DiócesisHomilías Mons. Buxarrais

«Llego a vosotros con alegría, optimismo y esperanza cristiana»

Publicado: 29/06/1973: 879

Homilía en su entrada en la Diócesis

Homilía de Mons. Buxarrais Ventura, en su entrada en la Diócesis de Málaga

Queridos sacerdotes, religiosos y religiosas. Excelentísimas Autoridades Civiles y Militares de la Provincia y Ciudad de Málaga y de Zamora. Queridos diocesanos malagueños. Zamoranos que habéis querido acompañarme:

1. El gozo de venir a serviros

Antes de reflexionar con espíritu de fe sobre la Palabra que nos ha sido anunciada, permitidme deciros «mi palabra» que, el Señor quiera, no sea más que el eco fiel de la suya.

Queridos malagueños: quiero deciros que estoy contento, muy con­tento de haber sido llamado a serviros. Contento porque vengo en nom­bre de Jesucristo y a El obedezco. Es razón suficiente para comenzar mi trabajo pastoral con esperanza y optimismo. Estoy contento, además, por­que sé que la geografía, la historia y el esfuerzo de los que fueron y de los que sois, os ha hecho abiertos, alegres, y ágiles para comprender los nue­vos momentos que van integrando y enriqueciendo la historia. Estos ras­gos me acercan y hermanan más a vosotros, pues también yo he crecido frente al mar y he asimilado la amplitud de su horizonte.

Llego, pues, a vosotros con alegría, optimismo y esperanza cristia­na.

Pero, llego, también, con el peso de mis connaturales limitaciones. Sirviéndome de las palabras de Pablo a los cristianos de Corinto, digo: «Llego a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios no con el prestigio de la palabra o de la sabiduría, pues no quiero saber entre vosotros sino a Jesucristo, y Este crucificado. Me presento ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Mi palabra y mi predicación no tienen nada de los persuasi­vos discursos de la sabiduría, sino que son una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hom­bres, sino en el poder de Dios» (Cor 2,1...).

No esperéis, queridos malagueños, en esta homilía, ningún progra­ma de acción pastoral, ni reformas en organismos de gobierno diocesano.

El programa de acción pastoral lo tenemos en la herencia que nos ha legado Don Angel Suquía y sus extraordinarios predecesores. En cuanto a los organismos diocesanos, sabéis he pedido que todos continúen en sus puestos de trabajo. Así tal vez, haremos menos sensible la ausencia de Mons. Suquía.

2. Necesaria actitud de fe

Centremos ahora nuestra atención en la Palabra del Señor, ilumi­nada y comprendida por la fe.

Agradezco a Dios el que mi entrada en la Diócesis de Málaga coin­cida con la festividad de San Pedro y San Pablo. Porque Pablo nos re­cuerda la fidelidad al Evangelio; Pedro la necesaria unión con el Romano Pontífice, y a través de él y nunca sin él, a todo el Cuerpo Episcopal y a toda la Iglesia (C.D., 2).

Estas son las dos ideas que, a partir de las lecturas bíblicas procla­madas quisiera exponer, ayudándonos así a participar más plenamente del Misterio que celebramos.

Ante todo es necesario adoptar una profunda actitud de fe, revi­viéndola y actualizándola. Fe en Cristo que nos reúne para hacerse pre­sente en su Palabra viva y en su Cuerpo eucarístico. Cristo es la única razón de nuestra reunión. Despojémonos de cualquier otra motivación que pudiera empañarla. Aquí no cabe ni la curiosidad, ni los convencionalismos, ni el «porque toca», Cristo nos reúne. Convencidos de ello le sentimos cerca, apoyados en la certeza de sus palabras: «Donde haya dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». ¡Cristo está aquí!

Una vez «ubicados» frente al Misterio, podemos escuchar la Pala­bra del Señor.

3. La fidelidad de Pablo

La segunda lectura de nuestra Celebración correspondiente a un fragmento de la segunda Carta de Pablo a Timoteo, es como un canto al optimismo y a la esperanza; optimismo y esperanza que nacen de su fidelidad al Evangelio.

La fidelidad de Pablo arranca de su entereza en el ser y en el obrar. Fue un hombre consecuente. Aun en el judaísmo por el celo a favor de la Ley se señalaba más que muchos de su edad y de su raza (Gal 1,11...). Sería educación, temperamento, esfuerzo,... (¡todo es gracia!), pero Pablo fue el hombre consecuente.

Hoy la figura de Pablo se yergue, estimulante, contra nuestras in­consecuencias personales o sociales, y clama para que la fe en Cristo pe­netre, purifique y oriente hasta los últimos repliegues de nuestra vida.

«He mantenido la fe», escribe Pablo gozoso.

El verbo griego tiene aquí un doble matiz: significa a la vez «velar» y «llevar adelante»; todo ello con un trasfondo de estadio donde ha llega­do la antorcha olímpica.

Velar por la fe

¡Cómo sabe Pablo, profundo conocedor del hombre, cómo se sirve de imágenes vividas en su tiempo para transportar la fe!

«Mantenerse en la fe» según la expresión paulina es precisamente la misión de la Iglesia, nuestra misión, la de los que formamos la Iglesia de Málaga.

Por una parte nos corresponde, como Iglesia, velar por mantener íntegra y pura la fe recibida, liberándola de todas aquellas adherencias históricas que la hubieren deformado. De ahí la acuciante necesidad de enfrentarnos siempre con la Palabra de Dios, tal y como nos la proclama la Iglesia, y no como la dicen los hombres por sabios y poderosos que fueran.

Llevar adelante la fe

Pero la fidelidad paulina incluye otro aspecto no menos importan­te: es «llevarla adelante», es decir, hacerla caminar para que vaya ilumi­nando las distintas circunstancias de la vida, de una vida que corre y se hace. La fe, al iluminar estos diferentes momentos, viene como a identifi­carse con ellos para transformarlos en historia divina. La fe debe ser siem­pre actual, como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob que, según Cristo, es Dios de vivos y no de muertos ( 23,32).

El mismo Pedro deberá ser fiel a las exigencias de la fe salvadora de Cristo; salvadora para todos, aun para los gentiles. Esta es la razón por la que Pedro pasará por encima de las tradiciones y de la misma Ley. Recor­dad, si no, el caso de Cornelio, el centurión romano (Ac 10,47).

Los hombres tendemos, por comodidad (¡por pecado!), a encasillar la fe, a fundirla en moldes de un momento determinado. ¡No!, la fe es creadora, la fe es de ayer y de hoy, siempre antigua y siempre nueva. La fe debe iluminar la vida del hombre de hoy como ha iluminado la vida de todos los creyentes que nos han precedido.

Alguien dirá que se trata de una dialéctica, de un equilibrio difícil de mantener. Se trata simplemente de vivir consecuentemente la fe, no olvidando que «el juego de la fe» es obra del Espíritu en nosotros. No somos los hombres los que acomodamos o manipulamos la fe.

El saber conservar íntegro el depósito de la fe y al mismo tiempo el dejarla iluminar circunstancias nuevas, es dejarse llevar por el Espíritu. Actitud no cómoda ni fácil por pasiva que pudiera parecer. Dejarse llevar significa renunciar (acto activo, valga la redundancia) a uno mismo, abrirse para dejarse penetrar por los otros y así facilitar la penetración del «Otro»: Dios.

Trabajemos, pues, en las Parroquias o en los Colegios y Escuelas Rurales; en los claustros de contemplativos o en los movimientos apostó­licos especializados y Acción Católica; trabajemos en el interior de la Dió­cesis y en sus costas, trabajemos con escrupulosa fidelidad a la herencia de la fe, pero al mismo tiempo haciéndola presente en las circunstancias de hoy. Sólo así, viviéndola hoy, seremos puente seguro y firme para las generaciones que nos sucedan.

Los grandes Obispos de Málaga

Porque concretamente en Málaga sería injusto olvidar en el trabajo pastoral la herencia de Mons. Manuel González con su encendrado amor a la Sagrada Eucaristía y su dedicación a la formación de sacerdotes. Lo sería también dejar caer en el olvido al incansable Pastor Mons. Balbino Santos, reorganizador de una Diócesis diezmada por la Revolución. Y, ¿cómo podríamos prescindir de la clarividencia en la problemática pas­toral y social de Málaga y España entera que tuvo el gran Cardenal Mons. Angel Herrera Oria? Y Mons. Emilio Benavent, ejecutor fidelísimo del Cardenal Herrera y creador de nuevos campos de pastoral. Y ¿qué decir de Mons. Angel Suquía? Sólo cabe pedir al Señor fidelidad en saber se­guir sus pasos.

Ahí tenemos, amados diocesanos, la herencia viva en la fe de la Iglesia malacitana. Ella es como el punto de arranque o la palanca de lanzamiento hacia «una pastoral de hoy», de la que nadie puede sentirse ajeno.

4. Aspecto petrino de la fe

 Consideremos, ahora, el segundo punto, lo que llamaría aspecto petrino de la fe: su unidad comunitaria.

La fe que, como de su fuente, dimana de Dios-Trinidad tiene una necesaria dimensión comunitaria. Dios la ha depositado por Cristo en la Iglesia, comunidad de creyentes; sólo en y por Ella podemos recibirla y vivirla.

Decir fe es decir relación, en sentido de apoyo, relación a Cristo. Y al Cristo Persona sólo accedemos por los caminos del Cristo místico, de la Iglesia. Por tanto, la Iglesia en cuanto es el gran Sacramento, signo visible y eficaz de Cristo en el mundo, es punto de necesaria referencia de mi fe, como es su origen.

Conviene recordar hoy esta verdad por tres razones:

1ª) Por ser la festividad de San Pedro y San Pablo, día del Papa, en cuya persona, Pablo VI, se realiza visiblemente la invisible realidad de la unión de los creyentes en Cristo.

Pidamos hoy por el Papa: Que el Espíritu del Señor le siga asistien­do y confortando, y a nosotros nos conceda mirar su rostro con fe.

2ª) Porque hoy la Iglesia malacitana recibe a su nuevo Pastor y él debe ser, como sus antecesores, el signo de la unidad y la sombra refrige­rante bajo la cual se cobijan confiadamente todos los creyentes, conser­vando la propia e inconfundible fisonomía que no rompe, sino que enri­quece la unidad.

Esta responsabilidad sobrepasa mis posibilidades. Ayudadme con vuestra exigencia, apoyo y oración.

3ª) Porque hoy al leer, al escuchar, al ver, uno se da cuenta de un cierto subjetivismo en la manera de entender y vivir la fe. Muchos susti­tuyen la expresión «nuestra fe» por «mi fe», haciéndose ellos solos el punto de confrontación y referencia de la fe en Cristo.

En Málaga deberemos evitar ese peligro. Siempre hablaremos de «nuestra fe», dando preeminencia a lo comunitario y haciendo que en la comunidad encuentren su lugar todos y cada uno de los cristianos.

Bien sabéis, y no descubro ninguna novedad al decirlo, el hecho vivido en el seno de muchas comunidades por parte de algunos creyen­tes: por un lado están los que, con ánimo de abrir caminos y romper moldes, se desgajan con autosuficiencia, del resto de la comunidad a la que critican de pantanosa; por el otro, encontramos a los que, apoyados en su propia seguridad, aprisionan la fe en moldes únicos, cayendo en la cuneta de la historia, separados también de la comunidad que sigue al ritmo del Espíritu, tan diferente del paso de los hombres.

Que el Señor nos conceda ser suficientemente libres como para dejarnos confrontar y purificar la fe por la Iglesia.

5. Responder a Cristo

«Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo» ( 16,16).

A Pedro se le dio la gracia de confesar a Cristo, es decir: de procla­mar la verdad de Cristo. Pero la gracia dada a Pedro, la de confesar a Cristo, es una gracia vivida y sellada con su sangre. La confesión de Pedro termina con su muerte; y su muerte, según la tradición, muerte de cruz; es la consecuencia de su vida.

También hoy Cristo sigue preguntando: «Y tú ¿quién dices que soy yo?».

La respuesta la damos, o mejor la deberíamos dar en el Bautismo. El bautizado es el que responde con su vida a la pregunta de Cristo. De­cir: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» es centrar nuestra vida en El; es juzgar todas las cosas bajo el prisma de la fe; es relativizar todo lo que no sea El; es saber encontrar y ocupar nuestro lugar en la vida; es saber prácticamente que el único absoluto es Dios.

La respuesta debe ser personal integrada comunitariamente. Es toda la comunidad diocesana de Málaga la requerida hoy para contestar a Cris­to. Y una comunidad diocesana la forman tanto los consagrados como los seglares unidos a su Pastor. Nadie puede sentirse ajeno a responder unien­do su voz a la de sus hermanos en la fe. Todos deben tener opción a responder y nadie tiene derecho a ahogar la voz de los demás. Decir Dió­cesis es decir comunidad. Bien sé de los esfuerzos realizados; pero nos queda el camino de «hoy» por hacer. Es el nuestro, el irreemplazable. Estar aquí hoy es afirmar con nuestra presencia la decidida voluntad de continuar la marcha.

Invocación a Santa María de la Victoria

No caminaremos solos. Será el Espíritu del Señor quien nos guíe. Más aún: en la marcha habrá una mano maternal que cariñosamente nos asirá. María: la de la plena y total confesión de la divinidad de Cristo. María, la venerada en la querida imagen de Santa María de la Victoria. Ella sabe de triunfos porque sabe de liberación; de una liberación ganada

con el precio del amor a su Hijo y a los hombres. Pongamos en sus manos la tarea que debemos realizar. Que, con su intercesión Ella nos obtenga:

  • mantener la fe en su integridad y en marcha;
  • mantener la unidad de la fe en la Iglesia; y

 

-saber confesar con nuestra vida la Divinidad de Jesucristo.

Amén.

Málaga, 29 de Junio de 1973. Festividad de San Pedro y San Pablo. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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