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Visita Pastoral a la parroquia de San Marcos Evangelista (Cuevas de San Marcos)

Jesús Catalá, obispo de Málaga · Autor: F. HERNÁNDEZ
Publicado: 11/03/2017: 10035

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, el 11 de marzo de 2017, en la Visita Pastoral a la parroquia de San Marcos Evangelista, en Cuevas de San Marcos.

VISITA PASTORAL
A LA PARROQUIA DE SAN MARCOS EVANGELISTA
(Cuevas de San Marcos, 11 marzo 2017)

Lecturas: Gn 12,1-4; Sal 32; 2 Tm 1,8b-10; Mt 17,1-9.
(Domingo Cuaresma II-A)

1.- En este segundo domingo de Cuaresma se nos presenta un doble itinerario. Dios sale siempre al encuentro del hombre; y al hombre le corresponde responder a esa llamada de Dios. Lo podemos ver cuando el Señor llama a alguien, como en el caso de Abrahán. El que toma la iniciativa es Dios: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré» (Gn 12, 1). Y Abrahán responde.

Salir de la tierra implica dejar muchas cosas nuestras; dejarnos a nosotros mismos; renunciar a nosotros mismos. La actitud del hombre es que todo lo espera de Dios.

En el contexto cuaresmal el itinerario que vivimos durante este tiempo litúrgico está especialmente dedicado a rehacer nuestra vida cristiana; a dejar de lado ciertas cosas de vuestra vida y volver nuestro corazón hacia Dios. Esto es la conversión: dejar la forma de pensar que os aparta de Dios y regresar a Dios.

El Señor llama a Abrán y a cada uno de nosotros a una vocación santa y a una bendición misteriosa: «Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición» (Gn 12, 2).

«Abrán marchó, como le había dicho el Señor» (Gn 12, 4). También el Señor nos invita a cada uno de nosotros en esta cuaresma a dejar nuestro modo de vivir, –que se parece más a la vida pagana que a la cristiana–; un modo de vivir cómodo y tranquilo, como nos dice el papa Francisco: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista, que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (Francisco, Evangelii gaudium, 2).

Queridos hermanos, hemos de salir de nosotros mismos, de nuestra tierra; en el sentido de nuestra situación de pecado y de egoísmo, para encontrarnos con el Señor. Hemos de poner más la confianza en Él que en nosotros y en nuestras cosas.

2.- En la segunda lectura San Pablo exhorta a su amado discípulo Timoteo que dé testimonio de Jesucristo, tomando parte en los trabajos del Evangelio: «Toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1,8).

Ser cristiano nunca ha sido fácil, porque implica seguir el ejemplo de Jesucristo. Él, siendo de condición divina, se hizo semejante a nosotros menos en el pecado (cf. Flp 2,6-7; Hb 4,15); siendo la piedra angular, fue rechazado por los hombres (cf. Mt 21,42). Ser cristiano implica dar testimonio del Hijo de Dios, que fue tratado como un malhechor (cf. Is 53, 3-5); ser cristiano entraña ser discípulo de quien ofreció su vida en la cruz por toda la humanidad.

Ser cristiano implica no avergonzarse del Evangelio. San Pablo nos previene de la tentación de avergonzarnos de dar testimonio de Jesús: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero» (2 Tm 1,8).

El Señor nos está llamando hoy y nos dice, como Pablo a Timoteo, que tomemos parte en los sufrimientos del Evangelio. Sed consecuentes con vuestra fe. No resulta fácil ser hoy cristiano, porque la forma de vida de la sociedad y la mentalidad común no coincide con lo que es la vida cristiana. Es fácil buscar la comodidad, el placer, las cosas agradables.

No es que el cristiano no pueda gozar de la vida. ¡Claro que puede gozar de la vida! La vida nos la ha regalado Dios para disfrutarla; es un gran bien y no es mala.

Dios ha creado todas las cosas. El problema es que en lugar de usarlas bien, hagamos abuso de ellas. No es lo mismo “usar” que “abusar”; hay una gran diferencia. Cuando se abusa de una persona se está cometiendo una grave falta. Las cosas las podemos usar para bien: la comida, la bebida, la vida, la naturaleza. Usar las cosas en su justa medida es bueno; pero no es bueno buscar la satisfacción de los deseos propios, manipulando al otro; esa es la diferencia.

Lo que vivimos como cristianos tenemos que ser capaces de transmitirlo a la sociedad como testigos de lo que creemos, que da sentido a nuestra vida.

Tomar parte de los duros trabajos del Evangelio implica también ser testigo. No podemos tragarnos todo lo que la sociedad nos invita a tragar, porque no todo vale. Dice a veces la gente que hacer como lo demás hacen no es pecado; pero eso no es cierto. Hacer daño a los demás está mal, lo digan o no.
Debemos tener los criterios claros y clarificarlos a los demás. Y explicar por qué lo hacemos y por qué vivimos como cristianos.

3.- En el pasaje de la transfiguración del Jesús invitó a sus discípulos más cercanos a subir al monte Tabor y allí se transfiguró, resplandeció y dio fuerza a los apóstoles para superar las duras pruebas que vendrían después; es decir la pasión y la muerte de Jesús y la persecución de sus discípulos.

La bajada desde el monte Tabor, desde la transfiguración a la vida es importante. Hemos de estar en la brega, en la arena. Cristo bajó. Y los apóstoles reconfortados por la visión de Cristo glorioso fueron capaces de aceptar ver el suplicio de Cristo en la cruz.

Vamos a hacer un parangón. La Eucaristía es como el monte Tabor, donde Cristo se transfigura. En la Eucaristía podemos escuchar su Palabra: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9,7). Hemos venido a un monte (altar), donde Cristo se transfigura glorioso. Hemos venido a escuchar su Palabra y a estar con Él.

Pero, además ¿para qué hemos venido? Para bajar luego a la arena y ser capaces de dar testimonio y no asustarnos de lo que nos exija ser testigos para realizar bien el compromiso cristiano.

Vamos a pedirle al Señor en esta Eucaristía, con motivo de la Visita Pastoral, que nos ayude en tres aspectos, recordando la tres lecturas: primero, que nos ayude a salir como Abraham de nuestro egoísmo para encontrar al Señor; segundo, como Pablo a Timoteo, saber tomar parte en el testimonio del Evangelio, aunque sea difícil hacerlo en nuestra sociedad; y, en tercer lugar, seguir escuchando la Palabra de Dios que ilumina nuestra vida, y seguir participando de la Eucaristía, porque nos da la fuerza y la luz para después ser testigos en el mundo.

4.- En esta Eucaristía vamos a entregar la Medalla “Pro Ecclesia Malacitana” a nuestra querida Ana Moscoso Luque, nacida en Cuevas de San Marcos en marzo de 1930, en el seno de una familia profundamente religiosa y comprometida con la parroquia.

Como todos bien sabéis, inició desde pequeña su andadura en la parroquia en el grupo de acción católica. Más tarde fue catequista, tarea que desarrolló durante más de cuatro décadas, educando en la fe a muchas generaciones de este pueblo, que guardan un buen recuerdo y mucha estima por su persona. También ha ayudado a todos los párrocos, que han regentado esta parroquia en estos años.

Su vida ha estado marcada por la oración personal y la liturgia de las Horas y ocupada en las tareas pastorales parroquiales. Nuestra querida feligresa, “Anita del Sastre”, como cariñosamente la llamáis, ha prestado siempre su servicio desinteresado.

Con esta merecida distinción queremos agradecerle hoy su dedicación a la parroquia y, en definitiva, a la Iglesia entera.

Damos gracias a Dios por la persona y el servicio de nuestra querida Ana y le suplicamos vivir el itinerario cuaresmal con actitud de conversión.

¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe y nos proteja a todos con amor maternal! Amén.

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