NoticiaActualidad Iglesia y discapacidad Publicado: 02/09/2008: 973 • Es el momento de romper las barreras y allanar los caminos Olivia tiene 25 años y una grave discapacidad física. Esta situación no le ha impedido que cada domingo caminara “gateando” varios kilómetros para participar en la Eucaristía. Hasta el día en que llegaron a Chissano (Mozambique) las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Porque ahora Olivia dispone de una nueva casa y de una silla de ruedas con la que se puede desplazar. Desde siempre, numerosas personas con discapacidad han tratado de mantener la mayor autonomía posible. Pero ha sido en los últimos años cuando el esfuerzo personal se ha convertido en un esfuerzo compartido y en un clamor social. Tal vez, porque los accidentes de todo tipo, el progreso de la medicina y una nueva sensibilidad social han acrecentado el número de personas con discapacidad que quieren mejor calidad de vida, más autonomía y una buena integración laboral. Para hacerse una idea, las personas con discapacidades graves tenían vetado el acceso a algunas actividades importantes, como la de profesor y la de sacerdote. Hoy, hasta compiten en pruebas deportivas . Del 19 al 21 de septiembre, más de 150 organismos públicos y empresas privadas se darán cita en un Congreso sobre discapacidad. Es una noticia excelente y un ejemplo espléndido de tesón físico, mental y social. Es mucho lo que podemos aprender de estos hermanos y de su rica personalidad. Mucho más que de los “cuerpos esculturales” que airean determinados programas de televisión. Y nos debemos preguntar si nuestras comunidades saben acoger, imitar y apoyar este esfuerzo formidable; si existen rampas de acceso a nuestros templos; si una persona con discpacidad puede subir a proclamar la Palabra de Dios; si pueden ocupar un lugar en las responsabilidades parroquiales. Pues me temo que existan muchas “Olivias” que todavía tienen que acudir a misa “gateando”. Hasta que todos los miembros de nuestras comunidades nos convirtamos de alguna manera en hermanos de los desamparados, que no nos piden compasión sino que nos exigen justicia. Autor: Revista Diócesis