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Miércoles de ceniza (Catedral-Málaga)

Publicado: 17/02/2010: 1761

MIÉRCOLES DE CENIZA

(Catedral-Málaga, 17 febrero 2010)

Lecturas: Jl 2, 12-18; Sal 50; 2 Co 5, 20 — 6, 2; Mt 6, 1-6.16-18.

Justificados en Cristo

1. Comenzamos hoy la Cuaresma. La Iglesia nos exhorta a la práctica más abundante de ciertas acciones, recomendadas muy especialmente en este tiempo de penitencia: la oración, el ayuno y la limosna, que nos ayudarán a prepararnos mejor para celebrar el Misterio pascual, centro de la fe y de la vida de la Iglesia.

El profeta Joel nos invita, al inicio de la Cuaresma, a volver de nuevo al Señor: «Convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (Jl 2, 13).

Nuestros pasos, queridos hermanos, se han alejado muchas veces de Dios; hemos recorrido ciertos caminos, buscando la felicidad lejos de Dios y no la hemos encontrado; ahora el Señor nos invita a volver al verdadero camino de la vida; a acudir a la fuente de la misericordia. El Señor es rico en piedad y nos otorga su perdón.

2. El Señor nos ha recordado que la oración, el ayuno y la limosna han de ser hechos sin alardear: «Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6, 3); «Cuando vayas a rezar, entra en tu aposento y cierra la puerta» (Mt 6, 6). «Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara» (Mt 6, 17). No hace falta que lo sepa la gente; lo sabrá sólo el Padre del cielo «y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6, 18).

Estas prácticas son los caminos de siempre, para salir de uno mismo y realizar el éxodo espiritual, que es la Cuaresma. El ayuno contribuye al señorío de nuestra libertad, robusteciendo nuestra fragilidad; la oración acrecienta nuestra comunión con Dios; y la limosna generosa estrecha nuestros lazos de fraternidad con los hermanos.

A través de la meditación más asidua de la Palabra de Dios, de la contemplación de la bondad de Dios y del diálogo amoroso con Él en la oración, del cambio de corazón hacia el Señor, de la ascesis y del mejor dominio de nuestros instintos y pasiones, de la práctica de la caridad fraterna, iremos preparando la gran celebración pascual, para participar en el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte.  

3. Esta triple reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo tiene como fundamento el amor, que es, como nos recordó Benedicto XVI en su primera encíclica, “la opción fundamental de la vida del cristiano” (Deus caritas est, 1). El amor es el núcleo del “mandamiento nuevo” de Jesús, quien nos invita a amar como Él (cf. Jn 13, 34), en respuesta al amor con que Dios nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10). 

No es posible separar el amor a Dios y al prójimo, como nos recuerda el apóstol San Juan: «Si alguien dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4, 20).

Muchas y urgentes necesidades de tantos hermanos nuestros están patentes ante nuestros ojos, sobre todo en estos últimos tiempos de crisis económica y de catástrofes naturales, que han dejado a la intemperie y en situaciones límite a muchas familias. Nuestra respuesta, gracias a Dios, está siendo generosa; pero la caridad fraterna no debe nacer empujada por estos acontecimientos de infortunio, sino que debe brotar del inmenso amor que Dios nos tiene, de la fraternidad universal entre los hombres, de la fuerza y del ejemplo de Jesucristo, que nos ha redimido. Hemos de contemplar a quienes sufren con la mirada compasiva y amorosa de Cristo, que se compadecía de los pobres, enfermos y pecadores y atendía sus necesidades (cf. Mt 8, 16).

4. El lema del mensaje del Papa para la Cuaresma de este año dice así: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

El ser humano tiene necesidades que no se le pueden garantizar por ley y que sólo se le otorgan gratuitamente. La sed de felicidad, de amor y de otros bienes espirituales sólo puede saciarla quien ha creado al hombre a su imagen y semejanza y lo ha llamado a participar de su vida divina.

La situación de pecado de la humanidad, fruto del pecado original, coloca al hombre en una posición de debilidad y fragilidad, respecto a los deseos y proyectos que anidan en su corazón.

El hombre intenta vivir el ideal al que está llamado, pero percibe la imposibilidad de realizarlo. Sólo puede salir de esa situación con la gracia salvadora de Dios: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús» (Rm 3, 23-24).

Todos, pues, queridos hermanos, necesitamos acoger la gracia, que se nos ha ofrecido en Cristo Jesús, «a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia» (Rm 3, 25).

Como hemos escuchado en la segunda lectura, que ha sido proclamada, Dios aceptó que su Hijo asumiera nuestro pecado para salvarnos: «Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibiéramos la justificación de Dios» (2 Co 5, 21).

5. En el corazón humano hay un anhelo de salvación, al que responde perfectamente el anuncio cristiano. Esta Buena Nueva sólo puede ser acogida desde la fe. Como dice el Apóstol Pablo, en su carta a los Romanos: «Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen» (Rm 3, 21-22).

El hombre intenta de muchos modos, a través de sus pobres conocimientos científicos, perpetuarse en vano ilimitadamente, sin aceptar su finitud. Habiendo renegado de Dios, piensa que puede conseguir con sus propias fuerzas, lo que sólo se obtiene por dádiva divina.

La Cuaresma nos vuelve a situar en el lugar que nos corresponde; es decir, en la aceptación de que somos criaturas limitadas y nuestro anhelo de eternidad sólo puede ser satisfecho desde la relación amorosa con Dios, que nos sale al encuentro en Jesucristo, ofreciéndonos la salvación deseada.

6. Como nos dice el Papa en su mensaje: “En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad” (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2010).

El camino cuaresmal es ocasión propicia para aceptar nuestra realidad frágil y pecadora; para implorar con insistencia a Dios su perdón y su misericordia; para pedir su fuerza salvadora, que nos permita gozar de su bondadosa compañía.

Queridos hermanos, la Cuaresma culminará en el Triduo pascual, en el que celebraremos la salvación que Cristo nos trae. ¡Aceptemos ya desde ahora, por la fe, esa salvación!

Pedimos al Señor que nos conceda vivir este tiempo penitencial como una ocasión de auténtica conversión y de mayor profundización en el misterio de Cristo.

¡Que María, la Virgen, nuestra Madre, nos acompañe en este caminar hacia la celebración de la pascua anual y nos ayude a alcanzar también la Pascua eterna! Amén.

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