NoticiaColaboración Pecado y droga Publicado: 27/05/2019: 7470 El doctor José Rosado, acreditado en adicciones, habla de la conexión entre enfermedad y crisis personal. La drogodependencia aparece como una señal de alarma que nos indica que algo va mal en la sociedad, y se le hace coincidir, más que como categoría de enfermedad, como consecuencia de un conjunto de actitudes, valores o inquietudes existenciales, y entonces aparece la conexión entre enfermedad y una cierta crisis personal, en que la somatización de un problema singularmente emocional proporciona un sentido biográfico a muchas patologías. Existe una relación constante, recíproca, multiforme, entre las zonas más estrictamente personales de la vida de la persona (proyectos de vida, responsabilidades morales y éticas...) y sus aspectos más físicos (instintos, funciones fisiológicas...), por eso, en la interpretación de la enfermedad y del que la padece, se deben contemplar sus pensamientos, conducta, creencias, relación con los demás, familia, herencia genética etc. Es necesario pues, atender al hombre físico pero también al hombre moral en su más amplio significado; es mirar a la persona en su totalidad como individuo viviente, racional, libre, íntimo, capaz por tanto de ensimismarse en su propio ser, y en el que cualquier estado morboso afectará a esa totalidad, y es evidente que una patología que asienta en la naturaleza psíquica, puede ser valorada fisiológicamente como una agresión unificada, y así, por ejemplo, la ira (locura momentánea) o el odio provoca- entre otros síntomas- disfunción respiratoria, alteración de las funciones digestivas, aumento de la frecuencia cardíaca, subida de la tensión arterial, etc., que pueden justificar una muerte por infarto miocárdico o cerebral: es indiscutible la relación entre el desorden físico, el psíquico, el moral, el fisiológico y la enfermedad. Y es que nuestra existencia se encuentra controlada por un conjunto de leyes físicas, psíquicas, naturales y espirituales, que al ser cumplidas garantizan una supervivencia en las mejores condiciones posibles. Y así el pecado, en su más amplio sentido, aparece como una equivocación, ignorancia o desobediencia a unas leyes que nos facilitan la vida. De una manera más específica la palabra pecado (peccatum), señala la transgresión de las creencias espirituales sobre las que se sustenta la existencia de esa persona, y en cuyo ejercicio, adquiere su vida armonía, unidad y sentido. En la génesis de las drogodependencias resplandece una patología biográfica alimentada por unas referencias en las que el materialismo y relativismo, condiciona un hedonismo reforzado por la perversa identificación de la permisividad con la tolerancia, que desencadena y justifica el consumo de droga: el efecto más inmediato se concreta en la alteración de la bioquímica neuronal que se produce en el más profundo centro de la persona, afectando funcionalmente a ese yo íntimo de categoría espiritual que la define como única, irrepetible y con inquietudes trascendentes, y lo frena y empobrece en el desarrollo de sus potencialidades: los órganos de expresión y comunicación de ese yo íntimo se encuentran mutilados. La lectura desde la fe cristiana tiene también unas matizaciones. Dios nos crea a su imagen y semejanza en un acto de amor y nos deja su impronta en nuestro hondón: Él está en el alma, pero no es el alma; en ninguna parte es Dios tan Dios como en el alma del ser humano. Y por esa presencia de Dios en nosotros, que se define como Amor, sólo somos libres para amar, que es garantía de nuestra felicidad. La consecuencia más inmediata es que cualquier acto que se aleje de esa ley de amor, secuestra nuestra libertad y nos hace esclavos: el "peccatum" adquiere su significado, y ya se puede identificar con todo lo que no sea amor, es decir, todo lo que nos separa de esa Esencia de la que participamos por transformación de amor. Como corolario, se puede decir que independientemente de cualquier credo, religión, fe o teología, es evidente la poderosa fuerza terapéutica del amor, que no sólo previene y cura una enfermedad, sino que especialmente sanea a la persona en su totalidad y desde dentro. La vida se fundamenta en el amor, y éste ofrece sentido pleno a la vida, así que cuando se encuentra ausente (el mal no es presencia sino ausencia) esa vida se convierte en una existencia biológica que se acerca a una agónica supervivencia. Una promoción de este fantástico instrumento curativo sería una válida alternativa para las enfermedades que actualmente padece la humanidad, sin olvidar que su propio ejercicio es también singularmente terapéutico para la persona que lo práctica, pues es un tesoro que se multiplica al dividirse. Las frases del de Tagaste y el de Fontiveros; "ama y haz lo que quieras" y "donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor" pueden ser directrices orientativas para nuestra felicidad Son palabras iluminativas las que señalan que el lugar más sagrado de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en amor. Más artículos de José Rosado Ruiz