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Festividad de Santa María Madre de Dios (Catedral-Málaga)

Publicado: 01/01/2009: 2428

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

(Catedral-Málaga, 1 enero 2009)

Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66; Ga 4, 4-7; Lc 2, 16-21

 

1. Bendecir al Señor por todos sus beneficios

1. La liturgia de este primer día del año nos invita a celebrar las bendiciones de Dios.

Hemos escuchado en la lectura del libro de los Números que Moisés, de parte de Dios, explica a los sacerdotes cómo han de bendecir solemnemente al pueblo, al inicio del año: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26).

Hoy pedimos al Señor que nos bendiga. La bendición de Dios consiste en todo lo que Él quiera darnos a nosotros, empezando por la gran bendición que supone el Hijo Jesús, el Príncipe de la Paz, el Salvador del mundo. Esta es la gran Bendición, que Dios ha regalado a los hombres.

Puede haber también otras concreciones de la bendición divina. El Señor nos regala la vida; nos regala todo lo que nos hace falta para conservarla. El Señor nos ha regalado la fe, que es el don a través del cual nosotros sintonizamos con Dios. Nos ha regalado la esperanza y el amor. Nos ha regalado otras muchas cosas: la familia, en la que hemos nacido; la sociedad, en que vivimos; el trabajo, con el que poder cubrir nuestras necesidades; las amistades. Son muchas las bendiciones de Dios, por las que tenemos que darle gracias de todo corazón.

2. Hemos terminado un año natural y hoy empezamos un nuevo año. Esta Eucaristía de primero de año ha de ser una acción de gracias; es decir, una verdadera bendición. El Señor nos bendice, nosotros aceptamos sus bienes y le bendecimos a Él en dos dimensiones: como acción de gracias por lo recibido y como petición, para que continúe ofreciéndonos sus dones. Toda bendición tiene esas dos facetas: una acción de gracias por lo recibido y una petición, para seguir recibiendo de las manos paternales de Dios.

Queremos, por tanto, bendecir a Dios por todo lo que nos ha regalado en el año que acaba de terminar. Muchas son las cosas por las que tenemos que dar gracias al Señor. Y también le pedimos hoy que nos bendiga en este nuevo año que ya ha comenzado.

3. Hemos cantado con el Salmo: «Que Dios tenga piedad y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante» (Sal 66,1-2). Cuando el Señor muestra su rostro a alguien es una manera de decir: el Señor le está favoreciendo; el Señor le concede sus favores; el Señor le otorga sus gracias; el Señor lo bendice.

Dios ha mostrado su rostro radiante a la Humanidad en el rostro de Jesús, el Hijo. Dios tiene piedad, nos bendice e ilumina su rostro sobre nosotros. ¡Que siga iluminándonos a través del rostro de Jesús! ¡Que nos ilumine mediante ese rostro luminoso y radiante, porque Jesús es la Luz, que brilla en medio de las tinieblas! Como nos ha dicho Isaías en este tiempo tanto de Adviento: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz les brilló» (Is 9,12). ¡Que también a nosotros nos brille la luz del rostro de Jesucristo!

2. Jesús, nacido de María, nos hace hijos de Dios

4. Además de la acción de gracias a Dios, por lo que hemos recibido, y de la petición, para que nos conceda nuevos bienes, hoy celebra la liturgia la solemnidad de la Maternidadde María. María es Madre del Hijo de  Dios. Nos ha dicho San Pablo, en la carta a los Gálatas: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Gal 4,4).

Jesús ha querido encarnarse en una mujer. Jesús ha querido ser hijo de mujer, como todo hombre. Y la agraciada de esta maternidad ha sido la Virgen María. Ella es, por tanto, Madre de Jesús de Nazaret, Madre de Dios, porque Jesús es Dios y hombre.

Hoy veneramos a la Virgen por su maternidad. Ser Madre de Dios ha sido un privilegio que solamente ha tenido una mujer entre los millones de millones de mujeres, que han vivido o que podrán vivir en el mundo.

 A los santos, queridos hermanos, los veneramos dándole culto. A la Virgen la veneramos de modo especial; es decir, la “super-veneramos”; le damos un culto singular, por ser la Madre del Señor Jesús.

Esa maternidad se prolonga en la maternidad de los hombres. Jesús en la cruz, entrega a María como Madre al discípulo amado y a todos nosotros: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26).

Demos gracias a Dios por esta bendición que es María, la Mujer bendita entre las mujeres.

La maternidad de María nos ha permitido también a nosotros ser hijos de Dios. Pablo nos ha recordado que hemos sido rescatados los que estábamos bajo la Ley y hemos recibido la adopción filial: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Gal 4,6).

Podemos llamar a Dios “Padre nuestro”, gracias al Hijo que nos ha hermanado y nos ha concedido la filiación divina; y también gracias a María, quien, por su maternidad, ha sido posible que el Hijo de Dios se encarnara entre los hombres.

3. Silencio meditativo de María

5. Hay otro aspecto de la maternidad de la Virgen que es su silencio meditativo.

La concepción de Jesús por María, el nacimiento de Jesús, la maternidad de María son acontecimientos especiales. El texto evangélico de Lucas dice de una manera sencilla: «María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).

Bien saben las mujeres lo que significa este gesto de María de conservar en su corazón estos acontecimientos admirables. Las mujeres sabéis saborear y conservar en vuestro corazón lo que ocurre en la familia y en la vida. Esa interiorización de los acontecimientos, ese silencio respetuoso ante lo que está sucediendo en la familia. Me entendéis perfectamente, queridas madres, y entendéis este silencio meditativo de María. Sabéis conservar en vuestro corazón tantas cosas.

¡Que este ejemplo de María nos ayude también a todos y cada uno de nosotros a saber contemplar en silencio las cosas de Dios y los acontecimientos de la vida! Que nos ayude a saber interiorizar y meditar las maravillas que Dios obra en nosotros y ha obrado en la Humanidad; a saber acercarnos al misterio en silencio, casi de puntillas; a saber callar unas veces y a saber rezar siempre. Es una forma de vivir la delicadeza maternal de María.

Los testigos de los acontecimientos ocurridos en Belén escuchaban lo que sucedida en aquellos días: el nacimiento de Jesús en Belén, el anuncio del Ángel, la adoración de los pastores, la adoración de los Magos y quedaban admirados: «Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores» (Lc 2,18).

4. Jornada Mundial por la Paz

6. Hoy celebra la Iglesia la Jornada Mundialpor la Paz.ElSantoPadre en su discurso de este año nos ha hablado del problema de la pobreza con el lema: “Combatir la pobreza, construir la paz”.

Nos exhorta a saber compartir, porque si no se comparte y existen grandes diferencias entre los hombres no puede haber paz. Hemos de saber compartir con generosidad, como familia humana, todos los bienes y todas las bendiciones que el Señor nos ha regalado, como decíamos antes.

En el año precedente el Papa nos ayudaba a meditar la gran verdad de que la familia humana es una comunidad de paz. No podemos vivir como si fuéramos totalmente independientes unos de otros; como si los individuos fuéramos átomos aislados; como si las familias, las ciudades, los pueblos y naciones fueran entidades autónomas. Somos una gran familia: la Humanidad. Mientras haya un ser humano necesitado, la Humanidad está necesitada, la familia humana está necesitada.

7. El Papa nos recordaba: “Al comenzar el nuevo año deseo hacer llegar a los hombres y mujeres de todo el mundo mis fervientes deseos de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza. Lo hago proponiendo a la reflexión común el tema que he enunciado al principio de este mensaje, y que considero muy importante: Familia humana, comunidad de paz. De hecho, la primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntosuna nueva familia. Pero también los pueblos de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración, como corresponde a los miembros de la única familia humana. —El mismo Concilio decía que— «todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra (cf. Hch 17,26); también tienen un único fin último, Dios» (Nostra aetate, 1)” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2008, 1).

Cada familia es un ámbito precioso de educación para la paz. Un ámbito hermoso donde se educa a la generosidad y al compartir. El amor entre hermanos y hermanas, la relación de padres a hijos y la relación filial son el mejor modo de aprendizaje de la generosidad, del amor y del compartir. Si cada familia humana es realmente una escuela de generosidad y de paz, la agrupación de familias humanas será a su vez una gran familia, donde se eduque a la generosidad y a la paz.

8. Pedimos hoy al Señor que nos conceda su paz; que nos bendiga con todas las bendiciones espirituales y materiales que Él quiera ofrecernos; y que sepamos compartir con nuestros hermanos, los hombres, los bienes que el Señor nos concede.

Le pedimos a la Virgen María, a Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que nos acompañe en este comienzo del año nuevo; que nos acompañe de su mano; que camine con nosotros; que nos proteja con su maternal intercesión; y que nos ayude a saber compartir y a ser constructores de paz.

Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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