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Misa de Acción de Gracias por la elección del nuevo Papa S.S. Benedicto XVI

Publicado: 29/09/2005: 956

S.I. Catedral

Primera lectura, Jr 1, 4-9; Salmo, 15; Ev.Jn 15, 9-17. (Del común de Pastores)

1.- "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno
materno, te consagré" (Jr 1,4). Estas palabras del profeta Jeremías, mediante las que
explica el origen de su misión, constituyen el motivo de nuestra acción de gracias. Nos
hemos reunido para dar gracias a Dios por el nuevo Papa, Benedicto XVI, conscientes
de que ha sido el Señor quien le ha elegido como sucesor de Pedro. Nuestra certeza, que
se basa en la fe, al margen de los análisis de personas que se consideran muy expertas
en la marcha humana de la Iglesia, es motivo también de nuestra esperanza en el futuro
de la Iglesia, pues sabemos de quién nos hemos fiado. Por eso hemos venido a darle
gracias a Dios.
Y lo hacemos en la fiesta de Santa Catalina de Siena, una mujer que vivió sólo
treinta y tres años y dedicó sus mejores energías a apoyar al Santo Padre y a fomentar
la comunión eclesial en tiempos muy difíciles. Estaba convencida de que el modo mejor
de hacerlo consistía en alentar la santidad de todo el Pueblo de Dios, empezando por la
Jerarquía. "Si muero, dejó escrito, sabed que muero de pasión por la Iglesia". El suyo es
un testimonio espléndido sobre la mejor manera de apoyar al Santo Padre, el hombre que
Dios ha puesto al servicio de su Pueblo.
El Papa Benedicto XVI, en la homilía del comienzo oficial de su pontificado, al
considerar la impresionante misión que el Señor ha puesto en sus manos, decía: "En este
momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera
realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo
a cabo?". Y, sumergido en el clamor de las letanías de los Santos, viéndose rodeado por
miles de hermanos en la fe, se decía a sí mismo y decía a todos: "No tengo que llevar yo
solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los Santos
de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos,
vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza (...) Todos nosotros
somos la comunidad de los Santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y de la sangre de Cristo,
por medio del cuál quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo. Sí, la Iglesia
está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días".
"¡La Iglesia está viva porque Cristo está vivo!". Impresionan estas palabras del
nuevo Papa por su hondura teológica y porque reflejan una honda experiencia de Dios.
Y a luz de su profundo testimonio, el Señor nos repite hoy a todos y a cada uno
las palabras que dirigió a Jeremías, y que hemos escuchado en la primera lectura: No les
tengas miedo; no temas a nada ni a nadie, pues yo estoy contigo y pongo mis palabras
en tu boca.
Católicos del siglo XXI, no tengáis miedo a los avances de la ciencia, porque la
fe no tiene nada que temer de la razón ni de la búsqueda sincera de la verdad. No tengáis
miedo a navegar contra corriente de las ideologías, porque nos lleva el Aliento de Dios
al mar siempre novedoso de las Bienaventuranzas. No tengáis miedo a seguir a
Jesucristo, porque Él es la Verdad que nos hace libres en una cultura que pretende
domesticarnos, el Camino que nos lleva a la plenitud humana frente a los recortes que
impone la sociedad del bienestar; y la Vida que hace emerger todas posibilidades que hay
en cada uno de nosotros. No tengáis miedo a anunciar el Evangelio, porque el Señor ha
puesto esta Palabra en nuestros labios y, como ha dicho el Salmo responsorial, hasta de
noche nos instruye internamente. No tengáis miedo a Dios, que es el origen y la meta del
hombre. Nos lo ha dicho Jesús en el evangelio de la misa.

2.- "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor"
(Jn 15, 9). Esta expresión nos adentra en el corazón del Evangelio, anuncio gozoso de
que Dios nos ama y nos ha manifestado su amor en Jesucristo. Esta experiencia de que
Dios nos ama, inunda de alegría el corazón del creyente y le da la fuerza necesaria para
amar sin condiciones. Por eso, en el momento de su despedida, Jesús insistió a los suyos
en que los ha amado y los ama con el mismo amor del Padre, con ese amor del que nada
ni nadie nos puede separar, como dice San Pablo en el capítulo octavo de su carta a los
Romanos: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?" (Rm 8, 35). Un amor que alegra
el corazón del discípulo y pugna por salir, porque de la abundancia del corazón hablan
los labios
Sobre este amor nos habló también Benedicto XVI en su homilía del domingo:
"Cada uno de nosotros, dijo, es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de
nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario (...) Nada hay más bello
que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él".
Tal es el mensaje de Jesucristo: nos ha revelado el amor de Dios y ha dicho que
nos ama con el mismo amor con que Dios le ama a Él. Y pensando en nuestro bien, nos
invita a permanecer en su amor. Pero ¿qué puede significar para nosotros, "permanecer
en su amor". ¿Cómo podemos permanecer en el amor de Jesucristo? Voy a señalar tres
aspectos que parecen responder a esta pregunta.
En primer lugar, conociéndole y amándole, tal como nos lo muestra la Iglesia. Él
es el Hijo Unigénito de Dios, que se ha hecho hombre y ha muerto para redimirnos del
pecado; que ha resucitado y camina en medio de su Pueblo. Permanecer en Jesucristo
es creer en Él y amar como Él amó. Amando a Dios, sin que este amor nos aleje de la
vida concreta ni de las personas que sufren hambre y explotación; y amando al hombre,
sin que el interés urgente por su dignidad y sus derechos nos lleve a olvidar a Dios. Amar
al hombre con un amor que no mira hacia otro lado ante las situaciones de hambre y de
injusticia, pero tampoco se limita a sus carencias materiales, sino que afronta el vacío de
Dios que amenaza la existencia de quienes habitamos en los países ricos.
En segundo lugar, amándonos los unos a los otros. "Este es mi mandamiento, ha
dicho Jesús en el evangelio, que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn
15, 12). Un amor afectivo, que nos impulse a potenciar la comunión eclesial y a respetar
las diferencias legítimas. Necesitamos mantener nuestra identidad católica, tal como nos
la presenta la Iglesia, en las cuestiones de dogma y de moral. Pero esta identidad en lo
esencial, no nos tiene que llevar a impedir un pluralismo legítimo en cuestiones que son
discutibles y en opciones temporales siempre complejas. La comunión eclesial no es lo
que se ha dado en llamar el pensamiento único, sino la fidelidad a la fe recibida y la
capacidad para presentar esta fe de manera que sea significativa también para el hombre
de hoy.
Y finalmente, permaneceremos en el amor de Jesucristo en la medida en que
proclamemos el Evangelio con nuevo ardor misionero. El Señor nos ha elegido para que
demos fruto, un fruto que dure, ha dicho el evangelio. Como dura el de los grandes
testigos de la fe, los santos. Su pasión por Dios y por el hombre originaron corrientes de
vida evangélica que perduran aún entre nosotros. Pienso en personas sencillas, como
Juan de Dios, Ángela de la Cruz y Juan Bosco; y en personas que ocuparon puestos de
relieve, como el Beato Manuel González y el Papa Juan XXIII. Todos se distinguieron por
su amor a Dios y porque dedicaron lo mejor de su vida a proclamar el Evangelio con
obras y con palabras, saliendo al encuentro del hombre perdido en el desierto de una
existencia empobrecida.
Y también hoy, nos ha dicho el nuevo Papa, "hay muchas formas de desierto: el
desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de
la soledad, del amor quebrantado. (Y) existe también el desierto de la oscuridad de Dios,
del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del
hombre". Es aquí donde tenemos que ser testigos de esperanza.
Termino con unas palabras del evangelio que me parecen especialmente
significativas para hoy, cuando estamos dando gracias al Señor. Son esas palabras que
dicen:

3.- "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría
llegue a su plenitud" (Jn 15, 11). Tenemos muchos motivos para la alegría. Desde el
cariño sincero que ha rodeado el "a Dios" a Juan Pablo II, a la celeridad con la que se ha
elegido al sucesor, Benedicto XVI. Pero quizá el motivo principal haya sido esa honda
conmoción que se ha producido en el corazón de muchos de nosotros al constatar que
la Iglesia está viva porque Jesucristo está vivo. Y en Él seguimos descubriendo el rostro
de Dios. Un Dios que nos ama con la ternura de un Padre y nos hace decir con el
salmista:
"Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré", porque Él me
enseñará el sendero de la vida y me saciará de alegría perpetua.
La alegría que inundó a la Virgen, al constatar su propia pequeñez y que Dios la
había elegido para ser la Puerta por la que entrara su Hijo en esta tierra. Como eligió un
día a Juan Pablo II, como ha elegido a Benedicto XVI y como nos ha elegido a cada uno
para que seamos testigos de amor y de esperanza aquí y ahora.

✝ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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