DiócesisHomilías Mons. Dorado

Eucaristía de apertura del curso académico 2005/06 de la Universidad de Málaga

Publicado: 05/10/2005: 845

Eucaristía de apertura del curso académico 2005/06 de la Universidad de Málaga

Parroquia de Santa Inés, 5 de octubre de 2005

1.- Nos hemos reunido para invocar la ayuda de Dios al comienzo de un nuevo curso
universitario.

Venimos con nuestros temores y esperanzas, con nuestra debilidad y con la confianza
que nos comunica el Señor; con la experiencia de nuestras limitaciones y dispuestos a
escuchar una vez más la voz del Señor que nos envía a ser testigos en un lugar privilegiado
para la educación como es la Universidad.

En esta celebración tan significativa pedimos a Dios que nos envíe su Espíritu Santo
para que nos guíe por el camino de la Verdad, nos conceda la gracia de acertar en medio de
las tribulaciones y oscuridades de nuestro tiempo, nos fortalezca en el testimonio cristiano y
nos consuele con su bálsamo espiritual. (Cf. 2 Cor 1, 3 ss.).

Aunque caminemos por sendas de tinieblas nada tememos porque el Señor es nuestro
Pastor (Cf. Sal 23, 4); Él nos otorga serenidad y paciencia, amor y esperanza.

Es muy elocuente que empecemos el curso académico rezando unidos en la oración
como los Apóstoles en el Cenáculo, con María, la Madre del Señor (Cf, Hech 1, 12-14),
pidiendo a Dios que nos envíe el Espíritu Santo prometido, para que sea el agente principal
que haga de nosotros instrumentos vivos de la evangelización. En la oración reconocemos
nuestra indigencia y hacemos espacio al poder de Dios.

2.- En el contexto de la cultura actual percibimos como un desafío fundamental el que
los cristianos, con respeto y valentía, confesemos abiertamente nuestra fe en Dios, pensemos
en Dios, explicitemos nuestros fundamentos religiosos, afiancemos nuevamente nuestras
convicciones, acompañemos a los hombres en sus búsquedas y tanteos y contribuyamos, cada
uno según nuestra misión en la Iglesia, a mostrar, en la nueva situación histórica, la validez y
fecundidad de la fe en Dios. Posiblemente nos ha enseñado la experiencia de los últimos
decenios a percatarnos más del misterio de Dios invisible y a purificar muchas de sus
imágenes. El rumor de Dios y los signos de su presencia no se perciben entre ruidos, prisa y
superficialidad, sino con atenta docilidad a las indicaciones que emite.

Esta tarea básica de nuestro tiempo ha sido formulada acertadamente con el título de
un libro aparecido recientemente en España: ‟El tiempo de pensar en Dios‶, de K. Lehmann.
No es suficiente ya dar por supuestos nuestros fundamentos y sentido último de la existencia.
‟Es hora, más que nunca, de pensar en Dios‶. No podemos pasar en silencio sobre lo esencial;
más bien necesitamos una nueva decisión para prestarle atención y pensarlo.

Un movimiento de Profesores Evangelizadores Universitarios Católicos debe colaborar
a su modo para romper el techo de una cultura marcada radicalmente por la inmanencia, que
prescinde de preguntas y búsquedas ulteriores. La vida humana no está concluida ni cerrada
en sí misma; la apertura a la trascendencia es constitutivo interno de su comprensión y de su
realización diaria. Mostrar cómo la pretensión de un cierto humanismo de exigir la negación de
Dios para la afirmación plena del hombre es infundada y perjudicial para el mismo hombre;
cultivar los signos y referencias al Misterio trascendente, pensar y repensar desde el
conocimiento de Dios el campo de la vida humana y profesar con gratitud la fe en Dios, son
tareas de los miembros de un movimiento apostólico de profesores cristianos. ¿No serán la
indiferencia religiosa y el fanatismo caras de la misma moneda, a saber: del nihilismo y de la
falta de confianza en el amor, como lo ha expresado últimamente el profesor de la Facultad de
Filosofía de la Sorbona de París, Jean Louc Marion? En todo caso se oyen, desde hace algún
tiempo, voces que insisten en pensar estas cuestiones fundamentales. ¿Cómo no van a
encontrar eco en nuestra Pastoral Universitaria?

Como cristianos buscamos no sólo la paz, sino también al Dios de la Paz; afirmamos
la libertad y a quien es la fuente de su autenticidad; trabajamos por la justicia y la solidaridad
entre los hombres, movidos por el amor de Dios, que nos ha amado primero.

Los valores hallan en Dios su último fundamento y máxima garantía. El sentido e la vida
humana se inscribe en unas coordenadas que son el reconocimiento de Dios y la esperanza
en la vida eterna.

Queridos amigos, profesores, consiliarios, estudiantes y personal no docente, quiero
manifestaros mi aprecio por vuestro trabajo y mi esperanza al empezar este nuevo curso.

¡Que Santa María de la Victoria, la Virgen Madre de Dios, a quien invocamos como
‟Sedis sapientiae‶ nos haga discípulos de la Sabiduría Divina!

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo