DiócesisHomilías Mons. Dorado

Festividad de la Virgen del Pilar

Publicado: 12/10/2007: 1105

1.- Celebramos hoy la Fiesta de la Virgen del Pilar. En esta Fiesta queremos recordar una tradición que hunde sus raíces en el mismo hecho de la evangelización de la fe cristiana: fe cristiana sembrada en nuestras tierras, que esa misma venerabilísima tradición atribuyó a Santiago el Mayor, alentado en esa tarea por la Virgen bajo el título de “Virgen del Pilar”.

Dice tan venerable tradición, por lo que respecta a la Virgen del Pilar, cómo Santiago, el “hermano del Señor”, motejado por Jesús “hijo del trueno”, arribó a las costas de España para predicar la fe. Esa misma tradición nos recuerda la dificultad de la tarea evangelizadora entre los españoles y el desaliento del apóstol a las orillas del Ebro, donde María, viviendo todavía, se presentó milagrosamente en carne, de pie sobre una columna traída por los ángeles, para animar su labor evangelizadora.

Con las palabras de la Oración Colecta pedimos hoy a Dios que por la intercesión de Santa María del Pilar nos conceda “fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”.

Fortaleza, seguridad y constancia, ¿no son acaso ésas las virtudes que especialmente necesitan los Guardias Civiles y que tal vez justifican las razones por las que ellos la proclaman “su patrona”.


2.- La Virgen del Pilar es aliento de nuestra esperanza; intercede por nosotros con amor de Madre; nos comprende porque Ella sabe por experiencia propia en qué consiste la vida con sus luces y sombras, sus gozos y sufrimientos.

Hemos venido a celebrar su fiesta con la convicción creyente de que la ayuda de la Virgen del Pilar nos fortalece en el camino que es la vida.

Haciéndonos eco del clamor de nuestro pueblo pedimos a la Virgen del Pilar: “Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”.

Con ansias de paz, de serenidad y de reconciliación, dirigimos desde el corazón esta súplica a la Virgen:

“Oh Madre de Dios y hombre; oh concierto de misericordia. Tú que tienes por renombre Madre de Misericordia, pues para quitar discordia tanto vales, da remedio a nuestros males” (Juan de la Encina).


3.- Junto a la Madre de Dios y nuestra Madre reforzamos los lazos de hermanos y hermanas. ¡Que broten sin cesar en nuestros corazón sentimientos de paz, que la paz de Dios custodie nuestros pensamientos, que nuestros labios hablen palabras de verdad, libertad y respeto, que con nuestras acciones cotidianas seamos pacificadores, que de cara al futuro compartamos proyectos de paz. Los valores de justicia y amor arraigados en el espíritu son insustituibles para construir la vida social sobre cimientos sólidos.

“No matarás” es el mandamiento de la Ley de Dios inscrito también en la conciencia de todo hombre, a través el cual manifiesta el Señor cómo ama, custodia y defiende la vida de todos sus hijos. Dios mismo se hace garante de la dignidad inviolable de toda persona. Por desgracia tenemos que repetir una vez más “no matarás” ante los asesinatos terroristas, ante la tremenda ofuscación de la mente y la gravísima inmoralidad que implica el disponer de la vida de las personas como instrumento para alcanzar objetivos políticos. El hombre y la mujer en su dignidad personal son el sujeto de todas las instituciones sociales. Por esto es prioridad básica, en la que todos los ciudadanos de paz debemos estar unidos, el que la organización terrorista ETA deje de existir.

En la fiesta de la Virgen del Pilar quiero apoyar, recordar y recomendar a la protección de la Madre de Dios, a las víctimas del terrorismo y a sus familias; a los supervivientes de atentados que han dejado en su cuerpo y en su espíritu profundas heridas; a los amenazados por la violencia persecutoria, que pone en peligro su vida, inquieta diariamente a las familias y recorta injustamente su libertad. En cada persona amenazada somos todos amenazados en nuestra libertad y en nuestro futuro.


4.- Nuestra Iglesia diocesana, a través de las diversas vocaciones y responsabilidades de sus miembros, quiere irradiar el mensaje evangélico en la sociedad, impulsando con palabras de Juan Pablo II “una nueva civilización bajo el signo de la libertad y de la paz y en contra de la violencia y el terror”.

La nueva civilización de la que habló el Papa tiene su centro en las bienaventuranzas de Jesús, el Bienaventurado por excelencia, y en el Magnificat de la Virgen María.

María ha sido feliz porque ha creído, porque se ha fiado de Dios y se ha puesto incondicionalmente a su disposición. Dichosos son también quienes, porque Dios es su tesoro, renuncian al señorío del dinero, los misericordiosos, los de corazón limpio y sin malicia, los que buscan la justicia del Reino de Dios y trabajan por la Paz.

Lo menos que puede decirse al contemplar la crisis de ética y de moralidad en nuestra sociedad es que la ética personal, la ética social y la ética política, pierden un firme punto de apoyo cuando se debilita la auténtica fe cristiana.

Se hace más difícil, sin creer en Dios, ser honesto, trabajar por el bien de los demás, no volvernos arrogantes, ser sensibles a los marginados y respetar los derechos de los hombres. Cuando la fe cristiana está viva, de ella nace una fuerza moral increíble.

Cuando la fe se debilita es aún posible la conducta moral pero pierde un fundamento importante. Y es que, con frecuencia, construir un mundo sin Dios es construirlo contra el hombre.

Por eso, los que celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar, al mujer bienaventurada porque fue creyente, le pedimos con confianza que fortalezca nuestra fe para que de ella nazca un aliento moral que regenere nuestras vidas y contribuya a la regeneración de la sociedad.

¡Santa María del Pilar, Reina de la Paz, ruega por nosotros!

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo