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Epifanía del Señor (Catedral – Málaga)

Publicado: 06/01/2010: 7048

EPIFANÍA DEL SEÑOR
(Catedral – Málaga, 6 enero 2010)

Lecturas: Is 60, 1-6; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2, 1-12.

Epifanía, revelación del Hijo de Dios como luz de los pueblos.

1. Hoy celebramos con gran gozo la fiesta de la Epifanía, es decir, la manifestación del Señor a todos los pueblos, como nos expresa la liturgia.

Esta fiesta de la Epifanía tiene su origen en las iglesias orientales; probablemente comenzó a celebrarse a primeros del siglo IV en Egipto. Posteriormente pasó al norte de África, a la Galia –la actual Francia– y más tarde a Roma.

Hubo en el siglo IV dos modos de celebrar el nacimiento del Señor y su manifestación a los hombres. Las iglesias orientales celebraban la fiesta de la Epifanía, o manifestación de Jesús, basada fundamentalmente en la fiesta del Bautismo del Señor. Las iglesias occidentales (Roma y Occidente) celebraban, en cambio, la manifestación de Dios a los hombres en el Nacimiento de Jesús en Belén.
Las iglesias de rito latino (occidentales) celebraremos el próximo domingo la fiesta del Bautismo de Jesús, momento histórico en el que Jesús entra en las aguas del Jordán para ser bautizado por Juan y se oye una voz de Dios Padre que dice: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mt 3, 17).

2. Pero hubo ya en el siglo IV como una “hermanación”, una fraternidad entre las iglesias. En Occidente se empezó a celebrar también la Epifanía en el Bautismo de Jesús y las iglesias de Oriente celebran la fiesta de la Navidad.

Actualmente la Iglesia romana de rito latino, a la que pertenecemos nosotros, celebramos la Navidad del Señor el día 25 de diciembre, y el 6 de enero la Epifanía, la manifestación. Las iglesias orientales celebran su gran fiesta de Navidad con la Epifanía.

Nos hemos referido a las dos “epifanías” más importantes: la del Bautismo de Jesús, celebrada por las iglesias orientales; y la del Nacimiento del Señor, celebrada por la liturgia occidental.

Pero hay otras formas de manifestarse el Señor. Los magos, cuya fiesta hoy celebramos, es la expresión de que Dios quiere manifestarse a todos los hombres. Cuando Jesús acude a las bodas de Cana  y convierte el agua en vino (cf. Jn 2, 1-11), realizando su primer milagro, es otra manera de manifestarse el Señor a los presentes, indicando que ahí hay alguien que tiene una fuerza y un poder para convertir el agua en vino. Jesús ha hecho muchas manifestaciones o “epifanías”.

3. El término griego epifanía (epiphaneia) significa “manifestación”; y puede tomarse en dos sentidos. Uno se refiere a un sentido más profano o secular, a la llegada de alguien especial; por ejemplo, cuando un rey entraba solemnemente en una ciudad, se recordaba este evento como una “epifanía”.

San Pablo utiliza la palabra en este sentido refiriéndose a Cristo. Su venida a la tierra fue una “entrada especial”, una “epifanía”, como la de un gran monarca, que entra en una ciudad. Fijémonos, por ejemplo, en este pasaje de la segunda carta a Timoteo: «La gracia, que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y manifestada ahora por la aparición (epiphaneia) de nuestro Señor Jesucristo» (1, 10); se refiere a la llegada de alguien importante, que viene a visitarnos y a estar con nosotros.

La otra acepción del término “epifanía” o manifestación tiene, más bien, un sentido religioso y en la cultura griega así se utilizaba, denotando, sobretodo, la manifestación del poder divino en favor de los hombres; se refiere a la mano poderosa de Dios, que actúa a favor del hombre. Ésta es la interpretación litúrgica más cercana a la fiesta de Epifanía, que estamos celebrando. Dios se manifiesta fuerte y poderoso, aunque aparentemente pequeño y con vestiduras humanas; pero ahí está la potencia divina de Dios, que manifiesta su poder benevolente en la encarnación. La venida de Cristo a la tierra era una epifanía en sí misma. Otra cosa es que las personas la descubran o no; pero la llegada de Cristo, el Verbo eterno que se hace hombre y se encarna y entra en la historia, es por sí misma una manifestación de la divinidad en el mundo temporal.

4. Hoy nos centramos en una epifanía especial, la Epifanía de la adoración de los magos ante Jesús nacido. Hoy celebramos que los magos de Oriente adoran a Jesús, hincan sus rodillas ante Jesús; han descubierto la presencia de Dios en la historia; han sabido reconocer en el firmamento, entre tantas estrellas, una estrella especial; un signo especial, que expresa la presencia de la divinidad.

Los Magos, tras visitar a Herodes, se pusieron en camino buscando a Jesús y la estrella les indicó nuevamente la dirección adecuada, para encontrar al Mesías (cf. Mt 2, 9); también salieron de su casa en Oriente y se pusieron en camino buscando a Jesús. Es interesante pensar que los Magos están como anhelantes y tienen el corazón abierto para apreciar la presencia de Dios.

En la antífona de entrada (cf. Mal 3,1; I Cro 19, 12) hemos cantado poéticamente la grandeza y omnipotencia del Señor, aunque se nos presenta como un Niño pobre, que nace en Belén. Dios se revela en ese Niño como el Hijo Unigénito: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido  a adorarle» (Mt 2, 2). Por medio de una estrella se revela a los pueblos gentiles, personificados en los Magos de Oriente.

5. La manifestación de Jesús como Hijo de Dios va extendiéndose poco a poco. Los primeros que ven la presencia del Dios encarnado son María y José (cf. Lc 2, 4-7); el círculo se ensancha con los pastores de Belén, que anhelaban la venida del Mesías estaban “despiertos” (cf. Lc 2, 8-12.15-16). Los otros ciudadanos de Belén, que estaban “durmiendo”, tanto en sentido físico como en sentido espiritual, no anhelaban la venida del Mesías y no descubrieron a Jesús en el pesebre de Belén. El círculo se ensancha y vienen los Magos de Oriente, que lo adoran de arrodillan y le ofrecen sus dones (cf. Mt 2, 1-2).

El círculo se ensancha y llega hasta nosotros; y el pueblo malacitano descubre la presencia de Jesús, manifestación de Dios entre los hombres. Los pastores le ofrecieron lo que tenían y lo adoraron. Los Magos le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. Y los ciudadanos malacitanos ¿qué van a ofrecerle al Niño-Dios, manifestado en Jesús de Nazaret? ¿Vais a ofrecerle oro? ¿Vais a ofrecerle incienso? ¿Qué le vais a ofrecer a Jesús? Tal vez nos está pidiendo que lo acojamos en nuestro corazón y que le ofrezcamos el incienso de nuestra oración; o que le pidamos perdón por nuestros pecados; el incienso de reconocerse como Hijo de Dios y de reconocernos en Él como hijos de Dios; el incienso de apreciar a los demás como verdaderos hermanos; el incienso de la paz de nuestro corazón; el incienso del perdón a quién nos ofende; el incienso de la alegría de vivir la fe; el incienso de ser testigo de Jesús, el Dios hecho hombre, el Verbo encarnado. Eso es tal vez lo que nos pide el Señor que le ofrezcamos hoy.

¡Hinquemos nuestras rodillas ante el Señor! Adorémosle como le adoraron María y José, los pastores en Belén y los Magos de Oriente. No tengamos vergüenza de hincar las rodillas ante Él. No temamos ofrecerle el incienso de nuestro amor, de nuestra fe, de nuestra alegría, de nuestro corazón al Señor. Eso es lo que más aprecia de nosotros.

6. El misterio de la Epifanía es un movimiento de irradiación hacia el exterior; de manifestación que va expandiéndose y llega a todo el mundo. Aún hay muchas personas que no adoran al Señor: unas porque encuentran obstáculos externos o se les prohíbe hacerlo; otras porque mantienen unas barreras internas y no quieren abrir sus ojos ni su corazón, porque están tan llenos de sí, que no cabe nadie en él. Para que Dios pueda entrar en nuestro corazón hay que hacerle espacio; hay que abrir nuestras puertas. Recordáis al Papa Juan Pablo II que desde el primer momento de su pontificado gritó con fuerza: “Abrid las puertas a Cristo, no tengáis miedo”; aún resuenan en nosotros esas hermosas palabras de Juan Pablo II.


El Papa actual, Benedicto XVI, reflexionando sobre este misterio de la Epifanía nos dice: “El manantial de este dinamismo –un dinamismo que irradia hacia todos los pueblos, pero un dinamismo que concentra su mirada hacia Cristo nacido en Belén, el manantial de este dinamismo dice– es Dios uno en la sustancia y trino en las Personas, que atrae a todos y todo a sí. De este modo, la Persona encarnada del Verbo se presenta como principio de reconciliación y de recapitulación universal (cf. Ef 1, 9-10)”. Este Niño pequeño de Belén ha atraído las miradas de todo el mundo, de todas las generaciones de toda la historia. “Él es la meta final de la historia, el punto de llegada de un "éxodo", de un providencial camino de redención, que culmina en su muerte y resurrección. Por eso, en la solemnidad de la Epifanía, la liturgia prevé el así llamado "Anuncio de la Pascua": en efecto, el Año litúrgico resume toda la parábola de la historia de la salvación, en cuyo centro está "el Triduo del Señor crucificado, sepultado y resucitado" (Benedicto XVI, Homilía en la Epifanía del Señor, Vaticano, 2006).

Por eso, después del Evangelio, el Diácono ha proclamado la fecha de la próxima celebración de la Pascua, la celebración más importante del año litúrgico, que en este año la celebraremos el 4 de abril, comenzando la Cuaresma el día 17 de febrero. Después iremos celebrando otros misterios del Señor: el “Corpus Christi”, la Ascensión, hasta volver de nuevo al final del Año litúrgico, para empezar otra vez el ciclo litúrgico.

Es hermoso percibir, en esta manifestación y en el dinamismo de las celebraciones, que todo el Año litúrgico se centra en Jesús. Y las miradas de toda la humanidad están puestas en Él, que es el centro de la Historia, el Redentor y único Salvador del mundo. Todo el año litúrgico gira en torno a Él; sobre todo, en torno a la gran fiesta de la Pascua.

7. Epifanía es profundización y extensión del misterio celebrado en Navidad. Este misterio se explica en el prefacio: "Pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal, nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad". Aquí radica la hondura del misterio: Cristo Jesús es el Dios que asume toda la realidad del hombre, en todo semejante al hombre menos en el pecado. Pero transforma también nuestro pecado y nuestra miseria; de este modo nos enriquece con la gloria de su realidad divina. Es el "admirable intercambio" que canta el Papa León Magno en sus homilías de Navidad. Nosotros le damos nuestra humanidad, es decir, le damos nuestra pobreza y Él nos regala su divinidad, es decir, su riqueza.

La fiesta de la Epifanía es la irradiación de la manifestación del Señor a todos los pueblos de la tierra, a todas las culturas del mundo y a todos los momentos y épocas de la Historia. Debemos estar contentos de este hecho, que nos ha permitido conocer a Jesús.
La presencia de Cristo no puede quedar escondida. Ahora nos toca a nosotros, después de vivir y celebrar este misterio, ser portadores de esa manifestación; ser testigos de esa manifestación; ser como estrellas que indiquen a otros dónde está Jesús.

Le pedimos al Señor que veamos su Luz; que contemplemos su gloria, manifestada en un recién nacido y que nos haga testigos de esa Luz ante los demás.

¡Que la Virgen María, Madre del Hijo de Dios y Madre de todos los hombres, nos acompañe en esta tarea preciosa que hoy la liturgia nos confía a cada uno! Amén.

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