DiócesisHomilías

Septenario de la Virgen de los Dolores de la Cofradía de Ntra. Sra. de los Dolores (Parroquia de San Juan Bautista-Málaga)

Ntra. Sra. de los Dolores de San Juan
Publicado: 18/03/2016: 8699

SEPTENARIO DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES
DE LA COFRADÍA NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
(Parroquia de San Juan Bautista-Málaga, 18 marzo 2016)

Lecturas: 2 Sm 7, 4-5.12.14.16; Sal 88, 2-5.27.29; Rm 4, 13.16-18.22; Mt 1, 16.18-21.24.

1. Hoy coincide este acto del Septenario con la solemnidad de san José. Vamos a tener, por tanto, algunas características litúrgicas con este motivo: cantaremos el “Gloria”, que no suele hacerse en tiempo cuaresmal; y recitaremos el “Credo” como profesión de fe, uniéndonos a los cofrades cuando hagan su “Protestación de fe”. La figura de José está estrechamente vinculada a su esposa la Virgen María.

La Muy Antigua, Venerable y Pontificia Archicofradía Sacramental de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Redención y Nuestra Señora de los Dolores, conocida como Archicofradía de los Dolores de San Juan en Málaga, celebra en este año el 75 Aniversario de la donación a la Archicofradía de la actual talla de Nuestra Señora de los Dolores, que vino a sustituir a una imagen dolorosa del siglo XVII de la escuela de Pedro de Mena, destruida durante la persecución religiosa de los años treinta del pasado siglo. La actual es del siglo XVIII, atribuida a Antonio Asencio de la Cerda.

Es un motivo para dar gracias a Dios, por permitirnos ir celebrando año tras año la fe cristiana y la devoción mariana con actos como el Septenario a la Virgen de los Dolores, que hoy clausuramos en vísperas de la solemnidad litúrgica de San José, esposo de María.

2. Los designios de Dios son muchas veces incomprensibles a los hombres. La intervención de Dios en la historia suele trastornar y trastocar los proyectos del hombre. José, el esposo de la Virgen María, tenía un proyecto de matrimonio, que estuvo a punto de venirse abajo ante la intervención divina: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (Mt 1, 19).

Pero Dios le pide a José que confíe en su palabra y en su esposa María y que siga adelante con el proyecto matrimonial; el ángel del Señor le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).

Los Dolores de María comienzan muy pronto en su vida; y José, su esposo, sabrá compartirlos plenamente. Gracias al “sí” de María y a la aceptación confiada de José tuvo lugar la Encarnación del Hijo de Dios, el Cristo redentor (cf. Mt 1, 16.21).

Los planes de Dios en nuestras vidas resultan siempre mucho más enriquecedores y fecundos que los programas humanos. Todos tenemos la experiencia de haber constado que, si se hubieran realizado nuestros planes miopes, hubiera sido peor que lo ocurrido. ¡Cuántas veces hemos dicho: menos mal que no sucedió lo que le pedía al Señor! “A posteriori” nos damos cuenta que los planes del Señor han sido mucho mejores que los nuestros.

Pero, ¡cuánto nos cuesta a nosotros aceptar los planes de Dios en nuestra vida! Si no salen las cosas como deseamos, nos enfadamos y muchas veces le echamos la culpa a Dios.

En nuestra Señora de los Dolores tenemos un hermoso ejemplo de renuncia a la propia voluntad y de aceptación de la voluntad divina. Hemos de fiarnos más de Dios y dejar que Él actúe en nuestra vida. La salvación se realiza siempre como una cooperación entre la acción de Dios y la aceptación del hombre; la salvación es una sinergia de dos voluntades: la de Dios y la del hombre.

Así lo vivió la Madre Dolorosa. Y así lo vivió Cristo Redentor, quien, puesto en oración ante su Padre en el Huerto de Getsemaní, le rezó así: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42). Nosotros rehuimos demasiado el sufrimiento, pero éste tiene un sentido redentor, siempre que esté asociado al sufrimiento de Cristo y de su Madre Santísima.

3. La actual Archicofradía Sacramental de Nuestra Señora de los Dolores procede de la agregación, en 1801, de la Hermandad de Penitencia de Nuestra Señora de los Dolores, de la que se tienen noticias desde finales del siglo XVI, a la Archicofradía Sacramental de San Juan, fundada por los Reyes Católicos en 1478.

En septiembre de 2015 celebrasteis el 475 aniversario de la vinculación de vuestra Hermandad a la Sacramental de la basílica de Minerva en Roma. Y durante este septenario se ha colocado en la capilla sacramental una placa a D. Luís de Torres, arzobispo de Salerno en el siglo XVI, quien propició y consiguió dicha agregación.

Los actos litúrgicos más significativos de la Archicofradía son: la adoración al Santísimo Sacramento, la celebración solemne del “Corpus Christi” en su octava, y el Septenario de Nuestra Señora, del que hay constancia documental desde 1688. A estos actos habéis unido el culto procesional al Santísimo Cristo de la Redención y la Estación de Penitencia en la Santa Iglesia Catedral de Málaga desde tiempos más recientes.

4. La Archicofradía tiene, pues, dos ejes vertebradores: la adoración al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen de los Dolores.

Por lo que respecta a la “adoración” se trata de una actitud propia del creyente frente a Dios, creador del universo. La adoración nace de la experiencia de la diferencia abismal entre el ser humano y el Dios tres veces “Santo”. Toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, hace innumerables referencias a esta actitud propia del hombre frente a su Dios y Señor.

La actitud de la creatura ante Dios debe ser la del reconocimiento y aceptación de la soberanía y de la suprema autoridad de Dios sobre la propia vida. Al hombre actual le cuesta mucho aceptar su finitud y su creaturidad; se cree un dios, pero no lo es.

La Virgen María, en cambio, aceptó en su vida la voluntad de Dios, a pesar de cambiarle sus propios planes y de tener que asumir los dolores que implicaban estos hechos.

5. La adoración cristiana ofrece un matiz importante y peculiar: gracias al bautismo somos hechos hijos de Dios y nuestra adoración tiene una profunda actitud filial, pudiendo llamar Padre a Dios. Nosotros adoramos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rm 15, 6), quien, al redimimos, nos ha hecho hijos de Dios (cf. Jn 1, 12) y nos ha enseñado a dirigirnos a Dios con el nombre de “Padre”. San Pablo, siguiendo el ejemplo de Cristo dirá una y otra vez que el Espíritu grita en nuestro interior «Abba, Padre» (Rm 8, 15). No existe ninguna otra religión que se dirija a Dios con el nombre de Padre.

Cristo se dirige a su Padre con el tierno nombre de «Abbá» (Papá) (cf. Mc 14, 36); dirigirnos con este nombre sería demasiado para nosotros. Reservamos este nombre para quien es realmente “Hijo de Dios”; nosotros somos “hijos adoptivos” y existe una gran diferencia de filiación.

Como dice el mismo Jesús en su diálogo con la samaritana: «los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así» (Jn 4, 23). Estos son los adoradores de los tiempos mesiánicos, inaugurados con la venida de Cristo Jesús.

Adorar al Padre «en espíritu y verdad» significa adorarlo según el Espíritu de Dios y según la revelación mesiánica, que se identifica con el mensaje y la persona de Jesús, que es «el camino y la verdad y la vida» (Jn 14, 6).

6. El otro eje vertebrador de la Cofradía es la devoción a la Virgen de los Dolores, que contempla la actitud de María Santísima en relación con su Hijo, a quien se unió estrechamente en su obra de salvación.

María acompañó siempre a su Hijo desde su Encarnación. A los pocos días de nacer su Hijo una profecía le anuncia que una espada de dolor le atravesará el alma (cf. Lc 2, 35).

El Concilio Vaticano II subrayó la unión de la Virgen María con su Hijo Jesús, mediante su presencia en el Calvario, como punto culminante: “La bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: ‘¡Mujer, he ahí a tu hijo!’ (Jn 19, 26-27)” (Lumen gentium, 58). ¡Ahí tenemos a nuestra Madre! La Virgen sabe de dolores, de auténticos amores, de ternura, de misericordia, de todo lo que significa “sabiduría”, porque “Sabiduría” es su Hijo.

7. Al final de la Misa cantaremos la Secuencia del “Stabat Mater”, que significa que la Madre estaba de pie junto a su Hijo crucificado; estaba firmemente unida a Él, sosteniéndole con la mirada, con el cariño, con el amor, con la oración; estaba presente en actitud de fe y de amor. La Virgen nos enseña a saber estar ante su Hijo; y estar ante el Hijo implica saber estar ante los demás hermanos.

Agradecemos a Dios que nos haya regalado como madre a la Madre de su Hijo, compartiendo con Ella sus dolores y sus penas; pero también su alegría por la salvación de los hombres y por la Resurrección de Jesucristo.

Le pedimos a Nuestra Señora de los Dolores que nos ayude a saber compadecernos; a estar cerca de nuestros hermanos, sobre todo de los más necesitados, enfermos, ancianos, débiles, los que no tienen voz, los que nadie aprecia ni reconoce, los excluidos de la sociedad. Compartir los dolores de la Madre implica compadecerse del dolor de los hermanos.

Al término de la celebración eucarística, con el canto del salmo “Miserere mei”, se trasladará la sagrada Imagen del Santísimo Cristo de la Redención a su trono, bajo el coro. Participemos en este gesto con gran devoción. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo