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«Espero en el Señor, espero en su Palabra»

Publicado: 17/09/2008: 1441

•   Homilía de Mons. Dorado

Mons. Antonio Dorado Soto, Obispo de la Diócesis de Málaga, presidió la tarde del 16 de septiembre, en la S. I. Catedral, una Misa Funeral por las víctimas del accidente aéreo que un avión de Spanair sufrió el pasado mes de agosto en el aeropuerto de Barajas. Se rezó de forma especial por Sonia Rodríguez del Castillo, la joven auxiliar de vuelo malagueña que perdió la vida en dicho suceso.

1.- “Espero en el Señor, espero en su Palabra”. Es la expresión que hemos repetido mientras meditábamos la primera lectura; una expresión que brota desde lo más hondo de los corazones atormentados por el dolor y sostenidos por la esperanza: Espero en el Señor, espero en su Palabra. Nos hemos reunido a orar por las víctimas del accidente de aviación que se produjo en Barajas el día 20 de Agosto, y por sus familiares. De una forma especial, por Sonia Rodríguez del Castillo, la joven malagueña auxiliar de vuelo, y por vosotros, sus familiares y amigos. Porque cuando los acontecimientos y el dolor nos desbordan, sólo nos queda la oración, para que el Señor fortalezca nuestra fe y nos dé la luz de la esperanza.

Mientras oramos, hacemos un acto de fe en Dios y en su existencia, porque no tendría sentido rezar, si más allá de la muerte estuvieran sólo la nada y el Vacío. Con una fe más o menos oscura y balbuciente, estamos confesando ahora que Dios sí existe, que es nuestro Padre, que es infinitamente bueno en sí y bueno para nosotros, y que sus brazos abiertos nos esperan más allá de la muerte.

También hacemos un acto de fe en la vida, el don más precioso de Dios. Aunque sólo nos damos cuenta de su grandeza y su debilidad cuando se produce la muerte de una persona cercana o cuando la amenaza de la muerte nos recuerda que la vida se nos ha dado y no podemos disponer de ella a nuestro antojo. Porque la vida es nuestra gran oportunidad para manifestar la gratitud a los seres queridos, el amor toda persona con la que nos cruzamos, la cercanía ante cualquier sufrimiento y la alegría de pasar por esta tierra haciendo el bien. Al final, los años que vivimos son siempre muy pocos, y lo que cuenta no es la cantidad de años, sino la grandeza de alma con que los hayamos vivido. Si nos impresionan y torturan las muertes inesperadas de las víctimas de este accidente, y de cualquier otro accidente, es porque llevamos en lo más profundo del alma el deseo de vivir. Por eso hemos dicho con el autor del Salmo que se ha proclamado: “Desde lo hondo, a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz”; “mi alma aguarda al Señor y espera en su Palabra”. ¿Cuál es esa palabra en la que esperamos y en la que buscamos consuelo?

2.- “Así como reinó el pecado, causando la muerte; así también, por Jesucristo nuestro Señor, reinará la gracia, causando la salvación y la vida eterna” (Rm 5,21). Esa es la Palabra en la que esperamos, porque eso es lo que nos asegura la Palabra de Dios: que más allá de la muerte están la vida y la misericordia salvadora de Dios. Es verdad que la urgencia de vivir cada día y el ritmo trepidante de la cultura moderna no nos dejan tiempo para preguntarnos por el sentido de la vida; para preguntarnos por qué no nos satisface ni la consecución de los sueños más hermosos, por qué buscamos un amor siempre más grande, una bondad más cordial y una belleza más luminosa. Y es que debajo de estos anhelos nunca satisfechos y de esta incesante búsqueda está latente el barrunto de Dios y la sospecha de que nuestra existencia terrena no se agota con la muerte física.

Como nos ha dicho san Pablo en la primera lectura, vivimos en un mundo, el mundo de los hombres, donde reinan el pecado y la muerte. Para darse cuenta de esta realidad, basta con poner la televisión y escuchar los telediarios. Además, ninguno de nosotros somos totalmente ajenos a esa realidad tan dolorosa: unas veces como víctimas y otras, como causas. Verdaderamente, en el mundo reinan el pecado y la muerte. Pero creemos en Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, que se hizo hombre con nosotros para compartir nuestra debilidad y nuestros sufrimientos. A través de su amor y de su muerte en cruz, nos ha traído gratuitamente la salvación y la vida eterna. Es decir, la posibilidad de vivir con un amor generoso y abnegado a los demás, como el que han puesto de manifiesto las personas encargadas de todo tipo de servicios para rescatar a las víctimas (y los voluntarios, entre ellos numerosos sacerdotes); y la fe en que los niños, las mujeres y los hombres que han muerto, siguen viviendo en la otra orilla de la existencia. Todo ello, como gracia y regalo de Jesucristo resucitado. Y dentro de unos momentos, después de la consagración del pan y el vino, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor, confesaremos toda la asamblea aquí reunida: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”. Si la muerte es una evidencia dolorosa; la salvación y la vida eterna son una certeza de la fe, que ilumina el misterio del hombre y de este acontecimiento doloroso. Esa certeza que nos ha congregado aquí esta tarde para orar por Sonia y por todos sus compañeros de infortunio, con la esperanza de que estén ya en el seno de Dios Padre. Pues como prometió Jesús a aquel hombre anónimo que estaba crucificado junto a Él, según hemos escuchado en el evangelio, hay un paraíso más allá de existencia mundana, tan efímera; un paraíso donde nos encontraremos con Dios y con los seres queridos para vivir eternamente.

Es posible que muchos se pregunten, que os preguntéis, si Dios nuestro Padre no podría haber evitado esta catástrofe; que se pregunten, que os preguntéis, dónde estaba Dios el día 20 de Agosto. Es lo mismo que se preguntaba con agresividad y dureza uno de los ladrones que estaban en la cruz al lado de Jesús de Nazaret. ¿Recordáis lo que le dijo?

3.- “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros?” (Lc 23, 39). Confieso que no tengo ninguna respuesta a semejante pregunta, ni a la que le hizo a Jesús aquel hombre, ni a la que se puede hacer alguno de los presentes. Sólo sé que Jesús, el Hijo de Dios, murió también joven. Y murió ante la mirada desconcertada y atónita de su Madre María. Precisamente ayer celebrábamos los católicos a la Virgen de los Dolores, porque la vida de la Virgen fue una vida dolorosa. Pero Ella, en esos momentos tan difíciles, se limitaba a orar y a seguir confiando en Dios. El lugar de pedir cuentas a Dios, sabedora de que su amor al hombre es infinito y desconcertante, dejaba a Dios ser Dios, sin tratar de convertirse en su consejera.

Querida familia de Sonia, queridos hermanos todos, en especial los que habéis vivido más de cerca esta dolorosa tragedia, dejemos a Dios ser Dios y quedémonos con la fe y con la esperanza, pues como dirá el prefacio de la misa, “la vida (del hombre) no termina, se transforma” y cuando acaba nuestra existencia en la tierra, “adquirimos una morada eterna en el cielo”.

Con este encuentro de oración hemos querido poner de manifiesto nuestro total aprecio a las personas que han fallecido y a sus familias, pero no os quepa duda de que estas personas nos devuelven ese gesto de amor, invitándonos a descubrir la grandeza y el sentido de la vida y a pasar por esta tierra haciendo el bien. Sólo este propósito nos permitirá saber estar a pie firme, como María, junto a cruz de sus Hijo, y de todos sus hijos, que somos cada uno de nosotros.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Autor: Delegación MCS

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