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Parroquia Santa María de la Amargura (Málaga)

Publicado: 17/01/2010: 7013

PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA AMARGURA

(Málaga, 17 enero 2010)

 

Lecturas: Is 62, 1-5; 1 Co 12, 4-11; Jn 2, 1-12.

 

1. El Evangelio de hoy nos ha presentado el episodio de las Bodas de Caná de Galilea. La Virgen, mujer atenta a lo que sucede en casa y a las necesidades de los demás, aprecia que después de varios días –que duraban las bodas– el vino se acaba y se lo dice a Jesús.

Jesús hace referencia a la hora: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4). Como veis, le da el mismo título de “mujer”, que emplea cuando está clavado en la cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Lc 19, 26). El momento de la crucifixión fue la “Hora” de Jesús, porque en la crucifixión Cristo fue glorificado por el Padre.

Por tanto, en Caná aún no había llegado la “Hora”; sin embargo, pasado un tiempo y le dice a la Samaritana: «Créeme, mujer, que llega la hora…» (Jn 4, 21). Esa es la “hora” de la glorificación del Hijo; es la hora de la verdad.

Hemos de entender el milagro de la conversión del agua en vino desde esta panorámica, desde el proceso en que Jesús se manifiesta como Dios. En la Epifanía Dios se manifiesta a los hombres: en la adoración de los Magos; en el bautismo de Jesús en el Jordán, donde se oyó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo amado» (Mt 3, 17); y en la conversión del agua en vino en Caná de Galilea. Tres formas de manifestarse Jesús como Dios y Salvador.

2. Ahora se entiende mejor qué relación tiene el vino con la salvación. Veo en vuestros rostros una expresión de sorpresa. Para los malagueños y los ribereños del Mediterráneo el vino es una realidad excepcional: Un buen vino ayuda a vivir la vida.

En la literatura bíblica abunda el tema del vino: «El vino –dice el texto bíblico– alegra el corazón del hombre» (cf. Sal 104, 15). Los profetas anuncian la abundancia del vino: «Los montes destilaran vino y las colinas serán anegadas por ese vino» (Joel 4,18), que es símbolo de salvación plena. La salvación ha llegado en Cristo; esto quiere decir el evangelista Juan. El Hijo de Dios posee la riqueza de la vida divina y quiere participarla a los creyentes: «De su plenitud, todos hemos recibido» (Jn 1, 16). Y este don nace en la persona de Jesús.

Pregunto ahora a los niños y a los muchachos, que están aquí delante: ¿Cuántos litros de agua convirtió el Señor en vino?; ¿cuántas tinajas había? Seis. Cada de ellas contenía unos cien litros. ¿Seiscientos litros de vino es mucho o poco para una boda, después que los comensales ya han bebido a discreción? Parece que sea mucho. Jesús no convierte una botellita de agua en vino, sino seiscientos libros. ¿Qué está queriendo decir san Juan? Que Jesús es la plenitud; que Jesús nos regala la vida plena; que la salvación nos llega a nosotros gracias a Él. La conversión del agua en vino es sólo un signo. Jesús realiza más signos: cura enfermos, sana leprosos, abre los ojos de los ciegos, hace saltar a los cojos, resucita muertos (cf. Mt 11, 5). La conversión del agua en vino es el primer signo de su vida pública.

3. ¿Qué nos quiere decir Juan en este Evangelio? No está refiriéndose a una simple conversión del agua en vino. Está hablando de la divinidad de Jesús, de la salvación que Jesús nos trae.

¿Qué relación hay entre agua y vino? ¿Qué significaría el agua y qué significaría el vino? ¿Para qué estaba destinada el agua de esas tinajas? Las tinajas no las pusieron allí para poner vino; estaban puestas para lavarse los judíos y hacer las purificaciones rituales. Ellos se purificaban las manos y los pies para quedar limpios antes de una ceremonia.

Esa prescripción del agua purificadora venía del Antiguo Testamento. Jesús la trasforma y la convierte amorosamente en un signo de salvación. Cambia las leyes rituales por la única ley del amor, realizando un gran cambio. El Señor nos va a pedir que nosotros también hagamos un cambio y pasemos del agua de nuestro egoísmo, del agua de nuestros proyectos a un vino de apertura y de encuentro con Jesús y con los hermanos.

4. Dando un paso más, podemos añadir que el vino nuevo de salvación es transformador. El vino nuevo de Jesús nos trasforma y nos hace hombres nuevos.

Cuando el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía, le dijo al novio: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambió has guardado el vino bueno hasta ahora» (Jn 2, 10).

Este vino bueno está indicando la obra de Jesús, que irrumpe en la vida humana y que la renueva y la transforma. Jesús, al igual que ha convertido el agua en vino, quiere transformar nuestro corazón, un tanto egoísta, en un corazón que ame, en un corazón abierto a Dios y a las necesidades de los hermanos; nuestro corazón envejecido no puede hacer obras nuevas: «Nadie echa vino nuevo en pellejos viejos» (Mc 2, 22).

¿Queréis probar el vino bueno de Jesús? Para ello tenéis que poner un corazón nuevo; porque si ponéis el vino nuevo de Jesús en un corazón viejo, se estropea el recipiente y se echa a perder el vino. ¿Queréis beber y participar del vino nuevo de Jesús? Es necesario, pues, transformar el corazón. Jesús ha venido a traer el vino nuevo de la caridad, de la alegría, del gozo, de la esperanza; en definitiva, un buen vino de solera.

5. A veces nos quedamos, como los novios de Caná, sin el vino de la alegría, del amor, de la paz, de la misericordia, de la ilusión, del trabajo. No perdamos la esperanza y no pensemos que nuestra situación no tiene remedio. Pensemos en todas las dimensiones de nuestra vida: personal, familiar, de amistad, de trabajo, de la parroquia, de la Iglesia, de la sociedad, del mundo. Jesús puede hacer el milagro de trasformarlo todo, a pesar de nuestras limitaciones.

La Virgen se percató de que los novios no tenían vino (cf. Jn 2,3). Se les había acabado “la chispa de la vida” (ésta es la propaganda de una bebida). ¡Que no se nos acabe a los cristianos la chispa de la alegría! No podemos ser unos amargados. Cristo ha venido a traernos la alegría, el amor, la paz y la esperanza. Hemos de llenar nuestra tinaja y esperar a que Cristo la transforme; de lo contrario seguiremos vacíos.

En el ofertorio de la misa pondremos nuestro corazón y le diremos a Jesús: “Cámbialo y llénalo de tu vino”.

6. Estamos en la parroquia de Santa María de la Amargura, en Málaga. Quienes la construyeron podrían haberla llamado “Santa María de la Dulzura”. ¿Por qué la llamaron “Santa María de la Amargura”? Ahí tenemos la imagen de la Virgen, con un corazón traspasado por un puñal, que refleja los momentos dolorosos de su vida.

En Caná de Galilea Jesús le dijo a su madre que aún no había llegado su hora; pero cuando le llega la “Hora” de pasar de este mundo al Padre (cf. Jn 17, 1), acepta beber el cáliz de la amargura.

En el momento más duro de su vida, cuando está clavado en la cruz, Jesús nos regala a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26); éste es el momento de su glorificación: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17, 1).

Santa María de la Amargura acoge ese momento en que es “hecha” Madre de todos los hombres. En la persona de San Juan estamos representados todos los feligreses de la parroquia de la Amargura, todos los cristianos y todos los hombres. El Señor nos ha regalado a su Madre dolorosa.

Santa María de la Amargura quiere ayudaros a todos vosotros en todos los momentos difíciles de vuestra vida. Hay muchos momentos buenos, pero también hay muchos momentos amargos. La Virgen de la Amargura tragó muchos tragos amargos, hasta ver a su Hijo, inocente, clavado en la cruz. Y en ese preciso momento su Hijo le pide que nos acoja como hijos.

Santa María de la Amargura, que ha sabido encajar el dolor de su Hijo y el dolor propio, también ha sabido encajar el momento difícil de los novios y les ha ayudado. ¡Pedid su ayuda, sobre todo en los momentos más difíciles de vuestra vida!

7. En estos días la Humanidad está viviendo también un momento amargo. Todo el mundo está pendiente de Haití, donde ha ocurrido un hecho muy trágico: Un terremoto, en el que han muerto muchas personas.

Contaba un religioso español, que está allí, que oía bajo los escombros la voz de personas conocidas. Uno de los sepultados entre cascotes repetía: “Estoy aquí; soy yo; estoy aquí”; y poco a poco se fue apagando esa voz; ya no se oyó más. Ha habido mucha gente, que ha perdido a sus seres queridos.

De ningún modo podemos pensar que esto haya sido un castigo de Dios. Cuando ocurren estas cosas solemos decir: “¿Dónde está Dios?”. Y tenemos la tentación de echarle la culpa de todos los males que nos pasan. Un terremoto no es ningún castigo; sino que forma parte de la vida. Cuando uno nace a este mundo la única cosa obligatoria es la muerte. Desde el momento de nuestra existencia tenemos la certeza de que hemos de morir. No importa tanto si uno muere a los dos meses de vida, a los cuarenta años, o a los noventa años. Es mucho más importante haber vivido tal como Dios quería y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida; lo importante es poder vivir durante toda la eternidad contemplando el rostro de Dios en el cielo. Esa es la lección que tenemos que aprender.

Hoy la Humanidad pasa por un momento amargo. Vamos a pedirle a Santa María de la Amargura que nos ayude a vivir en esperanza. Hemos de rezar por todas las personas que han perecido y por todas las que lo están pasando mal.

Pero también hay que ayudarles; no es suficiente rezar; hay que ayudarles y compartir lo que tenemos; porque ahora a ellos les falta alimentos, casas, vestidos y otra cosas.

¿Os imagináis que mañana apareciera este precioso templo hecho escombros? ¿Os gustaría? No, por supuesto; pero puede ocurrir. Y no sería porque Dios estaría enfadado con nosotros, sino porque existe esa posibilidad.

Acordémonos de rezar por ellos de un modo especial y también de compartir los bienes. Haremos una colecta extraordinaria a final de mes para ayudar al pueblo de Haití.

8. Hoy celebramos la Jornada de las Migraciones. Vamos a rezar por todos los que van de un país a otro, para que tengan una casa, donde poder vivir y un trabajo para subsistir. Tanto los inmigrantes como los emigrantes viven a veces en situaciones difíciles; nosotros tenemos que acordarnos de ellos.

Podíamos continuar hablando del vino de la salvación, el vino de la renovación, de la trasformación y el vino del banquete eucarístico, el vino de la Eucaristía.

Vamos a participar hoy en la comunión eucarística bajo las dos especies: pan y vino. Le pedimos al párroco, D. Felipe, que procure hacer lo más conveniente para poder hacerlo. De este modo haremos visible el gesto de tomar el vino consagrado, simbolizando que participamos del vino transformador de Jesucristo.

Pedimos a la Santísima Virgen, bajo la advocación de Santa María de la Amargura, que nos acompañe en las penas y en las alegrías de esta vida, y nos conduzca a la patria celestial. Que así sea.

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