NoticiaEl santo de la semana San Francisco Javier, el gigante de la historia de las misiones San Francisco Javier, patrono de las misiones Publicado: 02/12/2020: 13274 El 3 de diciembre celebramos la fiesta del patrono universal de las Misiones, el más grande evangelizador de todos los tiempos, el jesuita español san Francisco Javier. Nacido en 1506 en el castillo de Javier (Navarra), marchó con 18 años a estudiar a París, donde coincidió como compañero de colegio mayor con (san) Pedro Fabro y un tal Ignacio de Loyola. Aquello fue el germen de la Compañía de Jesús, cuyas constituciones ayudó a redactar en Roma. En 1540, san Ignacio lo envió a la India, en la primera expedición misionera de la nueva congregación. En Goa, que era Colonia portuguesa, ya había cristianos, pero habían caído en todos los vicios, lo que alejaba de la fe a los nativos. Su primera gran misión fue, por tanto, reformar la Iglesia local. Más tarde se dedicó a instruir en la fe a la tribu de los paravas donde acogieron el Evangelio con tanto entusiasmo que a veces, acababa con los brazos doloridos de administrar el bautismo. Fue muy duro contra los colonizadores que se aprovechaban de aquellas personas y sus recursos para su propio beneficio y salió en defensa de los más débiles. Tras muchas persecuciones y dificultades en distintos puntos de Asia, logró llegar adonde ningún otro europeo: a Japón, donde consiguió miles de conversiones. Pero su gran deseo era llegar a China así que se puso en marcha. No era esa la voluntad de Dios. En una isla a 20 kilómetros de la costa de aquel país, enfermo y exhausto, entregó su espíritu a Aquel a quien ya había dado todo su ser. La importancia de las junteras La vida de san Francisco Javier nos habla de la importancia de las amistades durante la juventud, eso que las madres malagueñas llaman las junteras. ¿Qué hubiera sido del santo que hoy nos ocupa sin esa afortunada coincidencia de compartir residencia con nada menos que san Ignacio de Loyola y san Pedro Fabro? Seguro que con sus dotes habría llegado a ser un gran clérigo, probablemente canónigo de la Catedral de Pamplona, si no obispo o cardenal; o quizá se habría dado cuenta de que la carrera eclesiástica no era para él... Sin embargo, aquel Íñigo, que en principio no le caía bien, logró apartarlo de las malas compañías (Francisco reconoció en una carta que lo alejó de algunos herejes) y convencerlo de que es más importante entregar la vida a Dios que los éxitos humanos. Como anécdota, fue canonizado en 1622 junto a su gran amigo Ignacio, santa Teresa de Jesús, san Isidro labrador y san Felipe Neri. Esas tampoco fueron malas junteras.