DiócesisHomilías

Jornadas Nacionales de Delegados/Vicarios diocesanos para el Clero (Madrid)

Publicado: 28/05/2014: 617

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de las Jornadas Nacionales de Delegados/Vicarios diocesanos para el Clero en Madrid el 28 de mayo de 2014.

JORNADAS NACIONALES DE DELEGADOS Y VICARIOS

DIOCESANOS PARA EL CLERO

(Madrid, 28 mayo 2014)

Lecturas: Hch 17,15.22–18,1; Sal 148,1-2.11-14; Jn 16,12-15.

1.- Las lecturas de hoy nos ofrecen dos grandes lecciones sobre el lema que estamos trabajando en estas Jornadas: «El gozo de evangelizar». Pero ¿cómo evangelizar? Pablo, maestro en la fe y apóstol, no de los que vieron y comieron con Jesús, sino apóstol al estilo nuestro, muestra el camino.

Nos parecemos más a la figura de Pablo que a la de los doce. Pablo llega a Atenas. Un pasaje que habréis predicado muchas veces y que es un modelo de predicación, pues tiene en cuenta varias cosas básicas.

2.- La primera, la religiosidad que percibe en aquel pueblo; y, por ello, comienza a hablarles desde esta experiencia (cf. Hch 17, 22-23). Prosigue con el tema de la creación, con algo visible, no con un argumento complicado o filosófico, pues Dios creó el mundo donde estamos viviendo (cf. Hch 17, 24-25). En tercer lugar, toca el tema de la idolatría. (En rodas las ciudades había figurillas de diosecillos. Muchas veces como mercancías en los negocios, mercancías que alguna vez presentaron problemas a los que se oponían a ellas.) Y Pablo denuncia la adoración a los dioses falsos (cf. Hch 17, 29). En cuarto lugar, cita a unos poetas de la literatura conocida en la época: «¿no dicen vuestros poetas que sois dioses?» (cf. Hch 17, 28b).

Cuatro características que Pablo observa en la gente destinataria de su predicación.

3.- Y al final, como dijo Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, como han repetido todos los papas, como se ha dicho aquí, Pablo hace un anuncio explícito y claro de Cristo, sin él no hay evangelización. Por eso Pablo, concluye, anunciando a Cristo que murió y resucitó (cf. Hch 17, 31). El núcleo, el kerigma.

Y entonces es cuando los atenienses le dicen: «De esto te oiremos hablar en otra ocasión» (Hch 17, 32). ¿Por qué? Porque esto es lo más duro de asumir. Al final se trata de aceptar a Cristo con todo lo que significa: Dios hombre, muerto y resucitado. Se acepta esta verdad o no hemos evangelizado. La Buena Nueva es esta. Todos los otros temas son preparación desde la que partimos.

4.- Le pedimos al Señor que seamos valientes anunciadores del kerigma, que lleguemos al final, al núcleo de la evangelización, que no nos quedemos en temitas de nuestras catequesis o en cuestiones superfluas. En muchas de nuestras catequesis, sobre todo con jóvenes, hemos de llevarles a Cristo con el anuncio explícito y claro de Cristo. O aceptas a Cristo en tu vida o no se vive la fe.

Que el Señor nos ayude a anunciar explícitamente la persona de Cristo, Él es el Evangelio, el auténtico Evangelio. Nuestra fe es la aceptación de Cristo en nuestra vida, eso es lo que nos cambia.

5.- En segundo lugar, Jesús, nuestro Maestro nos habla de otra forma de trabajo evangelizador. «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 12-13a).

La fe, el amor y la esperanza cristiana, las tres virtudes teologales, son en el hombre un proceso. El gran Maestro no quiso decirlo todo a sus apóstoles y discípulos, no podían entender y aceptar, necesitaban un proceso. Y, después de la resurrección entienden y caen en la cuenta de lo que Jesús quiso decirles cuando estaba entre ellos.

6.- Esto mismo nos pasa a nosotros y me pasa a mí. Con tantos años como llevo leyendo y releyendo los textos de la Biblia o rezando, y todavía caigo en la cuenta de que hay muchas cosas que me parecen nuevas y me ayudan a seguir profundizando en el Misterio. Es un proceso en el que vivimos. Todos somos conscientes, pero a veces tenemos prisa de que el otro camine rápido, y no es bueno quemar etapas.

Hay que respetar el ritmo del crecimiento, el propio y el ajeno. Nuestros sacerdotes, nuestros seminaristas, nuestros jóvenes, los matrimonios, los laicos, los de vida consagrada, todos estamos haciendo un proceso hasta la verdad plena. Y, si a mí me cuesta y el Señor tiene paciencia conmigo, y sigo confesándome de los mismos pecados que hace veinte años, ¿no voy a tener yo paciencia, no voy a aceptar que, en ese proceso lento, largo, tengo que comprender a mi hermano? Todo forma parte de nuestra tarea y de nuestra misión.

Le pedimos al Señor que envíe su Espíritu, que nos ilumine y que nos vaya iluminando, transformando poco a poco, aunque ese proceso sea lento. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo