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Festividad de Santa María de la Victoria, patrona de Málaga (Catedral-Málaga)

Publicado: 08/09/2009: 1302

FESTIVIDAD DE SANTA MARÍA DE LA VICTORIA, PATRONA DE LA DIÓCESIS DE MÁLAGA

(Catedral-Málaga, 8 de septiembre de 2009)

1. Los fieles de la Diócesis de Málaga se congregan hoy junto a la Santísima Virgen, Santa María de la Victoria, para venerarla y aclamarla como Madre y Patrona.

En peregrinación fervorosa y multitudinaria, rezando los misterios del Santo Rosario, bajasteis hace varios días la imagen de nuestra Señora desde su Santuario hasta la Catedral, para honrarla, contemplarla y expresarle vuestro amor. Le preparasteis un hermoso trono, a modo de espléndido dosel, adornado con bellas flores victorianas, cuya fragancia y hermosura son apenas sombra de la extraordinaria belleza con que Dios adornó a nuestra Madre, Santa María de la Victoria.

Numerosos fieles, junto con los representantes de instituciones, autoridades, hermandades y cofradías, os acercáis hoy al primer templo diocesano, para celebrar litúrgicamente la Fiesta de la Patrona de la Diócesis malacitana. Aquí están, Madre de mirada dulce, tus hijos; míralos; vienen a honrarte y a expresarte el amor filial, que te profesan.

2. Hemos escuchado en el Evangelio de Mateo: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: ‘Dios con nosotros’» (Mt 1, 23). Se ha cumplido, de este modo, el oráculo del Señor por medio del profeta Isaías (cf. Is 7, 14).

Éste es el gran acontecimiento que hoy celebramos y que ha cambiado la historia de la humanidad. La Palabra de Dios se ha encarnado tomando forma humana en María; el Hijo de Dios se hizo Hombre, naciendo de la Santísima Virgen; el Verbo eterno ha entrado en la historia humana, gracias a la colaboración de una mujer.

Este gran evento y la misión otorgada por Jesús a otras mujeres, algunas de ellas también de nombre María, desmienten la crítica de que la mujer está infravalorada en la Iglesia. Son muchas las mujeres que, desde siempre y en la actualidad, evangelizan, catequizan y dan esplendidos testimonios de fe y de amor: ésta es la misión propia de todo bautizado.

Los criterios del mundo, y menos aún de las modas de cada época, no sirven para valorar la tarea eclesial, que Dios confía a cada bautizado. El Señor concede a cada cristiano, sea varón o mujer, una misión eclesial propia, fundada inicialmente en la gracia bautismal y en la inserción en la vida de Cristo. Como recuerda el apóstol Pablo: «En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 27-28).

María, la mujer que dijo sí a Dios de manera total, es prototipo de todo cristiano, sea varón o mujer.

3. San Pablo, con palabras precisas y llenas de sabiduría, expone la voluntad del bondadoso y sapientísimo Dios, de querer llevar a término la obra de redención del mundo: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley para que recibiésemos la filiación adoptiva» (Gal 4,4-5). La filiación natural del Hijo de Dios ha sido compartida con los hombres, dando origen a una filiación adoptiva (cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 3); Dignitatis humanae, 10), que nos permite dirigirnos a Dios como Padre (cf. Rm 8, 15). San Pablo, en su carta a los Romanos, nos recuerda que hemos sido llamados a vivir la adopción filial unidos al Hijo primogénito de Dios: «Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29).

4. Esta obra maravillosa es fruto del infinito amor que Dios nos tiene: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16). Y en esta obra de amor hacia la humanidad, queridos hermanos, Dios ha querido asociar a la Virgen María, pidiéndole su colaboración; Dios ha querido la colaboración especial de una mujer. Ella, como Madre del Hijo de Dios, se convierte en madre de todos los hombres.

La verdad-clave de la fe está expresada por el evangelista Juan al principio de su evangelio: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Esta verdad revelada la profesa la Iglesia en su Credo y nosotros, unidos a la fe de la Iglesia, confesaremos también hoy: “El cual, por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de María la Virgen".

Desde el momento histórico de la Encarnación del Hijo de Dios, la humanidad ha quedado asumida en la persona del Verbo y, una vez reconciliada con Dios por la muerte y resurrección de Jesucristo, ha recibido nueva vida. Como dijo el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica: “A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería darle al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva (…) y a la vez con una magnificencia que, frente al pecado original y a toda la historia de los pecados de la humanidad, frente a los errores del entendimiento, de la voluntad y del corazón humano, nos permite repetir con estupor las palabras de la sagrada liturgia: ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”(Redemptor hominis, 1).

5. María, nuestra Patrona, ha recibido una gracia sobrenatural y excepcional, porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo, de manera que se puedan cumplir los designios salvíficos de Dios respecto a la humanidad. De este modo, su maternidad se extiende también a todos los hombres, dado que Dios tiene voluntad salvífica universal de que la redención, llevada a cabo por su Hijo, llegue a toda la humanidad, porque Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4).

Por eso, la maternidad de María tiene una clara dimensión espiritual; no se trata de una maternidad física. La Virgen es Madre de Jesucristo, de manera plena, y madre de todos hombres, de forma espiritual. Al igual que los hombres son hijos adoptivos de Dios en Jesucristo, también son hijos espirituales de María, gracias a su propio Hijo. De este modo todo ser humano puede considerarse hijo de María.

Durante la vida pública de Jesús alguien de entre el pueblo proclamó un día bienaventurada a su Madre, por haberlo llevado en su seno y haberlo amamantado a sus pechos. Jesús le respondió de manera significativa: «Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11, 28). Jesús desplaza la atención de la maternidad entendida sólo como un vínculo de la carne, para orientarla al misterioso vínculo del espíritu, que se fragua en la escucha y en la observancia de la palabra de Dios.

Esta misma idea queda confirmada en otro pasaje en el que Jesús, al oír que su madre y sus hermanos querían verle, responde: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21).

6. ¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? ¿Queréis vivir como hijos de Dios? ¿Queréis ser hijos de tan buena Madre? La filiación adoptiva como hijos de Dios nos interpela, en primer lugar, a vivir como tales hijos respecto a Dios: a tener a Dios como Padre; a amarlo sobre todas las cosas; a dedicarle nuestro tiempo y nuestras mejores energías; a escuchar su Palabra, como María, conocerla y meditarla; a cumplir los mandamientos, como expresión de la voluntad divina; a aceptar su voluntad en nuestra vida, como hizo la Virgen, Santa María de la Victoria.

En segundo lugar, esta misma filiación nos anima a considerar hermanos nuestros a todos los hombres, sin excepción: a compartir el don de la fe; a hacer partícipes de nuestros bienes a los hermanos, sobre todo, los más necesitados; a convivir fraternal y armónicamente en la misma sociedad, aunque existan entre nosotros diferencias de raza, lengua, religión y cultura; a nadie se le exige que cambie sus diferencias, pero sí que acepte a los demás con sus peculiaridades.

Y en tercer lugar, teniendo en cuenta la figura de María como Madre de todos los hombres, se nos exhorta: a honrar a la Santísima Virgen María como Madre y Reina nuestra; a ser fieles hijos suyos, viviendo en humildad y sencillez como Ella; a encajar en nuestra vida los planes de Dios, aunque no coincidan con nuestros propios planes; y a promover la devoción a nuestra Madre y Patrona.

7. A este respecto, hemos de fomentar el patronazgo de Santa María de la Victoria en todas las comunidades cristianas de nuestra Diócesis. Si bien es cierto que cada parroquia y pueblo profesa una advocación mariana propia, expresada en nombres diversos (Angustias, Asunción, Carmen, Concepción, Dolores, Encarnación, Expectación, Maravillas, Remedios, Rocío, Rosario y otros muchos), no es menos cierto que la advocación de “Santa María de la Victoria” une y hermana a todas las comunidades cristianas y pueblos, por ser el título de la Patrona de toda la Diócesis malacitana.

En esta fiesta de la Virgen, que tengo el honor de presidir por primera vez, quiero expresar dos deseos, queridos hermanos. El primero de ellos es que todas las parroquias y comunidades veneren la imagen de nuestra Patrona; en cada templo abierto al culto debe estar presente el rostro dulce de nuestra amable Santa María de la Victoria.

Su imagen no debe estar sólo ante nuestros ojos, para contemplarla, sino también dentro de nuestro corazón, para amarla y venerarla. Ayer el predicador de la Novena comparó a la Virgen con una rosa, cuya simple existencia es ya un regalo y un testimonio de amor para todos; así es María. ¡Queridos malagueños, acercaos a esa “singular rosa”; acudid a Ella en vuestras alegrías y en vuestras penas; aspirad el aroma que despide su presencia entre nosotros; dejaos embriagar por la fragancia de la Rosa más hermosa, que jamás ha existido en la historia, la Virgen de la Victoria!

8. El segundo deseo es que el Santuario de nuestra Patrona sea un lugar de auténtica devoción mariana y centro de peregrinación diocesana. Invito a todos los fieles de la Diócesis a acercarse allí, para saludar y venerar a la Virgen.

Sería muy hermoso que todos los padres llevaran a sus hijos ante la Virgen de la Victoria, con motivo de su bautismo; que los niños, que cada año participan por primera vez en la Eucaristía, visiten el Santuario, acompañados de sus padres y catequistas; que los adolescentes y jóvenes, que reciben el sacramento de la Confirmación, acudan a saludar a la Virgen en su casa, pidiendo fuerza para ser testigos de la fe; que quienes hayan celebrado el sacramento del matrimonio se acerquen al Santuario, para pedirle a la Patrona protección y amparo para su nueva familia.

En definitiva, que todos los fieles cristianos de la Diócesis, teniendo a Santa María de la Victoria como Patrona, vayan a visitarla a su casa.

9. En mi primera visita al Santuario de nuestra Patrona, Santa María de la Victoria, cuando tomé posesión de la Diócesis malacitana, quise poner en manos de nuestra Madre el ministerio episcopal, que acababa de iniciar entre vosotros. Le pedí a la Virgen que cuidara maternalmente de todos nosotros, que me asistiera en la difícil misión que Dios me confiaba y que nos ayudara a seguir con fidelidad a su Hijo Jesús.

Hoy, estimados malagueños, vuelvo a recordar ese gesto filial y le pido a Santa María de la Victoria que nos acompañe en el camino de la vida, para que sigamos de cerca a su Hijo; para que sepamos corresponder a tantas gracias, que el Señor nos concede; para que seamos testigos valientes y sin miedo, que den respuesta cristiana a los retos de nuestra sociedad; y para que seamos buenos hijos de tan tierna y dulce Madre. ¡Santa María de la Victoria, rogad por nosotros! Amén.

Autor: Obispado de Málaga

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