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Solemnidad de la Epifanía (Catedral-Málaga)

Publicado: 06/01/2009: 2460

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA

(Catedral-Málaga, 6 enero 2009)

Lecturas:  Is60,1-6; Sal 71; Ef 3,2-3a.5-6; Mt 2,1-12.

 

1. Cristo, luz del mundo

1. Acabamos de escuchar el anuncio de las fiestas importantes de nuestra vida litúrgica, sobretodo la Pascua, alrededor de la cual gira todo el año litúrgico. Es una forma de prepararnos ya, desde ahora, a esta hermosa y magna celebración Pascual.

Cada domingo, como se nos ha dicho, celebramos el misterio pascual del Señor, que es el centro de nuestra vida, no sólo litúrgica y de oración,  sino también de nuestra vida moral y cotidiana.

 2. Hoy celebra la Iglesia la Solemnidad de Epifanía. Nos ha acompañado el profeta Isaías con un texto de ánimo, en el que decía a Jerusalén: «¡Levántate, resplandece, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60,1).

Y hoy el mismo Isaías nos dice también a nosotros: Levántate cristiano, resplandece, contempla esa luz que llega a ti; contempla la gloria del Señor; contempla la manifestación del Señor en un niño recién nacido.

«Las tinieblas –decía el profeta- cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti » (Is 60, 2). También a nosotros nos cubren ciertas tinieblas: de cegueras, de egoísmos, de insolidaridad, de separación, de falta de comprensión, de tensiones entre hermanos. También sobre nosotros está la oscuridad de los pueblos. Pero tenemos el deseo de que la luz de Dios nos ilumine y de que disipe todas esas faltas de luz, todas esas oscuridades; deseamos que llene nuestro corazón de su alegría iluminadora; que su rostro resplandeciente nos contemple y lo contemplemos; que ese rostro resplandeciente ilumine nuestro corazón. De este modo, «todos los pueblos caminarán a la luz del Señor, todos los reyes lo harán también al resplandor de la aurora» (Is60,3).

3. En este poema del profeta Isaías, que hemos escuchado, dominan los términos contrapuestos entre luz-oscuridad, resplandor-tinieblas, amanecer-noche, aurora-ocaso, sol-luna. El Señor y su gloria son la luz perpetua de Jerusalén, que se levanta de las tinieblas (cf. Is 9,1). Esa luz se extiende no solamente a Jerusalén, sino a todo el pueblo de Israel; y ahora al nuevo pueblo de Israel, que es la Iglesia.

También a nosotros, como al pueblo antiguo que yacía en la oscuridad y en las tinieblas, nos ha brillado la luz de Jesucristo. Ensanchemos la mente y el corazón para recibir su luz.

Hoy celebramos que la luz de Dios ilumina a todo el mundo; no sólo a los creyentes en el Dios de Israel, sino a los paganos de entonces. Nosotros, en realidad, somos paganos a la luz de este texto. Pero también sobre nosotros ha brillado la luz de Jesús, la luz del Salvador y Mesías.

Aceptemos a Cristo como luz del mundo y como luz nuestra. Esto nos pide hoy la celebración de la Epifanía. Pidamos que el Señor ilumine los corazones de todos los hombres, de todas las culturas, de todas las razas.

2. Abundancia de los dones del Señor

4. Además de la luz que disipa las tinieblas, hay otras expresiones de la presencia de Cristo: la abundancia de los dones del Señor.

El mismo profeta decía dirigiéndose a Jerusalén: «Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos... Te cubrirá una multitud de camellos... Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor» (Is60,4-6).

La presencia de Dios también se manifiesta en los bienes que Él nos trae. La luz de la fe ilumina el corazón y la mente del hombre, haciéndonos ver las cosas con otro color, con otro estilo, con otra dimensión, con otra iluminación.

La gloria del Señor se manifiesta también en el pueblo de Israel en el retorno de los desterrados: los hijos de Jerusalén, que se habían dispersado por muchas naciones, regresan otra vez a casa. Y la abundancia de bienes preciosos y dones de todo tipo llegan a Jerusalén.

También la Iglesia de Cristo, la nueva Jerusalén y nuevo Pueblo de Dios, es enriquecida por la abundancia de los bienes que el Señor le concede.

Cada uno de nosotros, miembros de esa Iglesia, hemos sido enriquecidos con los dones de Dios. ¡Démosle gracias al Señor por esta riqueza, por la iluminación de su luz a través de la fe y por todos los bienes, regalos y gracias que el Señor nos concede.

3. Misterio de amor, manifestado al mundo

5. Pablo nos ha hablado del misterio escondido, manifestado a los gentiles: «Misterio que en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Ef 3,5).

La fiesta de la Epifanía, es llamada entre nosotros la fiesta de los “Reyes Magos”; sin embargo, el Evangelio habla solamente de “Magos”.

En esta fiesta, de gran profundidad, la liturgia nos anima a contemplar tres modos de manifestarse el misterio escondido de Dios en Jesús.

El primer modo fue la manifestación o epifanía de Jesús a los tres Magos de Oriente. No eran israelitas, ni miembros del Pueblo de Israel, sino paganos y personajes lejanos. Jesús-Niño se manifiesta a todo el mundo, representado en estos tres Magos.

Hay otra manifestación, que celebraremos el próximo domingo: el Bautismo de Jesús. Jesús, ya adulto, entra en las aguas del Jordán y se manifiesta a su pueblo. Manifiesta el misterio escondido en Dios; la voz del Padre lo atestigua como Hijo suyo (cf. Lc 3,21-22).

 Y hay otra manifestación del misterio: las Bodas de Caná, cuando Jesús convierte el agua en vino (cf. Jn 2,1-12); es otra forma de manifestarse a los hombres.

Pues bien, en esta liturgia de la Epifanía celebramos estas tres formas de manifestarse Jesús a los hombres: ante los Magos, en la niñez; ante el Pueblo de Israel, en el Bautismo en el río Jordán; y en las Bodas de Caná.

6. Pablo nos ha hablado de ese misterio insondable y desconocido, que él conoció por revelación y lo comunicó con su vida y predicación. La idea clave es que no sólo los hijos del Pueblo de Israel son Hijos de Dios, sino que también lo son los paganos: «Los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por  medio del Evangelio» (Ef 3,6).

Gracias a Dios, todos nosotros somos también partícipes y coherederos de la promesa; somos hijos de Dios en el Hijo, que nace de María. También a nosotros nos toca parte de la herencia, que Cristo ha venido a traer. También nosotros somos miembros del Cuerpo de Cristo; somos miembros de la Iglesia y partícipes de su promesa del Evangelio, gracias al anuncio del Evangelio.

7. Hoy celebramos también el día de las misiones extranjeras. Pedimos por los sacerdotes diocesanos que están en misiones. Unos pertenecen al Instituto de Misiones Extranjeras (IEME) y otros realizan su tarea misionera mediante acuerdos entre las diócesis.

Quien ha conocido la luz de Dios necesita propagarla y proclamarla. La Buena Nueva no es para encerrarla en un libro; ni siquiera en el corazón de una persona. El Evangelio hay que proclamarlo a todos los hombres. Por tanto, también nosotros estamos llamados a propagar esa luz, que hemos conocido; esa herencia, que se nos ha regalado.

San Pablo, en su primera carta a Timoteo, resume muy bien el tema del misterio de Dios escondido: «Grande es el Misterio de la piedad: El ha sido manifestado en la carne, –Dios, el Verbo eterno se ha hecho carne, se ha manifestado a través de la pobreza a la humanidad– justificado en el Espíritu, visto por los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, y levantado a la gloria» (1 Tm 3,16).

Es una síntesis preciosa de la fiesta de hoy. El misterio escondido de Dios se manifiesta en el Hijo hecho carne, hecho hombre. Ha sido visto por ángeles, por pastores, por magos, por fieles; ha sido proclamado a los gentiles; ha sido creído y aceptado en el mundo. Le hemos aceptado en nuestro corazón y vive en la gloria del Padre.

4. Adoración de los Magos

8. Los Magos llegan de Oriente (cf. Mt 2,1) con una actitud de apertura. Los Magos, posiblemente astrólogos, están ojo avizor contemplando las estrellas del firmamento (cf. Mt 2,2). No miran sólo al suelo; los Magos contemplan la trascendencia; trascienden este mundo, mirando hacia arriba, mirando hacia Dios.

Ellos son capaces de reconocer en una estrella un signo de la presencia especial de Dios. Se dejan guiar por esa estrella, que les llena de alegría y les conduce a Jesús: «Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron» (Mt 2,11). Llegan al lugar donde está Jesús y, arrodillándose, lo adoran. Solamente se dobla la rodilla ante el Dios y Señor de la Tierra. Después le ofrecen sus dones: «Abrieron luego sus cofres y  le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra» (Mt 2,11).

9. Fijaos qué ejemplo tan precioso nos dan los Magos: atentos a la manifestación de Dios, miran hacia arriba y descubren la presencia de Cristo. Ellos se dejan guiar. ¿Nos dejamos guiar nosotros? ¿Somos dóciles a los signos de la presencia de Dios? ¿Descubrimos que Dios está presente en la liturgia, en la Palabra revelada, en el pobre, en el enfermo, y en otras tantas maneras de hacerse presente?

¿Nos arrodillamos en actitud de adoración ante el Señor? ¿O tal vez nos mantenemos erguidos, sin doblar las rodillas, porque nuestro orgullo no nos permite inclinarnos ante Él? ¿Somos capaces de ofrecerle los dones, que hemos recibido previamente de Él? En realidad todo lo que tenemos son dones recibidos de Dios.

10. Hay una lucha y un contraste entre la presencia del Rey Jesús y la presencia de otros reyes. Herodes y sus sabios conocen dónde ha nacido el Rey de Reyes; pero tienen miedo que desbarate sus planes y les arrebate su trono.

Los Magos no tienen miedo de abandonar su casa y sus planes, para arrodillarse ante Jesús. Herodes y los suyos no doblan sus rodillas ante el Señor de los Señores; no reconocen que allí hay un Rey. Existe, pues, una tensión entre los reinos de este mundo y el Reino de Cristo.

11. ¿Se da en nosotros también esa tensión? ¿Tenemos miedo a que Jesús, el Rey de Reyes, domine en nuestro corazón?

Nuestra sociedad tiene un gran miedo a perder su dominio; tiene miedo a la presencia de Cristo; miedo a perder el poder de este mundo; miedo a no poder hacer leyes a su antojo, que en realidad van contra el hombre; miedo a la actitud profética de la Iglesia, que habla en nombre de Jesucristo; miedo al anuncio del Evangelio, que, sin embargo, libera e ilumina. Hay muchas actitudes herodianas en nuestra sociedad.

No tengamos miedo de la presencia de Jesús, pobre y humilde. No nos preocupe que desbarate nuestros planes; no nos resistamos a que aniquile nuestro orgullo; no temamos perder nuestras pobres fuerzas. Aceptemos la presencia de Dios en nuestra vida, como los Magos la aceptaron; y no seamos como Herodes.

Procuremos nosotros con paciencia, con humildad, con valentía, ir proclamando la Buena Nueva, para que la luz de Dios ilumine las tinieblas que entenebrecen nuestros corazones y nuestra sociedad.

12. Vamos a pedirle al Señor que nos haga humildes; que nos permita reconocerle en las distintas manifestaciones de su presencia; que nos ayude a hincarnos de rodillas ante Él; que nos anime a ofrecer los dones, que de Él hemos recibido; que nos ayude a adorarle y a reconocerle, como los Magos.

Después de haber hecho esto, que seamos capaces de anunciarlo a los demás y ser pregoneros de su Evangelio, para que otros puedan conocer también la Buena Nueva y encontrarlo.

¡Que todos los hombres puedan quedar iluminados por la luz divina y gozar de los bienes espirituales y materiales, que el Señor regala a todo el mundo!

¡Que esta fiesta de Epifanía sea realmente para todos nosotros una verdadera manifestación de la presencia de Dios!

¡Que la Virgen María, Santa María de la Victoria, nos ayude a acoger en nuestro corazón a Jesús, como Ella lo hizo! Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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