DiócesisHomilías Mons. Dorado La conmemoración de todos los fieles difuntos Publicado: 02/11/2007: 3439 S.I. Catedral 1.- Después de la Fiesta de Todos los Santos, hoy hacemos la conmemoración de todos los fieles difuntos. Después de alegrarnos con los santos, que han “seguido al Cordero”, nuestro pensamiento acompaña a “los que nos precedieron en el signo de la Fe y duermen el sueño de la Paz”. Esta celebración tiene un cierto carácter melancólico, no tanto por la muerte cuanto por la inseguridad: ¿están ya en la Patria Celestial o han de purificarse todavía en el Purgatorio, donde, como definió el Concilio de Trento (Denz. 983), “las almas allí depositadas pueden ser auxiliadas con las oraciones de los fieles, en especial con el aceptable Sacrificio del altar”. Se nos invita a los cristianos a rezar por nuestros difuntos buscando en la Sagrada Escritura y en la Liturgia las fórmulas para orar. 2.- De esta forma, el mes de noviembre es un mes especialmente eclesial: las tres Iglesias, la del Cielo (la Iglesia triunfante), la del Purgatorio (la Iglesia purgante) y la de la tierra (la Iglesia militante), se unen y compenetran. Esta compenetración la tenemos cada día en la Santa Misa. Al llegar al Canon, la Iglesia terrestre se apiña alrededor del celebrante: el Papa, el Obispo, todos los católicos y ortodoxos y después todos los presentes, “cuya fe y devoción conoce el Señor”. Pero además, convocamos y entramos en comunión con la Iglesia del Cielo: la Virgen María, los Santos Apóstoles y todos los Santos. Y no falta nunca el piadoso recuerdo de los fieles difuntos, “que durmieron en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro”. Esta verdad nos la hace más viva la Liturgia del mes de noviembre, recalcando un aspecto eclesial central a nuestra fe, que es la fe en la Resurrección: su finalidad escatológica. La Iglesia de la tierra se compone de “caminantes”. Somos un pueblo en marcha, que camina como los israelitas en el desierto. Y “sólo caminando podemos encontrar una Ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, Ciudad de eternidad”. Toda la tipología del Éxodo (el sacrificio del Cordero Pascual y la liberación de Egipto, el paso del Mar Rojo, la columna de fuego, el maná…), tiene su realización en los Sacramentos, signos sensibles que producen la gracia que representan, sobre todo los dos grandes Sacramentos Pascuales: el Bautismo y la Eucaristía. Con la firme esperanza de que nuestra peregrinación terminará con el ingreso en el Cielo, al Tierra Prometida: “donde no habrá dolor, ni llanto, ni luto. Ni gemido, porque todo eso con cosas ya pasadas”. 3.- Los días 1 y 2 de noviembre, nuestro pensamiento se remonta hacia el Cielo, la Vida Eterna, al recuerdo de los Santos y de los difuntos. Para nosotros ha de tener un carácter pascual, luminoso, el mismo que llena de resplandor a la muerte cristiana. Sin querer se nos ha metido una mentalidad pagana, al hablar de la muerte. Miramos sólo un aspecto terrorífico y macabro, la corrupción del sepulcro, el abandono de todos, la soledad de la tumba… Pero nosotros creemos en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Por eso el cristiano “no se muere”, en sentido pasivo y con su muerte acaba todo, sino que muere, es decir, entrega su vida a Dios. Morir es para el creyente cristiano un acto humano, el más sublime y trascendental de todos, que a ser posible debe hacerse en plena conciencia. Por eso, la Iglesia tiene un rito para que mueran los cristianos, como tiene un rito para el Bautismo, para la celebración de la Misa, para la ordenación de sacerdotes y para que contraigan matrimonio los esposos. 4.- El rito de la muerte cristiana es de los más bellos y consoladores. En un rito antiquísimo, que hemos empobrecido, sin desarrollarlo en todas sus fases, que son las siguientes: 1.- Los últimos Sacramentos: Viático, Santa Unción. 2.- Rito penitencial: Salmos penitenciales, bendición apostólica con indulgencia plenaria. 3.- Configuración con la muerte de Cristo: lectura de la Pasión según San Juan, Beso del Crucifijo. 4.- Recomendación del alma: letanías de los Santos y oraciones siguientes. 5.- Expiración: tres veces el nombre de Jesús. 6.- Vela del cadáver. 7.- Misa de cuerpo presente. 8.- Oficio de sepultura. 5.- Toda la Liturgia de la muerte tiende a dar al difunto moribundo una parte activa: - profesa su fe, para antes de recibir el Viático, - ofrece sus sentidos para la unción: la extremaunción… - recibe la Sargada Eucaristía como Viático o provisión para el viaje a la eternidad, - besa el Crucifijo, - contesta a las oraciones, - y cierra su vida pronunciando tres veces el nombre de Jesús. Toda la celebración funeraria tiene un sentido comunitario: es la Iglesia entera quien se hace presente en circunstancias tan destacadas para acompañar con sus piadosas oraciones al cristiano que pasa a la vida eterna. Toda la Liturgia de los difuntos tiene un color bautismal, que quiere decir tanto como pascual. Por eso la Iglesia llama “natalis”, día de su nacimiento a aquel en que sus santos murieron. Otro dato consolador que nos revela la Liturgia de los agonizantes es que el cristiano no muere solo, sino que muere con Cristo. Por eso, el sacerdote, o una persona capaz, lee al moribundo la pasión según San Juan; no tanto por confortarle cuanto para asociarle y configurarle con la muerte del Señor. Nótese la expresión tan antigua y tan cristiana de “morir en el Señor”, que ya San Juan recoge en el Apocalipsis, 14, 3: “Dichosos los difuntos que mueren en el Señor”. Y podemos añadir que el cristiano no muere solo porque muere con Cristo y porque además muere acompañado, asistido y conducido por la Santa Iglesia. Es fuertemente impresionante el acto de la entrega de la Iglesia militante a la triunfante, que se formula en los textos de la Recomendación del alma, con la oración de las letanías de los Santos y la encomienda al Dios Omnipotente. Por eso San Pablo decía a los fieles de Tesalónica: “No os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza… consolaos, pues, con tales pensamientos”. 6.- Para acelerar los bienes del Cielo a los que pudieran estar detenidos en el Purgatorio, nació la piadosa idea de la “Conmemoración de los fieles difuntos”. San Odilón, abad del Monasterio de Cluny, determinó, hacia el año 1000, que en todos sus monasterios, dado que el día 1 de noviembre se celebraba la fiesta de todos los Santos, el día 2 tuvieran un recuerdo de todos los difuntos. Y de los Monasterios Cluniacenses la idea se fue extendiendo poco a poco a la Iglesia Universal.. La costumbre de poder celebrar tres Misas en ese día nació en España. En el Convento de los Dominicos de Valencia, los Religiosos, que no podían satisfacer a todos los encargos de Misas que recibían para el día 2, tomaron la costumbre de que cada Religioso dijese dos o tres. La costumbre española pasó a la Iglesia Universal por concesión del Papa Benedicto XV en 1915, que estuvo años antes en la Nunciatura de Madrid. Si al rico tesoro de las tres Misas se añade la indulgencia plenaria, se hace patente la generosidad de la Santa Madre Iglesia con aquellos hijos suyos que, habiendo dejado la fase terrena, no alcanzaron todavía la gloria del Cielo y ella hace cuanto puede para abreviarles el tiempo de purificación. Con estos sentimientos nos reunimos hoy para hacer memoria y pedir por todos los fieles difuntos. Y de una manera especial por los sacerdotes de nuestra diócesis. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Fiesta de la AsunciónFestividad de la Virgen del Pilar Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir