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Visita pastoral a la parroquia de San Isidro Labrador (Cártama-Estación)

Publicado: 30/05/2015: 291

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la visita pastoral a la parroquia de San Isidro Labrador (Cártama-Estación) celebrada el 30 de mayo de 2015.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO LABRADOR

(Cártama-Estación, 30 mayo 2015)

 

Lecturas: Dt 4, 32-34.39-40; Sal 32, 4-6.9.18-22; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20. (Santísima Trinidad)

1.- Como nos han dicho al comienzo de la eucaristía, hoy celebra la Iglesia la Santísima Trinidad. La Santísima Trinidad es el Misterio profundo de nuestra fe, difícil de comprender para la inteligencia humana. Ya conocéis el ejemplo de san Agustín. Cuentan que estaba paseando por la playa, intentando comprender cómo podía haber tres personas en un solo Dios e intentando explicar en qué consistía el misterio de la Santísima Trinidad; vio a un niño que estaba llenando de agua del mar un pequeño hoyo que había hecho en la tierra. Se acercó al niño y le preguntó: «¿qué estás haciendo?». Y el niño le respondió: «estoy poniendo toda el agua del mar en este pequeño hoyo que he hecho». Entonces, le dijo san Agustín: «eso es imposible, no vas a poder hacerlo». Y le contestó el niño: «pues más difícil te va a resultar a ti comprender el misterio de la Santísima Trinidad». Así que el misterio se vive.

Hay una diferencia entre el misterio y el problema. Los problemas, según el término griego, van delante de nosotros; nos podemos distanciar de ellos, separar, y así los podemos resolver. El misterio no podemos ponerlo delante de nosotros y separarlo de nosotros; los misterios no se resuelven, se viven. El misterio de la vida no puedes separarlo de ti, no puedes separar la vida de ti. El misterio de la enfermedad, de la muerte, del dolor, no lo separamos, está dentro de nosotros. ¿Es lo mismo estar delante de un cubo de agua que estar dentro del mar? No es lo mismo. Dentro del mar nos sumergimos y toda el agua nos envuelve, nos rodea, nos acaricia, pero no podemos separarnos de esa agua.

El misterio está dentro de nosotros y no podemos distanciarnos de él. Por tanto, no se trata de separarlo para entenderlo, sino de vivirlo. Y lo mismo el amor. ¿Intentáis comprender el amor? Preguntarle a una persona que ama, que está enamorada, ¿por qué ama y por qué está enamorada? A lo mejor no sabe responder. Tan solo os dirá: «pues, porque sí. No sé responderte, pero lo vivo». El misterio, al igual que el amor, está dentro de mí y es mucho más fuerte que mi voluntad. Así es esa relación con el misterio, con Dios.

2.- El Señor es el único Dios; allá arriba en el cielo; y aquí abajo en la tierra; no hay otro. El israelita se preguntaba viendo al Dios de Israel, que se había acercado al pueblo, –pues el Dios de Israel es un Dios cercano, está con el pueblo, no era como los dioses de otras civilizaciones y creencias que estaban lejanos y no les importaban las vidas de sus fieles­–, y preguntaba, en el mismo Deuteronomio, a la historia: «¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto?» (Dt 4, 34). «¿Conocéis algún dios que haya hecho lo mismo que ha hecho el Dios de Israel a su pueblo?», se preguntaban los judíos.

Y ahora os pregunto yo: «¿Conocéis algún dios que haya hecho lo mismo que Cristo ha hecho por cada uno de nosotros? No, ¿verdad? No hay nadie que haya hecho lo que Cristo ha hecho. No hay nadie que haya hecho lo que Dios Padre ha hecho, creándonos a su imagen y semejanza. No hay nadie que haga lo que realiza el Espíritu, que nos transforma desde dentro, que nos cambia, que nos envuelve; no hay nadie. Éste es nuestro Dios. Éste es tu Dios, Israel. Éste es tu Dios, fiel cristiano. Ése es el Dios Trino revelado. No lo hemos razonado, no lo hemos descubierto con razonamientos o con lógica humana; se nos ha revelado así, se nos ha presentado así, como el amor. Hemos sido amados primero.

A ver, ¿quién ama primero: el hijo a los padres o los padres a los hijos? ¿Quién ama primero: Dios al hombre o el hombre a Dios? Primero se parte de una experiencia de ser amado: somos amados por Dios que es amor, –por las tres personas de la Santísima Trinidad–, por nuestros padres, –reflejo de ese amor–, por otras personas y, después, cuando tenemos esa experiencia de amor, somos capaces de amar. La Trinidad nos permite experimentar el amor, primero, y nos hace capaces de amar, después.

3.- Cumplir los mandamientos lleva a la felicidad. El Deuteronomio, que recoge el tema de los preceptos, pues este libro es una ley, en la segunda ley, dice: «Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre» (Dt 4, 40). Dios nos ofrece los mandamientos para que seamos felices. Algunos piensan que los mandamientos son unas losas que pesan encima de nosotros, imposibles de cumplir. Los mandamientos son palabras divinas, palabras de vida, palabras de amor: ama a Dios que te ama a ti, alábale porque te ha creado, respeta su nombre, celebra su fiesta. Son palabras de vida.

Y respecto al prójimo, también palabras de vida: respeta al otro que también es imagen de Dios como tú, –que es tu hermano–, respeta sus bienes, su fama, su persona. Son palabras de vida, no son losas.

Si entendiéramos bien esto, seríamos más felices. En esta fiesta de la Santísima Trinidad el Señor nos invita a vivir así.

4.- Somos hijos adoptivos de Dios. San Pablo, en la carta a los Romanos que hemos escuchado, nos pone en sintonía con el Espíritu de Dios y dice: «todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8, 14). Y nos alienta diciendo: «pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15).

La Trinidad nos ama, cada una de las tres personas en su conjunto, como Dios, y cada una de ellas en su especificidad. Dios Padre ejerce su paternidad, su imagen, su poder creativo; respecto al Padre somos hijos. Dios Hijo es el modelo y figura de ese amor, y nos revela el amor del Padre; es Aquel que, en el bautismo, nos marca la figura de hijo de Dios. Y el Espíritu es el que nos va transformando día a día.

Del hijo somos hermanos, del Espíritu Santo, ¿qué somos? Del Padre, ¿somos? Hijos. Del hijo, ¿somos? (Responden los fieles: “hermanos”). Y, del Espíritu Santo, ¿somos? La pregunta del millón. Del Espíritu Santo, ¿qué somos? Si el Espíritu Santo inhabita en nosotros, habita dentro de nosotros, ¿qué somos? (Responden los fieles: “templos”). Templos del Espíritu. El Espíritu habita. Es lo que decíamos antes del misterio. El misterio no está fuera de nosotros. El Espíritu es como la respiración que tenemos dentro, está dentro de nosotros. Lo acogemos como templos. Somos templos del Espíritu y Él va configurando ese templo.

5.- Vamos a pedir a Dios, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, que nos haga dóciles a esa acción triple: la del Padre, como Creador, como fuente de amor en nosotros, como Aquel que nos ama primero; la acción del Hijo en nosotros, que nos hace la figura como hijos adoptivos, nos configura a Él, nos redime, nos salva; y que seamos dóciles a que el Espíritu Santo nos transforme, nos cincele, haga la figura de Cristo en nosotros, nos «cristifique».

Dejad, por tanto, que el Espíritu coja el martillo y la gubia, y vaya quitando lo que sobra, vaya modelando. Como el picapedrero hace con la piedra, o el artista que va haciendo figura con la madera; lo que sobra lo desecha y lo que no, lo raspa, lo pule, lo lima, hasta que queda una figura. Eso es lo que ha hecho el artista Miñarro con este Cristo: de un trozo de madera ha ido quitando lo que sobraba y ha ido cincelando hasta que ha ido apareciendo la figura de Cristo. El Espíritu quiere modelar en nosotros la figura de Cristo hasta que tengamos los mismos sentimientos que Él. No es una figura externa, es una figura interior.

Hoy celebra la Iglesia la Jornada “Pro orantibus”; son las personas consagradas que viven en los monasterios, dedicadas a la oración y a la contemplación. Ellas han optado por Dios y se han consagrado plenamente a Él. En esta Jornada pedimos por estas personas, para que el Señor les conceda la fidelidad a su carisma y el gozo de ofrecer su vida en el silencio y la oración.

Pedimos, pues, todo esto a la Santísima Trinidad y, también, por intercesión de la Virgen María, Ella que se dejó modelar por el Espíritu. Que así sea.

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