, pero que son voces vanas, que no llenan y que no dan sentido a la vida.

Pidamos al Señor que nos conceda escuchar su voz, que es la Palabra eterna del Padre. Esta Palabra encarnada podemos escucharla sin temor a morir; podemos contemplarla ahora, sin quedar fulminados; y después de la muerte temporal podremos contemplarla purificados, en la eternidad.

4. La vida consagrada

6. El texto de la carta a los Corintios, que hemos escuchado, hace una contraposición entre los casados y los solteros, explicando que los casados tienen muchas cosas de las que preocuparse, mientras que los solteros pueden ocuparse más directamente de las cosas del Señor (cf. 1Co7,32-35).

Pero existen formas diversas de consagrarse al Señor. El lunes celebraremos la fiesta de la Presentación del Señor, popularmente llamada la Candelaria y también de la Vida consagrada.

Cada cristiano vive su consagración bautismal de forma diversa; unos desde las preocupaciones temporales (familia, sociedad, política, economía, profesiones); y otros desde la consagración especial a Dios, profesando los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Veo aquí una buena representación de religiosos y religiosas, que han hecho una consagración especial a Dios. Son dos formas de vivir la consagración bautismal. Los sacerdotes también tenemos una consagración especial, con el sacramento del Orden, que nos distingue del sacerdocio común bautismal.

7. San Pablo nos da pide para que pidamos por unos y por otros. Vamos a pedir al Señor que nos conceda vocaciones a la vida laical y también a la vida de especial consagración.

El Señor llama a cada uno a vivir de una forma concreta la vocación bautismal; no elegimos nosotros. Hemos de hacer buen discernimiento y preguntarnos dónde nos quiere el Señor a cada uno.

El Salmo nos ha recordado que hemos de escuchar la voz del Señor, para obedecerla: «Ojalá escuchéis hoy su voz» (Sal 95,7). No podemos, pues, pretender ser dueños de nuestra vida, sino realizar lo que Dios quiere.

La oración de Jesús de Nazaret era: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Su comida era hacer siempre la voluntad del Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34).

Así debe ser también nuestra oración: “Señor, ¿qué quieres que haga?” ¿Cuántas veces os habéis hecho esa pregunta, queridos fieles? ¿Cuántas veces os habéis puesto delante de Dios, para preguntarle qué espera de vosotros? ¿Cuál es, Señor, tu voluntad en mí? Jesús nos amonesta a realizar la voluntad de Dios: «No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21).

Tengamos una confianza plena en Dios, para escucharle y para obedecerle. La escucha se hace desde la confianza y la obediencia se realiza desde el amor. Si no hay confianza, no hay escucha; y si no hay amor, no hay obediencia.

8. La Virgen en el momento de la Encarnación escuchó la voz del Señor, a través de un mensajero, el arcángel Gabriel y dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

Ante la imagen de la Encarnación repitamos ahora en nuestro corazón: “Quiero escuchar Señor tu voz; hágase en mí según tu palabra”. Le pedimos a la Virgen, Nuestra Señora de la Encarnación, cuya imagen preside este templo, que interceda por nosotros para aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas.

También pedimos la intercesión de San Juan Bosco, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia, y cuya devoción está extendida en la ciudad de Ronda y su serranía. Muchos de vosotros sois devotos de María Auxiliadora y de San Juan Bosco; y entre nosotros hay algunos Salesianos.

San Juan Bosco también escuchó la voz de Dios y la siguió. ¡Que él interceda por nosotros, para que abramos nuestros oídos a la voz del Señor y para que abandonemos otras voces de nuestra sociedad, que nos apartan de la voluntad de Dios! Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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