DiócesisHomilías

Retiro a los miembros de la “CONFER” de Málaga (Villa Nazaret-Málaga)

Publicado: 07/02/2010: 2631

RETIRO A LAS RELIGIOSAS DE CONFER DIOCESANA

(Villa Nazaret-Málaga, 7 febrero 2010)

Lecturas: Is 6, 1-2ª. 3-8; Sal 137; 1 Co 15, 1-11; Lc 5, 1-11.

Domingo Ordinario V- C

1. Las lecturas de este V Domingo del Tiempo Ordinario son, providencialmente, lecturas vocacionales. Los tres personajes: Isaías, Pablo y Pedro tienen un encuentro con el Señor. Hay un denominador común en ellos: una primera experiencia de fragilidad, de debilidad y de pecado.

Cuando Isaías tiene la visión, exclama aterrorizado: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Señor Dios han visto mis ojos!» (Is 6,5). Quien veía al Señor personalmente moría; nadie podía ver al Señor. Isaías cree haber visto al señor y está convencido que va a morir; porque no se siente digno de estar en la presencia del Señor; no está en condiciones de contemplarle; se siente un hombre de labios y corazón impuro; no se ve como un hombre recto ante el Señor. Isaías reconoce su limitación y su fragilidad humana ante la presencia de Dios en medio del Templo, que es una teofanía en la mentalidad del Antiguo Testamento.

2. San Pablo en la primera carta a los Corintios también le pasa algo parecido. Pablo se siente un pecador, que ha perseguido a Jesús. Él ha perseguido a los cristianos; pero cuando Jesús se le aparece en el camino a Damasco y le dice «¿Por qué me persigues?» (Hch. 9, 4), le está diciendo que perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús. Pablo no se había dado cuenta de eso, pero reflexiona y cae en la cuenta de que es un perseguidor de Jesús. Por eso, luego lo reconoce que ha perseguido a la Iglesia de Cristo (cf. 1 Co 15, 9).

Pablo, cuando hace esta predicación dice claramente que él tampoco se siente digno de ser apóstol, “soy el último”. Hace una exposición de la fe que después, casi literalmente, ha pasado al Credo. El anuncio carismático, el anuncio de la fe era el núcleo: Dios nos ha salvado en Cristo, Jesús ha muerto por los pecados, ha resucitado al tercer día según las Escrituras y ahora vive glorioso. Sintéticamente Pablo predica el núcleo de la fe: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras. Eso es lo que decimos en el Credo. Pablo ha sabido hacer una síntesis de fe; ha sabido predicar y anunciar esa fe a los gentiles, a los que no han oído hablar de Jesús. Pero él se siente el último, el menor de los Apóstoles: «Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Co 15, 9).

3. Y Pedro, el tercer protagonista de esta tarde, aparece en el Evangelio de Lucas junto al lago de Genesaret, cuando el Señor les anima a que echen las redes, porque no han pescado nada en la noche anterior, aunque son expertos pescadores; y si uno es experto pescador no se va a fiar de que otro le diga que eche las redes al otro lado (cf. Lc 5, 4).

Pero Pedro se fía del Señor y al final hay una redada de peces tan grande, que los barcos no pueden con ella. Y Pedro reconoce ante el Señor su pequeñez, su fragilidad humana y su pecado: «Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8).

Los tres grandes protagonistas: Isaías, Pablo y Pedro –estos últimos nada menos que columnas de la Iglesia– reconocen su pecado y su debilidad. ¡Cómo no vamos a reconocer nosotros nuestra debilidad y nuestro pecado, si los grandes apóstoles se han visto tan pequeños delante del Señor! Tan míseros, tan frágiles, tan pobres, ¿cómo no vamos a sentirnos como ellos antes Jesús? Tal vez no hemos hecho como ellos, no hemos perseguido –como Pablo– con saña a la Iglesia de Dios, porque formamos parte de ella; o no hemos renegado como Pedro.

4. Está claro que el Señor nos pone delante de Él y cuando le miramos es mejor que un espejo. Dicen que el amigo es como un espejo. El que dialoga con el amigo y se contempla en él, puede verse tal como es; el amigo dice verdad y no engaña. El que se contempla ante un amigo es como contemplarse ante un espejo. Uno ve su realidad al contrastarla con el amigo. Jesús no sólo es amigo, sino Hermano mayor nuestro e Hijo de Dios; por tanto, ante Jesús no cabe hacer trampas.

Una hermana de la comunidad podría engañar a su superiora y a sus hermanas de comunidad; pero cuando esa hermana se ponga delante del Señor, ahí no hay trampa que valga, ahí es desnudez total; ahí no cabe decirle mentiras al Señor, porque Él lo sabe todo. Ante Él nos presentamos claramente como somos: con debilidad, con fragilidad, con pecado, con pobreza, con miseria... y no hay que tener vergüenza de presentarnos así ante el Señor, porque nos conoce mejor que nosotros mismos.

5. Ahora pasamos a una segunda parte: los tres personajes tienen también otra cosa en común. Isaías, después de reconocer su impureza, un ángel del Señor y le toca los labios y le dice: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado» (Is 6, 7).

A partir de ese momento Isaías ya puede hablar en nombre del Señor; ya puede proclamar su Palabra. Los labios de Isaías han sido purificados, han sido pasados por el fuego, han sido consagrados; y también ha sido purificado su corazón. Ahora puede hablar y profetizar en nombre del Señor. Ante la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra?» (Is 6, 8a), Isaías responde: «Heme aquí: envíame» (Is 6, 8b).

El Señor nos ha llamado a todos nosotros y nos ha purificado en sacramentos, en las aguas bautismales, en la confirmación, en la Eucaristía, en la Penitencia; nos ha purificado muchas veces.

Una vez con los labios limpios y consagrados podemos proclamar su Palabra, no por nuestros méritos, sino porque Él nos ha llamado para esa misión. Sólo hace falta que le pidamos que nos purifique, que nos limpie, que nos trasforme, que nos configure a la imagen de su Hijo y nos haga capaces de ser evangelizadores.

6. A Pablo le pasó lo mismo. Se reconoció perseguidor de la Iglesia, pero fue un vaso agradable al Señor, fue un testigo del evangelio en el mundo gentil. Y al final reconoce que «Por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí» (1Cor 15, 10).

Podríamos decir nosotros lo mismo. ¡Cuánta gracia ha derramado Dios en mí! ¿La hemos aprovechado toda? ¿Cuánta gracia habrá quedado en el saco roto de nuestra vida? Pero Pablo es capaz de reconocer que la gracia de Dios no se ha frustrado en él, porque ha aprovechado su gracia, y por eso es capaz de predicar y hacer una síntesis espléndida de la fe. «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Cor 15, 10).

Por gracia de Dios somos cada uno lo que somos; no por méritos propios. Hace falta que le dejemos que Él actúe en nosotros. Tenemos la tentación del protagonismo, del activismo. Pensamos siempre en lo que “vamos a hacer”; pero hemos de intentar hacer su proyecto, estar disponibles para lo que Él quiera. Porque puede que nuestro proyecto no acabe de encajar con el proyecto, que Él quiere de nosotros. Ahí, entonces, hay que hacer un discernimiento y no es fácil; pero intentemos ser dóciles a lo que el Señor nos pide.

7. En más de una ocasión quería Pablo ir a un sitio a predicar, pero después de recibir un mensaje cambió de rumbo. Cuando se le apareció el macedonio cuenta que quería viajar a un sitio y el Espíritu se lo impidió. En vez de ir hacia un sitio, Pablo tuvo que ir a otra parte.

Lo mismo le ocurre a Pedro, que se reconoce pecador. Él es un experto en las redes y en la barca; Jesús, sin embargo, no había pescado nunca y le dice a Pedro: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar» (Lc 5, 4) Y Pedro le responde: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes» (v. 5). Y en su nombre echó las redes y el resultado ya lo conocemos: «pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse» (v. 6) ¿Cuántas veces nos fiamos más de nuestras redes, que de la invitación del Señor? Nuestras redes, de las que tanto nos fiamos, están rotas y los peces se escapan por todos sitios.

8. La prueba de fuego ha sido la confianza en Dios: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10b). No podemos hablar de futuribles. Pero, ¿os imagináis que Pedro le hubiera dicho al Señor: “¡Por favor, a un marinero como yo, le vas a decir cómo pescar; nos vamos a casa que estamos ya cansados!” ¿Qué hubiera ocurrido ante esta posible respuesta de Pedro; no habría habido pesca y, ¿el Señor le habría confiado ser pescador de hombres?

El Señor quiere que nos fiemos de Él, no de nuestras redes, ni de nuestra barca, ni de nuestro proyecto comunitario, ni de nuestro proyecto de congregación –aunque todo eso es bueno, porque se hace para discernir qué quiere el Señor–. Si os fiáis del Señor, a pesar de no haber pescado nada con vuestros aparejos y con vuestras redes, haréis una gran pesca. Y lo mejor de lo mejor es que el Señor os invita a que pesquéis con Él; a ser pescadores de hombres; a lanzar las redes del Evangelio; a predicar el anuncio de la Buena Nueva; a dar testimonio de que Dios nos ama y que es Padre. Entonces la gente creerá en Jesús. Y no tienen por qué agradecernos nada a nosotros, que muchas veces estamos a la espera de este agradecimiento; hemos de hacerlo por Aquel, que nos ha enviado.

9. Damos gracias a Dios en esta Eucaristía por la jornada de hoy. Esta mañana hemos estado dialogando, reflexionando y rezando a partir de una charla. Pero esto que estamos celebrando ahora no es una charla, sino un encuentro con Jesucristo y con su Palabra. La homilía forma parte de la Palabra; es una explicación dentro de la celebración litúrgica. Estas palabras homiléticas tienen unas cualidades totalmente distintas a las pronunciadas en el salón, porque esto forma parte del todo unitario de la liturgia de acción de gracias a Dios.

Estamos en un encuentro con la Palabra, Cristo-Palabra y Cristo-Eucaristía; esto no es una reflexión, sino un encuentro con Él. Y en este encuentro a cada uno le está diciendo: “Echa la red, fíate de mí, a pesar de tu debilidad, de tu pecado, de tu egoísmo y todo lo que tú quieras. Fíate de mí y tu misión será fecunda. Fíate de mí y echa la red donde yo te diga”.

Le pedimos al Señor en este encuentro litúrgico-sacramental con Él que nos purifique, que nos limpie de nuestro egoísmo, de nuestro pecado, que nos haga confiar en Él y que nos permita ser compañeros suyos en esta pesca de hombres.

La Virgen María tuvo una actitud sencilla y callada, pero firme y presente en la vida de Jesús; estuvo presente también en la vida de los Apóstoles y en la de la primitiva Iglesia. ¡Que Ella nos ayude a descubrir la presencia del Señor! Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo