DiócesisHomilías Domingo de Ramos (Catedral-Málaga) Publicado: 01/04/2012: 3829 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo del Domingo de Ramos en la Catedral de Málaga el 1 de abril de 2012. DOMINGO DE RAMOS (Catedral-Málaga, 1 abril 2012) Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1 – 15, 47. Proclamación de la realeza de Jesús 1. El Domingo de Ramos es el pórtico, que nos introduce en la Semana Santa. Hemos realizado la bendición de los ramos en otro templo cercano y hemos peregrinado después hasta el principal templo de la diócesis, la Catedral, acompañando al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén. La liturgia de la bendición y de la procesión de los ramos anticipa el triunfo de Cristo, el Rey pacífico y humilde, que entra en la ciudad de Jerusalén aclamado mesiánicamente. Él es el Mesías, el hijo de David. En el evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, que nos narra san Mateo, está contenida la profecía de Zacarías, que nos ha invitado a exultar de gozo: «¡Brinca de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna» (Zc 9, 9). Cuando el rey David estaba para morir nombró sucesor suyo a su hijo Salomón y mandó que lo montaran en su propia mula, para consagrarlo rey (cf. 1 Re 1, 33). Jesús, sin embargo, ni siquiera entró en Jerusalén como Salomón, sino que mandó a sus discípulos que le trajeran un pollino (cf. Mt 21, 2). Es un gran ejemplo de humildad, que el Señor nos da; Jesús ha querido entrar en Jerusalén siendo aclamado Rey y Mesías por el pueblo, pero sin olvidar que Él no es un rey temporal. Proclamemos, pues, la realeza del Señor Jesús, como hicieron los hebreos con cantos de júbilo; imitemos a quienes salieron a su encuentro. Ellos, en aquella entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, extendieron sus mantos por el camino al paso del Señor y le aclamaban con ramos de olivo y palmas: «Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» (Mt 21, 8-9). Nosotros nos prosternamos ante Él, hincando nuestra rodilla humildemente, y con corazón sincero acogemos al Verbo de Dios. 2. Como hemos escuchado en la carta de san Pablo a los Filipenses, el Hijo de Dios «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 7-8). Jesús viene hoy a nosotros humildemente como Rey y Señor de nuestras vidas. ¡Aclamémosle y acojámoslo en nuestro corazón! ¡Que «toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre»! (Flp 2, 11). Hoy queremos aclamar a Jesús como Rey y Señor nuestro. Queremos proclamar y confesar que Jesucristo es el único Salvador de nuestras vidas. Como nos ha recordado el papa Benedicto XVI: “La procesión de Ramos es también una procesión de Cristo Rey: profesamos la realeza de Jesucristo, reconocemos a Jesús como el Hijo de David, el verdadero Salomón, el Rey de la paz y de la justicia. Reconocerlo como rey significa aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad” (Homilía en el Domingo de Ramos, Vaticano, 1.04.2007). 3. La entrada de Jesús en Jerusalén es un gesto profético, que preanuncia su triunfo y su resurrección. Acabamos de escuchar la narración evangélica de la Pasión del Señor según san Marcos, donde se proclama la pasión y la muerte de Jesús, para liberar a la humanidad sumergida en el pecado y en la muerte. En la liturgia de este día contemplamos varios contrastes: En primer lugar, la aclamación de Jesús como Rey y el rechazo por parte de las autoridades y del pueblo de Israel. Resulta paradójico: hoy se le aclama Rey y mañana se pide que lo crucifiquen. En segundo lugar, existe un contraste entre el juicio humano y el juicio de Dios. Los hombres han juzgado al supremo Juez, Jesucristo, y lo han condenado, tras un juicio sumarísimo, a pesar de ser inocente. Esta condena contrasta con el perdón de Dios misericordioso ante el hombre pecador y culpable. Hay una gran diferencia entre la misericordia de Dios y el juicio humano: Cuando un hombre se pone delante de Dios y reconoce su pecado, Dios le perdona; cuando un hombre es juzgado por otro hombre y reconoce su culpa, es condenado. Dios, juez misericordioso y salvador, perdona siempre. En su nombre dice el sacerdote a cada penitente, que confiesa su culpa: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Otro contraste es la muerte del Hijo de hombre y la vida que Cristo resucitado ofrece. La humanidad da muerte al Hijo de Dios y éste, en trueque, le da la vida al hombre. Ese es el Rey al que nosotros aclamamos. Finalmente hay un contraste entre la alegría de la procesión de ramos, en la entrada triunfal en Jerusalén, y la contemplación de pasión dolorosa y la muerte de Jesucristo. Queridos hermanos, adentrémonos en el misterio pascual de Jesús, acompañándole en estos días de Semana Santa. Participemos en las celebraciones litúrgicas con la mayor devoción y fe posible, para poder gozar de los frutos espirituales de la redención, que nos ofrece Jesucristo. Pedimos a la Virgen, Santa María de la Victoria, su maternal intercesión, para meditar y profundizar en los últimos días de la vida terrena de su Hijo Jesús. Amén. 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